LEA, por favor
El Instituto para el Desarrollo Económico y Social (IDES)—fundado por el gran constructor institucional que fuera Arístides Calvani—hizo su presentación en sociedad con el Simposio Desarrollo y Promoción del Hombre, escenificado en el auditorio y los salones colindantes del Colegio de Ingenieros de Venezuela entre el 13 y el 17 de julio de 1964. A este insólito evento acudieron luminarias de las ciencias sociales y del desarrollo, como el economista Kenneth Boulding, el demógrafo Alfred Sauvy, el filósofo Jean Yves Calvez, el experto en educación Frederick Harbison y la indudable estrella del simposio, Louis-Joseph Lebret. (Los venezolanos Eloy Anzola Montaubán, Roberto Álamo Bartolomé y Arístides Calvani fueron conferencistas. Héctor Mujica participó a cuatro manos en un elegante debate con Jean Yves Calvez).
El padre Lebret, dominico nacido en Bretaña, fue una figura que dominó con su obra escrita, su función magisterial y su liderazgo institucional, la teoría del desarrollo hasta mediados de la década de los años sesenta (falleció en 1966, dos años después de su visita a Venezuela), al punto de que se considera que su pensamiento fue la fuente más fundamental de la encíclica Populorum progressio, del papa Paulo VI.
Lebret no sólo dictó la conferencia inaugural del simposio del IDES (El Desarrollo en Función de los Valores Humanos), sino que inspiró a cada una de las mesas de trabajo, pues animó personalmente con su incansable presencia a cada una, y también tuvo a su cargo la exposición sintética de cierre. Esta Ficha Semanal #62 de doctorpolítico está integrada por las primeras tres secciones de su disertación de apertura.
El lenguaje de Lebret es conciso, sin adornos, proferido con seguridad, pertinente. Los venezolanos debiéramos considerarlo asimismo profético. De los fragmentos publicados en esta ficha examinemos, por ejemplo, estos dos botones de muestra, traídos por el padre Lebret hace 41 años: el primero, «El crecimiento puede ser una máscara, extremadamente peligrosa, que puede cubrir con optimismo la verdadera realidad, y que si es estudiada por los dirigentes de un país, puede explicarles cómo inconscientemente estaban creando en su interior las condiciones de la revolución del mañana». El segundo: «Las diferencias creadas por la revolución industrial fueron las condiciones para la aparición de los socialismos. ¿Qué se puede esperar, entonces, de la revolución del siglo venidero, fomentada por diferencias que ya llegan al plano internacional?»
Es un dicho común en Francia que sólo hay algo más inconmovible que la fe de un bretón, y eso sería la fe de una bretona. El dominico bretón y economista Louis-Joseph Lebret puso su fe en todas sus obras. En 1941 fundó el influyente grupo Economía y Humanismo, y en 1958 el Instituto de Investigación, Formación y Desarrollo, IRFED. (Institut de Recherche, de Formation et de Développement). Desde allí ofreció al mundo su célebre definición del desarrollo auténtico: «…la serie coordinada de pasos, para una población determinada, y para las fracciones de población que la componen, de una fase menos humana a una fase más humana, al ritmo más rápido posible y al costo menos elevado posible, manteniendo la solidaridad entre las poblaciones y subpoblaciones».
En las palabras citadas aquí Lebret habla, sin duda, como economista. Pero también habla, obviamente, como sacerdote. Cuando habla un sacerdote que ha logrado la profundidad, habla también un filósofo, y no ha habido ni antes ni después de Lebret, un mejor filósofo del desarrollo.
LEA
……
Profeta del desarrollo
I. LA NECESIDAD E HISTORIA DE LOS MITOS MODERNOS
La humanidad necesita de mitos—en el sentido soreliano—necesita de una idea motriz, que infundiendo de esperanzas a la mayor parte de la población, la induzca a ponerse en marcha.
Desde los comienzos de la era industrial hasta nuestros días aparecieron varios mitos, hasta llegar a este nuevo mito, que tanto los organizadores de este Simposio, como el grupo de Economía y Humanismo han denominado Desarrollo Auténtico.
El primer mito que hizo su aparición fue el de la riqueza. Esta visión optimista suponía que al aumentar la producción por medio de la industrialización, los frutos de esa transformación se repartirían para el mayor bienestar común. Esta repartición se llevaría a cabo sin la intervención directa del hombre.
La promoción humana se realizaría como una consecuencia de la aplicación de la ciencia y la técnica a dicha transformación. De esta manera, la producción se convertía en el objetivo de las actividades humanas.
El progreso fue el segundo mito en entrar en escena, el cual tuvo éxito considerable en Latinoamérica. Si la riqueza es un valor innegable, el progreso apareció como un valor decisivo, determinante, más rico en contenido.
En su comienzo, la teoría de progreso apareció simplemente como el equivalente del progreso científico y técnico. Por medio de esta avanzada científica y técnica se esperaba eliminar las supersticiones, dentro de las cuales estaban incluidos, en gran parte, los valores religiosos. Eso trajo como consecuencia una esterilización de la ideología del progreso.
El progreso moral pasó a un segundo plano, mientras se hacía hincapié en la producción, en el conocimiento, en la instrucción.
Si bien la visión de progreso fue en sus comienzos demasiado limitada, paulatinamente fue atrayendo hacia sí una serie de conceptos que hoy en día nos parecen indispensables, como son: la utilización del espacio, el urbanismo racional, el progreso regional, el progreso social obrero y el progreso administrativo y político.
En esta nueva etapa, producida por una superación de la ciencia económica, apareció el concepto de crecimiento. (Lord Keynes).
El crecimiento atrajo la atención sobre los valores globales. Fue producto de la teoría de la evaluación y nos permitió alejarnos del marginalismo. Se requería elevar el producto total nacional, y ello conllevaba la idea de máxima productividad, tanto de la mano de obra como del capital.
Dentro de esta perspectiva, lo esencial reside en el aumento de cifras globales, que divididas por el número de habitantes, permite comparaciones entre países, bastante útiles aun cuando los cálculos del producto y de la renta nacional no sean exactamente comparables.
Esta voluntad de crecimiento ha creado una nueva ley, la ley que rigió el comienzo del capitalismo liberal.
La productividad, desde esta perspectiva, se ha convertido en una necesidad absoluta. El hombre se ha visto, y se ve hoy en día, involucrado con esta voluntad de maximización de la producción.
II. LAS CONSECUENCIAS HUMANAS DEL CRECIMIENTO
Veamos las consecuencias humanas. No podemos negar el valor del crecimiento, pero tampoco debemos dejarnos impresionar por las cifras globales o su reducción a la escala «per cápita».
Puede ser, en efecto, que el aumento del ingreso global se distribuya muy desigualmente en el interior de un país.
Conozco un país que en diez años ha aumentado en 100 dólares su ingreso per cápita. Pero de esto se beneficia grandemente sólo el 4,5% de la población, mientras que la clase media naciente (15%) se beneficia menos, un estrato inferior (30%) está prácticamente estancado, y el 50 por ciento restante está en franca regresión.
Por tanto, es peligroso atenerse solamente a las cifras globales o a su reducción a los habitantes. Debe estudiarse la estructura de la distribución.
El crecimiento puede ser una máscara, extremadamente peligrosa, que puede cubrir con optimismo la verdadera realidad, y que si es estudiada por los dirigentes de un país, puede explicarles cómo inconscientemente estaban creando en su interior las condiciones de la revolución del mañana.
Se puede decir que el mito del crecimiento es un perfeccionamiento del mito de la riqueza, pero permanece siempre en la misma línea de optimismo.
Lo grave del caso es que, al exprimir el crecimiento en cifras, lo que obtenemos es el valor resultante del crecimiento, sin distinción entre los bienes correspondientes. No averiguamos así si se han resuelto las necesidades auténticas, las necesidades esenciales, las necesidades de dignidad del conjunto de la población.
Para corregir el mito del crecimiento, basado en la noción de la maximización, debe cambiarse hacia la noción de optimización. En vez de preocuparnos únicamente por la función de rentabilidad, debemos atender al factor humano. De esta forma el crecimiento se cambiará por el concepto de desarrollo.
Los resultados de la evolución del mundo en su conjunto no son, a decir verdad, muy satisfactorios.
El hombre que se ha beneficiado de esta transformación, se ha vuelto más libre en el sentido de que puede dominar mejor a la naturaleza. Reduce así su tasa de mortalidad, se hace más sano, se traslada más fácilmente por todo el mundo. En los países más privilegiados se encuentra, incluso, librado de la inseguridad.
Pero al mismo tiempo se transforma en un hombre encadenado. En una gran ciudad moderna estamos aprisionados por el ambiente, por la obligación de marchar a la derecha o marchar a la izquierda. Estamos aprisionados también por el ritmo de nuestra vida. No sólo en el taller o la oficina, sino en nuestra propia casa. El descanso se va haciendo imposible. A medida que aumenta la responsabilidad, disminuye el nivel humano de nuestra vida.
Tanto en los países desarrollados—por la adquisición fácil de los bienes—como en los subdesarrollados—por la evidencia de los bienes de otros—crece progresivamente el deseo. El deseo de crecimiento es una necesidad en crecimiento.
Esto también ha originado una limitación de la libertad, porque en la realidad el deseo de crecimiento es fomentado externamente y el hombre va siendo modelado por una propaganda, por un comportamiento de conjunto.
El hombre de los países desarrollados se va convirtiendo en un hombre cada vez más conformista, con lo que la libertad que había ganado se desvanece.
En primer lugar, la información que recibe no puede ser objetiva, y en segundo término, es tan grande y tan rápida la masa de datos e imágenes que recibe, que ni aun siendo un universitario es capaz de asimilarla, efectuar las decisiones correctas y formular los juicios adecuados.
El conocimiento del hombre aumenta en magnitud, pero progresivamente se aleja de los valores auténticos.
El crecimiento del conocimiento, llevándonos a la especialización, nos conduce al mismo tiempo a una reducción de la visión de conjunto. Cada vez somos más especialistas pero menos cultos.
La intensidad de las comunicaciones también nos hace conocer más personas, pero no nos permite profundizar. Y ya no tenemos la tranquilidad que puede dar la amistad.
A todas éstas, el Occidente ha cometido un gran error. Ciertamente, el Occidente ha marchado a la cabeza de esta transformación, pero ha fallado en pensar que es el monopolista de la civilización, de la perfección humana. Desecha así los valores de otras civilizaciones. Hemos establecido una fractura que divide al mundo, en dos mentalidades, dos historias, dos modos de reacción. Y el hombre occidental trata de imponer la racionalidad, la organización que es su fuerza, en cualquier lugar donde vaya.
III. UNA VISIÓN OPTIMISTA
Todo esto es la transformación de nuestra sociedad. Pero no quisiera que creyeran que estoy tratando de ser pesimista. No. Yo creo, por el contrario, que la humanidad de hoy es la más bella humanidad que ha existido. Es la primera vez en la historia que la aspiración de ser hombre, de valer y ser más, es una aspiración general.
El hombre de hoy en día no aceptará más el nivel infrahumano.
En cualquier continente, en cualquier región encontramos el conjunto de los hombres queriendo ser realmente humanos. Y esta aspiración nos coloca certeramente en nuestro problema de valores y de promoción del hombre.
Debemos, pues, siempre considerar ambos aspectos del problema; el progreso propiamente progresivo y el progreso regresivo. Y justamente he aquí que llegamos a la construcción de un nuevo mito que ha eclipsado los mitos de riqueza, progreso, crecimiento y expansión; el mito del desarrollo.
En el curso de la transformación del mundo, ha aparecido una toma de conciencia en los desposeídos, acerca de los bienes y valores que los más evolucionados poseen. Esto se ha visto incrementado porque cierto número de personas de los países subdesarrollados ha viajado y estudiado en los países del mundo desarrollado.
Las diferencias creadas por la revolución industrial fueron las condiciones para la aparición de los socialismos. ¿Qué se puede esperar, entonces, de la revolución del siglo venidero, fomentada por diferencias que ya llegan al plano internacional?
El problema es, pues, saber si la humanidad en su conjunto será capaz de realizar esta tarea que se llama desarrollo, no por una racionalidad artificial, sino por una racionalidad interna. El ser viviente crece porque tiene una ley de crecimiento en sí mismo, una ley de equilibrio, una ley de proporción, una ley de complementaridad viviente. Sea en un árbol, sea en un animal, siempre encontraremos un orden constructivo.
Louis-Joseph Lebret
intercambios