Cartas

El Dr. Humberto Njaim, es Individuo de Número de muy reciente incorporación (29 de marzo de 2005) a nuestra Academia de Ciencias Políticas y Sociales. (Su discurso de incorporación versó sobre el tema: “La democracia participativa, de la retórica al aprendizaje”). Quien lo hubiera conocido, sin embargo, a poco de graduado en Derecho, no hubiese tenido necesidad de grandes dotes proféticas para predecir que tal distinción sería su destino. Ya se conocía para entonces, hace un poco más de cuarenta años, la claridad y penetración de su pensamiento, el equilibrio y tino de su juicio.

En 1962, por ejemplo, el Movimiento Universitario Católico (MUC) de la Universidad Central de Venezuela quiso celebrar un seminario sobre el tema de la reforma universitaria. (Se adelantaba así por varios años a los movimientos de «renovación» que alcanzaron a nuestras universidades a partir de la oleada de 1968, año del «Mayo Francés» y de las protestas en pro de la paz en Columbia o Berkeley en los Estados Unidos). Al ensamblar la nómina de conferencistas cuyas disertaciones alimentarían la deliberación del seminario, los directivos del MUC solicitaron, por supuesto, la palabra de intelectuales ya reconocidos: Arístides Calvani o José Mélich Orsini, por caso. Pero el precoz prestigio de un joven abogado, Humberto Njaim, fue igualmente requerido, y su conferencia sobre los movimientos de reforma universitaria en el mundo (con especial referencia al de 1918 en la universidad argentina de Córdoba) fue probablemente el insumo más útil de todos para los asistentes al evento.

Profesor universitario desde siempre, el Dr. Njaim heredó la dirección del Instituto de Estudios Políticos de la UCV, sin desmerecer la obra de su insigne fundador, Manuel García Pelayo. Es autor, por otra parte, de una numerosa obra escrita, tanto sobre temas jurídicos como sobre el campo de su preferencia: la política. Y para no quedarse en sólo la teorización o la docencia, ha participado en más de una iniciativa cívica sana. Para mencionar sólo una instancia, es fundador de la Red de Veedores de la Universidad Católica Andrés Bello, y aunque ha dejado la conducción cotidiana en otras manos (las muy capaces de Ruth Capriles, entre otras) no ha dejado de ser tenido por su sabio de planta, por la conciencia principista de la asociación.

Es este sabio el que tuviera la suerte, el placer y el honor de escuchar el lunes de esta semana, en sesión de una longeva y prestigiosa peña capitalina. Su aporte, sereno y profundo, debiera ser conocido por todos, y por eso este texto se atiene a enumerar y exponer sintéticamente las más importantes admoniciones de su charla.

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Humberto Njaim comenzó por la provisión de un panorama amplio y penetrante. Refirió cómo fue que en su momento el sufragio universal fue tenido por experimento peligroso, que conduciría irremisiblemente a un desenlace caótico. (Alguien tan lúcido como John Stuart Mill, destacó, se había opuesto a la extensión del derecho al sufragio a toda la población y prefirió la votación calificada por educación y patrimonio. Todavía en años recientes escuchaba decir quien escribe a un destacado líder empresarial: «Mi voto vale más que el de quinientos campesinos»). Y entonces el profesor Njaim apuntó lo que es evidente: que aquellos temores eran infundados y que la extensión de la democracia había sido, por lo contrario, un gran factor de estabilización de los sistemas políticos que adoptaron la universalidad del voto para la escogencia de la representación popular.

Tal plataforma histórica sirvió para que asentara una predicción: que el mismo temor ancestral, que ahora se manifiesta en algunas opiniones respecto de la democracia participativa, finalmente se revelaría como nueva equivocación. La tendencia global, así la calificó, a la mayor participación de los ciudadanos en la toma de decisiones públicas no sólo podía considerarse irreversible sino que, al igual que el voto universal, terminaría siendo en verdad un proceso socialmente benéfico y una fuente de estabilidad política.

De este sucinto y grueso examen de la más reciente evolución de la política democrática extrajo también una advertencia: por poner siempre la atención sobre lo que tenemos en las narices—el próximo ciclo electoral, por ejemplo—dejamos de emplear deliberación y raciocinio sobre los temas de mayor penetración temporal.

Naturalmente, no dejó de referirse de todos modos a la disyuntiva de participar o no en las elecciones previstas en principio para el próximo 3 de diciembre. Registró que la mayoría de las personas que se acercan a preguntarle qué va a pasar en Venezuela, cuál será nuestro futuro político, lo hacen desde la posición de observadores pasivos. Por esto tiene a mano una sencilla respuesta: el futuro dependerá de nuestras acciones, de lo que hagamos para hacer más probable lo que queremos que ocurra y de lo que hagamos para reducir la probabilidad de lo que no queremos que ocurra. Sin ninguna clase de agitación emocional, serenamente, pero también sin ningún género de dudas, recomendó la participación electoral en los próximos comicios presidenciales. Pero habiendo hecho referencia a un modelo particular de la teoría de los juegos, igualmente recomendó una estrategia mixta: junto con la participación debe darse la lucha por mejorar las condiciones del sistema electoral.

Antes había expuesto su parecer sobre el tema del liderazgo. Opinó que los procesos planetarios de cambio en la actividad política requerirían una nueva clase de líder: uno que no tuviese temor a la confrontación de ideas y a la presentación de cuentas al electorado (accountability). Y pronosticó: al inicio estos líderes de tipo cualitativamente distinto deberán superar el rechazo que su conducta no convencional generará; deberán vencer esa resistencia. Al oírle vinieron a mi memoria las palabras de Stafford Beer: «Los actores aceptables ya no son competentes, pero los actores competentes no son aceptables todavía» (En su libro Platform for Change, Wiley, 1975. Diez años más tarde el suscrito se apoyaba en el aforismo de Beer para afirmar: «…la nueva política será posible porque surgirá de la acción de los nuevos actores. Serán, precisamente, actores nuevos. Exhibirán otras conductas y serán incongruentes con las imágenes que nos hemos acostumbrado a entender como pertenecientes de modo natural a los políticos»).

Su visión de avezado estudioso considera de algún modo inevitable la terminación del actual régimen. La ambiciosa y agresiva acción del actual gobierno no tiene lugar en un mundo en el que exista una superpotencia con la que esté alineada y le proteja, como fue el caso de Cuba, cobijada bajo la fortaleza de la Unión Soviética.

Por la razón antecedente adelantó un deseo, formulado una vez más sobre una observación de la historia política mundial: que al derrumbe del sistema soviético Rusia había buscado una transición brusca, impaciente y pendular del sistema comunista de propiedad pública de los bienes de producción a un esquema de mercado. La consecuencia: que la economía rusa pasó a ser dominada por mafias. En cambio nos invitó a considerar el proceso de China; el liderazgo de este país está construyendo una nueva nación, ciertamente capitalista en su economía, sólo que sin apresuramiento. El Dr. Njaim formuló la esperanza de que nuestra próxima transición política no sea acometida como la rusa, sino a la manière chinoise. Tal vez, digo, hayamos aprendido de la imposibilidad de un bandazo al extremo contrario con el obvio resultado negativo de la pretensión de sustituir a Chávez Frías por Carmona Estanga, en abril del año aciago de 2002.

En suma, una lección de sabiduría y seriedad de quien no en vano es hoy miembro destacadísimo de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales de Venezuela. Gracias, profesor Njaim.

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