El lunes de esta semana se cumplió un año de la celebración del referendo revocatorio presidencial que, como todos sabemos, dejó ileso en el poder a Hugo Chávez Frías. Después de un año de acusaciones de fraude que habría sido cometido por el Consejo Nacional Electoral, y a pesar de que nadie menos que Alejandro Plaz, el directivo de Súmate, debió admitir recientemente (reseñado en el número 149 de esta publicación) que no se había podido probar que lo hubo, en más de una cabeza opinadora del país está mineralizada la explicación dolosa.
Por ejemplo, para conmemorar la fecha, el periodista Leopoldo Castillo invitó a su programa «Aló ciudadano» a Gustavo Tarre Briceño, muy destacado y capaz dirigente copeyano. Tarre ofreció un solo argumento para probar que se había cometido un fraude monumental hacía justamente un año, el que presentó como definitivo e irrefutable. Que si él hubiera estado en el lugar de Chávez y hubiera verdaderamente ganado el referendo, habría permitido el conteo manual y transparente de todas las boletas de votación, para que no hubiera dudas acerca de su triunfo. Por tanto, como Chávez no lo permitió, hubo fraude.
El argumento en cuestión es verdaderamente flojo. Uno de los errores más generalizados en la consideración de lo político es el de proyectar sobre otros, a veces sobre enormes conjuntos sociales, nuestra propia lectura de las cosas, nuestros deseos, y atribuimos a los demás con frecuencia estados de conciencia que son sólo propios de nosotros. A esto no escapan, a veces, los más sofisticados analistas y las más capaces cancillerías. Un caso clásico es el de Israel poco antes de la guerra del Yom Kippur. Los israelitas fueron tomados completamente por sorpresa, por cuanto pensaban, correctamente, que los árabes perderían en el terreno militar, como en efecto ocurrió. ¿Cuál fue entonces la equivocación? Que como los israelíes jamás habrían ido a una guerra que perderían militarmente creyeron que asimismo razonarían y decidirían sus enemigos y por consiguiente no serían atacados. Y la verdad fue que el mind-set cultural de los árabes permitía ir a una guerra para perderla deliberadamente… para así obtener ventaja en el terreno diplomático, que también fue lo que ocurrió.
No tiene, pues, nada que ver lo que habría hecho Gustavo Tarre en el lugar de Hugo Chávez. Éste deliberadamente calculó, con acierto, que la prédica del fraude equivalía a que la oposición se diera un tiro en el pie, que la desmoralización causada por la hipótesis fraudulenta provocaría un aumento de la propensión a abstenerse, como ocurrió mes y medio después en las elecciones regionales del 31 de octubre, y como acaba de ocurrir en las municipales del 7 de agosto próximo pasado. Por tal razón estaba en su interés que la interpretación fraudulenta del referendo revocatorio cundiera entre las filas de la oposición. Le era funcional que creyéramos que había habido trampa.
El domingo 15 de agosto de 2004 hubo más personas que rechazaron la revocación que las que la exigían. Eso lo saben todos los encuestadores serios del país. Eso lo saben, y lo sabían antes del 15 de agosto, los dirigentes de la Coordinadora Democrática, pues habían recibido justamente las advertencias de esos encuestadores. Este conocimiento les hace terriblemente culpables, porque luego vocearon la tesis del fraude como racionalización salvadora de su incompetencia, y con eso alimentaron la marcada propensión a abstenerse en las elecciones del 31 de octubre, que facilitó las cosas a la casi caída y mesa limpia del gobierno.
Nada de lo que fue argumentado a posteriori por las más calificadas voces de la Coordinadora puede ocultar el hecho de que hasta cuarenta y ocho horas antes del referendo revocatorio la prédica de esa cúpula era la siguiente: ciudadano, vaya usted a votar, porque el fraude es imposible, el proceso está blindado, está garantizado por la observación internacional que nos merece toda confianza, y las discrepancias detectables en el REP no pasan de 1%. (Esto último dicho por Súmate). Todos sabemos cómo fue que después alegaron que lo que era imposible había sucedido, que el asunto no estaba blindado después de todo, que la observación internacional había capitulado y se había vendido, etcétera.
Acá cabe ahora la siguiente importante salvedad. El 15 de agosto hubo más «Noes» que «Síes», pero el acto revocatorio como tal estuvo precedido de abusos y ventajismos gubernamentales de toda clase, de descarado populismo sobornador, de amedrentamiento, de impedimento, factores todos que hicieron ineludible la derrota de una oposición liderada desde una perspectiva estratégica equivocada, inepta. Ese liderazgo, incapaz de resolver los problemas de fondo en la opinión nacional, dilapidó el enorme capital político que hasta fines de 2003 se expresaba en una clara mayoría a favor de la salida del actual presidente, mientras dejaba que el gobierno le impusiera las más desventajosas condiciones. Fue esa dirigencia la que desestimó la potencia de la valiente sentencia de la Sala Electoral Accidental del TSJ sobre las «planillas de caligrafía similar», por aquello de que había que pasar «por una rendija».
Y también cabe anotar lo siguiente: esa dirigencia no podía sorprenderse de esos abusos y de ese ventajismo, pues el carácter del reo siempre fue ampliamente conocido. El líder de la revolución comenzó con su criminal abuso del 4 de febrero de 1992. Jamás ha admitido que su alzamiento tuviera ese carácter. Por lo contrario, lo ha glorificado siempre. A las cuarenta y ocho horas de su toma de posesión en 1999 presidió un desfile celebratorio de su asonada en Los Próceres. El primer decreto (Número 3, del 2 de febrero de 1999) para la convocatoria de un referendo consultivo sobre la elección de una constituyente estuvo redactado en términos absolutamente autocráticos, al punto de que el gobierno se vio obligado a anularlo y producir una segunda versión más atemperada. Chávez ha expuesto sus propósitos y sus peculiares interpretaciones con la mayor claridad y hasta la náusea. Desde siempre.
El liderazgo político que permitió la emergencia y la entronización del chavoma siempre fue practicante de un protocolo de Realpolitik, cultor de la idea de que el oficio de la política es la búsqueda del poder mientras se impide al oponente su consecución. (Letra chiquita: por todos los medios al alcance). Dentro de una cierta urbanidad, dentro de un cierto disimulo y un escrúpulo no totalmente desaparecido, quienes condujeron nuestras instituciones públicas hasta 1998 siempre entendieron de ese modo su profesión. Y entonces Chávez vino para mostrar que no había nadie que, como él, llevaría esa idea de Realpolitik hasta sus últimas consecuencias, y que no respetaría ninguna regla de urbanidad y buenas costumbres que fuesen las acostumbradas y convencionales en la transacción política. Debió estar claro desde hace mucho que Chávez no sería business as usual. Mucho más en el caso de los dirigentes opositores, que aceptaron la ruta del revocatorio propuesta por el mismo gobierno en la fenecida Mesa de Negociación y Acuerdos, a pesar de que el abuso y el ventajismo eran evidentes y de dominio público.
Esta publicación lamenta que una cabeza tan bien puesta como la de Gustavo Tarre Briceño razone como lo hizo el lunes pasado en «Aló ciudadano», y no le augura ningún éxito al anunciado «informe definitivo» de Enrique Mendoza sobre el asunto, con el que asegura que probará lo que Súmate no pudo probar, según admisión de Alejandro Plaz. En el programa mencionado Leopoldo Castillo añadió un argumento a la tesis de Tarre: que las famosas exit polls—»Que no pelan en ninguna parte del mundo»—demostraron que el «Sí» había ganado el referendo revocatorio. Pero todavía Súmate mantiene en su página web aquel reporte de los profesores Hausmann y Rigobón, con el que pretendió probar un fraude que ahora dice que no se ha probado. Y fue el mismo profesor Rigobón quien declarara a El Universal poco después de la presentación de su informe (26 de septiembre de 2004), lo siguiente: «Hay dos piezas de evidencia en lo que nosotros mostramos. Uno depende de los exit polls. Pero estos, como tal, pueden estar muy sesgados. Y eso ocurre en todos los países del mundo. Los exit polls no deberían ser tomados tan en serio como lo hacemos en Venezuela, porque son una porquería en todos los países».
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