Casi todo el mundo intuye que hace falta un líder. Si uno hace caso, como yo lo hago, de los hallazgos de los encuestadores serios del país, hasta una proporción importante de chavistas preferiría que otra persona sucediera a Chávez al comienzo de 2007. Alfredo Keller obtiene—en focus groups—el siguiente retrato hablado del líder ideal: «…preferiblemente hombre de imagen fresca, casado, con hijos, proveniente de estratos sociales bajos, con sensibilidad social, economista de profesión o vinculado con la política, con capacidad para trabajar en equipo y relacionarse con ‘cualquier persona’, luchador social, demócrata, innovador, con demostrada capacidad para gerenciar y delegar funciones, motivador, agradable, respetuoso, que sea capaz de cumplir lo que dice y capaz de transmitir confianza y seguridad. Además, los venezolanos concluyen que su líder debe evitar parecer maleducado, grosero, distante del pueblo, egoísta, orgulloso, violento y excluyente social». (Eugenio Martínez, El Universal, 25 de septiembre de 2005). Entre los precandidatos opositores más significativos ¿hay quien se acerque suficientemente a ese desiderátum?
Teodoro Petkoff es probablemente la figura que se ve más fuerte en el trasfondo, y se da por seguro que importantes actores de la vida nacional le apoyarían, como algunos dueños de medios y algunos entre los prestigiosos dirigentes de aquel Grupo Roraima que emergiera al inicio del gobierno de Jaime Lusinchi. (En aquella oportunidad destacaban en él Luis Augusto Vegas Benedetti—cuyas oficinas del edificio Roraima dieron su nombre al grupo—Marcel Granier, Gustavo Roosen, Eduardo Quintero Núñez—estos dos últimos, a la sazón, los principales ejecutivos del Grupo Polar—Philippe Erard—que comandaba las empresas de Corimón—Carlos Bernárdez y otros).
En el mismo trabajo de Eugenio Martínez otras dimensiones distintas del arquetipo kelleriano entran en juego. Por ejemplo, se menciona lo hallado por Hinterlaces, la encuestadora dirigida por Oscar Schemel: «¿Teodoro Petkoff? Hinterlaces no cuantificó alternativas de liderazgo ni intención de voto. Sin embargo, los focus groups revelan que Teodoro Petkoff y Álvarez Paz sólo son percibidos como candidatos presidenciales en las clases A y B. Las clases C, D y E los asocian con gobiernos pasados y consideran que no son consecuentes en sus planteamientos».
Petkoff ha dicho que está pensando sobre su candidatura. Julio Borges ha dicho que es candidato. Francisco Monaldi, del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello, cree que la oposición se va a polarizar en apoyo a un candidato que puede ser Borges o Petkoff, a pesar de que falta una definición a este respecto, pero que en todo caso esa figura perdería con 40% de votos ante un 60% que a su juicio obtendría el presidente «incumbente». (Monaldi destaca el rango actual de la candidatura Borges: entre 12% y 25% en distintas encuestas). Como es el único candidato explícito, Borges es el único formalmente obligado a hacer ofertas al electorado. Mientras se completa una «definición ideológica» anunciada para Primero Justicia, Borges ha ofrecido su juventud y algunas ocurrencias esporádicas. Por ejemplo, terciando en el brollo marqueseño, ha sugerido ayer que se entregue a campesinos sin tierra parte de los terrenos de Fuerte Tiuna. Supongo que considera a esta ocurrencia ingeniosa y de gran pegada política, como aquella de Henrique Salas Roemer de exaltar el «caracazo» de 1989 hasta la misma liga de la caída del Muro de Berlín y los acontecimientos de la plaza de Tiananmén, pues lo consideraba más democrático que la efemérides chavista del 4 de febrero.
En cambio promete hacer ofertas—y dice que éste no es el momento para hablar de su candidatura—Roberto Smith en la presentación de su movimiento «Venezuela de Primera»: «Vamos a presentar soluciones a todos los problemas y nos proponemos resolverlos con eficacia y honestidad, a partir de la creación de ‘movimientos regionales de primera’ en cada estado venezolano». Una de sus promesas viene formulada en spanglish: «full empleo», al tiempo que indica que pretende llevar a Venezuela a la categoría de país del «primer mundo». Algunos de sus colaboradores creen que un tal «primerismo» vendría a ser una formulación ideológica de superior potencialidad comparada con el liberalismo y el socialismo. A pesar de que en algún momento pareció despegar el ensayo de una tendencia a entenderse como un tal «movimiento de movimientos»—idea no totalmente pasada de moda en ciertos círculos opositores y hasta cierto punto lograda en la extinta Coordinadora Democrática (un movimiento de movimientos u organizaciones, en lugar de un movimiento de ciudadanos, que tal vez es lo que se necesitaría)—ahora reincide al presentar la iniciativa como «una unión de organizaciones nacionales y regionales que comparten inquietudes políticas sociales y culturales, pero que mantienen su identidad y autonomía». (Vivian Castillo, El Universal, 28 de septiembre de 2005).
«Venezuela de Primera» ha postulado candidaturas propias a la Asamblea Nacional en Aragua, Barinas, Carabobo, Cojedes, Lara, Miranda, Táchira y Distrito Capital. En cambio, en Amazonas, Monagas, Nueva Esparta, Portuguesa y Vargas ha consentido en apoyar candidaturas de otras organizaciones. (Esencialmente las de la alianza partidista de AD, COPEI, Primero Justicia, MAS, Proyecto Venezuela, etcétera). Es interesante notar que se haya decidido tal cosa para el estado Vargas, por cuanto fue allí donde se iniciara Smith en actividad política con su candidatura a la gobernación en las elecciones del 30 de octubre de 2004, y Cipriano Heredia, Director General de «Venezuela de Primera», ha explicado que las candidaturas no unitarias de la organización se justificarían porque en el primer grupo de circunscripciones «la dirigencia regional del partido ha trabajado intensamente en esas entidades, entrando en contacto directo con el elector». Ergo, tal cosa no habría ocurrido en Vargas, lo que tal vez explica por qué «Vargas de Primera» no obtuvo allí ni un solo concejal en las elecciones municipales de este año.
Hace no mucho se aseguraba en chisme político publicado que Smith intentaría convencer a Petkoff de que declinara su candidatura.
Hasta los momentos, por tanto, parece haber tres candidatos al abanderamiento de la oposición, del nuevo «polo democrático» que se opondría al nuevo «polo patriótico» (en el que tal vez ya no estén los Tupamaros, Lina Ron y Walter Martínez): Petkoff, que ha sido dos veces candidato presidencial, y Borges y Smith, que se estrenan en estas lides. No se vislumbra un mecanismo de elecciones primarias para dirimir este liderazgo opositor, que tantos analistas nacionales e internacionales echaron en falta para la ocasión del referendo revocatorio. Hoy como entonces parece haber una prioridad: fajarse con las elecciones parlamentarias de diciembre; hoy como entonces pudiera ser que tuviera razón lo que advirtiera Robert C. Helander, Socio Administrador de InterConsult LLP, en un foro en Internet sobre Venezuela (19 de agosto de 2003): «Parece que la oposición no ha podido reunirse alrededor de un candidato viable que pudiera unirla contra Don Hugo. Hay un viejo adagio en política que dice que no se puede derrotar a alguien con nadie» (You can’t beat somebody with nobody). A pesar de que la batalla por la Asamblea Nacional—ya la oposición no habla de conquistar la mayoría, y estaría muy conforme con evitar que el gobierno controlara dos terceras partes de la misma, lo que le permitiría aprobar un proyecto de reforma constitucional—parece ser algo muy distinto de una candidatura presidencial, lo cierto es que la clientela opositora requiere para todo una cabeza, un líder principal, una contrafigura de Chávez.
Pero las guerras no son una única batalla, sino una serie de varias, y un error estratégico gravísimo es confundir alguna batalla, por más importante que sea, con la última o definitiva. Por más crucialidad que pueda tener el tema de la reforma constitucional en la Asamblea Nacional—que se teme declare de una vez el socialismo del siglo XXI y la RBSS (República Bolivariana Socialista Soviética)—convendría al liderazgo opositor pasearse por el siguiente hecho: ni una mera enmienda, ni tampoco una reforma constitucional, tendrían vigencia hasta que no lo estableciera así un referendo aprobatorio. (Artículos 341 y 344 de la Constitución). La instancia verdaderamente final y definitiva sería ese referendo, independientemente de la calificación mayoritaria que pudiera alcanzar el gobierno. La batalla crucial se daría, no en el Capitolio, sino en el terreno de los Electores. (De hecho, la actual mayoría gobiernista pudiera aprobar hoy por mayoría simple las enmiendas que le vinieran en gana. ¿Por qué una mayoría tan abusadora como la dirigida por Nicolás Maduro no se ha atrevido a intentar el camino asequible de las enmiendas?)
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Las precandidaturas mencionadas no están ni con mucho consolidadas. Pudiera imaginarse acuerdos posibles entre ellas. Por ejemplo, Borges y Smith pudieran proporcionar a Petkoff, el más sólido de la trinidad, el de mayor pegada y experiencia, maquinarias de alcance nacional de las que éste aparentemente carece, difiriendo sus aspiraciones, en virtud de su relativa juventud, para un más lejano 2012. Pero ninguna de las posibilidades parece haber excitado en demasía la imaginación de la tropa de oposición, al punto de que hace tan sólo una semana una hambrienta «sociedad civil» comenzaba a creer que Carlos Azpúrua, el líder de La Marqueseña, podría transmutar en «el líder de la oposición que hace falta». (Como en su momento, y en otro espasmo de impaciente esperanza, aquel coronel Soto de frustrada detención en la avenida Boyacá de Caracas, fue tenido por mesías durante unas cuantas horas).
En 1987, en trabajo titulado Sobre la posibilidad de una sorpresa política en Venezuela, registraba que Bohdan Hawrylyshyn decía en Road maps to the future lo siguiente: «En química, puede uno disolver más y más sólidos en una mezcla hasta que se alcanza el estado de saturación. Un solo cristal adicional puede entonces precipitar a todos los sólidos fuera de la solución. La historia reciente muestra que los eventos pueden ser precipitados en una forma análoga en sociedades en las que se acumulan demasiadas tensiones. Lo que se requiere entonces es sólo un catalizador. En Portugal puede haber sido un libro publicado por un general. En Irán, que también tenía un ejército fuerte y una implacable organización de seguridad interna, fue la voz de Khomeini, oída directamente (como del cielo) en cassettes de audio. En Polonia, el Papa, durante su reciente visita, pudo haber desencadenado casi cualquier conjunto de eventos según su escogencia».
Y entonces hacía la siguiente afirmación: «Es nuestra impresión que la situación actual de la política venezolana corresponde a la situación de saturación descrita anteriormente en los términos de Hawrylyshyn. Por esta razón pensamos que ninguno de los nombrados en esta lista tiene la potencialidad de ser el ‘catalizador’ que cristalice, o mejor, canalice a su favor las tensiones. La gran mayoría de ellos han tenido ya exposición pública suficiente, por lo que, si hubiera sido percibido alguno como el líder buscado, hace tiempo ya que se hubiera producido la estampida y hace tiempo ya que esto se hubiera manifestado en los registros de opinión pública».
La estructura del problema sigue siendo la misma de hace dieciocho años. En orden decreciente, Petkoff, Borges y Smith han recibido mucha exposición. Sólo el último de este trío pudiera pretender en algo la condición de «outsider». («Preferiblemente hombre de imagen fresca», según la formulación que Alfredo Keller tamizara de sus focus groups). Habrá que ver si es capaz de convertirse en un verdadero candidato de primera.
Pero otro futuro posible es que ninguno quisiera posponer sus aspiraciones, y entonces el gobierno se divertiría mucho: «Divide y vencerás». Chávez y Rangel deben haber conversado bastante sobre la conveniencia de aupar—y hasta financiar—al menos una de estas candidaturas contra otra.
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