Luis Vicente León (león, león), el agudo y pedagógico Director de la encuestadora Datanálisis, ha escrito una serie de artículos para el diario El Universal, en la que examinó una baraja de posibles candidatos presidenciales que pudieran oponerse a la candidatura de Chávez. Primero mencionó a Petkoff, Smith, Salas Römer (como dupla) y Borges; últimamente añadió a Rosales al grupo. En general León hizo el inventario de cualidades—poco habló de inconvenientes o debilidades—de las distintas candidaturas. Llegado a nosotros el año electoral de 2006, esta publicación quiere exponer ante sus lectores su propia opinión acerca de estos nombres y algunas otras posibilidades, intentando ser lo más clínica que se pueda en el examen. Es decir, enumerado ese elenco, intentar una opinión responsable, una recomendación seria acerca del candidato preferible luego de un examen desapasionado.
La onda más reciente, como lo revela el último artículo de León, es la que ve en Manuel Rosales, el Gobernador del estado Zulia, la más conveniente de las candidaturas. Tal impresión se asienta, como es natural, en la exitosa carrera política del mandatario regional, que le ha permitido ser reelecto con holgada ventaja el 31 de octubre de 2004 mientras enfrentaba a un candidato oficialista. Junto con Morel Rodríguez, el Gobernador de Nueva Esparta, es uno de un escuálido par de gobernadores de estado que pudo sobrevivir la marea roja que sobrevino luego del referendo revocatorio del 15 de agosto de aquel año.
Además de tal mérito, la candidatura de Rosales es percibida como la de un operador político avezado, ducho en el arte de la política clásica, a la que se entiende en este caso como una actividad que es primordialmente de negociación y transacción. (Para el demócrata clásico el negocio político es, por encima de cualquier cosa, la búsqueda del poder en competencia con terceros actores para, una vez obtenido, emplearlo en la «conciliación de intereses» contrapuestos en el seno de la sociedad). Así, se supone no sin razón que un presunto sucesor del actual presidente confrontaría un dificilísimo ambiente político—aunque sólo fuera una Asamblea Nacional en la que no contaría con ningún respaldo—que debiera ser manejado por un «político profesional». En suma, las cualidades más destacadas de Rosales se resumen en su imagen de ganador y su experiencia política, a lo que habría que añadir su bondad como administrador o gobernante: a fin de cuentas los zulianos aprobaron su gestión al reelegirle.
En opinión del suscrito la candidatura de Rosales sería, a pesar de tan obvias ventajas, la más fácil de combatir por parte de Chávez. Más allá de la consideración de sus posibilidades como limitadas por un carácter excesivamente regionalista, Manuel Rosales es un rehén político. Nada puede ocultar el hecho de que cohonestó de forma pública y notoria el descomunal error del contrahecho decreto de constitución y programa del inconstitucional y efímero gobierno de Pedro Carmona Estanga. Delante de las cámaras de televisión, Manuel Rosales subió al estrado del Salón Ayacucho en Miraflores para rubricar, «en representación de los gobernadores de estado», la monstruosidad del 12 de abril de 2002.
Esto no es una anécdota sin importancia que puede ser desestimada. No se trata de un pecado venial que pudiera ser olvidado, sobre todo porque no lo ha olvidado el oficialismo. Antes de morir, Danilo Anderson había mostrado el tramojo a Rosales, al declarar poco después de la elección de gobernadores de 2004 que éste podía ser despojado de su investidura de gobernante zuliano justamente por antejuicio de mérito centrado sobre su participación en el carmonazo. De hecho, es la misma conciencia culpable y temerosa de Rosales lo que motivó que, sin perder un minuto, intentara comprar el olvido del incidente con el pago de una oferta conciliatoria. Así valoró el hecho esta publicación (#111, 4 de noviembre de 2004): «Muy sintomática fue la alocución de Manuel Rosales, gobernador reelecto del Zulia, poco después de la medianoche que separó el mes de octubre del mes de noviembre. Rodeado de felices partidarios, aliviado él mismo, en clásico tono mitinesco arengó a la multitud para prometer paz y amor, pan y circo. Porque lo primero que ofreció fueron abrazos y reconocimientos tendidos al general Gutiérrez y al comandante Arias Cárdenas, sus contrincantes, justificando tal gesto sobre la base de lo que, según su conocimiento, querrían los zulianos: que cesaran los partidos y se consolidara la unión… Ante el muy visible sonrojo del mapa político nacional, Rosales no optó por correr sino por encaramarse. Esbozó la tesis de que los zulianos—¿los venezolanos?—quieren ahora olvidarse, por un tiempo al menos, de ‘estas divisiones que hemos tenido en los últimos meses’ y ponerse a trabajar. (Pan). Y como los zulianos lo que quieren hacer es trabajar, animó a la turba a que se zambullera de una vez en ¡la Feria de la Chinita! Posteriormente reiteraría su disposición circense con una anticipada invitación a prepararse para la subsiguiente temporada navideña, a disfrutar en fraterna y amnésica paz. Impecable cierre circular de un discurso improvisado pero perfecto, encaramado… Si éste es el héroe político que Rafael ! Poleo en carama en la portada de su revista ‘Zeta’, si Rosales va a ser tenido como la contrafigura que ‘la oposición’ ha esperado tanto—el ‘ñero’ Morel Rodríguez no sería creíble—entonces Chávez morirá, como el general Gómez, como el general Franco, como parece que lo hará el osteoporótico comandante Castro, con el poder total en sus manos».
Sólo quien sostenga la peregrina idea de que la mayoría del pueblo venezolano estuvo de acuerdo con lo acaecido el 12 de abril de 2002, podría creer que una candidatura de Rosales sobreviviría una campaña en la que Chávez removería inmisericorde la llaga de ese recuerdo. Es más, puede darse por seguro que de ser Rosales candidato, la diligente Fiscalía General de la República chavista iniciaría el proceso judicial contra el zuliano que Danilo Anderson avisó.
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De nuevo desde una plataforma estadal—Carabobo, «dónde empezó Venezuela»—continúa latente la candidatura duplicada de los Salas Römer, padre e hijo. Que se la entienda como dupla se debe al propio Henrique senior. Cuando a fines de abril de 2003 se creía que Chávez pudiera ser destronado por revocación de su mandato en referendo, y se avizoraba su sustitución por un «presidente de transición», Salas Römer se apresuró a posicionarse temprano. El argumento que presentó entonces—parece increíble al recordarlo—es que él era «gallo» y que había que ver si alguien era «más gallo» que él y que, además, en caso de que no fuera él quien debiera asumir el coroto podía ofrecernos otro «gallo» que era «el pollo». (Su hijo).
La imagen de los Salas, sin embargo, no es la de un triunfador como Rosales. «El gallo» fue derrotado por el mismo Chávez en 1998; «el pollo» por una candidatura tan incompetente como la de Acosta Carles. (Todavía hay quien sostiene que al «pollo» se le hizo fraude, pero éste mismo ha dejado de intentar la demostración necesaria). No es concebible que ninguno de los Salas pueda suscitar entusiasmo suficiente, ni que ninguno de ellos pueda ser contendor que pueda medirse con Chávez.
Sobre todo el mayor de los Salas es percibido como actor elitesco, distante del pueblo. A partir de su tendencia a hacer campañas centradas en eslóganes—»vamos a devolverle la sonrisa a Venezuela»—o de su inclinación por ideas más «ingeniosas» que correctas—celebrar el «caracazo» porque sería más democrático que el 4 de febrero—no es posible construir una alternativa sólida al planteamiento integrista de Chávez. Ninguna superficial cabalgata por las heroicas llanuras de Carabobo pudiese sustituir con ventaja psicosocial la apropiación chavista de la figura de Bolívar. Las postizas posturas de Salas, construidas en laboratorios mercadológicos que procesan incesantemente las encuestas—se le atribuye un talento especial para interpretarlas—no penetran en la imaginación popular, que le tiene por godo.
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Igualmente imbuido de ciencia mercadológica se presenta en el ruedo electoral Roberto Smith Perera, que ha iniciado una campaña vistosa, segunda edición de la que fuera originalmente de su antiguo jefe, Carlos Andrés Pérez. («Ese hombre sí camina»). Smith se ha dedicado a realizar enormes caminatas—Pérez jamás se atrevió a tanto—y a remachar unos pocos eslóganes, de los que el último es la publicitaria insistencia sobre el mágico número de diez millones. Dará, ha asegurado, diez millones de pasos en su periplo nacional, obtendrá diez millones de votos (igualito a como Chávez pretende), creará diez millones de empleos y producirá diez millones de barriles de petróleo por día.
Antes, este candidato Johnny Walker ha concebido que un tal «primerismo» es el sustituto ideológico trascendente que, superando al liberalismo y al socialismo (canónico o del siglo XXI), dejaría atrás la oferta principista de Chávez. Por eso habla de una tal «Venezuela de primera», como antes ofreció un estado «Vargas de primera», con «full» empleo—alguna convicción de publicista ha arraigado en su cabeza la noción de que decir «full» es preferible a decir pleno—pues la solución a nuestros problemas sería la construcción de un «país de primera».
La formulación es poco solidaria, por decir lo menos. En momentos cuando la conciencia extranacional se ha exacerbado en América del Sur, proponer que todo el asunto político es convertirse en país del «primer mundo» para codearse con Dinamarca o España, no deja de generar un cierto aroma clasista, insensible.
Pero es que la candidatura Smith es casi tan vulnerable a los ataques gubernamentales como la de Rosales. La retórica de Chávez se deleitaría con la insistente mostración de Smith como ministro de Pérez, como el privatizador de la CANTV—»entreguista a los intereses foráneos, imperialistas y salvajemente capitalistas»—, pero sobre todo como el Coordinador del Octavo Plan de la Nación, del propio «paquete», pues. Por supuesto que Smith puede presentar exactamente lo mismo como timbre meritorio, al destacar sus evidentes cualidades ejecutivas. (Fue el ministro más joven del gabinete y tanto en ese cargo, como luego en la esfera de la empresa privada con la fundación de Digitel, exhibió su excelencia gerencial).
Smith me ha recordado más de una vez a la figura de Diego Arria Salicetti, a quien alguna vez dijese que era «un poderoso emisor de señales políticas, que no de significados políticos». Smith es, sin embargo, tal vez el candidato que más se ha acercado a entender las condiciones estratégicas de una campaña contra Chávez, al proponerse la construcción de un mensaje positivo que no tenga como punto de partida la mera oposición. Si pudiese abrevar de fuentes que le proporcionasen profundidad, tal vez llegara a convertirse en un candidato correcto. Por ahora la vacuna de su vistoso arranque de campaña no parece haber prendido en la piel de la nación.
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Julio Borges fue el primero de los candidatos que se lanzó a la arena de la campaña presidencial, hace poco menos de un año. Por esto, y por su indiscutible tesón al frente de Primero Justicia, ostenta la primera posición—entre los candidatos opositores—en las encuestas que miden intención de voto, aunque siempre a no menos de veinte puntos por debajo de Chávez.
Si Primero Justicia quiere presentarse como una organización política que se diferencia de los partidos tradicionales de escasa democracia interna, tendría que explicar de qué instancia democrática ha salido la candidatura Borges. Ninguna asamblea o congreso del partido la ha decidido. Es el cogollo de Primero Justicia el órgano que ha asentido a las pretensiones de Borges. Cuando Gerardo Blyde quiso explicar alambicadamente por qué se retiraba Primero Justicia de las elecciones del pasado 4 de diciembre—pocos días después de haber anunciado alborozado que el retiro de las máquinas captahuellas era un triunfo de su organización que despejaba el camino hacia unas elecciones limpias—emitió la siguiente declaración: «¿Qué le ofrece Primero Justicia a los Venezolanos? Seguir liderizando a una nueva generación, consolidarnos como la alternativa democrática, construir una nueva mayoría donde tengan cabida todos los venezolanos y por eso con más fuerza y mayor compromiso con Venezuela nuestro candidato presidencial a la cabeza de Primero Justicia será la alternativa del nuevo liderazgo para la elección presidencial del 2006».
Pero esa misma decisión de retirada retiró algunos diques a la disensión interna en Primero Justicia, y permitió la emergencia de un posible competidor: el Alcalde de Chacao, Leopoldo López Mendoza. Cuando Alfredo Keller midió hacia el término del tercer trimestre del año pasado la percepción de liderazgo (no la intención de voto), Julio Borges obtuvo 40% de reconocimiento; Leopoldo López obtuvo 39%, para un virtual empate con su jefe partidista. López ha crecido, indudablemente, con el ejercicio de su cargo, pero no es probable que pretenda alzarse con la candidatura de Primero Justicia, a menos que la de Borges inicie un desplome vertical.
El mismo hecho de haber estado en la calle durante más de medio año sin superar un 15% de intención de voto revela, por otra parte, que la candidatura Borges no carbura. En otras ocasiones se ha razonado aquí que, en circunstancias de un hambre generalizada de liderazgo, el hecho de que Borges no haya superado las cotas alcanzadas por su figura, revela que es muy posible que no sea el inspirador que se requiere. Esto no debiera sorprender respecto de un planteamiento reducido, en esencia, a proponer que se requiere un cambio generacional y que él lo encarna. Por otro lado, aunque en menor medida que Salas, Borges es también percibido como una candidatura goda, representante de intereses de clase alta. A pesar de esto, su fresca trayectoria no permite un tratamiento oficialista que intente caricaturizarlo como candidato de «cuarta república».
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Teodoro Petkoff no ha terminado de decir oficial y públicamente que presentará su candidatura. No es un secreto, sin embargo, que ha puesto equipos a trabajar en esa dirección, estimulado por reacciones positivas a un recorrido nacional emprendido desde julio del año pasado, cuando aprovechara la publicación de su libro «Las dos izquierdas» para reunirse con audiencias diversas en una veintena de ciudades del interior.
La candidatura Petkoff se explica por la sensación de que la sucesión de Chávez no sería jamás un período normal, sino uno muy complicado, cuyo manejo se beneficiaría de un liderazgo de mucha experiencia, no ingenuo, no inexperto, profundamente conocedor de los actores que incidirían sobre tal período y sus intereses. La cantidad de estropicio causado por la administración Chávez es muy considerable, y por tanto requerirá una reparación inteligente. El porte de estadista reconocido en Petkoff pareciera calificarle para la tarea.
Adicionalmente, en una comprensión convencional de campañas electorales, éstas son vistas como combates, y allí se siente que Petkoff sería, en comparación con los enumerados, un candidato con mayor «pegada», un contendor que pudiera fajarse en el inevitable infighting con Chávez.
Más de una vez se ha citado acá el libro La marcha de la insensatez (The March of Folly) de Bárbara Tuchman. Es un libro escrito para soportar un epílogo, y en éste dice: «Aware of the controlling power of ambition, corruption and emotion, it may be that in the search for wiser government we should look for the test of character first. And the test should be moral courage». («En conciencia del poder controlador de la ambición, la corrupción y la emoción, pudiera ser que en busca de un gobierno más sabio debiéramos buscar primero una prueba del carácter. Y esa prueba debe ser la del carácter moral»). Petkoff exhibe—como es aparente igualmente en Borges—esa valentía moral. Dice lo que piensa con honestidad intelectual, sin reparar en costos de conveniencia. No torea para los tendidos, para complacer a un interlocutor o un auditorio.
Está Petkoff entre los poquísimos que han intentado una comprensión desapasionada del fenómeno Chávez, y no le niega el pan y el agua a partir de una postura prejuiciosa o incorrectamente satanizante. Luego, su izquierdismo no es un activo despreciable en un país que ostenta una patológica distribución de la renta, sin ser alguien que crea todavía en una socialización de los medios de producción como opción preferible a la de un mercado esencialmente libre, aunque adecuadamente vigilado.
Adicionalmente, Petkoff es bondadoso, cualidad que su hosquedad disimula. No traería a su gobierno una vindicta o un reconcomio. No presidiría ni toleraría una cacería de brujas. (Esta conducta, por lo demás, sería igualmente esperable en Smith y en Borges, en cuya sensatez puede confiarse). Si el casting de candidatos estuviera restringido al examinado hasta ahora, y si tuviera el suscrito que emitir una recomendación responsable, por las razones antedichas recomendaría a Petkoff por sobre los otros. Es más probable que él, antes que Rosales, Salas (cualquiera de los dos), Smith o Borges, pudiera sortear con éxito los muy complicados escollos de un eventual postchavismo. Tal vez es por esto que ha escuchado de influyentes personalidades la siguiente evaluación: «Teodoro: tú eres lo que hay».
El problema fundamental de la candidatura Petkoff es su posicionamiento en los estudios de opinión, que le adjudican índices de 1% o 1,5% de intención de voto a su favor, al tiempo que registran muy considerable rechazo a su figura. Puede imaginarse que una campaña correcta pudiera remediar esta difícil situación, pero en muy breve tiempo, después de su lanzamiento definitivo, se sabrá si la cosa camina. Si a las pocas semanas del inicio de su campaña no puede exhibir un crecimiento apreciable de su aceptación, habrá que buscar otro candidato.
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En la misma encuesta de Keller en la que López latía muy cerca de Borges, un registro que reconoce en Marcel Granier la cualidad de liderazgo le daba una posición muy destacada, por encima aún de la concedida a Petkoff o personalidades como la de María Corina Machado. En términos porcentuales y orden descendente de reconocimiento, Keller midió la atribución de esa cualidad así: Hugo Chávez, 61; Diosdado Cabello, 42; Julio Borges, 40; José Vicente Rangel, 39; Leopoldo López, 39; Manuel Rosales, 39; Marcel Granier, 31; Teodoro Petkoff, 25; María Corina Machado, 23; William Ojeda, 13; Roberto Smith, 6. Es decir, Granier aparece superado sólo por los candidatos Chávez, Borges y Rosales, mientras que supera a los candidatos Petkoff, Ojeda y Smith. (Dicho sea de paso, no analizaré acá la candidatura Ojeda por no poder hacerlo responsablemente, al disponer de muy escasa información acerca de su capacidad. En una impresión de bulto no me parece que sería un presidente capaz, al carecer de dimensión de estadista. No basta la valentía).
Pero una candidatura Granier sería una equivocación, la misma que se cometió al suponer que pudiera trocarse directamente a Chávez por el polo opuesto del Presidente de Fedecámaras en abril de 2002. Granier tiene una redondez y multimensionalidad casi equivalente a la de Petkoff, pero sería difícilmente tragable por un electorado que tal vez quisiera salir de Chávez pero no execrarlo con un bandazo pendular de opuesto signo.
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