Justo al comienzo de Hegemonía o supervivencia (America’s quest for global dominance), Noam Chomsky refiere los razonamientos del biólogo Ernst Mayr sobre la probabilidad de existencia de inteligencia extraterrestre en nuestro universo—Mayr la estima como prácticamente nula—para ventilar luego sus propias preocupaciones sobre el destino de la especie humana: «…un observador extraterrestre hipotético pudiera muy bien concluir que los humanos han demostrado esa capacidad [de destruirse a sí mismos] a través de su historia, dramáticamente en los últimos siglos, con un asalto al ambiente que sostiene la vida, a la diversidad de organismos más complejos y, con frío y calculado salvajismo, también los unos a los otros». Un refinado dibujante de tiras cómicas—Bill Watterson—hace hablar a un tigre de peluche (Hobbes), que se dirige al alucinado infante que es su dueño (Calvin) para significar lo mismo de modo más sucinto: «La más segura señal de que existe vida inteligente en algún lugar del universo es que nunca ha tratado de contactarnos».
Profuso en citas—hace referencia a sesenta y dos libros—es Hegemony or survival. Las emplea Chomsky, por otra parte, con demoledora pertinencia. Por su mayor parte es el libro una denuncia contra la irracionalidad de la invasión norteamericana a Irak, aunque el discurso es más amplio, y en verdad establece la tesis de un verdadero y longevo imperialismo estadounidense, la punta de cuya raíz halla en una carta de George Washington a Thomas Jefferson en la que proclama (1779) su intención de aniquilar a la entera tribu de los iroqueses. También William Clinton—que acaba de declarar, para «salvar su prestigio», que en su momento ordenó (antes del 11 de septiembre) el asesinato de bin Laden—recibe lo suyo aunque, repito, lo más frecuentemente evaluado son las acciones del segundo Bush. Así cita, por ejemplo, a nadie menos que Arthur Schlesinger, historiador y consejero y biógrafo de la presidencia de John Kennedy, para registrar su postura ante la guerra que ha gastado 700 mil millones de dólares y todavía continúa: «El presidente ha adoptado una política de ‘autodefensa anticipatoria’ que es alarmantemente similar a la política que el Japón imperial empleó en Pearl Harbor, en una fecha que, como dijera un anterior presidente americano, viviría en la infamia. Franklin D. Roosevelt tenía razón, pero hoy somos los americanos quienes vivimos en la infamia».
A pesar de lo pesado—sin insultar ni burlarse—que es el libro, no deja de albergar un tenue optimismo. El último capítulo toma su nombre de una espeluznante admonición de Bertrand Russell—seguramente uno de los ídolos de Chomsky, pacifista y eterno crítico de su gobierno, como él—pero convierte a la oración en pregunta: ¿Una pesadilla pasajera? Espantosamente viene de Russell así: «Después de edades en que la tierra produjo inocuos trilobites y mariposas, la evolución progresó hasta un punto en que generó Nerones, Gengis Khanes y Hitlers. Creo, sin embargo, que esto es una pesadilla pasajera; con el tiempo la tierra será de nuevo incapaz de soportar la vida, y la paz regresará».
Es una escritura en la pared que remite exactamente a la angustia del inicio, pero inmediatamente después de asestar ese último golpe de conciencia, Chomsky cierra la exposición con una inocente esperanza: «Lo que importa es si podemos despertarnos de la pesadilla antes de que lo consuma todo, y traer al mundo una medida de paz y justicia y esperanza que esté, ahora mismo, al alcance de nuestra oportunidad y nuestra voluntad».
Éstos son, pues, los temas que desvelan a Chomsky, el papa de la lingüística del siglo XX, el autor de Estructuras sintácticas, el Profesor Emérito de Lingüística del Instituto Tecnológico de Massachussets, el enterrador de Skinner, el doctor honoris causa de, entre otras universidades, las de Londres, Chicago, Delhi, Pensilvania, Georgetown, Amherst, Cambridge, Pisa, Buenos Aires, MacGill, Columbia, Toronto, Harvard y Nacional de Colombia.
Pero nada de su autoridad—sea porque fue un duro, inteligente y persistente opositor a la guerra de Vietnam, sea porque la gente lo vota en encuestas de revistas inglesas el primer intelectual del mundo—hubiera podido servir para hacer de su libro un best seller. Él mismo dice que es muy fastidioso como orador. No lo es, a pesar de esto, cuando escribe; pesado sí, e insomniante, pues es tan avasalladora su lógica como la información que maneja, pero no escribe cuentos de hadas, no hace literatura escapista. No podía, pues, esperar un éxito de librería con Hegemonía o supervivencia, donde niega que los humanos podamos sobrevivir si los Estados Unidos continúan desempeñándose en el rol de hegemones.
El libro de Chomsky es el mismo que Amazon, la más grande librería virtual del planeta, registraba en el lugar número 26.000 de sus libros más vendidos, hasta que pasara de un solo envión a ocupar el primer lugar de ventas, luego de la promoción que de él hiciera Hugo Chávez en su discurso del 20 de este mismo mes ante la Asamblea de las Naciones Unidas. Tal vez por esto haya dicho Chomsky que le gustaría mucho hablar con Hugo Chávez. No es infrecuente que los grandes cerebros sean vulnerables al incienso y propensos a la credulidad, que usualmente regatean al objeto de su ciencia y de su crítica.
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Datanálisis—lo ha confirmado la insistencia de Luís Vicente León—mide más de 50% de intención de voto a favor de Chávez, y concede alrededor de 17% a Manuel Rosales. Esta última cifra está muy cerca de lo que Hinterlaces registraba como porcentaje de la población identificada con la oposición: 15%. ¿No es tal cosa síntoma evidente de que, como Salas Römer o Arias Cárdenas, Rosales no va a poder con Chávez? Ante esto ¿qué harán los muy exigidos asignadores de recursos que se oponen a la reelección?
Si Rosales no sube lo suficiente, o Chávez no baja muchísimo, será grande la tentación del 4D de 2005: decir, como la zorra de Samaniego, que las uvas están verdes, y abstenerse, retirarse de la contienda, en la extraviada ilusión de que así Chávez quedará «deslegitimado» y un salvador golpe de Estado, una salvadora invasión de marines resolverá el asunto. Ya no Chávez a La Habana con escala en La Orchila, sino directamente a Guantánamo, pues. La abstención total, el paro electoral pudiera ser la receta.
La política, no obstante, no se hace con ausencias.
También ahora habría que poner una fecha límite para—sería la otra opción—sustituir la candidatura de Rosales—no digamos la de Rausseo que ha poco menos que desaparecido del radar—por la de una figura capaz de emitir un discurso equiparable y eficaz contra el muy eficaz discurso de Chávez. Rosales no lo está proveyendo. ¿Ha hecho este político convencional, alguna vez, el intento de leer a Chomsky? ¿Puede siquiera pretender refutarlo, o al menos al más reciente de sus exégetas, Hugo Chávez?
Una vez más, la oposición organizada en Venezuela, sus élites antiguamente dominantes, producen una respuesta insuficiente. Como antes los carmonistas, los paristas, y los revocadores; como antes la inversión perdida en Fernández, en Álvarez Paz, en Salas Römer, en la contraconstituyente de La Gente es el Cambio, en Arias Cárdenas; ahora se cierra filas conmovedoramente alrededor de Rosales porque «es lo que hay».
Entretanto, pareciera que las cosas se ven más claras desde afuera. Así escribe en The Christian Science Monitor, por ejemplo, Brian A. Nelson (ex becario Fulbright): «Las recientes proclamaciones del Presidente de Venezuela, Hugo Chávez, de que todavía podía oler el azufre de la visita del Sr. Bush a las Naciones Unidas el día anterior, han sido en gran medida cubiertas por los medios como risibles y absurdas. Pero si usted se sorprendió bufando o torciendo los ojos—tal vez como muchos torcieron los ojos con el discurso de Bush sobre el ‘eje del mal’—usted se estaría equivocando respecto de la estrategia del más poderoso y problemático líder de América Latina. Es más, probablemente usted no sea a quien el Sr. Chávez esté hablando, en cualquier caso».
Y luego, después de describir la evidente estrategia de Chávez, de aprovechar «un chivo expiatorio tan perfecto, una piñata» tan bajita como Bush, para galvanizar a sus partidarios y disimular los defectos de su revolución, Nelson remata: «En resumen, Chávez puede adelantar su agenda izquierdista—batuqueando a Bush por el camino—sin temor de represalias. Mientras algunos pueden reírse de Chávez, casi seguramente será reelegido en diciembre para otro período de seis años, e incluso ha aludido a un cambio en la Constitución para que pueda permanecer en el poder hasta 2021. El tremendista que se sienta sobre las más grandes reservas de petróleo fuera del Oriente Medio, no se va a ir demasiado pronto».
¿Menciona Nelson siquiera una vez a Manuel Rosales? Para nada. Entretanto, una nueva capa de boba complacencia cubre a la oposición boba—aunque no a la estúpida de los golpistas e invasionistas—creyendo que es posible que Rosales derrote al ensoberbecido presidente—que huele azufre pero no deja de venderle al diablo petróleos desulfurados—y lo tutean a distancia: «¿No viste lo que dijo Manuel en Humocaro Alto?»
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