LEA, por favor
En diciembre de 1984 la Constructora Nacional de Válvulas, cuyo presidente era Andrés Sosa Pietri, editó el primer número de su revista Válvula, que estuvo dedicado al tema de la integración de las naciones de origen ibérico. El número fue construido con el texto inédito de una conferencia de don Arturo Úslar Pietri en Santa Cruz de Tenerife y, para mi inmenso honor, un artículo que completé a tiempo para entrar a imprenta.
La Ficha Semanal #106 de doctorpolítico se compone con un fragmento de la conferencia de Úslar (La comunidad hispánica en el mundo de hoy) y un trozo del artículo del suscrito. (La verdad que ya no podemos eludir). Ambos se refieren al hecho del idioma como gran determinante de la macropolítica. (En general, los dos textos coincidían en sus líneas principales, al prescribir la unión política de los pueblos ibéricos).
Es una resentida línea de la revolución chavista—con eco en el discurso de Evo Morales—el rechazo al hecho fundamental del Descubrimiento de 1492. Acá se tumba la estatua de Colón y se desmantela la réplica de la carabela Santa María en el Parque del Este de Caracas. En Bolivia Evo Morales habló de unas cuentas por cobrar que resarcirían cinco siglos de genocidio español. Pero Ni Chávez ni Morales son capaces de pensar el mundo de hoy si no lo hacen en español.
La Carta Semanal #60 (30 de octubre de 2003) de doctorpolítico hacía las siguientes observaciones:
«…incluso para decir barrabasadas Evo Morales y Hugo Chávez emplean el español, piensan en español, piensan español. Si fuesen lógicamente consistentes Morales debiera amenazar en quechua y Chávez despotricar en pemón. Debieran negar sus nombres, pues Morales no es apellido inca ni Chávez es caribe. Debieran resistir los micrófonos y las cámaras, puesto que son de marca Sennheiser o Ikegami, en lugar de modelos Paramaconi XC o Atahualpa Special Edition…
Si al encuentro de la civilización occidental con una miríada de tribus por su mayor parte dispersas y enemistadas entre sí, éstas ‘aportaron’ un continente físico que de todos modos les quedaba grande, los españoles en Hispanoamérica contribuyeron precisamente con eso, con civilización. No hay manera de que Chávez siquiera formule una sola idea si no es a partir de los hechos de Losada o Garci González de Silva…
Naturalmente, en la cosmogonía Morales-Chávez los aborígenes del continente eran seres angélicos, intocados por la maldad que, como viruela, trajeron los españoles. ¿Cuántas muertes, cuántos genocidios conoció nuestro condominio continental antes de que a la Reina Isabel se le ocurriera financiar con sus joyas la atrevida aventura de Colón? La palabra makiritare significa sencillamente ‘hombre’, por lo que estaba implicado que ninguna otra tribu era humana. Por eso los maquiritare decían waika o ‘infrahumano’ a los yanomami, a quienes procuraron exterminar. Sostener que España vino a fregar la existencia a un idílico universo de hombres buenos y felices es una colosal tontería, pues antes del Descubrimiento estas tierras vieron la sangre que los humanos sabemos verter en toda latitud y toda época».
LEA
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Se piensa español
DE «LA COMUNIDAD HISPÁNICA EN EL MUNDO DE HOY»
Hoy los hombres que hablamos el español como lengua materna pasamos de doscientos millones de personas y vamos a ser seguramente trescientos y tantos millones de personas para el año 2000. Si a eso añadimos los lusoparlantes, de los que nos separa prácticamente un matiz de lenguaje, seríamos hoy trescientos millones y el año 2000 quinientos o seiscientos millones de seres humanos, que es bastante más que los millones de angloparlantes que no van a crecer al mismo ritmo y que, desde luego, ya en ese terreno no se pueden comparar con ninguna otra colectividad de pueblos.
¿Por qué no se pueden comparar, me dirán ustedes? Y se los voy a decir: porque la lengua española—o la lengua portuguesa en este mundo ibérico—no es una lengua superpuesta sino que es una lengua compartida. Cuando uno toma las estadísticas encuentra que en ellas, que generalmente están hechas de un modo objetable y a veces no del todo inocente, aparecen como las mayores lenguas del mundo: el chino, con 800 millones; el inglés con 369; el ruso con 246 y el español con 200.
Estas cifras no son exactas, o lo que significan no es lo que parecen significar. En primer lugar, no es cierto que 800 millones de seres humanos hablen chino, no se habla chino en toda la China; la lengua de Pekín, el mandarín, se habla en una pequeña parte de la China, de tal modo que un habitante de Pekín no puede ir a Cantón y hacerse entender hablando y eso ocurre en toda la extensión de China. Lo que los unifica es algo providencial, es que tienen una escritura ideográfica y no una escritura fonética. Si fuera fonética los dividiría, en cambio el ideograma lo leen los chinos de todas las lenguas sin dificultad ninguna, porque el signo que significa casa lo entienden todos, aun cuando al leerlo emitan una voz totalmente distinta.
O el caso del inglés: si uno suma la población de la Gran Bretaña, la de los Estados Unidos, la del Canadá, la de África del Sur, la de Australia y Nueva Zelanda, llegaríamos a esa suma como lengua materna. El caso del ruso es semejante; la Unión Soviética tiene 246 millones de habitantes, pero la mayoría de ellos no lo tienen como lengua materna. El ruso es lengua materna de sólo una parte de la Unión Soviética. En la Unión Soviética se hablan más de 100 lenguas y se publican libros en más de 70 de ellas. El ruso es una lengua de comunicación para la mayoría, una lengua de cultura superpuesta a las lenguas locales y nacionales que tienen.
Si eliminamos el chino porque no es una lengua común de 800 millones de seres, y eliminamos el ruso, después del inglés con 369 millones, el español es la segunda lengua del mundo. Lo hablamos hoy cerca de trescientos millones de habitantes y lo van a hablar dentro de 15 años muchos más, y si sumamos a esto el mundo lusoparlante constituimos una familia de pueblos casi lingüísticamente unida, que representará dentro de quince o veinte años 500 o 600 millones de hombres.
Éste es un hecho muy importante; estoy hablando con ustedes una lengua que no me es extraña, que es mi lengua materna, que es tan materna para mí como para el hombre de Valladolid o para el de Buenos Aires o para el de Méjico. No tengo otra, las otras que tengo las he aprendido como lenguas auxiliares, de comunicación. El español no es una lengua de comunicación para mí, es mi lengua, por más que la pronuncie de un modo distinto, por más que emplee algunas palabras que en otras regiones hispanoparlantes no me las entienden como yo no entiendo muchas de las que dicen en otras partes.
Pero fundamentalmente yo creo que esta tarde, aquí no tenga ningún problema de comunicación lingüística. Ése es un haber extraordinario, esa unidad lingüística de lengua materna y no superpuesta es única. El francés no es lengua materna en África, es lengua de comunicación. El inglés y el francés se han extendido como lenguas de comunicación.
Esa situación de la lengua es un hecho capital, porque quien dice lengua dice cultura. Es imposible pensar que la divergencia de lenguas que hay en el mundo, y en el mundo existen cerca de diez mil lenguajes diferentes, hayan sido otra cosa que el producto del aislamiento cultural, de la evolución distinta, de pueblos distintos, de circunstancias distintas y por lo tanto expresan un hecho cultural diferente. El hecho de hablar, como lengua materna, una sola lengua doscientos millones de hombres revela que participan de una cultura común, es decir, de una visión común del mundo, de unos valores comunes.
AUP
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DE «LA VERDAD QUE YA NO PODEMOS ELUDIR»
En su edición del 15 de noviembre de 1982, la revista Newsweek publicó un extenso informe especial sobre el tema del idioma inglés como lengua de comunicación internacional. Luego de señalar que después del chino—hablado sólo por los chinos y fragmentado en varios grupos lingüísticos—el inglés es hablado por unos setecientos millones de personas en el mundo entero, pasa a considerar otros idiomas. Dijo Newsweek: «Sólo otro idioma, sin embargo, ofrece un serio reto como lengua para la comunicación mundial: el francés. De acuerdo con las más generosas estimaciones de París, hay 150 millones de francoparlantes en el mundo…» En el resto del artículo el idioma castellano es ignorado por completo.
Curiosamente, la revista eligió olvidar, voluntaria o involuntariamente, a un conjunto de trescientos millones de almas que hablan una sola lengua y que ocupan una extensa zona del planeta que se extiende desde la frontera sur de los Estados Unidos de Norteamérica, se aloja en el continente europeo y alcanza el continente asiático en las Islas Filipinas. Se trata de trescientos millones de personas que hablan español, trescientos millones de personas no tomadas en cuenta por Newsweek.
Han sido los trabajos de Sapir y Whorf los que han destacado con mayor fuerza los diferentes marcos mentales, las diversas metafísicas que los distintos lenguajes imponen a los parlantes. Hay cosas formulables en un idioma que resultan impensables en otro. Se piensa distinto en español que en inglés o en chino. El efecto es profundo y a veces indetectable. Esto significa que hay trescientos millones de personas que piensan parecido porque hablan el mismo idioma: el español.
Los pueblos que hablan español están ligados, por supuesto, por razones históricas. Pero si cada una de las naciones del mundo hispánico no hubiese tenido relación con ninguna otra y hubiese inventado el idioma castellano independientemente, esto bastaría para hacerlas muy similares en enfoques y percepciones de las cosas. Efectivamente, es el lenguaje un fenómeno profundo y radical. Es por esto que, aunque no tuviésemos razones históricas para considerarnos un solo pueblo, la comunidad metafísica del lenguaje nos presenta la unión como la más sensata opción de futuro.
Pues el hecho lingüístico tiene importantes consecuencias para la época que atraviesa ahora la civilización humana. La característica más notable de la próxima fase en la evolución humana estará, como lo confirma una miríada de acontecimientos, asentada sobre el uso intenso y extenso de las tecnologías de comunicación e información. Las formas cotidianas de dominación, por ejemplo, serán las de dominación por posesión de información. La información se superpone a lo económico como lo económico se superpuso a lo militar.
En estas circunstancias, la uniformidad que representa un idioma común es un activo de considerable poder. Para la crisis actual, en la que una excesiva preocupación por el know how, por las señales y por los medios ha desplazado la preocupación clásica por las finalidades, los contenidos y los significados, la emergencia de una nueva realidad geopolítica con un lenguaje común y una inclinación acusada hacia el mundo de los valores representa una esperanza.
Una vieja leyenda alemana afirma que en el origen del mundo había dos clases de hombres: los héroes y los sabios. Cada mañana, los héroes partían a correr las aventuras que les son propias: doncellas que rescatar, castillos que conquistar y dragones que matar. Al final de la jornada encaminaban sus pasos hacia las cuevas que habitaban los sabios—quizás las cuevas de Altamira—para que éstos les explicaran el significado de lo que habían hecho durante el día. Es un esquema parecido al de Hegel, y en todo caso, distante del temperamento español, el que exigiría conocer los significados antes de acometer sus aventuras. Tal vez la historia española se escribe antes de que ocurra.
En 1968, Jorge Luis Borges pasó un tiempo en Cambridge on Charles para enseñar en las aulas de Harvard. Por ese tiempo se le hizo un conjunto de entrevistas muy iluminadoras de su pensamiento. En una de ellas dice diferenciarse de Unamuno en que a éste le angustia la trascendencia y la inmortalidad, mientras que a él, Borges, no le importa si ya no sigue siendo Borges, si no hubiera sido nunca Borges, si no hubiera nunca sido. Es claro que Borges es un redomado mentiroso. Si a alguien le preocupan esas cosas es a Borges, que no cesa de escribir del infinito, de los espejos y de sus dobles. En el fondo, no puede haber hispano a quien no interese la trascendencia. Es de la trascendencia del hombre, esgrimida contra la posibilidad apocalíptica y maniquea de su eliminación, de lo que precisamente se trata.
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