Uno se pregunta ¿por qué no se plantea Manuel Rosales aprovechar la oportunidad para formar, al igual que Chávez, un partido único de la contrarrevolución? Si tiene sentido para Chávez pudiera tenerlo para Rosales. Aquí pudiera estar el germen del nuevo bipartidismo venezolano, determinado por un polo político que está a favor de los cambios a lo largo del continuo térmico que va de Diosdado Cabello a Juan Barreto, y uno que está en contra, que va de desde las posiciones de Julio Borges hasta las de Teodoro Petkoff. Ya el Movimiento Quinta República ha manifestado que está dispuesto a sumarse al partido único propuesto por Chávez, mientras la contrarrevolución de Rosales no ha discutido el asunto. ¿Podría Primero Justicia, por ejemplo, hacer otro tanto en el bando contrario si Rosales lo solicitare?
Varias veces, por otro lado, se ha dicho que Rosales aspira justamente a establecer un gran partido, un partido que adquiriera las dimensiones de lo que antaño fuera Acción Democrática. Ésas serían sus aspiraciones para Un Nuevo Tiempo, movimiento al que quiere ubicar en la socialdemocracia, el terreno ideológico de Willy Brandt y Rómulo Betancourt, el terreno de Acción Democrática, mientras ésta se consume bajo la dirección de Ramos Allup y procura frenar la toma del partido por el rosalismo.
Pero ¿es que existe el rosalismo? Algo así sería necesario para oponer al chavismo, empresa político-personal por antonomasia, por lo menos dentro de un esquema clásico de política de poder. A un movimiento político de cierta clase hay que oponer uno de clase equivalente, y si hasta ahora la revolución es chavista, según esa forma de razonar habría que crear el rosalismo, la reunión de los rosalistas. (¿Es usted rosalista?)
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Lo que Chávez ha sabido hacer desde una figura fuerte, que requiere acatamiento absoluto so pena de desgracia política, es establecer fuertes lazos afectivos en los electores que le siguen. Aun ante evidencias irrefutables de ineficacia gubernamental y corrupción, el chavista típico tiende a absolver a Chávez de culpa, y su afiliación a la causa es mucho menos por ideología que por identificación con un líder carismático de raíz popular que encarna lo que un viejo político llamara «la vocación ascensional del pueblo venezolano», sus ansias de ascender más allá del bajo escalón social en que se encuentra.
Es dudoso que Rosales tenga rasgos similares que le permitan proyectarse como un líder del tipo de Chávez, y su adiestramiento democrático y civil es bastante diferente al autocrático y militar que conformara la personalidad de Chávez, de por sí autoritaria. («No me reclamen; yo soy su líder»). Rosales es un constructor de consensos, no una personalidad autoritaria que impone su libertad sobre la base del miedo o el enamoramiento con su persona.
Pero esta diferencia hace, entonces, incluso más necesario para la oposición reunida tras la candidatura de Rosales la construcción de un partido único, pues ya no sería la identificación con un caudillo el cemento que la mantendría unida, sino el compromiso con una organización y su programa.
El problema reside entonces en la factibilidad de constituir la organización de vocación universal que pueda aglutinar lo que hoy es un movimiento creciente, pero muy abigarrado en cuanto a lo ideológico. Para oponer a la candidatura adeca de Rómulo Gallegos la figura de Rafael Caldera, se construyó un aparato que al inicio (1946) era una organización de fines estrictamente electorales, al punto que se llamara Comité de Organización Política Electoral Independiente, o COPEI. Fue después de la elección de ese año que se dotó al naciente partido de una ideología homogénea, la socialcristiana, tarea que se facilitaba por la extracción igualmente homogénea—de colegios cristianos—de su liderazgo.
Ésas no son las condiciones que rodean el esfuerzo electoral de Rosales, soportado por más de dos docenas de partidos y partiditos, cada uno de los cuales tiene su propio caudillo. Es difícil concebir, por ejemplo, que Julio Borges acepte que su creación, Primero Justicia, que le ha costado tanto últimamente mantener bajo control, sea fagocitada y disuelta por una nueva estructura política que en principio no es afín en materia doctrinal. Si ha sido tan difícil reunir a la «familia socialcristiana»—COPEI, Proyecto Venezuela, Convergencia y Primero Justicia—mayor dificultad se encontraría en la fusión con lo que queda del Movimiento al Socialismo y la organización socialdemócrata de Rosales.
La actual coaligación de voluntades políticas en torno a Rosales, además, no está hecha de afinidades ideológicas que no sean la mera y mínima de oponerse a Chávez. Hace exactamente una semana Teodoro Petkoff, que funge como Director de Estrategia del candidato, editorializaba en Tal Cual en los siguientes términos: «En verdad, en verdad, debemos optar es entre un proyecto inepto y corrupto, que cada vez oculta menos sus fauces autoritarias, autocráticas y militaristas, intentando copar todos los espacios sociales, y la posibilidad de impedir que esa orientación totalitaria termine por doblegarnos». Esto es, la opción es entre Chávez y no Chávez; Petkoff fue incapaz de adelantar una justificación positiva, sustantiva, de la candidatura de Rosales. Todo está referido al oponente. No es un movimiento de «quiero», es uno de «no quiero».
Hasta ahora, pues, no hay signos en el horizonte que presagien la coalescencia de los muchos movimientos menores que apoyan a Rosales. El más vigoroso y fresco de ellos—Primero Justicia—es no sólo un partido que lleva por dentro la procesión divisionista, sino que no entusiasma a mucho más de 5% de los electores.
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Pero si hubiere éxito en un esfuerzo muy especial por construir una fuerza homogénea de oposición, lo que se lograría es una división del campo político en dos fuerzas de orientación socialista—control social o estatal de la economía—asemejadas a la tradicional división entre radicales más cercanos al comunismo marxista, y moderados del socialismo reformista al estilo de Eduard Bernstein. Las «dos izquierdas» de Petkoff.
Esta disposición, obsoleta porque seguiría definiéndose en torno a categorías decimonónicas, casi exigiría la formación de un partido de derecha, al reincidirse en la definición del espectro político en términos de derechas e izquierdas. Y aunque cosas tales como el «Movimiento 4D» hayan sido abortadas, y organizaciones como Liderazgo y Visión (Gerver Torres, con el apoyo de Oscar García Mendoza) nunca hayan anclado con fuerza entre los venezolanos, existe latente el foco de intereses empresariales que esta vez procuraría hacerse presente en caso de cristalizar la partición de las izquierdas.
En otras ocasiones se ha argumentado acá a favor de la creación de una nueva organización política de «código genético» diferente al de los partidos tradicionales. Tal cosa requiere una claridad paradigmática: la sustitución del paradigma de Realpolitik por un paradigma clínico o médico para la política. Todas las formaciones políticas antiguas—y son antiguas la que quiere ensamblar Chávez y la que quisiera lograr Rosales—son organizaciones para la toma del poder, agotadas en el combate al oponente. Sólo un nuevo paradigma, encarnado en otra clase de organización, moderna, de Tercera Ola, podría superar la actual visión de las cosas, que en gran medida comparten, con diferencias de grado, José Vicente Rangel y Antonio Ledezma, por poner sólo dos ejemplos.
Lo más probable, pues, es que una organización de este nuevo tipo deba ser conformada desde cero. Intentar su conformación a partir de un cúmulo de transacciones y acomodos de una veintena de partidos es garantía segura de fracaso. Las iniciativas a este respecto deberán venir de otros lados.
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A Chávez le es más fácil lograr su partido único que a Rosales. Por una parte, el Movimiento Quinta República es claramente el más grande de la coalición gubernamental, y podrá sentar la pauta a Podemos y Patria Para Todos, aunque se suscite el diálogo interpartidista que ha anunciado Willian Lara. En cambio, el movimiento Un Nuevo Tiempo no puede exhibir tamaño suficiente para asegurar su predominio. Por otro lado, el «Polo Patriótico» puede disponer de una cantidad mucho mayor de recursos que la que es asequible a los líderes opositores, incluyendo la oferta creíble de plazas burocráticas. La tarea de la unificación es, pues, mucho más difícil para la oposición.
Esta dificultad pudiera atenuarse en caso de un triunfo de Rosales en diciembre, lo que es posible. Luis Alberto Machado suele decir que las campañas electorales no las gana el candidato que más acierta, sino que las pierde quien más mete la pata. En lo que va de confrontación, Rosales no ha cometido todavía errores gruesos, mientras que el campo gubernamental se ha lucido con el caso Danilo Anderson, la fuga de Ramo Verde y las escandalosas actuaciones de Juan Barreto. Estas cosas deben haber afectado la intención de voto a favor de Chávez, pero tal vez en grado no suficiente.
Rosales ha escogido hacer una campaña tradicional de contacto sobre líneas pragmáticas, eludiendo la pelea ideológica. Habrá que ver si es eficaz una campaña de este tipo ante un contendor fuertemente ideologizante. Y también habrá que ver si sus ofertas—la tarjeta de débito «Mi negra», por ejemplo, nueva versión del «cesta ticket petrolero» de Petkoff—pueden contra la realidad. Hace seis días que Luis Vicente León, Director Ejecutivo de Datanálisis, presentara la siguiente evaluación: «Por primera vez en ocho años los más pobres del país han logrado una recuperación real de su poder adquisitivo, es decir, sus niveles de ingresos han aumentado 445% mientras que el incremento inflacionario acumulado en este período ha sido de 376%». ¿Querrá el elector promedio venezolano, en ausencia de una confrontación ideológica total, cambiar este pájaro en mano por la volante promesa de la tarjeta de Rosales?
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