Fichero

LEA, por favor

Intentar unas palabras justas para referirse al Dr. Ramón J. Velásquez es una empresa prácticamente imposible. Baste decir que es el político más avezado del pasado y el presente venezolano, y un historiador a quien debemos agradecer la iluminación de los grandes ríos de nuestro proceso republicano, pero también de las gotas más detalladas de nuestra microhistoria.

Abogado, profesor universitario, periodista y director de periódicos y revistas, diputado, senador, ministro y presidente de la República, todo lo ha hecho en la función pública y académica. Nacido en 1916, cualquiera pudiese pensar que su discurso fuera en estos días clásico y añorante. Nada más lejos de la realidad: el Dr. Velásquez urge ahora a quien le oye que estamos en época informática, y que la política ya no es la misma de antes por esa causa. Esto es, su actualidad es admirable y plenamente consciente de los tiempos.

Mi señora esposa quiso agradecer una visita suya haciendo llegar a su casa una torta de queso criolla para el día del padre. Más vale que no; a los dos días su chofer trajo a la casa la bandeja de regreso y un ejemplar dedicado de «La caída del liberalismo amarillo: Tiempo y drama de Antonio Paredes», su opus magnum. Es ahora tesoro preciado en nuestra casa, que nos turnamos para leer y estudiar. De esta obra clara y extraordinaria se extrae dos fragmentos para construir la Ficha Semanal #103 de doctorpolítico.

El primero de ellos corresponde a una sección del ensayo—Notas sobre el Liberalismo Hispanoamericano—que precede a la historia propiamente dicha. Esa sección—Las sociedades coloniales sin riqueza minera: Venezuela—es una síntesis de la historia de nuestra independencia, asombrosa por su economía y veracidad. El segundo fragmento es asimismo material introductorio, pues forma parte del introito que llama «Explicación» y comienza así: «El propósito que me animó al escribir estas páginas fue muy simple: lograr que el hombre de la calle, el venezolano que no llegó a la universidad, el compatriota que no tiene oportunidad para sumergirse en eruditos volúmenes pudiera mirarse en el espejo de la historia. Quería conversar con la gente más sencilla, en días de forzado silencio, recordar escenas, redibujar las figuras de algunos de los actores en el drama de la lucha venezolana por la libertad».

Como queda dicho, el primer trozo hace referencia a la época independentista. En referencia a una aguda observación de don Martín Tovar y Ponte, está allí presente ya la conciencia «escuálida» de la época. En cambio, el segundo salta un siglo para evaluar la dominación de Juan Vicente Gómez, y hoy nos enseña que ya antes tuvimos miedo y silencio ante los tiranos.

El eximio historiador y ensayista que fue don Augusto Mijares reseñó «La caída del liberalismo amarillo» para el diario El Nacional en diciembre de 1972. De este libro dijo: «Bien puede llamarse a esta obra de Ramón J. Velásquez un libro épico. No sólo por el héroe en quien se centra la acción; no sólo por el oscuro destino que parece mover los acontecimientos en forma casi sobrenatural para arruinar implacablemente las esperanzas de Venezuela. También porque el autor logra elevar hasta aquella categoría aun a los miserables personajes que, con ser tan pequeños, decidieron sin embargo la suerte del país».

LEA

De muros y Paredes

En otras regiones del imperio colonial español, como en la Capitanía General de Venezuela, los conquistadores no encontraron oro ni plata y la atención de la Corona fue escasa, casi de olvido y tampoco los grandes de España mostraron el menor interés por esta región. El grupo de españoles peninsulares y de isleños canarios que durante el siglo XVI constituyeron la primera población europea de estas tierras venció inmensas dificultades y empezó a cultivarlas en las zonas cercanas al Mar Caribe que se extienden desde Coro hasta el río Unare, y la producción de cacao, añil, algodón y caña de azúcar fueron la base de la riqueza que los convirtió en la clase privilegiada de los criollos blancos, ricos y cultos que con el auxilio de la masa trabajadora de los blancos pobres o de orilla los africanos esclavos, los zambos, los mulatos y los indígenas, fueron creando la sociedad y la economía de un nuevo país.

A diferencia de México, el Perú o de Nueva Granada, cuyas dimensiones geográficas desde el siglo XVI fueron casi las mismas, Venezuela, es decir, la Capitanía General de Venezuela, sólo adquirió las dimensiones que desde 1830 mostró al proclamarse República de Venezuela como su definitiva extensión cuando en 1777, treinta años antes de comenzar el proceso de la independencia, el Rey de España Carlos III unió a la pequeña Capitanía de Venezuela, tierras del occidente, del oriente y del sur, las Provincias de Mérida-Maracaibo, Nueva Andalucía y Guayana, que hasta esa fecha pertenecían en lo militar, político y administrativo al Virreinato de Nueva Granada y en lo judicial y religioso a Santo Domingo.

La composición racial de esas nuevas provincias era más o menos la misma, los usos y costumbres semejantes, razones que hicieron esa unificación un hecho normal, pero continuaron separadas por la falta de caminos, por los grandes obstáculos naturales como páramos, selvas y grandes ríos que las aislaban y la falta de razones que crearan interés económico o social que las acercara. Antes de la llegada de la Compañía Guipuzcoana en el siglo XVIII, los cultivadores de estas tierras, fundadores de la sociedad y la economía venezolana, compensaban las grandes restricciones a que los tenía sometidos España con el activo comercio de contrabando con Curazao desde que la cercana isla se convirtió en posesión de los holandeses.

Los hijos de estos fundadores y luego sucesivas generaciones viajaban a España con el propósito de recibir una educación que les permitiera saber lo que pasaba en la civilizada Europa y conocer los avances logrados que pudieran aplicar en sus posesiones y aumentar su poder social y político.

A medida que ese nuevo poder criollo se consolidaba, los dirigentes alentaban en sus conversaciones la idea de la autonomía en el gobierno de la provincia, pues se consideraban capaces de gobernar la Capitanía y en la medida en que los acontecimientos europeos y la situación entre el Rey de España y Napoleón se convertía en una grave crisis, ese anhelo de autonomía se transformó en una empresa conspiradora para lograr la independencia, disfrazada en sus comienzos, con la explicación y bandera de defender los derechos del Rey de España, monarca cautivo de Napoleón.

Anota el historiador Caracciolo Parra Pérez al referirse a episodios ocurridos en Caracas en días anteriores al 5 de julio de 1811, que uno de los máximos dirigentes de la sociedad caraqueña y del movimiento de independencia, don Martín Tovar y Ponte, les recordó a los otros conspiradores de la revolución caraqueña que ellos, la clase de los criollos blancos, ricos y cultos, propietarios de la riqueza rural eran numéricamente muy pocos frente a la otra población, la que trabajaba en el comercio, en los pueblos y aldeas y principalmente en sus haciendas, es decir los blancos pobres o de orilla, los mestizos, los zambos, los mulatos, los negros esclavos, los indígenas, y que esos sectores tenían otros valores para apreciar los hechos y además les advirtió que ahora iban a asumir el papel de gobernantes, para el cual tenían escasa experiencia. La breve advertencia de don Martín Tovar y Ponte era una visión profética de la crisis racial y social en que se convertirían los primeros años en la larga lucha por la independencia venezolana.

Es repetida la pregunta: ¿en dónde se formó la primera generación de la independencia, los letrados, los juristas, los dirigentes políticos que tanto en el Congreso como en la Sociedad Patriótica demuestran un cabal conocimiento de los procesos políticos tanto de la antigüedad como de los acontecimientos revolucionarios que a fines del siglo XVIII conmovían a Europa y Norteamérica? ¿De dónde venían esos juristas, esos prudentes filósofos, esos dirigentes juveniles que, con su oratoria de iluminados tribunos, aceleraban el proceso y le daban las justas dimensiones continentales?

La República de 1811 fue un ensayo que buscaba dar consistencia de realidades a cuanto habían leído, estudiado o visto en Europa. Es la república de los letrados, de los viajeros, de los ricos y cultos, es la república de Caracas. Los años 1811 y 1812 fueron de polémicas sobre la teoría política. Simón Bolívar, en su implacable crítica en el Manifiesto de Cartagena sobre la actuación de ese primer ensayo republicano, afirma que escogieron a los filósofos como gobernantes y los señala como desconocedores de la realidad sobre la cual querían gobernar.

Los muy viejos conflictos de los representantes del patriciado caraqueño con el Generalísimo Francisco de Miranda, las intrigas que florecieron como en una corte monárquica europea y la ausencia de respaldo militar por parte de las otras seis provincias que se habían sumado al proyecto republicano, le abrieron el paso a Monteverde y a su ejército de campesinos corianos que lo acompañaron hasta los valles de Aragua.

La capitulación de Miranda y la entrada de Monteverde a Caracas representan no solamente el final de la primera república, sino el comienzo de la dispersión del grupo que con representación de todas las provincias estaba empeñado en construir una república de instituciones, en donde el mandato de la ley sustituyera la autoridad sin límites de los Capitanes Generales de la Colonia. Ese primer proyecto de república va a quedar destruido, sus dirigentes presos, fugitivos, asesinados, y las familias en trágica dispersión. La autoridad real en manos ahora de un aventurero que desconocía la autoridad del Capitán General y sometía a una sociedad, que desconocía, a los peores excesos.

Del desastre de 1812, en el escaso número de dirigentes de la revolución que lograron y pudieron salvarse y abandonar a Venezuela, estaba una de las más grandes figuras juveniles de la revolución, Simón Bolívar, representante de la clase de criollos ricos y cultos que marcha a Cartagena en solicitud de recursos para volver a la lucha. Logra Bolívar el apoyo militar neogranadino y emprende una expedición que tiene como meta la recuperación de Venezuela para la revolución de la independencia. Avanza desde San Antonio del Táchira y su ejército crece en soldados a medida que atraviesa Mérida, Trujillo, Guanare, Cojedes, rumbo a Caracas y va creando con los campesinos y los jóvenes de los pueblos el primer ejército venezolano, cuyos contingentes están formados por personas de las provincias que, en 1777, el Rey Carlos III había unido a la Capitanía General de Venezuela y que a partir del 5 de julio de 1811 formaban el proyecto de una república.

Entre los años 13 y 16 aparecerá en la región oriental, en los llanos de Apure y del Guárico, en la sierra de Carabobo y de Aragua la primera generación de guerrilleros partidarios de la independencia, y Mariño, Páez, Bermúdez, Piar, los Monagas, Rondón, Arismendi, para el resto de la histórica jornada trasladan el escenario que deja de ser la ciudad de Caracas para convertirse en hecho multitudinario, guerrero, campesino bajo las órdenes de Simón Bolívar.

Pero en esa historia de las batallas, Venezuela atraviesa en 1813 por un acontecimiento que se ha calificado como guerra social, cuando José Tomás Boves, un asturiano convertido por los años de vivir en tierras venezolanas, en un llanero guariqueño a la cabeza de miles de jinetes llaneros que no conocían las ciudades, y bajo la consigna de devoción por el Rey, avanza sobre Valencia y Caracas para ejecutar el más feroz plan de exterminio de la gente blanca, y destrucción de los escasos bienes que vaquella sociedad había salvado de la acción de Monteverde.

Cuando en agosto de 1813, llega Bolívar a Caracas y frente a la situación que vive Venezuela, consulta y pide consejos a Miguel José Sanz sobre el régimen político que debe adoptar, el jurista le responde por escrito con una palabra: dictadura, y ese régimen perdurará hasta 1819, cuando se proclama la República de Colombia.

Esta liquidación de la clase poderosa del tiempo colonial venezolano, y la transformación del hombre del campo y de los pueblos en soldados durante más de una década (1812-1824), que marchan bajo el comando supremo de Simón Bolívar hasta Ayacucho, en el Alto Perú, marcan el destino venezolano durante todo el tiempo que vendrá y trazan las características de su vida política con carácter un tanto distinto al de otras naciones, que al igual que Venezuela lucharon por la gran empresa libertadora.

………

Durante veintisiete años de la dominación del general Juan Vicente Gómez (1908-1935) desaparece en Venezuela la palabra «partido» y las últimas esperanzas de liberales amarillos y de nacionalistas para que Gómez se definiera por unos o por otros, se entierran al comienzo de su gobierno cuando en respuesta a los discursos partidistas pronunciados en el ofrecimiento del banquete de «La Providencia», («el banquete de las definiciones») eleva su copa y brinda por la unión, por la paz, por el trabajo.

A partir de 1913 y después de la fábula de la invasión de Castro y de la escaramuza de la candidatura presidencial del doctor Félix Montes, el país entra en su más larga etapa de miedo y silencio. Nadie se atreve a abordar desde la tribuna o la prensa, los grandes temas de la preocupación nacional y menos aún plantear el debate político. Los nombres de los viejos partidos políticos se van borrando, la leyenda de sus jefes forma parte de un pasado remoto; las nuevas generaciones que se levantan en ese clima de temor ignoran la historia política del país y en las escuelas de derecho, la sociología y el derecho constitucional son materias peligrosas que dictan los profesores entre sonrisas y la angustia de que sean mal interpretadas sus palabras. Señala el general Emilio Arévalo Cedeño en sus memorias (El libro de mis luchas) que en sus siete invasiones no logró encontrar en los pueblos que ocupaba quien lo siguiera, quien se decidiera a acompañarlo en la aventura, no obstante las protestas de antigomecismo que le hacían los vecinos. Para el año 1935, las generaciones jóvenes dudaban si en Venezuela había existido en alguna etapa de su historia, lucha de partidos y a ningún joven decían nada las palabras «liberal», «amarillo», «nacionalista» o «mochero» y las historias del Mocho o el cuento de las hazañas de Rolando o del Caribe Vidal eran tema de conversación para los mayores de cincuenta años.

La política como doctrina, como lucha, como organización era el camino más seguro para ir a la cárcel o al destierro y a la mayoría de las llamadas clases dirigentes del país—a quienes el régimen defendía con eficacia sus intereses económicos—se aterraba ante cualquier invitación a pensar que Venezuela era un país al que tarde o temprano llegaría la hora de las grandes reformas. Por otra parte estaban cerradas todas las fuentes de información sobre los grandes procesos políticos y sociales que se cumplían en Europa y en América. (Gómez le decía al gobernador Velasco en 1931: «del comunismo ni una palabra, ni en bien ni en mal. De los enemigos como de los muertos no se habla»). El régimen fundado por Cipriano Castro en 1899 y consolidado por Juan Vicente Gómez en sus 27 años de mandato de poder absoluto había talado los grandes árboles centenarios de los partidos históricos y de aquel paisaje político no quedaba ni el recuerdo. Venezuela era tierra arada en espera de la siembra.

Ramón J. Velásquez

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