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Mientras la oposición venezolana se escinde cada vez más profundamente entre participacionistas y abstencionistas, entre decantacionistas y primaristas, el presidente Chávez arropaba tan poco entusiasmantes diatribas con la firma de la entrada de Venezuela a MERCOSUR y volvía a picar adelante al sugerir un pacto de defensa del área. Así dijo durante el desfile del 5 de julio, en presencia de los presidentes de Argentina, Bolivia y Paraguay: «Debe llegar el día que el Mercosur tenga una organización de defensa, donde vayamos fusionando las fuerzas armadas de nuestros países y donde enmarquemos una estrategia propia de seguridad, de soberanía y de defensa».

No es la primera vez que Chávez alude a una «OTAN» de América del Sur. Tan temprano como en 1999 ya hablaba de la idea. Ésta es una conclusión natural de quien entienda que la integración que hace falta en el continente suramericano es, antes que económica o cultural, de carácter político. El suscrito, por ejemplo, opinaba en 1984: «En lo que se propone, pues, no se va más allá de justamente la misma previsión de los norteamericanos. No se va en contra de facultades actuales que no sean, por ejemplo, el derecho de practicar la guerra contra terceros, cosa que no creo sea muy interesante o práctica para ningún miembro de la confederación que se postula. No es éste el espacio para delinear lo que serían unos artículos de la Confederación Iberoamericana, pero se trataría en todo caso de cosas tales como la mencionada de la guerra y en general la diplomacia, el establecimiento de una moneda general del ámbito, la fusión de las deudas externas, el libre tránsito y comercio de los nuevos ciudadanos. Cosas, por ejemplo, como una policía federal, más potente, concederemos, que nuestras policías locales ante la vigente realidad de un crimen transnacionalizado».

Es decir, ya en aquel momento creía que había que seguir el ejemplo de la integración inmediatamente política de los Estados Unidos, en lugar del modelo tantas veces emulado, con poco éxito, de la multietápica integración europea. Los Estados Unidos crearon en 1776 un estado federal para transferirle, esencialmente, tres facultades monopólicas: la emisión de moneda, la cancillería, la defensa. Si América del Sur va hacia una integración política, es correcto que se piense en su unidad militar. El problema es que lo propone Chávez. En 1998 debió quitársele la bandera constituyente; ahora es preciso arrebatarle la de la integración.

Claro, Chávez aprovecha que el gobierno de los Estados Unidos está mas enredado que un mocho prendiendo un cohete: regañado y puesto en su sitio por la Corte Suprema respecto de las detenciones en Guantánamo, empeñado en Irak, ocupado con Irán, preocupado por los misiles de Corea del Norte, desvelado con los acontecimientos electorales de México, que tiene una peculiar historia de guerras civiles. López Obrador ha declarado en tono ominoso, sobre el diferendo electoral, que se estaría jugando con «la estabilidad» de México.

A los Estados Unidos la fuerza de las cosas terminará por imponerles lo que Rusia tuvo que hacer: contraerse en sus objetivos e intereses, so pena de una peligrosísima extensión excesiva. Con eso cuenta quien ahora tiene los nuevos juguetes de Sukhoi.

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