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La espantosa muerte de los jóvenes hermanos Faddoul Diab y el empleado que les trasladaba en automóvil, a manos de desalmados criminales, ha galvanizado de manera imprevista a la opinión nacional. En todo el país han aflorado las manifestaciones de inequívoco repudio, y en la capital se vivió ayer una suerte de segundo «caracazo», tanta fue la intensidad y extensión de la protesta. Ésta, además, añadió una víctima al macabro desenlace: el fotógrafo del diario vespertino El Mundo, Jorge Aguirre, murió asesinado por la bala de un motorizado sin identificación, en motocicleta sin placas, cuando captaba con su cámara las incidencias de la protesta en la Plaza Venezuela. Ya antes habían sido reporteros y fotógrafos del mismo periódico interceptados para evitar la publicación de hechos inconvenientes a la imagen del gobierno.

La muy digna señora Diab de Faddoul, madre de las jóvenes víctimas, había escrito en carta de asombroso temple y excepcional estatura moral que pedía, en caso de que de todas formas sus hijos fuesen a ser asesinados, que se les matara rápidamente, solicitando tan sólo la gracia de que se les asesinara mientras dormían.

Nadie puede ocultar que estos crímenes rebasaron nuestro umbral de tolerancia, puesto a prueba cotidianamente. Y nadie deja de presentir que bien pudieran representar un punto de quiebre, el inicio de un movimiento de conciencia con inevitables consecuencias políticas y electorales. A pesar de que el ministro Jesse Chacón manifieste su esperanza en que el espantoso acontecimiento no sea explotado políticamente, no se requerirá que líderes políticos lo intenten. Ya el país saca sus cuentas sin que nadie lo excite, y probablemente haya dicho basta en su fuero interno. Son ya siete años de violencia, mientras ha dominado esta presidencia del sobresalto. Son siete años de incompetencia en lo tocante a la más básica de las funciones de gobierno: la preservación de la seguridad ciudadana. Son siete años de tolerancia a lo criminal, de siembra y prédica de odio, y ningún temor del ministro Chacón, ninguna carrerita tardía de Nicolás Maduro o declaración del fiscal incapaz podrán ocultar lo que ya sabemos: que no estamos dispuestos a pagar estos precios para sostener los designios grandilocuentes y megalomaníacos de Hugo Chávez Frías.

Así, la muerte de los hermanos Faddoul, terrible como es para sus familiares y amigos, pudiera ser un inestimable y trágico aporte a un redireccionamiento de la patria. Serían los héroes involuntarios, los mártires inocentes cuya desaparición dé paso a un gobierno civilizado. Gracias, hermanos, por tan extraordinario y fructífero sacrificio.

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