Cartas

Crece una cierta conciencia con el paso de este atípico año electoral, del que ya se nos ha ido la mitad. Tiene que ver con imágenes desérticas, con aridez y escasez. No hay, se dice, ni líderes de unánime reconocimiento, ni ideas políticas fuertes, ni movimientos significativos ni organización eficaz. Obviamente, éste es el diagnóstico del campo opositor. Del lado del gobierno la situación es otra: tiene un líder indiscutible, tiene al menos las nociones vagas de un socialismo del siglo XXI—y todas las que aparecen en el incontenible calidoscopio oral de un presidente incontinente—y el chavismo es un movimiento—por más que esté en declive—servido por una organización dominante, el Movimiento V República, y sus satélites.

Esta configuración aparentemente completa no es, por supuesto, una estructura consolidada. Por estos mismos días renace en el seno del MVR la demanda por solidez ideológica en el seno del partido, así como la noción de un chavismo sin Chávez. Es decir, algunos dirigentes del campo gobiernista echan en falta un mayor desarrollo de las ideas que justifican su acción política (con oposición de más de uno), mientras otros perciben, a raíz de los recientes traspiés de Chávez en la escena internacional, que a lo mejor debe irse pensando en sustituirlo. Él ha sido magnífico para que muchos accedan a los privilegios—correctos o corruptos—del poder, pero en caso de un colapso, sobrevenido de alguna gran metida de pata, arrastraría todo.

En materia estrictamente ideológica, en cambio, el mar de fondo ha sido pintado incluso por uno con quien Chávez cuenta para inventar el socialismo del siglo XXI: el propio Heinz Dieterich, parejero ideológico del régimen. El 13 de agosto de 2005, hablando al XVI Festival Mundial de la Juventud reunido en Caracas, describía los efectos de un pesado mondongo ideológico. Así reportó esta carta (#152, 25 de agosto de 2005): «Lo primero que hizo Dieterich fue diagnosticar que la revolución dirigida por Chávez es un completo desorden ideológico, que la orquesta ‘bolivariana’ pretende tocar una pieza coherente manejando simultáneamente distintas partituras. He aquí la incómoda admisión inaugural de Dieterich: ‘Se observa en la Revolución Venezolana una especie de indigestión teórica que se debe a la multitud de conceptos y paradigmas (modelos) que la población tuvo que asimilar en apenas seis años, entre ellos: Revolución Bolivariana, antiimperialismo, desarrollo endógeno, escuálidos y Socialismo del Siglo XXI’».

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Pero dejemos el campo del gobierno, pues mal que bien sus ocupantes buscan discutir ideas, así sean decimonónicas. Habíamos dicho que el reclamo por ideas se escuchaba, sobre todo, en el campo oposicionista. ¿Es que no hay trabajo ideológico en la oposición venezolana?

El partido Primero Justicia anunciaba el año pasado que llevaría a cabo un «congreso ideológico»: «Primero Justicia presentará en el tercer trimestre de este año su oferta ideológica y por ahora hay un ‘borrador’ que está siendo distribuido para recoger sugerencias de las bases del partido, informó Juan Carlos Caldera, miembro de la dirección nacional de esta organización. Caldera señaló que la visión de ‘derecha e izquierda es una visión que no le es suficiente a los problemas del país y deja por fuera temas muy importantes’, de modo que será a finales de año cuando en el marco del congreso ‘Centrados en la Gente’ definirán su perfil ideológico». (El Universal, mayo de 2005).

Pero muy poco más se supo del producto de tal congreso. El 27 de mayo de 2005, reportaba el sitio web del candidato Julio Borges que éste había dicho en discurso de consumo interno: «Quiero ser su presidente porque quiero trabajar duro con ustedes para construir una Venezuela unida, justa, y llena de oportunidades para todos. Quiero luchar apasionadamente por nuestra gente, para que tengan oportunidades de empleo, porque yo sé que un empleo no se trata sólo de dinero, el empleo es la posibilidad que tiene cada hombre y cada mujer para soñar, el empleo es la mejor posibilidad de escoger y construir cada quien su futuro y darle un futuro de oportunidades a su familia. Sólo con empleo se puede soñar despierto y con los pies en la tierra». Y añadía la nota: «Estas palabras las expresó Borges luego de presentar a sus padres y a su esposa, a quienes señaló como fuente de inspiración y de sus valores. Dicho anuncio lo realizó en el marco del inicio del Congreso Nacional de Primero Justicia ‘Centrados en la Gente’, un proceso de debate y discusión interno sobre la doctrina e ideología y propuestas al país». Nunca más se supo.

Para estar claros. El sitio web de Primero Justicia—no ya el del candidato—ofrece algunos documentos bajo el acápite «Centrados en la Gente»—que allí es calificado de «estrategia para el 2005». En la sección correspondiente a ideología encontramos hoy un «borrador» de «documento doctrinario» firmado por el mismo Borges (con fecha del 1º de abril de 2005), y se advierte que el tal congreso «Centrados en la Gente» ya ha sido reducido a la condición de «foro». La lectura del texto borgiano (perdón, Jorge Luis), permite deducir que la orientación ideológica de Primero Justicia es decididamente socialcristiana. (Por ejemplo, porque hace el mismo discurso sobre «la dignidad de la persona humana» o sobre los principios de «solidaridad y subsidiaridad—»La solidaridad y la subsidiaridad son los caminos que conducen a la Justicia Social»—sin dejar de mencionar, naturalmente, el saludo a la familia como institución fundamental y postular una política económica absolutamente keynesiana: «La Mejor política social es una economía con empleo para todos»).

¿Por qué no está Borges inscrito en COPEI, cuya ideología es idéntica a la de Primero Justicia y ya había hecho, en 1986, su propio «congreso ideológico? Ah, porque los «justicieros»—así se llaman, como el Zorro o Supermán—son, así lo declara Borges enfáticamente, «un proyecto generacional»: «Nacemos como alternativa a partidos históricos que vaciaron sus ideales, se perdieron del rumbo histórico que marcó el inicio de la democracia y se apartaron del sentir popular». Eso habría hecho el Partido Socialcristiano COPEI. Se trataría, pues, de una «nueva generación» que busca rellenar con ideales, reencontrar el rumbo histórico y volver a acercarse al sentir popular. Una nueva generación para ir al pasado. («Estamos concientes—sic—que—sic—el país debe retomar el rumbo y los valores que hicieron posible la construcción de una democracia moderna…»)

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Ya esta publicación ha hecho mención del planteamiento de «las dos izquierdas» de Teodoro Petkoff, de las formulaciones de derecha franca de Marcel Granier, así como de la pretensión de «Venezuela de Primera» (no confundir con «Primero Venezuela» de Primero Justicia): que un tal «primerismo» sustituiría con ventaja las grandes formulaciones ideológicas del pasado. (Liberalismo y socialismo). Son todas proposiciones clásicas, canónicas. El camino a seguir no es ideológico. («…una ideología política es una cierta ética, conjunto de ideales, principios, doctrinas, mitos o símbolos de un movimiento social, institución, clase, o grupo grande que explica cómo debe funcionar una sociedad, y ofrece los planos políticos y culturales de un cierto orden social». Wikipedia). El asunto es más bien trans o metaideológico, de orden metodológico antes que ideológico. En gran medida se requiere un esfuerzo «post-moderno»: la deconstrucción de las ideologías.

No hay nada malo con los valores, si se les deja en su sitio. Durante mucho tiempo se ha pretendido que los valores son el firmamento de la política, desde la que se deduciría, por vía axiomática o more geometrica el conjunto de políticas concretas de un gobierno o las que un partido propugne. Pero la política no es una ciencia—por más que pueda admitirse la existencia de ciencias políticas académicas—mucho menos una ciencia deductiva como la geometría, sino un arte, una profesión, un oficio, un métier. La política no se deduce, se inventa.

Por esto los valores—libertad, dignidad o centralidad de la persona humana, la primacía individual o la del bien común, la solidaridad—sólo pueden servir como criterios para escoger o rechazar políticas específicas provenientes de la creatividad terapéutica en política y de un estado del arte. Opto por la política C1 porque es la que menos afecta a «la dignidad de la persona humana», pero no puedo, envuelto en una bata china y entre inciensos, encontrar un teorema que me lleve, del principio de la dignidad de la persona humana, a las políticas públicas que puedan moderar la vulnerabilidad de los pobladores al crimen.

Por esto la «ausencia de ideas» en la política venezolana no se resolverá, en aparente paradoja, con ideologías. Por esto nuestra política—y si a ver vamos, casi toda otra política en el mundo—semeja un «Parque Jurásico». Acá campea por el lado del gobierno un poderoso y agresivo Tyrannosaurus rex, nutridamente escoltado, mientras en terreno opositor una docena y media de menores megaterios, adultos y crías, exhibe—eso sí, desde lejos—su obsoleto armamento ideológico.

Pero tampoco es el remedio la posesión de tratamientos específicos a problemas públicos más o menos específicos. Un haz de soluciones parciales—siempre lo serán, desconfiad de quien proponga soluciones totales y radicales—a ciertas necesidades es primordial, en verdad, y sin él no se justifica el poder político.

Lo que pasa es que lo que es todavía más fundamental no es de carácter programático. La verdadera confrontación debe establecerse entre dos maneras de entender el ejercicio y concepto mismo de la política. Lo que es más determinante es de esencia paradigmática.

En el mes de enero de 1985 disfruté el privilegio de conversar con don Arturo Úslar Pietri en el sancta sanctorum de su biblioteca. Intenté plantearle exactamente eso: que nuestra crisis política tenía origen paradigmático, que la evidente insuficiencia del aparato político venezolano no debía achacarse a una concentrada maldad de nuestros políticos venezolanos, sino a su incapacidad terapéutica, determinada por un paradigma que ya no podía siquiera describir lo que estaba pasando, no digamos resolver los problemas públicos. Pocos días después de esta afortunada entrevista el presidente Jaime Lusinchi recibía participación del inicio del período legislativo de ese año, y contestando el saludo de senadores y diputados admitió frescamente: «El Estado casi se nos está yendo de las manos». Una situación análoga a la que protagonizaría el piloto de un gran avión de pasajeros, que saliese de su cabina para anunciar a los de primera clase (senadores y diputados) que el aeroplano no responde a los mandos.

El Dr. Úslar ni siquiera permitió que completara mi análisis, reponiendo al resollar por sus heridas: «Usted y yo no somos políticos. Los hombres de nuestra clase no somos políticos. Los políticos son unos animales que surgen imprevisiblemente y que Ud. no puede predecir ni calcular». Es decir, rechazaba entonces que el problema medular fuese conceptual. Más de seis años tomaría que rumiara el tema, para escribir el domingo 20 de octubre de 1991 en El Nacional: «…de pronto el discurso político tradicional se ha hecho obsoleto e ineficaz, aunque todavía muchos políticos no se den cuenta». Pero en el mismo Pizarrón confesó que él no tenía la solución: «Toda una retórica sacramentalizada, todo un vocabulario ha perdido de pronto significación y validez sin que se vea todavía cómo y con qué substituirlo… Hasta ahora no hemos encontrado las nuevas ideas para la nueva situación».

Las ofertas provenientes de los actores políticos tradicionales son insuficientes porque se producen dentro de una obsoleta conceptualización de lo político. En el fondo de la incompetencia de los actores políticos tradicionales está su manera de entender su actividad, desde un punto de vista que subyace, paradójicamente, a las distintas opciones doctrinarias en pugna. Es la sustitución de esas concepciones por otras más acordes con la realidad de las cosas lo primero que es necesario, pues las políticas que se desprenden del uso de tales marcos conceptuales están destinadas a aplicarse sobre un objeto que ya no está allí, sobre una sociedad que ya no existe.

Lo que nos mata es la política de poder, la Realpolitik, que Chávez practica hasta sus últimos extremos. Lo que nos salvará, exigido por los electores aprendidos, es una medicina política. El ejercicio, atenido a una ética tan obligante como la hipocrática que rige a los médicos, de una actividad profesional y responsable en el oficio de resolver problemas de carácter público.

LEA

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