Cartas

En las proximidades de las elecciones municipales y parroquiales del próximo domingo 7 de agosto (dentro de diez días) resurgen algunas tensiones y contradicciones. Los opositores más radicales dicen una cosa; el gobierno, que en sí mismo es un ala radical del país, dice otra distinta.

Por ejemplo, el abogado Tulio Álvarez denuncia que se le quiso detener en Maracaibo sin la presencia de un fiscal del ministerio público. Al negarse a una comisión de la Guardia Nacional por razón de esa ausencia, los gendarmes se habrían dado por vencidos. Ah, pero Jesse Chacón ofrece una versión contradictoria: el vehículo en el que transitaba Álvarez estaría solicitado—¡qué casualidad!—como robado. El propio ministro dijo que luego había sido recuperado por sus propios dueños y éstos no habrían reportado este hecho, por lo que el vehículo era técnicamente buscado por las autoridades. Además señaló que Álvarez portaba un arma sin permiso. Poco creíble la explicación del ministro, sobre todo cuando la comisión que quiso detener al abogado nunca le registró, ni tampoco a sus pertenencias, por lo que mal pudiera conocer el máximo policía nacional—Quis custodiet ipsos custodes?—la posesión de un arma por parte del implicado. Aparte de esto, una nota de prensa (sitio web de El Universal) señala que Tulio Álvarez «se encontraba en una gira de su organización en la frontera venezolana con Colombia». ¿No sería esta peculiar actividad fronteriza de la Fundación Verdad Venezuela lo que llamó la atención del gobierno?

Otro ejemplo de contradicción entre contendientes. Esta vez en el sitio web de Súmate hay una animación (http://www.sumate.org/infografiav2.swf) que muestra cómo podría el Consejo Nacional Electoral conocer el voto de cada elector, cotejando las horas exactas a las que cada votante se retratase en el cuaderno electrónico y luego votara. El argumento equivale a asegurar que alguien cometerá asesinato por envenenamiento porque posee veneno. Precisamente Tulio Álvarez argumentó una vez (ante César Miguel Rondón) que el 15 de agosto de 2004 se había cometido fraude porque él había escrito dos años antes un libro en el que se explicaba cómo podía cometerse. En este caso es Jorge Rodríguez, cuya arrogancia contribuye—tal vez de modo intencionado—al aumento de la abstención por desconfianza en el árbitro, aduce que lo que Súmate postula como inevitable es imposible. Según él, las máquinas de votación «barajan el voto con un sistema de antisecuenciación de Microsoft»—ya está Bill Gates metido en el asunto—lo que impediría de un todo la violación del secreto sufragial.

Ambas contradicciones aducen datos comprobables. Se puede verificar si el vehículo que trasladaba a Tulio Álvarez no había sido reportado después de su recuperación, y si es verdad que alguna vez fue robado y su presunta sustracción denunciada. Por su lado, Rodríguez puede permitir una auditoría de su sistema que en efecto compruebe que Microsoft protege al elector venezolano. Según el estilo más reiterado del período chavista, es difícil que lleguemos a conocer estas constataciones.

En el fondo, ya la suerte está echada para el 7 de agosto. La mejor recomendación que puede ofrecerse desde aquí a los votantes es que procuren formarse una intención electoral sobre criterios estrictamente municipales y parroquiales. (Las pobres campañas electorales no han ofrecido, una vez más, mucha información pertinente a los electores, lamentablemente).

Pero para futuras oportunidades—las elecciones de Asamblea Nacional en diciembre de este año y las presidenciales del año que viene—entran otros elementos en juego. Por ejemplo, la Organización de Estados Americanos, que no verá las elecciones del 7 de agosto, ha anunciado que observará las elecciones de diciembre. Claro, ya cierta oposición formal denunció en su momento esa observación de la OEA. Súmate, por ejemplo, no quedó muy conforme que digamos con la certificación de los resultados del referendo revocatorio de hace casi un año que la OEA y el Centro Carter ofrecieran.

Más allá de esto, las encuestas continúan reportando datos interesantes. En su registro del segundo trimestre de 2005 Alfredo Keller y Asociados perciben ya un descenso del prestigio de Hugo Chávez: en tres meses habría descendido 8 puntos, al pasar de 69% a 61%. (Catorce puntos netos, si se considera que el desagrado por su persona hubiera ascendido 4 puntos en el mismo lapso).

Pero los hallazgos más interesantes de Keller—que le permitieron hablar de una pequeña «ventana de oportunidad» para 2006 en su presentación ante los circunstantes de evento organizado por Veneconomía—tienen que ver con la posición de Chávez en tanto opción electoral. Por una parte, en el primer trimestre de este año obtenía 60% de preferencias contra 30% de «cualquier otro» candidato. Y esta diferencia de treinta puntos se habría reducido a sólo ocho (49 a 41) en el segundo trimestre.

Tal vez es incluso más sintomática la distribución de contestaciones a la pregunta «¿Qué necesidad hay de que aparezca un líder con un mensaje claro y capaz de unir a toda la oposición?» La distribución general indica que 71% de los encuestados opina que «es necesario que aparezca», mientras que sólo 23% sostiene que «es mejor que no aparezca». Y si, naturalmente, 91% de quienes se declaran como antichavistas consideran necesaria esa aparición, entre quienes se definen como chavistas ¡58% cree que es necesario que aparezca un líder con un mensaje claro y capaz de unir a toda la oposición! Es decir, hay mucho chavista que lo es porque no percibe una opción diferente satisfactoria.

Esta clase de mediciones ha debido encender las luces de alarma en el seno del gobierno—de allí que Chávez ha comenzado a hacer oposición a su propio gobierno—y reforzado el ímpetu de quienes ahora se encaminan a una carrera por la elección de Presidente en 2006. Aparecen incluso recetas simples que permitirían la derrota de Chávez el año próximo. Escribe así Michael Rowan: «Chávez podría perder las elecciones de 2006 ante un nuevo candidato que ofreciera una solución económica a la pobreza… No es difícil buscar una solución a la pobreza… Si la mitad del valor de los recursos que tiene Venezuela fuese depositada en un fideicomiso permanente para toda la población, cada familia recibiría una cuenta de capital de unos 100.000 dólares… Si un candidato no tradicional que tuviera el equipo económico ideal presentara esta alternativa para los pobres en 2006, el control que Chávez tiene sobre las elecciones quedaría desarticulado. Su índice de popularidad de 70% depende de que su fracaso en erradicar la pobreza sea irrefutable».

Sin duda interesante el planteamiento de Rowan, que vale la pena discutir. Habría que ver las cuentas y la ingeniería financiera del asunto. Grosso modo, hay 26 millones de personas en Venezuela. Si la familia promedio en Venezuela tiene 5 miembros, hablamos de 5 millones doscientas mil familias, por lo que el dato de 100 mil dólares por familia nos llevaría a un total de 520 mil millones de dólares para «la mitad del valor de los recursos que tiene Venezuela». Es decir, que el total de esos recursos (patrimonio, se supone) sería de 1 billón cuarenta mil millones de dólares. ¿Cómo se llega a esa evaluación? Sería, por supuesto, estupendo contar en Venezuela con un «balance de país», al estilo de los que hace o hacía Nueva Zelanda. Sobre el punto opinaba de este modo en diciembre de 1997:

……creo que es de la mayor importancia la generación y publicación de un nuevo estado financiero de la nación venezolana. Nuestras cuentas nacionales—responsabilidad exclusiva del Banco Central—son, como en la mayoría de los países, cuentas de resultados. (Equivalen, en la administración privada, a los estados de ganancias y pérdidas de las compañías). Hay países, sin embargo, que producen también un estado de situación o balance general. Uno entre ellos es Nueva Zelanda. Un Balance General de la República, con su exposición de los activos y pasivos de la Nación, puede tener muy positivos efectos. En verdad, los activos públicos de los venezolanos tienen una magnitud enorme, muy superior a la de los pasivos o deudas. Por tanto, un estado financiero de esa clase mostraría un patrimonio público de considerables proporciones. Ya no sólo un estado de ingresos y egresos, sino un estado de situación que coteje los activos de la Nación contra sus pasivos y registre el patrimonio resultante. No hay duda de que un ejercicio de contabilidad de este tipo cambiaría radicalmente la percepción más o menos generalizada acerca de la situación económica venezolana. Deducidos los pasivos de la Nación de los inmensos activos que posee, las cuentas mostrarían un patrimonio verdaderamente gigantesco. Así la discusión pasaría a centrarse sobre el problema de qué hacer con ese patrimonio. Una tal perspectiva permitiría tomar gruesas decisiones de conversión en liquidez de la sólida solvencia venezolana. Siempre y cuando se cumplieran dos condiciones complementarias, casi equivalentes: que la liquidación de activos fuese repuesta con posterioridad por una nueva capitalización y que el sector público ofreciera convincentes indicios de un propósito de enmienda en materia de gasto público, pues hasta ahora, a pesar de innumerables declaraciones de intención, el presupuesto nacional no hace otra cosa que crecer desbocadamente. No ha habido hasta ahora la formulación y presentación al país de un esquema y una cronología para la reducción del recrecido tamaño del gobierno central. Si hay algo en lo que debiera buscarse uno de esos ‘grandes acuerdos nacionales’ que se proponen recurrentemente en Venezuela, es en este punto del redimensionamiento del Estado.

Pero, suponiendo que en efecto pudiera apartarse sin mayor descalabro la mitad del valor de esos recursos nacionales para liquidarlos, o hipotecarlos como garantía de monto equivalente ¿cómo se arma el pool de bancos que aceptaría recibir ese fideicomiso? Presumo que habría que armarlo con bancos foráneos, dada la escala del asunto, y entonces habría que ver cómo queda nuestra autonomía nacional después de un esquema de ese tipo. Habría que oír del diseño financiero concreto, si es que lo hay.

En general, hay que desconfiar de las soluciones universales demasiado sencillas, y tampoco creo que bastaría que «un candidato no tradicional que tuviera el equipo económico ideal presentara esta alternativa para los pobres en 2006». No sólo de pan vive el hombre, y el anclaje psicológico de Chávez no se reduce a lo económico. Por lo demás, si fuera el caso que bastase prometer tal cosa ¿qué le impediría a Chávez proponerla él mismo?

El asunto es bastante más complejo que eso. Más de un caso hay de países que viven en pobreza bajo un cierto liderazgo que apoyan por muy largo tiempo. Los vendedores de panaceas, sea que propongan, como aquel presuntuoso Steve Hanke, una milagrosa «caja de conversión», o aquello de que bastaría con repartir las acciones de PDVSA entre los habitantes del país, son usualmente terapeutas simplistas que descuidan la complejidad enorme de las sociedades.

LEA

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