La inscripción-lanzamiento de la candidatura presidencial de Manuel Rosales, el sábado pasado, en marcha numerosa—desde la época del revocatorio la oposición no levantaba cabeza—ha reavivado, no cabe duda, las esperanzas de que la candidatura «incumbente» de Hugo Chávez será derrotada electoralmente. Tanto es así, que las tozudas posiciones abstencionistas se ven hoy muy disminuidas. María Corina Machado, por ejemplo, acaba de decir: «Vamos a seguir exigiendo elecciones limpias para todos los venezolanos, pero también estamos claros en que hay que participar para poder exigirlas». Reconociendo que las condiciones electorales «han mejorado», reduce ahora su exigencia y declara: «Sólo falta que el CNE se decida a publicar el RE completo, se lo entregue a los distintos partidos, y que desista de utilizar las máquinas captahuellas, que además de ser ilegales comprometen el secreto del voto».
El día martes Alberto Garrido había halado las orejas de Súmate escribiendo en su columna—Tiempo real—lo siguiente: «Apareció entonces para la vieja dirigencia política otra posibilidad de retorno al protagonismo: las elecciones presidenciales. Pero Súmate, de la mano de Bush, se transformó en el Gran Inquisidor, exigiendo el ‘cumplimiento de condiciones mínimas’ para garantizar la transparencia electoral. Otros ex partidos acompañaron sus posiciones». (Destacado de esta publicación). Para el analista Garrido, Acción Democrática es un ex partido. COPEI lo mismo.
El joven Secretario General de los socialcristianos, Luis Ignacio Planas, a diferencia de Machado, estima que las condiciones electorales «están peor que nunca». Mientras Vicente Díaz, miembro del Grupo La Colina y rector del Consejo Nacional Electoral, declaraba que no era cierto que el registro electoral tuviese a un millón o dos de electores como residenciados en una vivienda, Planas, que no parece emular a José Antonio Pérez Díaz, Rafael Caldera o Eduardo Fernández—ex secretarios generales de COPEI de cierta sindéresis—acusó a Díaz de mentiroso y sugirió, insultantemente, que las posturas de este último se debían a razones venales, relacionadas con su sueldo de funcionario electoral.
Oswaldo Álvarez Paz también se esforzó en contribuir: aclaró que, si bien veía con buenos ojos la concreción de una candidatura unitaria, Alianza Popular no la apoyaba. Además dijo que ponía en duda las conclusiones de las universidades Central de Venezuela, Simón Bolívar y Católica Andrés Bello—y ahora las de Ojo Electoral—que señalaron que las deficiencias encontradas en el registro electoral no están orientadas según una preferencia por alguna candidatura en particular. Además de su desconfianza respecto del registro, Álvarez Paz expresó que la única manera de que el proceso sea transparente es hacer el escrutinio como pauta la Ley del Sufragio. (La ley pauta, por cierto, que este escrutinio sea automatizado).
Pero a pesar de estas posturas el abstencionismo se resquebraja. Factores sindicales afiliados a Acción Democrática están forzando una nueva discusión en el seno del partido, en busca de un apoyo a la candidatura Rosales. De tener éxito, Manuel Rosales habría logrado la reconstitución de la alianza que una vez se llamara Coordinadora Democrática.
La transformación alcanza por estos días al patriotismo de Internet. Así, el Sr. Oswaldo González escribe: «Desde que fuimos llevados al Paro y luego de la estúpida proclamación de Pedro Carmona y de los militares alrededor peleándose por el poder, opté por no volver a seguir a nadie, ni asistir a mítines, convocatorias ni firmar nada. Tampoco votar. Sigo convencido que el CNE de aquí, no va permitir ni van a haber condiciones para votar contra Chávez. Sin embargo; hoy mi posición la quiero compartir con ustedes porque ha variado». Luego propone ir a votar por Rosales, al punto que exige: «Quiero ver a Oswaldo Álvarez Paz, Henry Ramos, Antonio Ledezma, Peña Esclusa, Marta Colomina, Marianela Salazar, Ivellise (sic) Pacheco, Marcel Granier, Libertad Plena, Gente del Petróleo, Militares Retirados, etc. dejando a un lado su discurso de saboteo y comenzar a trabajar por la victoria y candidato ‘único’.»
Las filas abstencionistas se adelgazan con el paso de los días.
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No poco de este desplazamiento se debe a debilidades olfateadas en el lado oficialista, que el propio Chávez ha reconocido—y reclamado con malas pulgas—al disminuir de diez a seis millones de votos su meta electoral, y que han aparecido magnificadas con tres monumentales metidas de pata en los últimos días: la boutade imprecatoria de Barreto, la fuga de Carlos Ortega de Ramo Verde y la tragicómica ineptitud de Isaías Rodríguez, cuyo manejo del mitómano testigo Geovanny Vásquez habría acarreado su destitución aun en el Zimbabwe de Mougabe. Como ocurriera a partir del 23 de enero de 2002, la oposición comienza a oler sangre.
Afuera, entretanto, la campaña de Chávez por un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU, pudiera estar empastelándose. La Cámara de Diputados chilena acordó exhortar al gobierno de Michelle Bachelet para que no apoye la pretensión chavista, y aunque ésta ha declarado que la decisión es suya—la anunciará en octubre—ya José Vicente Rangel se ha curado en salud al declarar que cualquiera sea ésa, las relaciones entre Chile—su segundo país—y Venezuela no se verán afectadas. Ya hace tiempo que es incomprensible y censurable para cualquier persona que no sea un «chavista duro» el dispendio internacional de Chávez, pero un fracaso final en su objetivo de llegar al Consejo de Seguridad haría ese enorme gasto mucho más rechazable por el electorado.
Pero no toda la esperanza opositora se debe a la idiocia gubernamental. Hay mérito de político convencional en el tejido de alianzas que Rosales ha logrado confeccionar. Veintiséis organizaciones, hasta ahora, respaldan su candidatura—le gana a Chávez por tres—y en escasas horas calló a todos los precandidatos primaristas, al conseguir para cada uno algún cargo más o menos vistoso en el enrevesado organigrama de su comando de campaña. En su primera semana como candidato, por lo demás, ha dedicado atención preferente a territorios orientales, como para ladrarle en la cueva a Rausseo, con quien ya ha tenido encuentros. (Ahora lo tendrá con Smith).
El problema con el lanzamiento del gobernador (de permiso) del Zulia, sin embargo, es de otro orden. Rosales ha escogido prometer algo que no puede ser prometido seria o responsablemente. Tal como muchos medios de prensa registraron, Rosales prometió el sábado que «acabaría» con la pobreza.
En ocasión de evaluar el esquema programático que la extinta candidatura Petkoff proponía, esta publicación (Carta Semanal #188, del 1º de junio de 2006) destacaba la siguiente promesa: «7. arrancar de raíz las causas de la pobreza, que tienen su principal fuente en lo económico y, en particular, en el desempleo». Acá se opinaba entonces: «…nadie puede responsablemente prometer que ‘arrancará de raíz’ las causas de la pobreza, que ‘tienen que ver’ con lo económico y el empleo. (¿No es el empleo algo económico?) Además, tal cosa se haría en seis años. Petkoff ha aclarado que de resultar electo no pretendería reelegirse para un segundo período». Jeffrey Sachs, experto internacional en el tema, expone en su libro más optimista que eliminar la pobreza «extrema» en el mundo, mediante gigantescas transferencias de los países más ricos, tomaría veinte años. Si Rosales ganare, y fuere capaz de acabar con toda la pobreza venezolana, extrema o moderada, en seis años—tal vez doce si, como Chávez, calcula su reelección—entonces Sachs debiera despedirse de una vez del Premio Nóbel de Economía.
No está esta publicación sola en esa clase de apreciaciones. Juan Carlos Sosa Azpúrua escribía el martes en El Universal: «Rosales se ha estrenado como candidato dando declaraciones populistas, diría que irresponsables. Si la idea es copiar a Chávez en demagogia, desde ya le auguro al gobernador (con una excelente gestión gubernamental en el Zulia) un fracaso estrepitoso. A nadie le gustan las copias, siempre se prefiere al original».
Hay, sin embargo, quien cree que el interés supremo de la patria es salir de Chávez a como dé lugar, y que si es preciso ser tan demagogo o procaz como él, entonces la preocupación por la seriedad de las proposiciones es sólo un escrúpulo romántico o ingenuo. Una vez más, se desprecia la inteligencia de los electores.
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