Cartas

¿Ha significado el gobierno de Hugo Chávez un progreso real para los venezolanos menos dotados de recursos y oportunidades?

A juzgar por las muy confiables y serias mediciones de Datos (Encuesta Pulso Nacional), hay progreso evidente. En reciente presentación a VenAmCham—cuyo actual Presidente es Edmond Saade, también Presidente de Datos—se reporta la mejoría apuntada: más de la mitad de los venezolanos está satisfecha de su «situación actual de bienestar». Para el año 2000, sólo 21% de los venezolanos manifestaba que su situación personal había mejorado o era igual de buena con respecto al previo ejercicio. A las alturas de 2005 este indicador había subido a 45%, nivel en el que se ha mantenido durante el primer trimestre de 2006.

Estas son cifras generales; si se indaga por esta dinámica en los sectores D y E, se mide un progreso del ingreso real por hogar. Entre 2003 y 2006 este incremento es de 137% para el Nivel E. (En bolívares corrientes ha pasado de Bs. 286.022 a Bs. 680.419 mensuales). La clase D experimentó en el mismo lapso una mejoría de sólo 17%, mientras que la clase C menos (clase media baja) progresó en 31%. Conclusión oficial de Datos: «Hay una clara mejoría en el nivel de ingreso por hogar de los venezolanos, especialmente en quienes representan la mayoría del país». (Datos reporta la siguiente composición poblacional: Nivel socioeconómico ABC+, 4%; Nivel C-, 15%; Nivel D, 23%; Nivel E, 58%).

Naturalmente, también señala la encuestadora déficits en varios renglones: el progreso ocurre en «alimentación y cierta ampliación en los servicios de salud y educación». Rubros como vivienda, seguridad y empleo—a pesar de una mejora en la composición de éste: entre 2003 y 2004 el empleo formal, según cifras que Datos toma del Instituto Nacional de Estadísticas, habría pasado de 47% a 53%—no satisfacen las expectativas de la mayoría. Pero en términos generales la gente ubicada en los niveles más bajos está económicamente mejor que antes. Si sumamos a esto que también hay una mejora en el reconocimiento social de clases antes muy diferidas o poco tomadas en cuenta ¿qué razones puede ofrecerse al 81% de los electores (niveles D y E) para cambiar de gobierno?

Un simple cálculo nos permite estimar a qué se enfrenta quien quiera arrebatarle a Hugo Chávez la Presidencia de la República. Supongamos que la mejora del ingreso mensual en la clase E (prácticamente cuatrocientos mil bolívares: Bs. 394.397) comenzara a producirse ahora. Entonces por el próximo año los hogares de 58% de la población recibirían un total de unos catorce billones de bolívares, o un poco más de seis mil millones de dólares. (El presupuesto nominal de 2006, por comparar, es de 85 billones). Esto es una descomunal transferencia a favor de los más necesitados, que ni siquiera toma en cuenta los componentes de ahorro (principalmente Mercal) y los no monetarios de las misiones, las gigantescas transferencias del Ministerio de Educación y las restantes avenidas que llevan recursos públicos a la población. Una avalancha real, efectiva, existente de tal magnitud, no puede ser emulada por la promesa de «un fondo autónomo con una parte del ingreso petrolero para la distribución del ‘cesta ticket petrolero’, mediante el cual se ayudará a las familias a superar su condición de pobreza y a sufragar parte de los gastos en educación, salud, alimentación y arreglo de vivienda». (Proposición estelar de la oferta programática de Teodoro Petkoff).

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Hasta los momentos se conoce varios esbozos programáticos de parte de unos pocos entre los pre-candidatos presidenciales. (No hay todavía, por supuesto, ningún candidato inscrito ante el Consejo Nacional Electoral, ni siquiera el propio Chávez). Son las proposiciones de Roberto Smith, Julio Borges, Cecilia Sosa y Teodoro Petkoff. La que parece ser la más articulada y pensada de las fórmulas es la de Petkoff. (Puede leérsela completa en www.conteo2006.com).

Smith tiene indudables aciertos de percepción. Por ejemplo, su rechazo a la fórmula de las elecciones primarias pretendidas por Súmate se debe a que las percibe, correctamente, como un evento para obtener un candidato único «de oposición», y Smith no quiere entenderse como tal, sino como un candidato «de proposición». A partir de su «proposición», comoquiera que es distinta y en consecuencia opuesta a los designios de Chávez, lo de oposición le vendría por añadidura, pero no porque en el origen haya justificado su presencia política como mera oposición.

El problema con Smith es que luego no puede plenar con contenido suficiente el habitáculo que él mismo diseña. A partir de tan excelente distinción, su oferta se desgrana en eslóganes repetitivos—full empleo/delincuencia cero—y la venta de una marca—Venezuela de Primera—con resonancia clasista: una Venezuela que viaja en primera clase, que pertenezca al «Primer Mundo». Seguramente será capaz de mostrar un vistoso manojo de megaproyectos sugestivos, que sugieran que un presidente con cualidades de ejecutivo disciplinado y exitoso, como él, es justamente lo que se necesita. También, aun cuando declare no ser candidato de oposición actúa como uno, a juzgar por sus críticas duras y constantes, que van desde el derrumbe del Viaducto #1 hasta su calificación del Consejo Nacional Electoral, al que ha dirigido ataques que están muy cerca de los formulados por los abstencionistas más radicales. Es una lástima, pues, que un análisis formalmente correcto no pueda ser llenado con sustancia.

Pero Julio Borges pudiera muy bien salirse con la suya, pues una mutación terminológica le permite postular el siguiente eslogan, mucho más enfocado: Venezuela es primero. («Borges… anunció la realización de una extensa gira nacional, que llevaría el nombre ‘Primero Venezuela’—evocadora de Proyecto Venezuela— el que pareciera competir por una ‘marca’ con Venezuela de Primera de Roberto Smith…» Carta Semanal #171 de doctorpolítico, 5 de enero de 2006). En términos de contraste alude, naturalmente, al dispendio del gobierno de Chávez en sus objetivos de política exterior. (En el orden de 18 mil millones de dólares, o tres veces la transferencia a la clase E por incremento en el ingreso de los hogares. Si Chávez empleara el criterio adelantado por Borges, y usara los recursos con los que procura cuadrar alianzas—como la reciente con Bolivia, de $1.500 millones—en el alivio de los venezolanos menos favorecidos, el aumento del ingreso doméstico mensual sería de 1 millón 600 mil bolívares, en lugar de 400 mil bolívares).

De resto, la oferta conocida de Borges tiende a expresarse igualmente en eslóganes: justicia para todos, empleo para todos, oportunidades para todos, sin dejar de remachar la noción de que una nueva generación es la respuesta a los problemas venezolanos. A pesar de esto, la rectitud de ciertas posiciones de Borges, su constancia y su organización, parecieran posicionarle mejor para lo que pudiera ser el verdadero objetivo estratégico de una participación electoral no chavista: el establecimiento de una alternativa al gobierno, aunque no gane. Y si acá se previó que pudiera tener impacto una dupla de Petkoff como Presidente y Borges como Vicepresidente, lo recíproco tiene también sentido, pues entonces la experiencia de Petkoff apuntalaría a Borges como Rangel, mayor en edad que Chávez, le complementa y refuerza.

Ahora bien, una lectura de la oferta programática de Petkoff—esto es, del boceto contenido en la dirección de Internet antes mencionada—revela en éste una mayor articulación y un mayor pensamiento. En términos escuetos: Petkoff tiene el mejor programa al compararlo con los de Borges y Smith. Veamos qué contiene. (Esta carta prescindirá del análisis de la propuesta de Cecilia Sosa).

El documento en cuestión—»Teodoro, un candidato con propuestas»—está compuesto de cuatro partes, enfocadas por un lema de campaña: «Venezuela sin miedo», que inicia y cierra la exposición en tipografía destacada. La primera parte consiste en la enumeración de ocho «propuestas», a saber: 1. recuperar la convivencia entre los venezolanos, 2. hacer reformas avanzadas apegadas a la ley, 3. desterrar el miedo, 4. crear un clima de tolerancia política y cultural, 5. reducir la polarización, 6. buscar un gran acuerdo nacional para lograr justicia social, igualdad y mayor participación democrática, 7. arrancar de raíz las causas de la pobreza, que tienen su principal fuente en lo económico y, en particular, en el desempleo, 8. adelantar un plan de acciones contundentes para enfrentar los problemas de seguridad personal.

Resulta obvio que las propuestas 1, 3, 4, 5 y 8 tienen todas que ver con el lema contra el miedo. En este sentido son consistentes, pero también algo repetitivas. En todo caso, cinco de ocho proposiciones son formuladas en torno a lo que parece ser el tema central de la campaña y, como se trata tan sólo de un esbozo programático, necesitan desarrollo o explicación ulterior: ¿cómo, por ejemplo, se «destierra» el miedo? (¿Tal como se «reactiva la economía» o se «acaba con la corrupción», para mencionar dos formulaciones típicas del discurso político vacío?) Si lo del miedo se refiere al temor por la seguridad personal, amenazada por una delincuencia recrecida, el foco puede ser de anclaje universal. Si, en cambio, alude al miedo político ante la pugnacidad de Chávez y el resentimiento social expresado en la tensión entre clases sociales, esa promesa contra el miedo se vendería en las clases media y alta, que en cifras de Datos suman nada más que 19% de los pobladores.

Las otras tres propuestas son más problemáticas. Para comenzar, nadie puede responsablemente prometer que «arrancará de raíz» las causas de la pobreza, que «tienen que ver» con lo económico y el empleo. (¿No es el empleo algo económico?) Además, tal cosa se haría en seis años. Petkoff ha aclarado que de resultar electo no pretendería reelegirse para un segundo período.

Luego, lo del «gran acuerdo nacional» huele a «consenso-país», al «Pacto Social» de Lusinchi, al acuerdo nacional que han propugnado, en su oportunidad, Antonio Ledezma, Juan Liscano, Luis Raúl Matos Azócar (por mencionar tres nombres de una lista casi infinita), a los «encuentros de la sociedad civil» organizados por la Universidad Católica Andrés Bello en la primera mitad de los noventa… en fin, al que proponía José Tadeo Monagas. Es decir, una vez más se propone ir a la búsqueda de un mítico y nada original acuerdo, de contenido impreciso, indeterminado, y que por tanto no puede ser en sí mismo nada que se prometa, puesto que aún no existe. (Algo así como el «socialismo del siglo XXI» de Chávez, que hasta ahora no ha podido ser «inventado»).

Y es también típica la construcción de la restante «propuesta»: «hacer reformas avanzadas apegadas a la ley». («¿Con qué se come eso?», preguntaría Luis Miquilena). Se trata, más bien, de una seudoproposición: por su forma parece ser una proposición, pero no lo es. La manera de determinar esta condición es simple: basta construir la proposición contraria, lo que tendríamos que defender en caso de que quisiéramos oponernos. Así tendríamos que promover: «hacer reformas atrasadas desapegadas de la ley» ¿Es que habría quien quisiera proponer tal desatino? Aquella proposición, por tanto, en ausencia de mayor desarrollo, no pasa de ser un titular sin noticia, una formulación semánticamente vacía.

La segunda parte del esquema programático de Petkoff contiene su desahucio de Chávez, amén del eslogan secundario, repetido, por técnica de remache publicitario, en muchas de las emisiones del candidato. Ese otro lema es: «Esto no puede seguir así». (Conceptualmente, de la misma familia que el «¿Dónde están los reales?» de la campaña de Luis Herrera Campíns en 1978). El caso del fiscal Petkoff contra el reo Chávez comprende las siguientes imputaciones (todas compartidas por esta publicación, aunque las considera incompletas): el actual gobierno irrespeta permanentemente a los venezolanos, se burla de la Constitución y las leyes, no busca soluciones concertadas a los problemas, toma medidas ilegítimas e inestables, ha creado una gran conflictividad política. Todas valen, pero son causales de deslegitimación del actual gobernante, no de legitimación de ninguno de sus contrarios.

La tercera y cuarta parte arrancan con una formulación análoga, asemejadas adrede para efectos pedagógicos. Se trata de la «deuda social» y—el término más novedoso—la «deuda democrática» que tendría «el país» con «la mayoría de los venezolanos». (Aparentemente, «el país» tiene una deuda con «la mayoría» del país. Esta desatenta construcción recuerda aquella fórmula del—¿abortado?—»Movimiento 4 de diciembre» auspiciado por Marcel Granier, Oscar García Mendoza, Oswaldo Álvarez Paz, Antonio Sánchez García, etcétera: «Un mandato del país a la Nación». Es decir, el país mandándose a sí mismo).

Para saldar la deuda social Petkoff «se compromete» a:

1. adelantar una clara y estable política económica que estimule la inversión nacional y extranjera, que genere empleos. (Pruébese a defender esta fórmula alterna: adelantar una opaca e inestable política económica que desestimule la inversión nacional y extranjera, que reduzca el empleo).

2. expansión y diversificación de la industria petrolera aguas abajo para la producción de una gran diversidad de productos diferentes a la gasolina. (La muy trillada—no por eso incorrecta—aspiración o vocación petroquímica nacional. De la época del primer gobierno del antiguo jefe de Petkoff, Rafael Caldera, data el gran «Plan Petroquímico Nacional», en una decena de tomos, que jamás fue llevado a la práctica, tal vez por una combinación de enjundiosidad con rigidez).

3. estimular la reactivación de gran cantidad de industrias paralizadas, con especial énfasis en la industria metalmecánica y manufacturera. (Concepto de «Segunda Ola» con foco industrial. Mención cero de actividades de «Tercera Ola» en nuevas tecnologías).

4. desarrollo intenso del turismo aprovechando los recursos naturales del país. (De nuevo, la evocación del Dorado turístico que reiteramos desde la Conahotu de Pérez Jiménez. «Pertenece a la esencia de una proposición que sea capaz de comunicarnos un nuevo sentido». Ludwig Wittgenstein, Tractatus Logico-Philosophicus, Proposición 4.027).

5. reactivar la agricultura con reformas en el marco de la Ley. (La agricultura está desactivada, así que la voy a reactivar. Dice el médico a quien le consulta porque se siente mal y quiere curarse: «Usted está enfermo: la solución es que sane». Y legalmente).

6. desarrollo inmediato de un gran plan de obras públicas para mejorar la vialidad, escuelas, servicios de salud y viviendas. (Muy bien).

7. crear un fondo autónomo con una parte del ingreso petrolero para la distribución del «cesta ticket petrolero», mediante el cual se ayudará a las familias a superar su condición de pobreza y a sufragar parte de los gastos en educación, salud, alimentación y arreglo de vivienda. (Es decir, un nombre nuevo—no «misiones», claro—para un tratamiento de subsidios, mas sin radicalidad. Lo claro, lo profundo sería intentar un ejercicio de devolution. Heredamos del derecho español colonial el principio de que las riquezas del subsuelo pertenecen a la Corona, por las que debe percibir «regalías», que se llaman así precisamente porque se pagan al rey. Pero desde la Revolución Francesa las repúblicas reconocen que la Corona ha sido suplantada por el Pueblo. Es al Pueblo, por tanto, a quien se debe pagar las regalías petroleras, no al Estado, pues sólo Luis XIV—L’État c’est moi—confundiría Estado y Corona. Esta es noción de la que no reivindico paternidad alguna, pues nunca la entreví antes de aprenderla de Julio Juvenal Camero).

En cuanto a la «deuda democrática», son ocho los compromisos asumidos por Petkoff:

1. acabar con el autoritarismo, la autocracia, el militarismo y la corrupción. (Tal vez pueda prometer las tres primeras cosas. La experiencia venezolana—y la rusa, la ucraniana, la japonesa, la europea en general, la norteamericana, etc.—es que la corrupción es de dificilísima, más bien imposible, erradicación. Seguramente puede atenuársele, pero nadie debiera prometer deliberadamente que la llevará a cero).

2. separar los poderes públicos y asegurar su eficacia e independencia. (Muy bien. Pero un presidente sólo puede prometer eficacia por el Ejecutivo. Si lo hace por los demás poderes éstos ya no serían tan independientes).

3. relanzar la descentralización administrativa. (Decía Stafford Beer—Platform for Change, Wiley, 1975—que la oposición de centralización y descentralización es en gran medida un falso dilema, pues la observación de cualquier organismo biológico viable revela en él la feliz coexistencia de procesos enteramente descentralizados y procesos altamente centralizados. La promesa genérica de descentralización es una proposición difusa, borrosa).

4. estimular la creación de nuevas formas de organización popular autónomas. (Muy bien. Serán entonces los «círculos venezolanos» en lugar de los «círculos bolivarianos», o algo así. La generalización de las asambleas de ciudadanos. Muy bien).

5. asegurar que la Fuerza Armada sea una institución del Estado sin parcialidad política o personal. (Magnífico).

6. promover el restablecimiento (corrección del original, que dice «promover el restableciendo») de la representación en los órganos colectivos (¿?) y el financiamiento público de los partidos políticos. (En esto último contaría con el apoyo del PPT, que anda buscando esos churupos).

7. facilitar la existencia de un CNE confiable, neutral e idóneo. (Muy encomiable).

8. consultar a los venezolanos para cambiar el actual régimen presidencialista, por un régimen parlamentarista, que minimice los riesgos de crisis políticas. (Interesante proposición. Requiere una reforma constitucional, que Petkoff sometería, como está previsto constitucionalmente, a referendo. Es obvio que el asunto es discutible, pues al igual de cualquier otro tratamiento público, en este caso de carácter estructural y funcional, se puede enumerar tanto pros como contras).

………

Ése es el mejor de los programas expuestos hasta ahora. No en balde algunos hablan de un «ambiente de frustración» en las filas opositoras. Si a esta inanidad se suma lo registrado por las encuestas—IVAD mide 62% de reciente intención de voto por Chávez—tal desazón es explicable, como lo sería un recrudecimiento del abstencionismo, una repopularización del récipe de una «crisis de gobernabilidad» y del golpismo y la invasión.

Pero los programas pueden ser, todavía a estas alturas, sustituidos. Es posible hacer mucho mejor las cosas. Entretanto declara Francisco Layrisse—Jefe del Comando de Campaña—a Tal Cual (el periódico que dirige Petkoff lo escribe «Layrisi») que se continuará el amorochamiento con Borges (estupendo) y con Rosales (horror; con el cohonestador más destacado del «carmonazo»): «¿Cree que el G-3 seguirá unido? —Hay toda la intención. Petkoff, Rosales y Borges han trabajado por un proyecto de unidad, para un gran acuerdo de gobernabilidad». De hecho, se le pregunta cuál debiera ser el candidato para 2012 y no vacila en responder: «Sería Rosales o Borges». No está mal haber acertado en un cincuenta por ciento.

LEA

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