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Más de un signo preocupante brota en la superficie política del planeta, su polisfera. Naturalmente, persisten los forúnculos en Palestina, Irak, Darfur, Afganistán, Sri Lanka. Por supuesto que hay focos de prurito de etiología nuclear (iraní o norcoreano), así como una pobreza rebelde como la de Oaxaca y la violación de derechos de la mujer en México, desde donde se origina un géiser emigratorio al que Bush se prepara para aplicar el torniquete de un nuevo muro, como en Berlín, como en Palestina. Uno puede hasta notar que los diputados franceses legislan ahora para que se penalice una opinión histórico-política. Quienes sostengan que los turcos no incurrieron en genocidio hace casi un siglo, en 1915, serán tenidos en Francia por delincuentes.

Pero lo más relevante del caso clínico planetario son ciertas sorpresas que se llevan los líderes de la política de poder más radicales. Por ejemplo, tiene que haber sido una sorpresa para Hugo Chávez, así como para el mismo Evo Morales, la irrupción de desórdenes graves de origen popular en Bolivia, que requirieron el empleo del ejército para su provisional control capitalino. Bolivia sigue ardiendo, y está visto que no basta que llegue al poder un candidato simpático al Presidente de Venezuela para aplacarla. La izquierda no es ya una solución, como no lo es tampoco la derecha.

No fue, tampoco, una sorpresa agradable para los invasores de Irak la publicación de un estudio académico que imagina más de 600 mil muertos por la guerra de Estados y Reino Unidos, por más que se discuta su metodología. (En términos de Hermann Kahn, finado futurólogo norteamericano, se discute si fueron ya 600 kilomuertes, o solamente 50 kilomuertes, una verdadera ganga).

La sorpresa más escaldante, sin embargo, han sido sin duda las declaraciones de Sir Richard Dannatt, general Jefe del Estado Mayor británico, que acaba de decir con la mayor franqueza que las tropas inglesas deben abandonar Irak tan pronto como sea posible, ya que su mera presencia produce intolerancia y rechazo. Según Sir Richard, esa presencia pone las cosas peor, pues «exacerba los problemas de seguridad». En franca rebeldía, insólita en la costumbre inglesa, se permitió opinar flemáticamente que la política iraquí de Anthony Blair es «ingenua».

¿Sirven estos escarmientos para la corrección de rumbo? No tan rápido, que tanto aquí en los trópicos como en la Pérfida Albión la terquedad del equivocado político es notable. La reacción de Downing Street a las declaraciones del general Dannatt ha sido declarar tersamente: «Es importante que la gente recuerde que estamos en Irak por el expreso deseo del gobierno iraquí democráticamente elegido, para apoyarlo bajo el mandato de una resolución de las Naciones Unidas». Están en Irak porque no se han ido desde que entraron para acompañar con solidaridad de camarada a los Estados Unidos, cuando el gobierno descrito por la oficina del primer ministro inglés no existía para nada.

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