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No hace mucho tiempo desde que Per Bak y su grupo de colaboradores del Centro de Investigaciones Thomas Watson de IBM registrara lo que pasaba en un modelo a escala de avalanchas orográficas. Con un aparato tan sensible que era capaz de hacer caer arena grano por grano sobre una superficie circular, observaban la formación de colinas con una determinada «pendiente crítica», a partir de la cual la caída de un solo grano de arena podía provocar avalanchas. Largos períodos de observación documentaron la regularidad de una distribución con sentido intuitivamente previsible: que una secuencia larga de granos de arena cayendo sobre la colina genera un buen número de pequeños aludes; que en menor medida ocurren aludes de mediano tamaño; que son posibles avalanchas de gran talla, aunque muy poco frecuentes. Y, dicho sea de paso, que no se observa hasta ahora ninguna avalancha que desmorone la colina íntegra.

Los grupos humanos, como los ríos y las montañas, como la población de huracanes y la de terremotos, también son asiento de episodios caóticos de pequeña, mediana y gran magnitud. Y también pueden ser expuestos a tensiones que agraven la intensidad de esos episodios. Si a un estadio en Ghana se le cierran las puertas mientras se suscita en él un arranque de desorden, y si al enjambre de espectadores se le acomete con gases lacrimógenos y ruido de explosiones, hay que contar conque el resultado no será una trifulca entre una media docena de fanáticos, sino una estampida con saldo de centenares de muertos y heridos. Si al estado Vargas se le cierran sus puertas, luego de seis años de desidia ante su tragedia, no debiera sorprendernos que explotara en expresión de ira desesperada.

Cuando los precios del petróleo subieron hacia el tercer trimestre del año 2000, una protesta de camioneros franceses prendió la mecha de una eclosión que se extendió por España, los Países Bajos, Italia, Nueva Zelanda y pare de contar. (Por cierto, no era una protesta contra la OPEP, sino como esta misma organización advirtiera, contra el nivel impositivo que los gobiernos de países consumidores aplican al gasto de energía). Los enjambres humanos, que a diferencia de las piedras y las arenas cuentan con un creciente grado de intercomunicación, están gradualmente adquiriendo la capacidad de catastrofizar a escala transnacional. No es solamente el comercio lo que se globaliza: también el alcance de la conflictividad social. No está lejos el día de un 27F a escala subcontinental o intercontinental. Mientras llega el día de ese evento nostradámico, cuidado con nuestra propia explosividad.

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