La Revolución Mexicana. Dictaduras en América Latina. La progresiva liberación de China y la emergencia de Japón como potencia.
En las primeras décadas del siglo XX no era Europa, por supuesto, lo único que se movía. Antes incluso de la Revolución Rusa, ya la Revolución Mexicana era tenida como la segunda gran revolución de la historia, detrás de la Francesa. En el Extremo Oriente, por otra parte, un gigante geopolítico comenzaba su despertar, China, en perpetuo forcejeo con Japón, que habiendo llegado tarde a la era colonial procuraba extender su control hacia áreas como Manchuria y Shan-tung.
Apartando a los Estados Unidos, que se incorporó tarde (1917) a la Primera Guerra Mundial, y Canadá, que como dominio británico participó al igual que Australia, Nueva Zelanda e India en la contienda en apoyo de su metrópolis, el resto del continente americano no tuvo mucho que ver en el conflicto. Cada uno de los países del área latinoamericana[1] estaba ensimismado en sus propios problemas de atraso.
Específicamente en México era evidente ese atraso, recrecido durante el largo período de la dominación de Porfirio Díaz, el dictador cuyo nombre bautizó el cambio de siglo mexicano: el Porfiriato. (1876-1911).
Porfirio Díaz, nacido en Oaxaca en 1830, había sido un héroe mexicano que resistiera las ofertas del Emperador Maximiliano para atraerlo a sus filas. A los dieciséis años, después de un fallido intento maternal por hacerlo sacerdote, se enroló en el ejército, motivado por una posible guerra contra los Estados Unidos. De allí en adelanto su ascenso fue muy rápido: derrotado Maximiliano, compitió con Benito Juárez—a quien había apoyado contra el austriaco—en las elecciones de 1871, y aseguró que había perdido por razones fraudulentas. En el Plan de La Noria llamó a la rebelión contra Juárez, pero su alzamiento fracasó. En 1872 la muerte de Juárez permitió el acceso al poder de Sebastián Lerdo de Tejada, quien decretó una amnistía que favoreció a los rebeldes, y Díaz se retiró a las labores de hacendado en el estado de Veracruz. De aquí llegó al Congreso electo como diputado, y cuando el gobierno de Lerdo de Tejada comenzó a enfrentar resistencia, rehusó una oferta para quitarlo de en medio con la embajada de su país en Alemania. En cambio, en 1875 viajó hasta Nueva Orleáns para planear una nueva insurrección. (Plan de Tuxtepec). Esta vez, saliendo de Oaxaca (10 de enero de 1876), Díaz logró sus propósitos, y pudo proclamarse Presidente de México el 10 de noviembre de 1876. Habiéndose declarado contrario a la reelección, en 1880 hizo elegir a uno de sus subalternos, Manuel González, para un cuatrienio de notoria corrupción.
Al término del período de González, una nueva presidencia de Díaz fue vista como alivio, y desde entonces Díaz ya no soltó el poder hasta que debió abandonarlo en 1911, asediado por alzamientos en su contra desde cada costado de México.
El Porfiriato se caracterizó por cierto progreso del país en materia de comunicaciones ferrocarrileras e industrialización, pero acentuó gravemente las desigualdades sociales. Díaz favoreció los objetivos de los grandes hacendados mexicanos, procediendo a la expropiación de tierras antaño en manos de campesinos, y este factor, junto con su larga detentación del poder, determinó el descontento que daría al traste con su régimen. En 1908 concedió una famosa entrevista a una revista estadounidense en la que declaró estar dispuesto a dejar el poder, anunciando elecciones para 1910.
Un antiguo asociado, Francisco Madero, educado en los Estados Unidos, quiso ser candidato luego de que Díaz desconociera su ofrecimiento de no volver a reelegirse, desde la plataforma del Partido Antirreeleccionista. El mismo día de las elecciones, sin embargo, Madero fue detenido y apresado en San Luis de Potosí, desde donde lanzaría el Plan de San Luis (20 de noviembre de 1910), que marca convencionalmente el inicio de la Revolución Mexicana. El manifiesto declaraba ilegal el nuevo gobierno de Porfirio Díaz, proclamaba a Madero como presidente provisional y llamaba a la insurrección. En 1911, después de que sus tropas federales fueran derrotadas, Díaz salía a refugiarse en Francia y Madero era elegido Presidente de México por abrumadora mayoría.
Un mes después de que Madero hubiera sido proclamado candidato presidencial antirreeleccionista (mayo de 1910), Emiliano Zapata se había sublevado en Morelos al frente de campesinos que exigían tierras. Por su parte, Francisco Villa hizo lo propio junto con Pascual Orozco desde Chihuahua el 20 de noviembre, y en enero del año siguiente los hermanos Flores Magón se alzaron en Baja California y los hermanos Figueroa en Guerrero.
Fue la ocupación de Ciudad Juárez el 10 de mayo de 1911 por estos revolucionarios lo que finalmente determinó el 26 de ese mismo mes la salida de Porfirio Díaz, quien dejó el gobierno en manos de Francisco León de la Barra. Éste entregó el poder a Madero a la elección de éste.
A pesar de que Madero había conseguido el apoyo de Emiliano Zapata y Francisco Villa con promesas de reforma agraria, al llegar a la presidencia se olvidó de ellas. El incumplimiento impulsó a Zapata a lanzar, a los diecinueve días de la toma de posesión de Madero, el Plan de Ayala, por el que reclamaba el reparto de tierras y decretaba la continuación de la guerra revolucionaria. Pascual Orozco, nombrado jefe supremo de las fuerzas agraristas, se levantó en armas en Chihuahua en marzo de 1912, para ser imitado por Bernardo Reyes en Nuevo León y Félix Díaz en Veracruz.
El ejército federal, comandado por Victoriano Huerta—que ya había luchado exitosamente contra los zapatistas en el interregno de León de la Barra—y Prudencio Flores, emprendió una cruenta campaña contra los insurrectos. Las tropas oficiales quemaron villas enteras, establecieron campos de concentración y ajusticiaron a numerosos campesinos.
En febrero de 1913 la revolución había llegado a Ciudad de México, y en la “Decena Trágica” (diez días de lucha) murieron allí unos dos mil combatientes. Poco después el embajador de los Estados Unidos, Henry Lane Wilson, arregló un acuerdo entre Huerta y Díaz para deponer a Madero. El 18 de febrero el golpe de Estado derrocó a Madero y proclamó Presidente a Victoriano Huerta. Cuatro días después, Madero y su Vicepresidente, José Pino Suárez, eran asesinados por orden de Huerta.
Venustiano Carranza, gobernador de Coahuila, se negó a reconocer el gobierno de Huerta, y el 26 de marzo de 1913 proclamó el Plan de Guadalupe, en el que se declaraba continuador de la obra de Madero y procedía a la formación del “Ejército Constitucionalista”. Pronto se adhirieron a esta causa Álvaro Obregón en Sonora y Pancho Villa en el norte de México, al tiempo que Zapata operaba en el sur y el este del país. En la capital, la Casa del Obrero Mundial, de tendencias anarquista y obrerista, y defensora de las reivindicaciones agrarias del movimiento zapatista, también hacía oposición a Huerta. Las tropas constitucionalistas, formadas por campesinos y gentes del pueblo, derrotaron a los federales: Villa tomó Chihuahua y Durango y Obregón venció en Sonora, Sinaloa y Jalisco. Los Estados Unidos intervinieron contra el gobierno, enviando marines a Veracruz el 21 de abril de 1914, con el pretexto de liberar militares norteamericanos apresados por Huerta. Luego de un triunfo constitucionalista en Zacatecas el 24 de junio y de la ocupación de Querétaro, Guanajuato y Guadalajara, Huerta dimitió el 15 de julio siguiente y se marchó al exilio. Por el Tratado de Teoloyucán se decretaba la disolución del ejército federal y la entrada de los constitucionalistas en la capital, que se produjo el 15 de agosto de 1914, justo cuando comenzaba la Primera Guerra Mundial en Europa.
En noviembre de 1914 el Convenio de Aguascalientes regulaba el cese de hostilidades y nombraba a Eulalio Gutiérrez presidente provisional. Éste trasladó la sede del gobierno a San Luis Potosí, dejando Ciudad de México en manos de Zapata y Villa, mientras Carranza se retiraba a Veracruz. Villa y Zapata no lograron entenderse y al mes del acuerdo abandonaban la capital, prestos a reanudar hostilidades.
Electo presidente, Venustiano Carranza promulgó la Ley Agraria de enero de 1915, con lo que logró el respaldo de buena parte del país. Entretanto, su ejército combatía a Villa bajo el mando de Álvaro Obregón y lo derrotaba en Celaya, Guanajuato, León y Aguascalientes. En octubre los Estados Unidos, que habían ordenado la persecución de Villa—éste se había dedicado a la guerra de guerrillas y a provocar la intervención norteamericana—reconocieron el gobierno de Carranza. Por su parte, Zapata repartía tierras en Morelos, pero sus fuerzas fueron obligadas a replegarse a las montañas tras una expedición exitosa de las tropas federales bajo Pablo González.
En medio de esta relativa estabilidad, Carranza procedió a convocar un Congreso Constituyente en Querétaro. El 31 de enero de 1917 se aprobaba la Constitución de los Estados Unidos de México, con lo que formalmente se ponía fin a la Revolución Mexicana. Poco después Carranza era elegido Presidente (11 de marzo) bajo las nuevas disposiciones constitucionales.
La constitución mexicana de 1917 fue tenida por extremadamente radical para la época. En realidad consagraba un régimen democrático, aunque mantenía las conquistas sociales y la reforma agraria. También se declaraba defensora de la propiedad privada, y en lo tocante a educación prohibía a las religiones el establecimiento de centros de enseñanza, la que fue definida como laica, aun en medio de libertad de cultos.
La lucha armada, no obstante, no había cesado, y faltaría que murieran asesinados otros líderes revolucionarios. Zapata, por ejemplo, fue engañado con la posible defección de un oficial afecto al gobierno y emboscado y muerto en Chinameco el 10 de abril de 1919. El mismo Carranza fue asesinado el 20 de mayo de 1920. El 7 de mayo había huido de Ciudad de México rumbo a Veracruz, después de un infructuoso intento de detener a Álvaro Obregón, quien había anunciado su candidatura presidencial en abril de 1919. Por lo que respecta a Pancho Villa (nombre real: Doroteo Arango Arámbula), logró hacer las paces con el nuevo presidente, Adolfo de la Huerta, en 1920, y se retiró de la actividad guerrera. Tres años más tarde fue asesinado en Chihuahua.
La estabilidad de México no terminaría de llegar hasta 1934, cuando asumió la presidencia Lázaro Cárdenas, quien echaría las bases para el largo dominio del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la política mexicana.
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En el resto del continente la pobreza y el atraso eran la regla. El escaso desarrollo económico iba acompañado de muy altas tasas de analfabetismo, junto con desempleo o subempleo muy marcados. Por otra parte, al igual que México, los restantes países latinoamericanos se caracterizaban por una extrema desigualdad entre las clases sociales pudientes, usualmente latifundistas, y las clases obrera y campesina. Sus economías eran, por otra parte, monoproductoras y dependientes por lo mismo de un único renglón de exportación. El café de Brasil, el azúcar de Cuba, la ganadería y el trigo de Argentina, el cobre y los nitratos en Chile, el estaño en Bolivia y el petróleo en Venezuela, permitían una economía sujeta a los vaivenes del comercio internacional, y ocasionalmente ésta experimentaba vientos de fortuna. En todos los países, por lo demás, las élites militares influían desproporcionadamente en la política, lo que dio pie al establecimiento de numerosos regímenes dictatoriales. En Venezuela, por ejemplo, la dominación de hombres de guerra de Los Andes se extendió por cuarenta y cinco años, y luego de un breve lapso de tres años de gobierno civil, obtuvo de nuevo el control por una década adicional. Hacia fines del período considerado, en otro caso, Rafael Leonidas Trujillo alcanzó el poder en la República Dominicana en 1930, el que ejerció como dictador absoluto y cruel durante 32 años. En ese mismo año Getulio Vargas tomaba la presidencia en el Brasil para manifestarse como otro autoritario más.
Es de este período que data también el inicio de un sentimiento antinorteamericano bastante extendido en América Latina. Las frecuentes intervenciones de los Estados Unidos en los asuntos internos de México, Centroamérica y el Caribe, les crearon una imagen imperialista.
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Al otro extremo del mundo la inquietud revolucionaria también hacía de las suyas. La Primera Guerra Mundial había dejado al Japón en muy ventajosa situación. Habiendo entrado en la guerra contra Alemania el 23 de agosto de 1914, ocupó prontamente las islas alemanas en el Pacífico y sus posesiones en la provincia china de Shan-tung. Al término del conflicto logró que los tratados de paz les reconocieran esas conquistas.
China había tenido su revolución en 1911, de la mano de Sun Yat-sen, y había terminado con la dinastía manchú. Pero este líder fue pronto apartado de la jefatura del proceso, y en su lugar se hizo hombre fuerte el general Yüan Shih-k’ai, quien hizo desde la presidencia un intento de restauración de la monarquía. No lo logró, pues numerosas revueltas expresaron un descontento que forzó su dimisión a comienzos de 1916. Antes, sin embargo, la debilidad de China forzó a Yüan a aceptar casi todas las demandas que Japón hizo explícitas en 1915: la transferencia de los derechos alemanes en Shan-tung y la bahía de Chiao-chou, privilegios especiales para súbditos japoneses en Manchuria y Mongolia interior y la explotación de minas en China central.
Japón, sin embargo, no pudo impedir que a la postre China entrara en conflicto contra las Potencias Centrales de la Gran Guerra. Habiendo obtenido seguridades de los Aliados acerca de sus pretensiones en territorio chino, dejó de oponerse a la participación de los chinos que aquellos buscaron insistentemente, la que fue decretada el 14 de agosto de 1917. En el interior de China, en cambio, este issue de la participación en las hostilidades—que se limitó al envío de 200.000 coolies[2] a la retaguardia francesa—tuvo efectos políticos de gran importancia. Sun se había opuesto a la entrada de China en el conflicto, y sin dejar de aceptar el estado de guerra como fait accompli, estableció en Cantón un gobierno revolucionario que desconocía al asentado en Pekín.
A pesar de esta división, al término de la guerra los gobiernos de Pekín y Cantón presentaron un frente común con el fin de moderar, si no impedir, las pretensiones japonesas en China. Fueron decepcionados, sin embargo. En 1917 Francia, Gran Bretaña e Italia se habían comprometido con Japón, y los Estados Unidos no pudieron hacer nada contra esa determinación. Japón, por tanto, intentó expandir su área de control y, bajo el pretexto de luchar contra el régimen bolchevique de Rusia, ordenó un desembarco en Vladivostok. Los bolcheviques, no obstante, ganaron la guerra civil, y en Siberia recrudecía la resistencia contra los japoneses. En China, similarmente, el resentimiento que se originaba en el trato recibido en los tratados de París, fortalecía el espíritu nacionalista, enfocado primariamente contra Japón. En este contexto los Estados Unidos presionaron a Inglaterra—ahora su acreedora de posguerra—para que no renovase sus acuerdos con Japón, los que caducaban en 1920, y convocaron a una conferencia en Washington para poner orden en Asia oriental.
Reunida de noviembre de 1921 a febrero de 1922, la conferencia atrajo los representantes de las potencias colonialistas grandes o pequeñas: Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia, Portugal, Holanda y Bélgica, junto con China y Japón. La conferencia fue un triunfo en términos norteamericanos: no sólo puso freno a Japón en China, sino que logró limitar indirectamente la expansión de la flota de guerra japonesa, al aprobarse un acuerdo de tamaños relativos de las marinas de guerra de los países involucrados.[3]
Entretanto, en China continuaba actuando la levadura revolucionaria. En 1919 los estudiantes de Pekín tomaron las calles para protestar los acuerdos de Versalles, que habían confirmado los privilegios japoneses en China. Este “Movimiento del 4 de mayo”, en principio nacionalista, la emprendió también contra el predominio del confucianismo en la vida cotidiana y la cultura, iniciando una renovación cultural e ideológica. Sus representantes adquirieron, además, importantes responsabilidades políticas. Ch’en Tu-hsiu, director de una revista del movimiento, fue elegido en 1921 secretario del recién fundado Partido Comunista Chino. Éste celebró en Shanghai su primer congreso en julio de ese año con una escasa docena de delegados, entre quienes se encontraba el futuro hombre fuerte de China: Mao Tse-tung.
El propio líder de la revolución de 1911, Sun Yat-sen, fundador del partido republicano Kuo-min-tang, comenzó a derivar hacia posiciones izquierdistas. Habiendo sido encerrado en Cantón por su antiguo aliado, el general Ch’en Chiung-ming, consolidó su desconfianza contra los elementos militares y llegó a la conclusión de que debía proporcionar a su partido una mayor carga ideológica. En consecuencia, volteó sus ojos hacia la Unión Soviética, al considerar que sólo este país podría ayudarle contra los japoneses y los militaristas de su propia nación. En enero de 1923 se firmó la declaración Sun-Joffe, en la que los soviéticos se avenían a fortalecer al Kuo-min-tang en su intento de unificar a China, considerando que era demasiado prematuro para instaurar allí el comunismo. Al año siguiente, una reorganización del partido de Sun seguía el modelo del Partido Comunista Ruso, y añadía a sus principios originales—nacionalismo, democracia y bienestar del pueblo—las “tres políticas” de apoyo a los movimientos obreros y campesinos, colaboración con la Unión Soviética y alianza con el Partido Comunista Chino.
Las potencias occidentales presentes veían estos desarrollos con malos ojos, y en 1925 un incidente exacerbó el sentimiento antioccidental. El 30 de mayo de 1925 tropas inglesas dispararon contra manifestantes en Shanghai. La protesta tomó forma de huelga general y bloqueo de las comunidades internacionales residenciadas en la ciudad, y hasta octubre no fue posible aplacarla, y esto requirió la intervención de soldados británicos con apoyo de unidades japonesas. En junio otro episodio avivó el fuego desde Cantón, donde de nuevo cayeron disparos extranjeros sobre una manifestación local. Al boicot de los obreros portuarios de Hong Kong contra mercancías inglesas, Inglaterra respondió con el aislamiento de Cantón, lo que animó aun más a los nacionalistas más radicales.
Todo el proceso causaba alarma en el ala derecha del nacionalismo, que representaba a la burguesía china, nacida de la industrialización junto con la combativa clase obrera. Esta clase de comerciantes e intermediarios veía con simpatía la tendencia nacionalista, pues le liberaba de la competencia de los occidentales. Pero el progreso del izquierdismo en el Kuo-min-tang puso en peligro la conjunción de nacionalismo político con nacionalismo económico, y a la muerte de Sun en 1925 la derecha impuso la figura de Chiang Kai-shek para llenar el vacío.
Chiang no tardó mucho en embestir a los comunistas. En febrero de 1926 ordenó la encarcelación de comunistas y sindicalistas, y luego decidió emplear el ejército para unificar el país. En julio de 1926 comandó una expedición que llegó a Shanghai en marzo del año siguiente y fue ampliamente aclamada. Allí atacó a los comunistas en una acción que causó 5.000 víctimas, y en abril formó en Nankín un gabinete opuesto al de Hankow, que mantenía colaboración con los comunistas. Luego de extender su influencia a esta ciudad, Chiang Kai-shek logró finalmente el control total del Kuo-min-tang. Luego, eliminó a más de 2.000 comunistas en Cantón, con lo que terminó de sofocar la competencia de la izquierda. Una vez logrado esto, tomó Pekín el 8 de junio de 1928. En noviembre de este año el gobernador de Manchuria, provincia que los japoneses todavía controlaban, reconocía la autoridad de Chiang. China había sido reunificada bajo su mando. Pronto, sin embargo, sufriría una guerra civil más concluyente. LEA
[1] La noción de América Latina es de invención francesa, y data de la época de Napoleón III. Usualmente se designaba al territorio que quedaba al sur del Río Grande como Hispanoamérica. La entronización de un emperador apoyado por Francia en México (Maximiliano de Austria) y la minúscula posesión francesa de Martinica, justificaron la más amplia designación de Latinoamérica.
[2] Término despectivo para referirse en Asia, principalmente en China, a la mano de obra no calificada. En castellano decimos culíes.
[3] Sobre una relación proporcional de 5 para los Estados Unidos e Inglaterra, 3 para Japón y 1,67 para Francia e Italia. Alemania continuaba estando fuera de estos acuerdos de posguerra.
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