LEA, por favor
La revista norteamericana Monthly Review fue fundada en el año de 1949, y es una publicación de marcado sesgo izquierdista. Aún hoy se define como un espacio dedicado a la crítica del capitalismo. Su número inaugural salió a la luz en el mes de mayo de 1949, y contenía entre otros artículos uno firmado por nadie menos que Alberto Einstein, bajo el título «¿Por qué el socialismo?»
El análisis ofrecido por el más grande genio de la física del siglo veinte es clásicamente marxista, y no exento de ingenuidad. Luego de una crítica del sistema capitalista que en algún punto es inexacta, formula problemas o riesgos del socialismo para los que no ofrece la menor solución.
Einstein no fue ajeno al tema político. No sólo remitió la famosa carta a Franklin Delano Roosevelt que induciría el establecimiento del Proyecto Manhattan—el desarrollo de la bomba atómica por los Estados Unidos—para luego arrepentirse, sino que opinaba en esta y otras materias con alguna frecuencia. En una carta posterior a Harry Truman le decía: «No sé con qué armas se peleará la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta se peleará con palos y piedras».
Era escéptico acerca de la influencia de la razón sobre la política. Así opinó, por ejemplo: «Todos los que entre nosotros nos preocupamos por la paz y el triunfo de la razón y la justicia debemos estar agudamente conscientes de cuán poco influyen la razón y el bien honesto sobre los eventos del campo político». Tal vez por esto, con ocasión de inscribirse como miembro de la Federación Americana de Maestros en 1938, recomendó: «Considero importante, de hecho urgentemente necesario, que los trabajadores intelectuales se unan, tanto para proteger su propio status económico, como para asegurar su influencia sobre los eventos del campo político». Es decir, en glosa de Marx y Engels, intelectuales del mundo uníos.
Tan notorio era el interés que Einstein tenía por lo político, que aunado a su indiscutible prestigio de científico y hombre bondadoso valió que se le ofreciera ser el primer presidente del naciente estado de Israel en 1948, cosa que de inmediato rechazó sabiamente.
La Ficha Semanal #97 de doctorpolítico ofrece la traducción completa del artículo de Alberto Einstein para el primer número de Monthly Review.
LEA
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Einstein comunista
¿Es aconsejable que alguien que no sea un experto en temas económicos y sociales exprese sus puntos de vista sobre el tema del socialismo? Creo que sí lo es por varias razones.
Consideremos en primer lugar el asunto desde el punto de vista del conocimiento científico. Pudiera parecer que no hay diferencias metodológicas esenciales entre la astronomía y la economía: los científicos de ambos campos intentan descubrir leyes de aceptación general para un circunscrito grupo de fenómenos para hacer lo más clara posible la interconexión de estos fenómenos. Pero en realidad sí existen tales diferencias metodológicas. El descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía se dificulta por la circunstancia de que los fenómenos observados están a menudo afectados por muchos factores, que son muy difíciles de evaluar por separado. Además, la experiencia, que se ha acumulado desde el comienzo del llamado período civilizado de la vida humana ha sido, como es bien sabido, grandemente influida y limitada por causas que no son en ningún caso de naturaleza exclusivamente económica. Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia deben su existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron a sí mismos, legal y económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Tomaron para sí el monopolio de la propiedad de la tierra y nombraron a una casta sacerdotal de sus propias filas. Los sacerdotes, en control de la educación, hicieron de la división en clases de la sociedad una institución permanente y crearon un sistema de valores por los que la gente, en gran medida inconscientemente, se guiaba en su comportamiento social.
Pero la tradición histórica es, por así decirlo, de ayer; en ninguna parte hemos realmente vencido lo que Thorstein Veblen llamó la «fase depredadora» del desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase, y aun las leyes que podamos derivar de ellos no son aplicables a otras fases. Ya que el propósito real del socialismo es precisamente superar y avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad socialista del futuro.
En segundo lugar, el socialismo está dirigido hacia un fin socio-ético. La ciencia, sin embargo, no puede crear fines y, menos aún, inculcarlos en los seres humanos. Pero los fines en sí mismos son concebidos por personalidades de elevados ideales y—si estos fines no nacen muertos, sino vitales y vigorosos—son adoptados y promovidos por aquellos muchos hombres que, medio inconscientemente, determinan la lenta evolución de la sociedad.
Por estas razones, debiéramos estar prevenidos para no sobrestimar a la ciencia y los métodos científicos cuando se trata de problemas humanos; y no deberemos suponer que los expertos son los únicos que tienen un derecho a expresarse sobre cuestiones que afectan a la organización de la sociedad.
Innumerables voces han venido afirmando por algún tiempo que la sociedad humana atraviesa una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente destrozada. Es característico de una tal situación que los individuos sientan indiferencia e incluso hostilidad hacia el grupo, pequeño o grande, al que pertenecen. Con el fin de ilustrar lo que quiero decir, permítaseme registrar aquí una experiencia personal. Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de una nueva guerra, que en mi opinión pondría seriamente en peligro la existencia de la humanidad, y enfaticé que sólo una organización supranacional ofrecería protección de ese peligro. A lo que mi visitante, muy calmada y fríamente, repuso: «¿Por qué te opones tan profundamente a la desaparición de la raza humana?»
Estoy seguro de que hasta hace tan sólo un siglo nadie hubiera hecho tan ligeramente una observación de esa clase. Es la observación de un hombre que ha luchado en vano para lograr un equilibrio dentro de sí mismo y más o menos ha perdido la esperanza de tener éxito. Es la expresión de una dolorosa soledad y un aislamiento que tanta gente sufre en estos días. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una salida?
Es fácil elevar esas preguntas, pero difícil contestarlas con algún grado de certidumbre. Debo tratar, no obstante, lo mejor que pueda, aunque estoy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y emprendimientos son a menudo contradictorios y oscuros y que no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.
El hombre es al mismo tiempo un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, intenta proteger su propia existencia y la de aquellos que le son más cercanos, satisfacer sus deseos personales y desarrollar sus capacidades innatas. Como ser social, busca ganar el reconocimiento y el afecto de sus congéneres, compartir sus placeres, confortarlos en su pena y mejorar sus condiciones de vida. Sólo la existencia de estos diversos emprendimientos, a menudo en conflicto, explica el carácter especial de un hombre, y su combinación específica determina el grado hasta el que un individuo puede lograr un equilibrio interno y contribuir al bienestar de la sociedad. Es muy posible que la fuerza relativa de estos dos impulsos esté, en mayor grado, fijada por la herencia. Pero la personalidad que emerge al final está grandemente formada por el ambiente en el que un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de particulares tipos de conducta. El concepto abstracto de «sociedad» significa para el ser humano individual la sumatoria de sus relaciones directas e indirectas con sus contemporáneos y toda la gente de generaciones anteriores. El individuo es capaz de pensar, sentir, emprender y trabajar por sí mismo, pero depende tanto de la sociedad—en su existencia física, intelectual y emocional—que es imposible pensar en él, o entenderlo, fuera de la sociedad. Es la «sociedad» la que le da al hombre alimento, vestido, un hogar, las herramientas de trabajo, el lenguaje, las formas del pensamiento y la mayoría del contenido del pensamiento; su vida se hace posible a través de la labor y los logros de los muchos millones pasados y presentes que se ocultan tras la pequeña palabra «sociedad».
Es evidente, por tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho de la naturaleza que no puede ser abolido—tal como en el caso de las hormigas y las abejas. No obstante, mientras que el proceso vital entero de las hormigas y las abejas está fijado por rígidos instintos hereditarios, el patrón social y las interrelaciones de los seres humanos son muy variables y susceptibles de cambio. La memoria, la capacidad para hacer nuevas combinaciones, el don de la comunicación oral han hecho posible desarrollos entre los seres humanos que no vienen dictados por necesidades biológicas. Estos desarrollos se manifiestan en las tradiciones, las instituciones y las organizaciones; en la literatura, en los logros científicos y de ingeniería, en las obras de arte. Esto explica cómo, en un cierto sentido, el hombre puede influir su vida a través de su propia conducta, y que en este proceso el pensamiento y el deseo conscientes pueden jugar un papel.
El hombre adquiere al nacer, a través de la herencia, una constitución biológica que podemos considerar fija e inalterable, incluyendo lasa urgencias naturales que son características de la especie humana. Adicionalmente, durante su vida adquiere una constitución cultural, la que adopta de la sociedad a través de la comunicación y otros muchos tipos de influencias. Es esta constitución cultural la que, con el paso del tiempo, está sujeta a cambio y determina en gran medida la relación entre el individuo y la sociedad. La antropología moderna nos ha enseñado, a través de la investigación comparativa de las llamadas culturas primitivas, que la conducta social de los seres humanos puede diferir grandemente, dependiendo de los patrones culturales prevalecientes y los tipos de organización que predominen en la sociedad. Es sobre esto que quienes luchan por mejorar la condición del hombre basan sus esperanzas: los seres humanos no estamos condenados, por causa de su constitución biológica, a aniquilarnos los unos a los otros o a estar a merced de un destino cruel y autoinflingido.
Si nos preguntamos cómo pueden cambiarse la estructura de la sociedad y la actitud cultural del hombre para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible, debemos estar conscientes del hecho de que hay ciertas condiciones que somos incapaces de modificar. Como mencioné antes, la naturaleza del hombre no está, para todo propósito práctico, sujeta a cambio. Más aún, los desarrollos tecnológicos y demográficos de los siglos más recientes han creado condiciones que permanecerán. En poblaciones establecidas y relativamente densas con los bienes que son indispensables a su continuada existencia, una extrema división del trabajo y un aparato productivo altamente centralizado son absolutamente necesarios. Ya no vivimos la época—que en retrospectiva parece tan idílica—cuando los individuos o los grupos pequeños podían ser completamente autosuficientes. Es sólo una pequeña exageración decir que hoy en día la humanidad constituye una comunidad planetaria de producción y consumo.
He llegado al punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la esencia de la crisis de nuestro tiempo. Concierne a la relación del individuo con la sociedad. El individuo se ha hecho más consciente que nunca de su dependencia de la sociedad. Pero no experimenta esta dependencia como algo positivo, como un nexo orgánico, como una fuerza protectora, sino más bien como una amenaza a sus derechos naturales, e incluso a su existencia económica. Más aún, su posición en la sociedad es tal que los impulsos egoístas de su constitución se acentúan constantemente, mientras que sus impulsos sociales, que son por naturaleza más débiles, se deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera sea su posición en la sociedad, sufren este proceso de deterioro. Prisioneros sin saberlo de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solitarios, impedidos del disfrute ingenuo, simple, no sofisticado de la vida. El hombre puede encontrar significado en la vida, breve y peligrosa como es, sólo dedicándose él mismo a la sociedad.
La anarquía económica de la sociedad capitalista como existe hoy es, en mi opinión, el verdadero origen del mal. Vemos delante de nosotros una enorme comunidad de productores, de las que sus miembros están sin cesar luchando para privarse los unos a los otros del producto de su labor colectiva, no por la fuerza, sino en general mediante el fiel cumplimiento de reglas legalmente establecidas. A este respecto es importante es importante darse cuenta de que los medios de producción—es decir, toda la capacidad productiva que se necesita para producir bienes de consumo así como bienes de capital adicionales—puede legalmente ser, y en su mayor parte lo es, la propiedad privada de individuos.
Para propósitos de sencillez, en la discusión que sigue llamaré «trabajadores» a todos aquellos que no comparten la propiedad de los medios de producción, aunque esto no se corresponde con el uso acostumbrado del término. El dueño de medios de producción está en una posición de comprar el poder laboral de los trabajadores. Empleando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que pasan a ser propiedad del capitalista. El punto esencial de este proceso es la relación entre los que el trabajador produce y lo que recibe en pago, ambas cosas medidas en términos de valor real. En la medida en la que el contrato de trabajo es «libre», lo que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes que produce, sino por sus necesidades mínimas y los requerimientos de mano de obra del capitalista en relación con la cantidad de trabajadores que compiten por empleos. Es importante entender que aun teóricamente la remuneración del trabajador no está determinada por el valor de su producto.
El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte por la competencia entre capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y la creciente división del trabajo estimulan la formación de grandes unidades de producción a expensas de las más pequeñas. El resultado de estos desarrollos es una oligarquía de capital privado que no puede ser contrarrestada ni siquiera por una sociedad organizada democráticamente. Esto es cierto en tanto los miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los partidos políticos, en gran medida financiados o influidos por otros medios por capitalistas privados que, para todo propósito práctico, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia es que los representantes del pueblo no protegen suficientemente los intereses de las secciones menos privilegiadas de la población. Más aún, bajo las condiciones existentes, los capitalistas privados controlan inevitablemente, directa o indirectamente, las fuentes principales de información (la prensa, la radio, la educación). Es por tanto extremadamente difícil, y de hecho en muchos casos imposible, que el ciudadano individual llegue a conclusiones objetivas y haga uso inteligente de sus derechos políticos.
La situación prevaleciente en una economía basada en la propiedad privada del capital está por consiguiente caracterizada por dos principios fundamentales: primero, que los medios de producción (capital) son de propiedad privada y sus dueños disponen de ellos como crean conveniente; segundo, el contrato de trabajo es libre. Por supuesto, no existe tal cosa como una sociedad capitalista pura en este sentido. En particular, debe notarse que los trabajadores, mediante largas y amargas luchas políticas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada del «libre contrato de trabajo» para ciertas categorías de trabajadores. Pero considerada en su conjunto, la economía actual no difiere mucho del capitalismo «puro».
La producción se lleva a cabo para la ganancia, no para el uso. No hay previsión para que todos aquellos capaces y dispuestos a trabajar estén siempre en una posición de encontrar empleo; casi siempre existe un «ejército de desempleados». El trabajador está siempre temeroso de perder su empleo. Dado que los desempleados y los trabajadores pobremente remunerados no proveen un mercado rentable, se restringe la producción de bienes de consumo, y la consecuencia es un gran sufrimiento. El progreso tecnológico frecuentemente redunda en más desempleo, antes que en un alivio de la carga de trabajo para todos. El motivo del lucro, junto con la competencia entre los capitalistas, es responsable por una inestabilidad en la acumulación y utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La competencia ilimitada conduce a un gigantesco desperdicio del trabajo, y a esa parálisis de la conciencia social de los individuos que mencioné antes.
Creo que esta parálisis de los individuos es el peor de los males del capitalismo. Todo nuestro sistema educativo sufre de este mal. Una exagerada actitud competitiva se inculca al estudiante, que es adiestrado para adorar el éxito adquisitivo como preparación para su futura carrera.
Estoy convencido de que hay sólo un camino de eliminar tan grandes males, y que esto es a través del establecimiento de una economía socialista, acompañada de un sistema educativo que debe estar orientada a metas sociales. En una economía tal, los medios de producción son poseídos por la sociedad misma y empleados de modo planificado. Una economía planificada, que ajusta la producción a las necesidades de la comunidad, distribuiría el trabajo que debe hacerse entre todos los capaces de trabajar y garantizaría un medio de vida a todo hombre, mujer y niño. La educación del individuo, además de promover sus propias habilidades innatas, intentaría desarrollar en él un sentido de responsabilidad por sus congéneres en lugar de la glorificación del poder y del éxito en nuestra sociedad actual.
Sin embargo, es necesario recordar que una economía planificada no es aún el socialismo. Una economía planificada como tal puede ser acompañada de la completa esclavitud del individuo. El logro del socialismo requiere la solución de algunos problemas socio-políticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, en vista de una centralización del poder político y económico de gran alcance, impedir que la burocracia se haga todopoderosa y arrogante? ¿Cómo se puede proteger los derechos del individuo y de esta manera asegurar un contrapeso democrático al poder de la burocracia?
La claridad acerca de los fines y problemas del socialismo es de gran significación en nuestra era de transición. Dado que, en las actuales circunstancias, una discusión libre y desembarazada de estos problemas ha caído bajo un poderoso tabú, considero que la fundación de esta revista es un servicio público importante.
Albert Einstein
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