En su famoso curso de apreciación musical, el inolvidable maestro José Antonio Calcaño hacía referencia a los instrumentos de una orquesta sinfónica. Al tocarle el turno al corno inglés—como un oboe que termina en una boca esferoide, de sonido aun más nasal que éste—comentó que ese instrumento del grupo de las «maderas»—ya no se fabrica de este material—ni era inglés ni era corno.
La organización Alianza Popular, que tiene muy poco de alianza y nada de popular, acaba de terciar en el tema electoral para apoyar lo aprobado por el reciente Comité Directivo Nacional del agonizante partido Acción Democrática: ninguna participación en las elecciones de diciembre de este año. Esto, a pesar de que—observación debida a Luis Alberto Machado—hay al menos dos precandidatos adecos en el actual elenco de actores: Manuel Rosales, que fue dirigente acciondemocratista y ahora quiere refundar—le ha costado mucho trabajo—la socialdemocracia en Venezuela con su movimiento Un Nuevo Tiempo, por un lado, y Benjamín Rausseo, por el otro, quien encarnando al Conde del Guácharo ha admitido que en Monagas, cuando el nació, cada muchachito recibía, junto con su partida de nacimiento, un carnet de Acción Democrática.
El diario El Universal, refiriéndose a declaraciones de Oswaldo Álvarez Paz alineadas con AD, resumió su récipe así: «los venezolanos que difieren del Gobierno Nacional deben armar un frente que defienda la democracia e imponga el respeto de los derechos humanos». En cita directa: «Debemos en vez de buscar candidatos que no lograrán nada formar un frente nacional ciudadano que se mantenga alerta ante los constantes abusos que cometen las autoridades del país a todos los ciudadanos. Desde cuidar nuestras vidas, la patria, la familia y los bienes materiales». El abstencionismo frentista, entonces, integrado por ahora con AD y AP. Sus militantes se conocerán como ADAPtados.
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En vena muy distinta terminó de definirse la esperada candidatura «única» de oposición, tal como esta publicación había previsto, con el lanzamiento de Manuel Rosales en acto que contó con la asistencia y apoyo de Teodoro Petkoff, Julio Borges, Sergio Omar Calderón, Enrique Tejera París, Cecilia Sosa, William Ojeda, Froilán Barrios y Vicente Brito. (El precandidato Pablo Medina ya había «retirado» su candidatura y expresado motivos parecidos a los expuestos por Ramos Allup y Álvarez Paz: las uvas están verdes. Hay que decir que añadió un tema sustitutivo de su candidatura: como no puede confiarse en el CNE, entonces hay que elegir una nueva asamblea constituyente. No ha explicado todavía cómo podría elegirse confiablemente un cuerpo tal en comicios organizados exactamente por el mismo órgano sospechoso).
Ahora, pues, «la oposición» dispone de un candidato «único»—la candidatura de Rosales no suprime todavía las de Roberto Smith, Benjamín Rausseo, Bernabé Castillo y el ex presidente de Fogade Jesús Caldera Infante, todas por inscribirse—que evitaría la división aborrecida por la tesis de la polarización electoral. Se trata, naturalmente, de la oposición participacionista, de aquella que no opina como Acción Democrática y Alianza Popular. El «candidato unitario» fue presentado por el latifundista político de Julio Borges, quien dijo a Rosales: «Le pongo a la orden mi partido—al mejor estilo de Jóvito Villalba: «Yo y mi partido; mi partido y yo»—y mi generación». (Como dueño que es de ésta).
La más destacada de las bajas en este proceso es, obviamente, la elección primaria que Súmate pretendió forzar. En sofista argumento, la organización aduce que la unidad candidatural fue producto de su proposición de elecciones primarias, y ya ha abandonado el tono paternal y regañón que exhibiera hasta hace poco. Ningún malabarismo retórico, sin embargo, podrá disimular que Súmate ha quedado en posición muy desairada. Quienes hayan aportado fondos importantes para la celebración de las abortadas primarias tendrán que conformarse con la poco informativa declaración de Óscar Vallés, quien asegura que la inversión realizada «no es una pérdida; ha sido una gran ganancia para la sociedad venezolana». Nada más que por intrigar, esta publicación decía la semana pasada: «Así que lo más probable es que no haya primarias (Primero Justicia y COPEI han insinuado que Súmate no puede organizar las primarias exitosamente ni en Altamira), que Súmate eche la culpa del fracaso a los candidatos (como ya lo ha venido preparando) y a la campaña del gobierno en su contra, que Carlos Blanco ya ha reclamado. Lo más probable es que sea Rosales el candidato de la terna, y Súmate tendrá que decidir si continúa cerca de él, que a fin de cuentas era su candidato preferible, o si se radicaliza consistentemente hacia las posturas abstencionistas de Acción Democrática, Pablo Medina o Álvarez Paz».
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Manuel Rosales es una especie de Enrique Mendoza adeco. Esto es, un gobernador que fue reelegido, de oposición, que ha dejado atrás su partido matriz para construir su propio movimiento regional. (En cuanto Mendoza entrevió que era una raya ser copeyano, fabricó su propia tarjeta electoral, con un color turquesa o aguamarina que sugería verde pero se diferenciaba bastante del profundo tono esmeralda que siguen usando los socialcristianos originales).
¿Cuán formidable es la candidatura de Rosales para oponerla a la de Chávez? Podemos refrescar la memoria recordando qué decía en la madrugada del 1º de noviembre de 2004, mes y medio después del referendo revocatorio de ese año y al saberse que había resultado vencedor en las elecciones de gobernadores y alcaldes de la víspera. La Carta Semanal #111 (4 de noviembre de 2004) de doctorpolítico reportaba así:
«Muy sintomática fue la alocución de Manuel Rosales, gobernador reelecto del Zulia, poco después de la medianoche que separó el mes de octubre del mes de noviembre. Rodeado de felices partidarios, aliviado él mismo, en clásico tono mitinesco arengó a la multitud para prometer paz y amor, pan y circo. Porque lo primero que ofreció fueron abrazos y reconocimientos tendidos al general Gutiérrez y al comandante Arias Cárdenas, sus contrincantes, justificando tal gesto sobre la base de lo que, según su conocimiento, querrían los zulianos: que cesaran los partidos y se consolidara la unión.
Ante el muy visible sonrojo del mapa político nacional, Rosales no optó por correr sino por encaramarse. Esbozó la tesis de que los zulianos—¿los venezolanos?—quieren ahora olvidarse, por un tiempo al menos, de ‘estas divisiones que hemos tenido en los últimos meses’ y ponerse a trabajar. (Pan). Y como los zulianos lo que quieren hacer es trabajar, animó a la turba a que se zambullera de una vez en ¡la Feria de la Chinita! Posteriormente reiteraría su disposición circense con una anticipada invitación a prepararse para la subsiguiente temporada navideña, a disfrutar en fraterna y amnésica paz. Impecable cierre circular de un discurso improvisado pero perfecto, encaramado.
Si éste es el héroe político que Rafael Poleo encarama en la portada de su revista Zeta, si Rosales va a ser tenido como la contrafigura que ‘la oposición’ ha esperado tanto—el ‘ñero’ Morel Rodríguez no sería creíble—entonces Chávez morirá, como el general Gómez, como el general Franco, como parece que lo hará el osteoporótico comandante Castro, con el poder total en sus manos.
No poco de la motivación tras la peculiar arenga de Rosales deriva del puñal que presiona su carótida: la investigación de Danilo Anderson sobre su participación en el happening de Carmona Estanga. (En su caso no se trató de una firma descuidada sobre hojas sueltas que pudiera aducirse eran una lista de asistentes. Los videos le registran subiendo al estrado del absurdo, convocado por la voz enfebrecida de Daniel Romero y ‘en representación’ de los gobernadores de estado, a cohonestar con su pública rúbrica el golpe del 12 de abril de 2002)».
Con «estas divisiones que hemos tenido en los últimos meses» se refería Rosales a los siguientes «detalles»: los acontecimientos de abril de 2002, los forcejeos de la Mesa de Negociación y Acuerdos, el pulso del paro petrolero de 2002 y 2003, y la fracasada odisea revocatoria que culminó en 2004. Consciente de su vulnerabilidad, de la aplanadora roja de 21 gobernadores gobierneros electos, y de la reafirmación de Chávez en el poder a partir del 15 de agosto de 2004, Rosales se apresuraba, azoradamente, a ofrecer olvido, borrón y cuenta nueva, vuelta a la página, colaboración con la Presidencia de la República. Antes de que terminara ese año el gobierno nacional daba una nueva vuelta de tuerca a «la guerra contra el latifundio» y Rosales declaraba que él era también un soldado de esa lucha. Ése es el hombre.
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Manuel Rosales es el candidato que Chávez prefería. Menos cómodos para él eran Teodoro Petkoff, también izquierdista, y Julio Borges, al que no podía acusar de cuartorrepublicano. Por eso hizo todo lo posible porque esa candidatura cuajara, no sólo con la sentencia del Tribunal Supremo de Justicia y las aclaratorias recentísimas del Consejo Nacional Electoral, que no requieren su renuncia al cargo de Gobernador del Zulia (tan sólo su separación), sino antes, con la oferta que le hiciera Isaías Rodríguez. El Fiscal General prometió, de materializarse la candidatura de Rosales, que pondría en el congelador el procedimiento que buscaba la declaración de méritos para el enjuiciamiento del zuliano, mientras dure la campaña, para que no se dijese que la Fiscalía se emplea como instrumento de presión política. Rosales ha respondido a la espuela o ha mordido el anzuelo. Si llegare hasta el final y Chávez resultare reelecto, Manuel Rosales puede contar con que Rodríguez comenzará a descongelar el asunto el mismo lunes 4 de diciembre de este año. Durante la campaña no será tocado sino por la propaganda chavista y por «La Hojilla», que se complacerá en transmitir, sin cesar, el video que le muestra firmando el decreto más efímero de nuestra historia política. Ayer mismo dijo el partidastro de Lina Ron, Unión Popular Venezolana, que Rosales es «el candidato de la oligarquía y el imperialismo».
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Y, a todas éstas ¿qué es de la vida de Benjamín Rausseo? En su «lanzamiento» en Margarita ya dejó en la obsolescencia a esta publicación, en su observación del #197 de la semana pasada: «Rausseo, aunque no lo ha dicho, es el más genuino ofertante hacia los ‘ni-ni’, hacia el centro que es la inmensa mayoría nacional». En su discurso neoespartano—en el «parque temático» Musipán—decía 72 horas después de esa evaluación: «Aquí se perdieron las opciones. Soy el candidato del centro, los niní… Soy la alternativa para los que quieran emigrar del oficialismo. No somos de centroizquierda, no somos de centroderecha, somos centro de lomito». Y conste que él no es suscritor de esta carta.
¿Podrá Rausseo mantenerse y traer un discurso más significativo que unos chistes más o menos hábiles? Por de pronto dice la portada de la revista Zeta: «Este hombre puede echar un vainón». A Rosales, por supuesto, pero también a Chávez.
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