Todavía no me parece muy probable que Manuel Rosales pueda derrotar electoralmente a Hugo Chávez el próximo 3 de diciembre, pero admito de buena gana que puede darse una dinámica que produzca ese resultado.

Me explico. La estatura política de Chávez—independientemente de su maldad—luce bastante superior a la del simple candidato zuliano. Éste ha optado por eludir confrontaciones de carácter ideológico y llevar adelante una campaña sencilla y directa, pragmática, que aunque no tiene mucho lucimiento conceptual, pudiera ser lo que hace falta, sobre todo si ha emitido señales de que no llegaría al poder con intenciones de vindicta. Si bien, pues, Rosales no parece «gallo» para Chávez, ya se ha visto antes en Venezuela cómo el electorado favorece conscientemente a algún candidato que considera menos capaz. Ése fue el caso, por ejemplo, de la elección de Jaime Lusinchi sobre Rafael Caldera en 1983. Las encuestas revelaban que una mayoría de los venezolanos votaría por Lusinchi, a pesar de que una mayoría más grande consideraba a Caldera el mejor candidato.

En política, la capacidad no es suficiente. Chávez podrá presentarse como el candidato preferido por la historia, pero Rosales es el candidato del sentido común. Habrá que ver entonces si la Nación quiere seguir viviendo en constante sobresalto público—alguna masacre, algún asesinato, algún secuestro, algún insulto, alguna tensión diplomática, alguna amenaza, alguna lista, algún viaje—en pago por ser la vanguardia histórica de la humanidad en su triunfo de clase sobre los ricos, que son malos. (Y que sustituimos por otros ricos).

No ha habido período de la historia venezolana más sobresaltado que el presidido por Hugo Chávez, que ha exacerbado males—la corrupción, por ejemplo—que consideró justificativos para la remoción violenta del poder de Carlos Andrés Pérez. Aunque hubiera tenido unos cuantos aciertos, ha fracasado en la más principal de las obligaciones: la paz. El signo y el saldo de Chávez ha sido siempre el de la violencia.

Y la ha sembrado en la gente. Creo que lo más importante que me dijera esta semana el CES (Chief Executive Sorcerer, «Brujo Ejecutivo Jefe» ) de Los Palos Grandes fue contarme de un incidente en el barrio El Guarataro, donde un arrebatón de celular suscitó una violentísima y nutrida tentativa de linchamiento, que sólo pudo ser calmada con unos cuantos disparos sobre una pierna del sujeto objeto de la ira popular, de parte del padre de la agraviada. Vio en este suceso la gravedad del deterioro.

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Es clarísimo que Hugo Chávez tiene objetivos muy agresivos en contra de otros; que mantiene un profundo e intenso compromiso con esos objetivos, y por tanto está dispuesto a pagar un alto precio por su logro y a correr grandes riesgos; que está imbuido de un sentido de superioridad frente a la moralidad convencional y las reglas habitualmente aceptadas de la conducta internacional, y dispuesto a la inmoralidad e ilegalidad en términos convencionales en nombre de valores superiores; que exhibe un comportamiento lógicamente consistente dentro de tales paradigmas; que lleva a cabo acciones que impactan la realidad, incluyendo el uso de símbolos y amenazas.

La enumeración del párrafo precedente se publicó con esas mismas palabras en 1971, como la distintiva de una entidad política enferma descrita por Yehezkel Dror, a la que llamó «Estado loco». (Crazy States: A Counterconventional Strategic Problem). Es por la salud mental de la Nación que debe cesar el gobierno de Chávez.

Pudiera ser, entonces, que una marcada mayoría del país prefiriera a Rosales por esas cosas. Porque no promete otra cosa que una administración tranquila y de sentido común, un tiempo de paz, y son sólo muy pocos los que quieren una pelea permanente.

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Si finalmente ganare Rosales—incluyendo muy principalmente ganar en el sentido de poder imponer su triunfo—debe saberse cómo se manejaría el problema del chavismo fuera del gobierno. Extraído el actual presidente del poder en Venezuela, debe estar perfectamente claro que, de no mediar su desaparición física, continuará siendo un factor político activo, seguramente muy perturbador.

A esto no debe temerse. Es posible ejercer una pedagogía política desde la Presidencia de la República que logre, más que neutralizar, superar el discurso y la interpretación chavistas de las cosas. Para que esto sea posible será preciso adoptar un plano enteramente distinto para el discurso, desde el que se exponga cómo, si emocionalmente puede concederse realidad a la motivación original del chavismo, y si puede reconocerse que en ocasiones apunta en direcciones correctas—la superación de una democracia meramente representativa por una participativa, la preferencia por un mundo multipolar—la terapéutica del actual presidente es obsoleta y perniciosa, a la vez que ineficaz a fin de cuentas. Explicado de este modo a la Nación, sin necesidad de un vengativo chaparrón, el tránsito es no sólo posible sino balsámico.

Es preciso, por tanto, realizar una tarea de educación política de los electores, una labor de desmontaje argumental del discurso del gobierno, no para regresar a la crisis de insuficiencia política que trajo la anticrisis de ese gobierno, sino para superar a ambos mediante el salto a un paradigma político de mayor evolución. Dicho de otra manera, desde un metalenguaje político es posible referirse al chavismo clínicamente, sin necesidad de asumir una animosidad y una violencia de signo contrario, lo que en todo caso no hace otra cosa que contaminarse de lo peor de sus más radicales exponentes.

De más está decir que no debe atenderse este proceso con ingenuidad. La vocación de poder del presidente actual ha evidenciado todos los rasgos de una sociopatía, y seguramente habrá que vigilar muy estrechamente su actuación. Por otra parte, es tal la cantidad de abusos y desmanes administrativos del gobierno actual, que su cesación seguramente dará puerta franca a todo género de procesos judiciales en su contra, aun sin el deliberado seguimiento de una cacería de brujas, lo que, por otra parte, no desea la mayoría de la población. En todo caso, sería inevitable un lapso, de duración considerable, de descrédito del chavismo. No en vano dijo un inglés cuyo nombre se ha extraviado: «La propaganda del vencedor es la historia del vencido». Es justamente lo que este gobierno ha venido aplicando sistemáticamente, y lo que tendría que sufrir, simétricamente, a su término.

Por otro lado, el aprendizaje de los venezolanos durante este período gubernamental ha sido sustancioso, y el proceso ha generado anticuerpos políticos que pueden ser suficientes como para impedir un resurgimiento del chavismo en su estado más radical como opción de futuro. Es seguro que un chavismo atemperado medrará un poco todavía, pero no sería alta la probabilidad de que su máximo y demagógico líder se hiciera con el poder en Venezuela una segunda vez.

A Hugo Chávez hay que recomendarle, en cambio, que no agote su heroica dimensión en un paisito como Venezuela, que le queda pequeña. Un puesto temporal y breve en el Consejo de Seguridad de la ONU, ahora que Kofi Annan va a ser sustituido mañana por Ban Ki-moon, de Corea del Sur, un enemigo de su amiga, Corea del Norte, no es compensación suficiente para su liderazgo planetario. El golpe de Estados que Hugo Chávez debiera ya planear es contra el Secretario General de las Naciones Unidas, para controlar esa organización que debe ser refundada, porque tiene una constitución moribunda. Ki-moon no tomará posesión hasta diciembre, y a lo mejor Chávez prefiere Nueva York a Sabaneta.

Finalmente, de los diputados que están en la Asamblea Nacional—todos con «el proceso» pero no totalmente convencidos de partido único—¿cuántos seguirían siendo patria o muerte con Chávez sin poder y sin chequera? ¿No parece ser del carácter de Mundaraín y Russián la acomodaticia untuosidad?

LEA

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