LEA, por favor
El tema de la capacidad nuclear iraní es uno de los desvelos de la política exterior norteamericana y europea. Por estos días Irán ha rechazado una oferta europea—del llamado grupo EU-3, conformado por el Reino Unido, Francia y Alemania—por la que se ofrecía cooperación a un programa nuclear para el uso civil iraní, a cambio de que el país de los ayatollahs se abstenga de trabajar en programas de enriquecimiento de uranio que pudieran permitir el desarrollo de armas nucleares. Ahora los europeos pueden lavarse las manos y dejar el proscenio a los Estados Unidos, que expresaron apoyo a la propuesta del EU-3 y arrecian su presión sobre Irán.
Es en este contexto que se escribe y difunde por las redes de correo electrónico—bajo la responsabilidad de Carlos Vicente Torrealba—un trabajo que lleva por título: Operación Yellowcake—Uranio para una Invasión. Al suscrito le ha llegado el trabajo, o noticia de él, por tres vías, dos de las cuales vienen de Estados Unidos. Una de estas fuentes comentó: «Ese informe esta circulando por Internet con una velocidad increíble». La otra había exaltado antes las virtudes del «Informe Waller», del Centro para Política de Seguridad, que argumentó a favor de intentar «otras acciones», distintas de las democráticas y diplomáticas, para tratar el problema venezolano desde la óptica de la seguridad de los Estados Unidos.
El trabajo firmado por Torrealba asegura la existencia de un plan de invasión norteamericana a Venezuela, para impedir el envío de uranio venezolano a Irán, y también afirma que ya hay una importante actividad extractiva de ese mineral: «…las zonas con mayor actividad de extracción de uranio son la de Roraima, las cabeceras de los ríos Paragua y Caroní, en el Municipio Sucre, en Ciudad Piar, entre otras».
Esta publicación ha consultado a personas conocedoras de la zona y de su actividad minera, quienes aseguran que no hay tal extracción de uranio y, por supuesto, mucho menos una exportación del mineral.
A pesar de esto afirma Torrealba: «El plan de invasión es una acción militar derivada de una serie de actos hostiles realizados por el gobierno de Chávez a través de la entrega de uranio a Irán, de ahí la necesidad de llevar a cabo, a juicio de estos agentes de la CIA y del Mossad, dicho plan y emprender además unas estrategias y tácticas; una vez agotadas las diferencias por la vía diplomática se continúa con una operación, con agentes internos, de descrédito al presidente Chávez ante la comunidad mundial, tildándolo como un factor de perturbación atómico, para poder dar el paso a la siguiente fase como es la fuerza, ya que Venezuela estaría violando los tratados de proscripción de armas nucleares en América Latina».
Y también incluye Torrealba la siguiente referencia: «La ultraderechista Fundación Schiller convocó a grupos de oposición de Venezuela y a militares del continente para lo que ellos llamaron ‘análisis de coyuntura’, ante el ascenso de los movimientos populares de corte izquierdista y de característica anarquista en el continente. La Fundación Schiller, financiada por Lyndon LaRouche, que desde hace muchos años su tesis es el alineamiento de los ejércitos latinoamericanos al mando único del Comando Sur, propugna la creación de un ejército continental comandado por USsouthcom. Los informes de inteligencia oriental señalan que la fundación de LaRouche coopera financieramente con partidos políticos ligados a la oposición en Venezuela, y es la que ha promovido insistentemente una invasión a nuestro país a través del alquiler de apátridas venezolanos».
Esta evaluación no parece consistente con posturas asumidas por LaRouche, quien se ha opuesto vehementemente a intervenciones de los Estados Unidos en América Latina. La Ficha Semanal #58 de doctorpolítico contiene parte de la introducción escrita por LaRouche para el libro La integración iberoamericana, editado en 1986 por el Instituto Schiller aludido por Torrealba. Este libro, dedicado nada menos que a Juan Domingo Perón y Alan García, presenta el texto de LaRouche en estos términos: «Para alcanzar el éxito en su programa de integración, Iberoamérica debe derrocar los dogmas monetaristas con que el FMI y la banca usurera justifican su saqueo del continente».
LaRouche es un personaje del que lo menos que se puede decir es que es excéntrico. Antaño marxista y trotskista, acusado por algunos de fascista y de métodos de secta manipuladora de conciencias, ha intentado siete veces alcanzar la Presidencia de los Estados Unidos, incluyendo una ocasión desde la cárcel, luego de que fuera apresado por cargos de fraude postal y conspiración. En Venezuela fue representado por mucho tiempo por Alejandro Peña Exclusa. (Hasta 1998. El propio Instituto Schiller da su versión del divorcio: «Como es bien conocido, Peña estuvo asociado con LaRouche hasta la primavera de 1998, cuando rompió con LaRouche como parte de su conversión a una locura religiosa extrema y su asociación abierta con líderes fascistas sinarquistas, incluyendo el asesino franquista español Blas Piñar. Los círculos de Piñar, ha explicado LaRouche, son los principales probables culpables involucrados en los atentados terroristas con bombas a las estaciones ferroviarias de Madrid del 11 de marzo de 2004»).
Como puede verse, no suena como muy confiable el tal LaRouche, a juzgar por el calibre y tremendismo de sus afirmaciones. La lectura de esta ficha, por otra parte, pone de manifiesto que difícilmente LaRouche ande propugnando un esquema militar en América del Sur que sea dirigido por el Comando Sur de los Estados Unidos. Estas cosas ponen en entredicho la credibilidad de lo denunciado por Torrealba, que mucha gente ahora envía por correo electrónico sin pararse a comprobar su veracidad. De hecho, en entrevista reciente (12 de noviembre de 2004), y en pregunta específica sobre el caso Chávez, LaRouche declaró tajantemente: «No creo, por ejemplo, que es asunto de los Estados Unidos meterse a orquestar un cambio de régimen en países por la fuerza militar. Ésa es una política equivocada». En la misma entrevista señaló sobre Fidel Castro: «¿Castro? Castro es, de nuevo… hablé acerca de Chávez. Castro es un tipo con el que debería reunirme y conversar… Si quisiéramos tener un arreglo con Cuba, un arreglo racional, y yo estuviera a cargo de lograrlo, te garantizo, yo podría obtener un arreglo decente… Y no tenemos nada de qué quejarnos al respecto, porque no tenemos una relación constructiva con él».
LEA
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El otro Lyndon
Las naciones de América Central y del Sur se forjaron en un molde cultural católico. En el mar de corrupción—nacional e importada—que hay en ésas y otras naciones del mundo, su viabilidad nacional depende de la influencia de la tradición agustina y de las doctrinas especiales de estadismo agustino definidas por el Concilio de Florencia en 1439.
En lo que ese legado agustino atañe a las cuestiones políticas más importantes de estas naciones en la gran crisis actual, la gestión política debe partir del ataque agustino a la práctica de la usura en tanto pecado mortal. El cardenal Joseph Ratzinger subrayó esta cuestión en el discurso que dirigió a un grupo de economistas católicos el 19 de noviembre de 1985, poco antes de iniciarse el Sínodo Extraordinario en Roma. El cardenal Ratzinger atacó por nombre a Adam Smith, Max Weber, el presidente norteamericano Theodore Roosevelt y a los Rockefeller, por tratar de imponer en Iberoamérica el dogma inmoral de Adam Smith, dogma que autoriza tanto la usura como el narcotráfico y que se basa en la afirmación de que a ningún hombre o gobierno se debe responsabilizar de las consecuencias previsiblemente malas de su gestión económica.
Ninguna persona moral puede discrepar de lo planteado por el cardenal Ratzinger en esa ocasión. Pero el cardenal no intentó definir un cuerpo de ciencia económica para sustituir los dogmas monetaristas de Smith, Jeremy Bentham, James Mill, Alfred Marshall y John M. Keynes. No es cosa de censurarle al cardenal Ratzinger el que no sea economista profesional o que haya omitido recomendaciones específicas en la materia. La verdad es que el cardenal obró muy acertadamente al dejarle a los economistas, movidos por el aguijón de la conciencia, la tarea de definir pautas económicas acordes con los principios de la moral, que pudieran reemplazar el dogma perverso del «libre cambio». La tarea nos toca, por tanto, a quienes somos especialistas en este aspecto del arte de gobernar.
La dificultad práctica es que todas las doctrinas económicas que se enseñan y se estudian en las principales universidades de Europa occidental, los Estados Unidos e Iberoamérica son variedades del dogma monetarista, inmoral por definición. No es que no haya existido una ciencia bien elaborada como alternativa al monetarismo. La oposición tradicional al dogma de Adam Smith fue el sistema de economía política adoptado por el gobierno de George Washington, primer presidente de los Estados Unidos, y al cual bautizó «Sistema Americano» el secretario de Hacienda Alexander Hamilton. Ese Sistema Americano antibritánico fue la cuestión política decisiva de la Revolución Americana de 1775-1783, y siguió orientando la política de whigs estadounidenses como Henry Clay, los dos Carey y Abraham Lincoln, amigo de Benito Juárez, en la primera mitad del siglo XIX.
Friedrich List difundió el Sistema Americano en la vida práctica de las naciones europeas, y el mismo sistema fue hegemónico entre los patriotas de México, Argentina y otras repúblicas iberoamericanas en varios momentos del siglo pasado. En realidad, la práctica del peronismo concuerda con los principios del Sistema Americano de Hamilton. El problema ha sido que, desde que el rentismo financiero internacional se apoderó de la moneda, el crédito nacional y la deuda pública de los Estados Unidos a fines de la década de 1870, mediante la traidora Ley de Reanudación del Metálico, se erradicó de las universidades la enseñanza del Sistema Americano, y se excluyó al mismo de la conducción del gobierno estadounidense.
La dificultad es que apenas unos poquísimos economistas profesionales tienen algo de competencia en economía. Lo que llaman «economía» no tiene nada de economía: es pura teoría monetaria rentista financiera; puro monetarismo.
Aunque en algunos de los estados más importantes de Iberoamérica hay sectores de la población que gozan de un nivel de subsistencia material equivalente al europeo o al estadounidense, la mayoría de la población de esas naciones es desesperadamente pobre, y permanece pobre por las prácticas de saqueo de las naciones industrializadas y de las autoridades monetarias supranacionales. Por eso, cualquier gobierno o partido político de Iberoamérica que sea patriota, y no mero cipayo de intereses rentistas financieros, que se consagre al bienestar de la nación y a mejorar la condición de todos sus ciudadanos, no sólo se encuentra en conflicto irreconciliable con los dogmas monetaristas de Adam Smith, sino que descubre que la mayor parte de los economistas profesionales, en el mejor de los casos, son agentes inconscientes de los intereses peculiares de fuerzas rentistas financieras foráneas que saquean a la nación y a la región. Para ser patriota de una república iberoamericana, un economista profesional debe empezar por repudiar la mayor parte de lo que le valió su título universitario.
Ese predicamento de los economistas profesionales ha ocasionado que muchos de ellos caigan en la creencia de que, para ser patriota, hay que ser marxista. Dado que la mayoría no conoce la historia de la economía política, ni conoce el Sistema Americano, con bastante facilidad cae en el engaño de que, o se es apologista de intereses financieros foráneos (monetarista), o se es marxista.
Los patriotas que rechazan tanto al monetarismo como al marxismo han producido medidas excelentes y han hecho propuestas de reforma económica muy competentes; sin embargo, salvo raras excepciones, esos patriotas carecen de un cuerpo coherente de ciencia económica. Dado que no conocen la ciencia económica, las propuestas de esos patriotas toman la forma de un conjunto de reformas fragmentarias para desarrollar toda la economía; carecen de una teoría general efectiva del desarrollo económico. Los enemigos de las repúblicas explotan esa situación atacando por los flancos la política de los patriotas, forzando concesiones, frecuentemente calificadas de compromisos, en terrenos que los patriotas están mal preparados para analizar.
En tanto patriota de los Estados Unidos en la tradición de Franklin, John Quincy Adams y Abraham Lincoln, uno de mis principales propósitos ha sido fundar entre las repúblicas de las Américas una comunidad de principios genuina y equitativa.
Los republicanos de las Américas estamos cortados por la misma tijera. Fundamos nuestras repúblicas según los principios agustinos del arte del buen gobierno que se introdujeron en episodios del Renacimiento Dorado como el Concilio de Florencia de 1439. Aunque representábamos redes republicanas europeas a las que estuvimos estrechamente ligados durante los siglos XVIII y XIX, Europa aún no se desembarazaba de las instituciones de la aristocracia feudal y la nobleza rentista financiera de Venecia. Procuramos fundar una nueva clase de república, basada en la igualdad de las almas individuales bajo la ley natural agustina, en la cual no se permitiera distinción alguna de privilegio, salvo las del mérito moral y el servicio a la humanidad. Esto lo sostuvo el secretario de Estado John Quincy Adams al argumentar por que los Estados Unidos promulgasen de modo unilateral la Doctrina Monroe de 1823. El gobierno de los Estados Unidos, con el apoyo de dos ex presidentes, Jefferson y Madison, rechazó cualquier acuerdo con Inglaterra, porque, como lo subrayó Adams, nosotros y las nuevas repúblicas de la América española no tenemos con Inglaterra —consagrada a los perversos dogmas colonialistas del patrón de Adam Smith, la Compañía de las Indias Orientales británica— ninguna comunidad de principios morales o de derecho.
Desafortunadamente surgió en los Estados Unidos una poderosa facción cuya gran riqueza y poderío se originaron en su asociación con la Compañía de las Indias Orientales británica en el tráfico del opio en China. Esa facción se compone de familias, en particular de Nueva Inglaterra y los alrededores de la ciudad de Nueva York, que fueron tories probritánicos durante y después de la Revolución Americana, y que dominan hoy en Harvard y otras universidades aristocráticas de los Estados Unidos; son la autodenominada clase «patricia» del eastern establishment liberal. Dichas familias «patricias» han sido siempre resueltos adversarios de las repúblicas de la América española en los Estados Unidos. Con la llegada de Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson a la presidencia estadounidense, la política del establishment liberal en contra de Iberoamérica se convirtió en parte integral de la política exterior de los Estados Unidos.
Así como Abraham Lincoln, cuando era representante federal por Illinois, atacó la complicidad del agente de influencia británica James Polk con el duque de Wellington para hundir a México y los Estados Unidos en la guerra, así me opuse yo a que mi gobierno violase su propia ley con el apoyo que dio el gobierno de Reagan a Inglaterra en la guerra de las Malvinas. Aunque alguna vez he ayudado a los británicos, cuando resulta que tienen razón o cuando el entretejimiento de los intereses estadounidenses y británicos lo demanda, el que los Estados Unidos tolerasen las acciones militares británicas contra Argentina iba en contra de los intereses estratégicos más fundamentales a los Estados Unidos, así como de sus compromisos morales. De por sí está mal que los Estados Unidos se hagan cómplices de injusticias en contra de nuestros amigos del hemisferio; pero dejar que potencias extrahemisféricas hagan la guerra en el hemisferio viola tratados solemnes de los Estados Unidos y traiciona sus intereses estratégicos vitales.
La oportunidad que representa Iberoamérica para los Estados Unidos no debe concebirse catalogando a esas naciones, ni por asomo, como colonias o satrapías de los Estados Unidos, que fue como definieron su existencia Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson. Hoy día, Iberoamérica representa unos 400 millones de almas. Dado que la cultura de estas naciones es producto de las más elevadas tradiciones agustinas europeas, la persona educada de cada uno de esos estados tiene una capacidad excepcional para asimilar eficientemente la ciencia y la tecnología más avanzadas. Los Estados Unidos no pueden más que beneficiarse de tener vecinos ricos y poderosos que compartan los mismos principios morales sobre los que se basó la Declaración de Independencia estadounidense. Es del interés vital de los Estados Unidos que todas y cada una de las repúblicas de este hemisferio sean totalmente soberanas, prósperas, política y socialmente seguras, así como estables en el autogobierno de sus asuntos. Con dichos estados, los Estados Unidos deben fundar y mantener una comunidad de principios inquebrantable, una obligación de asistencia mutua mucho más firme y fuerte que cualquier mera alianza militar.
Lyndon LaRouche
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