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El martes de la semana que viene se iniciará en Nueva York la Sexagésima Asamblea General de las Naciones Unidas. Esa ocasión ha elevado la preocupación por la posibilidad de un nuevo acto terrorista de la mano de al Quaeda en territorio norteamericano. Un informe de Stratfor (Strategic Forecasting) hace notar que las bombas londinenses fueron sincronizadas con la reunión del G-8 en Escocia, y que la momentánea debilidad de los Estados Unidos, a raíz del impacto del huracán de Nueva Orleáns, pudiera tentar a la organización terrorista. (Ciertos revolucionarios son capaces de agredir al más débil de los ancianos. Cuando la hambruna hacía presa de San Petersburgo en 1917, y la gobernabilidad había disminuido hasta niveles insólitos, León Trotsky consideró el momento perfecto para el golpe de Estado, y sentenció: «Será tan fácil como dar una patada a un paralítico»).

Pero ésta no es la única fuente de preocupación para la organización política cupular del planeta. Ayer admitió Kofi Annan su responsabilidad «gerencial» en el escándalo del programa de intercambio de petróleo por comida en Irak, luego de que un informe condenatorio de 847 páginas, dirigido por el ex jefe de la Reserva Federal de los Estados Unidos, Paul Volcker, fuera conocido por el Consejo de Seguridad de la ONU. (Annan tenía a Volcker sentado a su lado cuando dirigió su mea culpa a los actuales miembros del consejo). Volcker mismo declaró al mundo sin ambages en conferencia de prensa: «Nuestra misión era la de buscar mala administración en el programa de petróleo por comida y evidencias de corrupción dentro de la Organización de las Naciones Unidas y sus contratistas. Desafortunadamente hallamos ambas cosas».

No puede caber duda de que tan contundente dictamen detona una crisis de credibilidad que probablemente Annan no podrá detener. Es el «Watergate» de la ONU. Ya se han pronunciado voces—algunos líderes republicanos en los Estados Unidos—que exigen la renuncia del Secretario General, cuya posición estaba ya indirectamente debilitada por la entrada del proverbial elefante en una cristalería: John Bolton, el embajador designado por el presidente Bush—sin ratificación del Senado—que en el primer día de labores presentó un agresivo programa de reformas de la organización y ahora se apoya en el informe Volcker para fortalecer su argumentación. (El informe, no obstante, declara no haber encontrado pruebas de la influencia indebida de Annan en la concesión de un contrato a la firma suiza para la que su hijo Kojo trabajaba—Cotecna Inspection Services—aunque sí de presiones de éste sobre las instancias de la ONU que se ocupan de este tipo de decisiones).

Los jefes de Estado que se reunirán en Nueva York la semana que viene no podrán eludir el tema de la reforma de la cúpula sexagenaria—sobre el que el propio Secretario General había adelantado una propuesta anterior a la de Bolton—a menos que al Quaeda decida complicar más las cosas.

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