Cartas

Ayer estuvo en receso electoral la Asamblea de las Naciones Unidas. Será hoy cuando se reanude la votación para elegir el país representante de América Latina en el Consejo de Seguridad, el órgano de mayor poder de la organización. El receso fue aprovechado para reunir «informal» e infructuosamente al «GRULAC», el Grupo de Latinoamérica y el Caribe». La más relajada sesión no pudo ni convencer a Guatemala y Venezuela de que retiraran sus respectivas candidaturas, ni encontrar otro país que pudiera ser el representante de consenso. Hay una improbable solución que tiene precedentes—se ha producido tres veces en la ONU—y permitiría compartir el puesto: un año para Venezuela, un año para Guatemala. Es decir, partir en dos el muchacho de Salomón. ¿Cuál, entre ambas naciones, es la buena madre que preferiría ceder el lugar a la otra antes que partir la pretensión de maternidad, y cuál la mala que no objetaría la mitad del premio?

Lo cierto es que Venezuela y su gobierno han estado en boca del mundo, y que el impasse ha amplificado la cuestión. Lo cierto es que este asunto no será fácilmente olvidado en las Naciones Unidas. Si se razona que una votación de Rosales de 40% sería importantísima para la democracia venezolana aunque no ganara, ¿qué debiera decirse del terco 40% de Venezuela en la ONU?

Todavía, como anticipó el embajador Bolton, el asunto está comenzando. En estos momentos faltan 132 votaciones para alcanzar el récord de la organización, marcado por Colombia y Cuba en 1979 antes de que México se convirtiera en solución. Nadie sabe si se superará la marca. Nadie sabe si alguno de los contendientes alcanzaría la mayoría calificada suficiente, ni cuál de ellos se alzaría con el triunfo. En un pulso prolongado una espabilada puede representar que un bíceps venza inesperadamente. Nadie sabe si, a pesar de lo visto, el gobierno guatemalteco y el venezolano acordarán compartir el tiempo. Chávez pudiera considerar suficientemente apetecible, como Antonio Leocadio Guzmán con Venezuela, una sola y breve presidencia del mundo. (No dos, como en la rotación prevista para un país que asuma la representación plena de dos años).

En cualquier caso, no es tan sencillo el asunto como que Chávez ha fracasado en el intento. Alguien ha dicho que una guerrilla gana cuando no pierde, y un ejército pierde cuando no gana, como acaba de ocurrir entre el ejército israelí y Jizbolá. Si el gobierno de Caracas no ha obtenido lo que se propuso, tampoco el de Washington ha podido sentar a Guatemala en el Consejo de Seguridad.

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La libreta de anotaciones de la oposición venezolana apunta como triunfos los reveses de Chávez en el exterior. Por ejemplo, la derrota de Humala en Perú y la de López Obrador en México (recientemente amplificada por reveses regionales), o que Noboa le saque ventaja a Correa en la primera vuelta en Ecuador. (¿Una situación guatemalteco-venezolana?) Que no haya podido Chávez sentarse en el Consejo de Seguridad es contabilizado como victoria opositora, sobre todo después de que lo buscó con tanto recorrido y tanto dispendio.

Naturalmente, es ahora cuando Chávez prueba de verdad las adversidades internacionales. Que Chile haya optado por la ecléctica postura de la abstención respecto del puesto latinoamericano en el Consejo de Seguridad, a pesar de su socialista presidenta—que si fuera por ella habría votado por Venezuela—ya fue un aviso de las dificultades que sobrevendrían. España, ahora, anuncia por boca de su canciller, Miguel Ángel Moratinos, que no suplirá ciertos aviones militares a Venezuela, una vez que se demostrara como muy costosa la sustitución de tecnología norteamericana, luego de que los Estados Unidos prohibieran su transferencia a Venezuela. Y Chávez suena a quejumbroso amateur cuando «denuncia» que los Estados Unidos han hecho lobby en contra de la candidatura venezolana. ¿Qué esperaba Chávez, luego de su sulfurado discurso ante la Asamblea General, después de que el antaño filocopeyano que es Roy Chaderton declarase pretenciosamente que los Estados Unidos habían elevado a Venezuela al rango de superpotencia? ¿Es que no fue Chávez mismo a recorrer medio globo en procura de votos? ¿Por qué tendrían los Estados Unidos que abstenerse de ejercer presión diplomática contra un país cuyo gobierno, como ningún otro en el planeta en este momento, ni siquiera Corea del Norte o Irán, ha insultado sistemáticamente a sus más altos funcionarios? El que mete las manos en la candela se quema, y quien ignora que por cada funcionario venezolano los Estados Unidos pueden colocar cinco, o diez, funcionarios en la ONU para vender su posición, está expuesto al riesgo de ofrecer un lamentable espectáculo de sí mismo. El gobierno venezolano se puso a jugar un juego para quejarse de sus reglas a posteriori.

¿Cómo va a explicar Chávez al país su más sonado fracaso exterior? ¿Por cuál de las interpretaciones del affaire se inclinará el elector venezolano promedio?

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Es inevitable la constitución de una polis planetaria. Las comunicaciones la conectan; la globalización aplana su mundo; el terrorismo, que es un delito planetario que requiere una policía planetaria, así como el narcotráfico, la trata de blancas y el tráfico de niños para fines sexuales; la ecología terrestre y los cataclismos cada vez más frecuentes que se cobran nuestro abuso ecológico; las viejas y nuevas epidemias; la pobreza de miles de millones; la exploración y conquista del espacio exterior; el control de las armas nucleares, todas estas cosas reclaman algo más ejecutivo y expedito que lo que puede hoy proveer la Organización de las Naciones Unidas. Es necesario un pacto federal que transfiera a una autoridad central planetaria ciertas atribuciones.

¿Cuáles serían? ¿Quiénes serían las autoridades de ese Estado global? ¿Cómo se les elegiría? Debe haber una legislatura planetaria, tal vez construible sobre una reforma de la Asamblea de las Naciones Unidas, pero probablemente haya que sustituir el Consejo de Seguridad por un Senado Planetario compuesto por miembros elegidos por los bloques de la «geotectónica política». Hay ya grandes bloques en el planeta bajo autoridad única: EEUU, Rusia, China, India, Europa, Australia. Hay protobloques en América del Sur y África, así como sub-bloques en Centroamérica. Hay entidades que tienen más bien base religiosa, como el Islam, que agrupa a más de 1.200 millones de almas. ¿Cómo sería y cómo pudiera establecerse un gobierno mundial viable y beneficioso? ¿Cómo se pagaría?

El siglo XXI va a asistir a la constitución de esa polis y ese gobierno planetarios. La ciudadanía será mundial. Se tendrá derechos no por ser venezolano, o canadiense o japonés; se los tendrá porque se es ciudadano del mundo, y para garantizarlos los ciudadanos del planeta tendrán que conferir prerrogativas a un gobierno mundial.

Tal vez surja una religión planetaria—la Bahá’í, creada en lo que era Persia (Irán) en el siglo XIX, ya es un anticipo—una sola religión terráquea, que ofrezca sentido trascendente a los ciudadanos del planeta, por lo menos provisionalmente, hasta que haya algún contacto extraterrestre con vida inteligente.

Pero en cualquier caso no debe forzarse una nueva organización mundial, por más «moribunda» que sea su constitución, mediante un planteamiento esencialmente conflictivo. Lo que la escasa imaginación de Chávez no acierta a comprender, es que la repetición de las recetas que tan bien le han funcionado localmente no necesariamente funcionará a escala del globo. No es tanto que AD o COPEI sean agentes del imperio, como que Chávez cree que los Estados Unidos son Acción Democrática y el mundo una copia a mayor escala del electorado venezolano.

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Y a la vez que Chávez protagoniza su pretenciosa epopeya, el precio del petróleo desciende, mientras tiene que financiar un gasto público para 2007 de 142 billones de bolívares. (Un presupuesto de 115 billones que los analistas del Banco Mercantil estiman será excedido en no menos de 25 billones). Las realidades terminan por imponerse. Por ahora Chávez resiste en la ONU, retrasando la retirada final—como el 4 de febrero, como el 11 de abril—sabedor de que el fracaso en obtener el puesto en el Consejo de Seguridad será explotado electoralmente en Venezuela, ante una población que ya consideraba inconveniente la sobreextendida actividad internacional del gobierno, e injustificable el gasto exterior que las ínfulas presidenciales determinaron.

Hasta el hombre más poderoso del planeta—George W. Bush—tiene, tarde o temprano, que admitir algunas realidades. Bush ha permitido la comparación de Irak y Vietnam, concediendo que el reciente recrudecimiento de la tasa de bajas norteamericanas en el primero de estos dos países puede ser asimilado a las pérdidas norteamericanas en la ofensiva del Tet. No da enteramente su brazo a torcer, pero reconoce que la cosa está peluda.

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