La cosa se está poniendo muy fea en el entorno planetario. La geopolítica es ahora geotectónica. ¿Cómo evitar el choque de la placa continental de mil doscientos millones de musulmanes contra la de trescientos y tantos millones de estadounidenses? (Más la anexidad inglesa y la israelita). Un salto cualitativo adicional en la nueva guerra del Líbano puede conducir a la apertura de válvulas de escape que tal vez alivien la sismogénica presión.
Sobre un telón de fondo de profundo desarreglo económico—los rendimientos decrecientes de una burbuja de revalorización de bienes raíces, que ha venido financiando la merma en el poder de compra norteamericano por el aparentemente imparable incremento de los precios de los combustibles; el deterioro de la atención hospitalaria a la salud y la complicación en el sistema de seguridad social—los Estados Unidos no estarían muy lejos de un proceso de impeachment de George W. Bush, para replegarse de su sobrextensión por el planeta. Hace nada que la Corte Suprema de Justicia le paró el trote en Guantánamo, y ni siquiera el Chief Justice Roberts, su ostensible aliado, pudo impedirlo. Los Estados Unidos son peligrosos para sus enemigos, pero el gobierno de Bush es ya inadmisiblemente peligroso para los Estados Unidos.
Afganistán, Corea del Norte, Irak, Irán… y ahora la guerra de Israel contra Hezbolá en el Líbano. Son demasiadas emergencias juntas, y ya antes de la emergencia de este último conflicto el embajador de Arabia Saudita en la ONU temblaba ante la posibilidad de una triplicación de los precios del petróleo como secuela de cohetes lanzados sobre el estrecho de Ormuz.
El polemólogo favorito de doctorpolítico contempla un terrible «peor caso» si se repiten «los cañones de agosto», el «efecto dominó» de trabados intereses nacionales que no pudo ser detenido por la más febril actividad diplomática en vísperas de la Gran Guerra de 1918. Si se interrumpe el paso de tanqueros en el neurálgico estrecho, predice, tendremos a los marines ocupando el Zulia o induciéndolo a la secesión tras el escudo del ejército colombiano, y hasta un golpe de Estado en Brasil para llevar sus tropas hasta Maturín, en procura del aseguramiento de los yacimientos de la Faja Petrolífera del Orinoco.
Es con esta nitroglicerina con lo que el delirante Presidente de Venezuela juega, llamando «subanimales» a los imperialistas de los Estados Unidos desde Vietnam, y declarando que «si nos invaden» resistiremos como los vietnamitas. ¿Quién le ha dado derecho de meternos en brete tan preocupante y peligroso? Si los Estados Unidos se dirigen, aparentemente, a su colapso—ya la ocupación de Irak ha costado 800 mil millones de dólares—y se muestran excedidos ¿qué puede pensarse de esta república «quinta» y «bolivariana» que se amorocha con Irán, Bielorrusia y Vietnam, que interfiere en México, Nicaragua y Perú, que soborna a Rusia, Bolivia y Argentina?
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