Fichero

LEA, por favor

En octubre de 1992, recordaremos, se celebraba el quinto centenario del Descubrimiento de América. Una década antes Arturo Úslar Pietri advertía en Santa Cruz de Tenerife: «Faltan pocos años para 1992. Ese año celebraremos el Quinto Centenario del Descubrimiento de América. ¿Cómo lo vamos a celebrar? ¿Con los discursos tradicionales, con los desfiles que hemos hecho siempre, con un gran jolgorio, llenándonos la boca con las glorias pasadas?» En lugar de eso Úslar invitaba a celebrarlo «quietamente, sólidamente, orgullosamente diciendo: a los quinientos años del Descubrimiento hemos creado una nueva circunstancia mundial, nos hemos puesto de acuerdo y desde ahora, en las grandes familias de pueblos, al mismo nivel de la familia anglosajona, de la eslava o de la asiática, está la familia de los pueblos ibéricos y está desempeñando un papel de primer orden».

Tal cosa no fue posible para los venezolanos. Ése fue el mismo año escogido por los conjurados de febrero y de noviembre para intentar un violento y abusivo golpe para tomar el poder. Nos aguaron la fiesta, pues.

Y es en ese mismo octubre de 1992 que Gerard Piel (1915-2004), antiguo Presidente de la Asociación Norteamericana para el Avance de la Ciencia (AAAS) y por entonces Editor Emérito de Scientific American, escribió para esta revista un breve ensayo sobre lo que se llamó la Agenda 21: una enumeración de tareas a ejecutar por las naciones miembros de la ONU, a fin de asegurar un desarrollo sustentable para el mundo en el nuevo siglo que se avecinaba.

La Ficha Semanal #82 de doctorpolítico presenta una traducción del texto de Piel, que preservando la urbanidad y la elegancia que tendrían que caracterizar a las personas civilizadas, es no obstante una implacable denuncia y una clara exigencia, dirigida sobre todo esta última a los países desarrollados. Es un ejemplo clarísimo de cómo la más exigente postura política no tiene por qué estar acompañada de la procacidad o la patanería.

El mismo Piel, en un coloquio organizado por la AAAS sobre el tema «Sociedad y Ciencia» entre 1997 y 1998—el año que vería la llegada de un antiguo golpista al poder en Venezuela—enumeraba así los «principales problemas confrontados por la sociedad»:

1. Una disparidad creciente en la distribución de la riqueza y el ingreso, exacerbada en este país por razones raciales, invita al desorden social y amenaza las instituciones de autogobierno en las economías principales de Occidente; 2. Una autoridad debilitada de los gobiernos de esas economías—por ejemplo, su total pérdida de control sobre el valor de sus monedas—reduce las posibilidades de detener o corregir el proceso expuesto en el punto precedente; 3. La ignorancia de la ciencia en las poblaciones de esos países incapacita a los ciudadanos para el ejercicio de su soberanía. No teniendo independencia económica—85 por ciento o más viven de empleos; contrástese con lo dicho por Tawney: «…no hay orden social más justo que aquél en el que el ciudadano pueda decir: ‘Es un alivio en la mente de un hombre vivir de sí mismo, poseer las herramientas con las que trabaja y conocer con certidumbre su heredero’.»—están asimismo desposeídos de autonomía intelectual y moral».

LEA

Promesas incumplidas

Ahora que los jefes de 178 misiones han dejado sus discursos de apertura en las minutas, la 47ma. Asamblea General de las Naciones Unidas, convocada a su cuartel general en la ciudad de Nueva York, se ha abocado al verdadero asunto pendiente. Este asunto es la Agenda 21, el producto del trabajo de la Conferencia sobre el Ambiente y el Desarrollo de las Naciones Unidas, celebrada en Río de Janeiro en las primeras dos semanas de junio. Hay buenas probabilidades—esto es, si son buenas las probabilidades para el futuro de la humanidad—de que la Agenda 21 suministre la agenda para muchas asambleas generales por venir.

En 40 capítulos, la Agenda 21 desglosa las tareas necesarias para asegurar un «desarrollo sostenible». Es un programa para economizar los recursos del planeta que se pierden. Junto con el elenco de problemas familiares a los ambientalistas—la capa de ozono, el calentamiento global, la deforestación, la desertificación, la erosión del suelo, la biodiversidad—la Agenda 21 prescribe acciones a tomar contra la pobreza, la mortalidad infantil, la desnutrición, las enfermedades epidémicas, el analfabetismo y otras aflicciones que desperdician ese otro recurso del planeta: su población humana.

Con la acción prescrita en la Agenda 21 concertada por las Naciones Unidas, se puede lograr que la tierra soporte el inevitable aumento de la población humana a no menos de 10 mil millones hacia fines del siglo próximo—y sostener esa población de allí en adelante, estabilizada alrededor del número que habrá alcanzado para entonces. Capítulo a capítulo, la Agenda 21 cuantifica los requerimientos de capital para cada una de las tareas por hacer. A cada grupo de naciones—las desarrolladas y las desarrollantes—adjudica su cuota del capital necesario para lograr cada tarea. Las adjudicaciones a ambos grupos varían de capítulo a capítulo, dependiendo de la naturaleza del insumo de tecnología requerido.

En conjunto, los requerimientos se elevan a $600 mil millones por año, a ser mantenidos hasta que el desarrollo se haga autosostenido. Para las naciones en desarrollo, las adjudicaciones acumulativas suman más de tres cuartas partes de la inversión anual, principalmente en forma de trabajo y recursos. Para los países desarrollados, esto deja un remanente de $125 mil millones, a ser suplidos principalmente en forma de tecnologías esenciales.

La adopción de la Agenda 21 por la conferencia de Río no compromete a nación alguna para nada. Contiene incluso un menor compromiso que las dos convenciones ambientales firmadas por 110 jefes de Estado y gobierno en la Cumbre de la Tierra que coronó los trabajos de Río. La convención sobre el calentamiento global fue reducida, por objeciones de los Estados Unidos, a poco más que una declaración de intención. El presidente de los Estados Unidos no prestó su crucial firma a la convención sobre biodiversidad. Sin embargo, la Agenda 21 tendrá más peso que emprendimientos solemnes de la comunidad de naciones o también se quedará en nada.

La Agenda 21 concierne a nada menos que la acomodación de la especie humana a los recursos de la tierra. Logísticamente, al menos, muestra que esta meta es factible y finita.

En los países desarrollados, la revolución industrial ha aumentado de tal manera el bienestar material de los individuos hasta un punto en que el crecimiento poblacional se ha detenido. Asegurados de la supervivencia de su primera prole, la gente toma la decisión de no tener más. La celebrada explosión poblacional de los países en desarrollo evidencia los comienzos de la revolución industrial en ellos. Las tecnologías más portátiles—la educación popular, la salubridad, la medicina preventiva y la revolución verde—han traído un alargamiento de la esperanza de vida en todas partes.

La tasa de incremento de la población mundial ha estado en declinación desde que alcanzó un pico de alrededor de 2 por ciento en 1970. En algunos países, más notablemente en la India y la China, las tasas de natalidad han estado declinando mientras las tasas de mortalidad de los menores de 5 años han decrecido.

La Agenda 21 tiene a su favor una historia de 50 años en el centro de la política internacional. Al término de la II Guerra Mundial y a la fundación de las Naciones Unidas, seguridad quería decir desarrollo económico. En el Punto 4 de su discurso de toma de posesión en 1948, Harry S. Truman reunió a sus compatriotas para llevar el Plan Marshall, que había comenzado la reconstrucción de Europa, hasta los países subdesarrollados. Un grupo de expertos determinó para la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1951, que la inversión anual en términos de concesión de 1 por ciento del producto nacional bruto (PNB) de los países desarrollados, sostenida hasta el término del siglo, permitiría la revolución industrial en los países subdesarrollados.

En 1961, incluso después de que la guerra fría hubiera convertido al control de armas en sinónimo de seguridad, John F. Kennedy logró que la Asamblea General de las Naciones Unidas declarara a los años sesenta la Década del Desarrollo y comprometió 1 por ciento del PNB de su país con esta visión. Cuando un examen retrospectivo pudo ver a los años sesenta como la Década del Desengaño, las naciones industriales prometieron la «más realista» cifra de 0,7 por ciento de su PNB combinado para el desarrollo económico de los países subdesarrollados. Nada, sin embargo, surgió de estas promesas unilaterales desde arriba.

En los años setenta los países subdesarrollados se envalentonaron con los shocks petroleros de la OPEP como para exigir un Nuevo Orden Económico Internacional. Las naciones desarrolladas no sólo tendrían que cumplir sus promesas de asistencia económica, sino que también deberían revisar los términos de comercio con los que los subvaluados recursos de países preindustriales, comenzando por el petróleo, subsidiaban la prolongada expansión de las economías industriales. Nada surgió tampoco de ese reto unilateral desde abajo.

Al componer la Agenda 21, las naciones fueron finalmente obligadas a asumir la tarea largamente requerida por temores, crecientes en todo el mundo, acerca del ambiente. Los viejos hábitos son duros de matar, sin embargo; la Agenda 21 es el producto de un arduo regateo. El borrador de 500 páginas fue a Río con todos los pasajes referidos a «implementación» (financiamiento) entre paréntesis para su negociación allí. De Río la Agenda 21 salió inflada a 1.000 páginas con los borrosos compromisos que eliminaron los paréntesis.

Cualesquiera sean esos compromisos, las naciones ricas y pobres se han acordado por primera vez sobre lo que será requerido para que la especie humana ajuste sus números y sus apetitos a las dimensiones de un mero planeta. Así han descrito la tarea que debe ser hecha.

El poder desempleado de la gente y los recursos subutilizados de las naciones pobres esperan por la tecnología que los ponga a trabajar. Los $125 mil millones para tecnología están justamente por debajo del largamente prometido 0,7 por ciento del PNB de los países industriales.

Gerard Piel

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