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La décima tercera ópera de Wolfgang Gottlieb Mozart—que escribió la primera cuando tenía nueve años—se llama Idomeneo, Re di Creta. Una versión alemana de esta obra, que incluye una escena en la que aparece la cercenada cabeza de Mahoma junto con las de Buda, Jesús y Poseidón—y que en el libreto original no se halla (es, evidentemente, un anacronismo—acaba de ser suspendida por temor de irritar a los musulmanes. La frustrada infidelidad a Mozart es ahora denunciada como una cobarde autocensura, lo que ha añadido más candela al fuego recientemente encendido por Benedicto XVI. Los críticos de la decisión—seis funciones que no tendrán lugar—señalan, no sin razón, que la clausura del montaje confirma en los radicales islámicos la conciencia de que pueden imponer su voluntad mediante la amenaza.

Cuando a comienzos de esta semana el Papa reunió a los embajadores de los países islámicos y algunos de sus líderes religiosos, reforzó la noción de que su discurso en Ratisbona había sido perfectamente adrede, pues todavía no se retracta de sus palabras, sosteniendo simplemente que tiene un gran respeto por el Islam. Hay que agradecerle por eso, como hay que agradecer la respuesta de un intelectual musulmán, que recomendó un debate abierto sobre la tradición guerrera del Islam y del Cristianismo. En efecto, no se puede estar muy seguro de que la comparación resulte favorable a la religión de la Cruz.

En el seno del Islam, como en cualquier otro campo religioso o ideológico, siempre ha habido radicales. De hecho, la historia islámica casi puede verse como la del control y supresión del radicalismo. Lo bueno es que por la tronera abierta por Benedicto XVI se puede arribar a un examen esclarecedor, que favorezca a quienes interpretan el Islam de forma, digamos, civilizada. Dice la Enciclopedia Británica, en su ya vieja edición décima quinta: «Jihad significa una lucha activa que usará la fuerza armada cuando sea necesaria. El objeto de la jihad no es la conversión de los individuos al Islam sino más bien ganar el control político sobre los asuntos colectivos de las sociedades para regirlas según los principios del Islam… En la doctrina musulmana estricta, las conversiones ‘a la fuerza’ están prohibidas… y también está estrictamente prohibido hacer la guerra para adquirir gloria, poder y gobierno mundanos… La secta Kharij, que sostenía que ‘las decisiones pertenecen sólo a Dios’, insistía en una jihad continua e incesante, pero sus seguidores fueron virtualmente destruidos durante las guerras intestinas del siglo octavo».

A juzgar por los talibanes y ciertos terroristas, como que todavía queda alguno. Pero la mejor estrategia del resto del mundo es el diálogo que Ratzinger ha abierto valientemente, y facilitar el predominio de la sensatez musulmana, que por fortuna está más ampliamente distribuida que la radicalidad de sus matarifes, que también nosotros hemos tenido y tenemos. Canta Idomeneo: «Figlio: contro di me Nettuno irato gelommi il cor».

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