Es hora de abrir las cajas. Especialmente las cajas negras. Súmate ha dicho que el CNE es una. Pero mientras Súmate no se someta a una auditoría como la que exige sobre el Consejo Nacional Electoral, también será una caja negra. Mientras no explique con lujo de detalles cómo llega a los números que ha ofrecido, estos números habrán sido sacados de una caja negra.
Si esta publicación no explica cómo llega a su análisis aritmético de la abstención, que es el issue central (en términos de opinión y debate) de la elección que acaba de pasar, se comportará también como una caja negra. Emplearemos el «criterio RAND», que considera que el juicio de un panel de expertos sobre un problema del área que conocen, es preferible al juicio de un solo experto. (También sostiene que el juicio de un solo experto es preferible a cualquier modelo matemático). Así, convocaremos a cinco «expertos» para escucharlos y formarnos una idea acerca de la abstención y sus significados.
Estos cinco expertos son el CNE, la organización Ojo Electoral, Acción Democrática, Súmate y Alianza Popular. Probablemente sea un panel sesgado a favor de la oposición, pues no se incluye, por ejemplo, la opinión del MVR. (La matriz de opinión prevaleciente en la oposición sostendría que esta opinión es idéntica a la del CNE). En todo caso, este grupo de expertos representa una dispersión o banda de cuantía de la abstención con una extensión del orden de 18%. (Para ser exactos—usaremos aquí las primeras cifras ofrecidas por cada miembro del panel redondeadas al primer decimal—una banda de 18,3%. En términos gruesos, una diferencia de unos 20 puntos entre la estimación más baja y la más alta).
La más baja, por supuesto, es la del Consejo Nacional Electoral. Jorge Rodríguez situó la abstención en 69, 2%. A continuación viene la estimación de Ojo Electoral, que para cuatro municipios observados—es una organización pobre—encuentra 74,8%. Después está Acción Democrática, que propone 77%. De seguidas Súmate que certifica 78,1%, mientras cierra Alianza Popular con 87,5%. (Álvarez Paz dijo que entre 85% y 90%). Es la distancia Rodríguez-Álvarez la que recorre 18,3 puntos de discrepancia. Éstos marcan los extremos y, por tanto, ellos son los extremistas.
Esta distribución de opiniones del panel produce un promedio de 77,3% de abstención, muy cerca de la estimación de Acción Democrática y de la abstención en 2000, que fue de 76,2%. (Según aceptan tanto el CNE como Súmate). La diferencia entre esta última cifra y el promedio es de sólo 1,1 puntos. ¿Es esto un sonoro triunfo de los que llamaron explícitamente, como Alianza Popular, a la abstención, o de los que la indujeron, como Súmate? La misma Súmate postula un aumento de la abstención de solamente 1,9 puntos. ¿Es una ganancia de dos puntos sobre la cota del año 2000 un desempeño glorioso de quienes recomendaron abstenerse con vehemencia?
Es ilustrativo registrar la dispersión de las diferencias entre las estimaciones y la cifra de la abstención de cinco años atrás. Dos de los miembros del panel—CNE con 7 puntos y Ojo Electoral con 1,4—miden una disminución de la abstención. Los otros tres aducen un crecimiento de la abstención: AD con 0,8 puntos, Súmate con 1,9 y Alianza Popular con 11,3. El promedio de estas diferencias sugiere un aumento de la abstención, como dijimos, de 1,1 puntos.
Supongamos que este número sea representativo de la abstención real, y que en efecto un 1,1% de más electores que en 2000 se abstuvo de votar. ¿Debiera interpretarse que todo ese movimiento responde, como sugiere Súmate y asegura Alianza Popular, a un rechazo del Consejo Nacional Electoral y a una protesta ciudadana?
Abramos nuestra modesta caja negra, que incluye una íngrima experiencia de campo en Caraballeda, donde atendimos la invitación de Roberto Smith Perera a ver penúltimos esfuerzos de campaña de su movimiento «Vargas de Primera», en los que participó a pie en contactos «casa por casa». (La mayoría de los contactos se produjo en la calle. El propio Smith, que no era candidato, recibió un altísimo reconocimiento de los ciudadanos y ciudadanas contactados y una buena mayoría de aceptación—un número muy significativo le dijo «voté por ti» (para gobernador en octubre de 2004)—con mínimo o ausente rechazo. Hasta caravanas de movimientos contendientes le saludaban y aun le expresaban su apoyo. Pudo pararse sin problemas a conversar con una de los dos encargados presentes del MVR en la sede de este partido en la Calle Real de Caraballeda, donde estuvo de acuerdo con ella, quien decía sin miramientos que debía revocarse el mandato del gobernador Antonio Rodríguez, quien fuera precisamente candidato del chavismo).
Pues bien, en una cincuentena o más de conversaciones durante unas tres horas, sólo dos veces emergió la postura de abstencionismo por desconfianza hacia el Consejo Nacional Electoral. Era más marcada una desconfianza general ante los políticos.
Naturalmente, tales peripecias conforman un registro mucho más exiguo que el sondeo muy limitado de Ojo Electoral. No se pretende argumentar que ese hallazgo es representativo de los electores en general.
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Y todas las elaboraciones anteriores son más un divertimento que una reflexión científica, por más pedagógicas o heurísticas (propias de la invención o el descubrimiento) que puedan ser, por más que puedan servir para pensar. Porque hay dos hechos políticos de mucha mayor monta en las elecciones del domingo pasado: que el gobierno volvió a dar una paliza a la oposición, una mayor paliza que en octubre de 2004 (con excepción de los municipios vaticanos de Chacao y Baruta y unos pocos puntos más); que el sistema electoral, cuadernos electrónicos incluidos en virtud de los precedentes de Cojedes y Nueva Esparta, ha sido plenamente instalado, como destaca un apreciadísimo amigo de esta publicación.
Este último hecho es determinante para las venideras elecciones de diciembre, cuando ya no se trata de elegir unos concejales que pudieran afirmar o fastidiar las incumbencias de los alcaldes en ejercicio, sino una Asamblea Nacional que pudiera ser entubada con facilidad hasta para modificaciones constitucionales.
Luego, por supuesto, late en el trasfondo la elección todavía más importante en 2006. En este campo se contaba hasta el domingo con la solitaria postulación de Julio Borges, que no parece haber calado mucho que se diga. El día de las elecciones de concejales y juntas parroquiales fue el escogido por El Nacional para publicar la comentada entrevista a Teodoro Petkoff, en la que el veterano político confía que está considerando emprender, por tercera vez, una campaña por la Presidencia de la República. (Que tendrá que ser, hasta nuevo aviso, la «bolivariana» de Venezuela). Petkoff ha venido haciendo, desde el año pasado, un trabajo de identificación y coordinación en el interior del país, con el criterio de reunir a quienes quedaron de segundos en las elecciones regionales del año pasado, y desde su tribuna periodística una campaña de oposición muy centrada en la ineficacia, la ineptitud y la inconsistencia del gobierno.
La cosa, pues, a pesar de la abstención, se está moviendo. Algunos de los partidos y movimientos participantes hablan de una lección por la unidad, implicada en los resultados electorales del domingo 7 de agosto. Esta unidad, sin embargo, no puede ser la confederación de esas asociaciones, pues difícilmente la coincidencia babélica de quienes no convencieron puede confeccionar un proyecto convincente.
Ya hay voces que reclaman unas elecciones primarias para identificar un único abanderado anti Chávez. Pero más importante o anterior es una licitación política. Quienes aspiren, como Borges o Petkoff, a suceder a Chávez en 2007, quedan obligados a entrar en una licitación política, en la que postulen con claridad y concreción suficientes qué harían encaramados en la silla de Miraflores.
Mientras estas cosas de fondo ocurren, proseguirá un debate menos trascendente por la verdad acerca de la abstención, en términos muy parecidos a los cauces de opinión que determinara el referendo revocatorio del 15 de agosto de 2004.
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