Cartas

Winston Churchill (Sir), figura señera de la política británica, sobre todo por el liderazgo de su nación durante los terribles años de la Segunda Guerra Mundial, se hizo acreedor a un Premio Nobel en 1953. La distinción no le fue conferida, sin embargo, por su brillante e inspirador desempeño en esa conflagración, ni recibió por cierto el premio de la Paz. Con el premio que se alzó, sorpresivamente, fue con el de Literatura. Claro que Churchill, cuando no estaba ocupado en funciones de gobierno, se consideraba un escritor que también era miembro del Parlamento, y en algunas ocasiones escribía, por propia admisión, para ganar dinero que le permitiera sufragar su lujoso tren de vida. Así se convirtió en biógrafo e historiador, y fue por esta última condición—en particular por sus seis volúmenes de historia de la Segunda Guerra Mundial—que se hiciera acreedor al Premio Nobel de Literatura del año indicado.

La atención que prestaba a lo histórico, especialmente si se trataba de lo político y lo militar, fue un rasgo constante de su quehacer. En una semana de febrero de 1945, se encontraba en Yalta en compañía de Franklin Delano Roosevelt y Josef Stalin decidiendo el fin de la guerra en famosa conferencia, y aprovechó su localización en la península de Crimea para exigir un receso que le llevara al Valle de la Muerte, queriendo ver con sus propios ojos el terreno de la desastrosa Batalla de Balaklava.

¿Qué tenía de especial una batalla indecisa de una guerra—la Guerra de Crimea—bastante secundaria de la historia? Pues un momento táctico de tal dramatismo que tiene nombre propio escrito con mayúsculas—Carga de la Caballería Ligera—e inspiró, entre otras cosas, himnos, investigaciones parlamentarias, dos películas (1936 y 1968) y referencia en otras dos (The Eagle Has Landed, Saving Private Ryan), innumerables ensayos, varias piezas de música rock y los versos inmortales de Alfred Lord Tennyson: «¡Adelante, la Brigada Ligera! ¿Alguno desfalleció? No, aunque el soldado supiera que alguien cometió un error, no era cosa suya replicar, ni preguntarse el por qué, sólo cumplir con su deber y morir». (Theirs not to reason why / Theirs but to do and die).

El 25 de octubre de 1854 tuvo lugar la batalla de Balaklava. Tropas inglesas, francesas y turcas sitiaban Sebastopol, y el ejército ruso intentó romper el asedio y descalabrar con la acción el suministro británico desde el mar (Negro). Dos empujones iniciales fueron repelidos, pero en un momento del tercero una orden mal emitida o interpretada condujo al desastre. Se ordenó que la caballería inglesa participara en un asalto especial, el que tenía como propósito impedir que los rusos pudieran salvar sus cañones en la previsible retirada. La misión recayó sobre la Brigada Ligera de Caballería, mandada por Lord Cardigan y compuesta por un poco menos de setecientos jinetes. Así cargaron, armados con lanzas y sables, cayendo sobre las baterías eslavas, para verse irremisiblemente bombardeados por artillería desde todos los flancos. El resultado fue, por supuesto, una carnicería; Cardigan relataría después en un discurso: «En los dos regimientos que tuve el honor de conducir, todo oficial, con una excepción, fue o muerto o herido, o su corcel fue cañoneado bajo su monta o lesionado». Los que lograron reagruparse a duras penas, inexplicablemente sin apoyo inglés pero con el misericordioso rescate de los franceses, pudieron salvar apenas 195 caballos. Bajas humanas: 245 entre muertos y heridos, más de la tercera parte del cuerpo ligero. Ésa fue la hecatombe cuyo escenario fue a inspeccionar el historiador Churchill, mientras Roosevelt y Stalin le esperaban en Yalta impacientemente.

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Ya todas las encuestas registran que la candidatura Rosales no ha logrado a estas alturas superar una ventaja de más de veinte puntos de la candidatura Chávez. No es que unas encuestas dicen una cosa y otras dicen la contraria. Todas miden una intención de voto por Chávez en el orden de 50% o más, mientras que Manuel Rosales, en el mejor de los casos, obtiene alrededor de 30%. Los mismos registros de opinión miden una participación electoral de un 60%; esto es, que la abstención no superaría 40%.

Uno puede, por supuesto, negar la existencia de los cañones rusos, para no desmoralizar a la caballería. Como era esperable, hay ahora una activa correspondencia electrónica—con seudónimos nuevos, como el de un tal Aureliano Coronel—que envía por la red de redes «información» acerca de una supuesta escapada de Rosales o da cuenta de una mítica encuesta de Merryl Linch que predice su triunfo con 60% de los votos. (Las encuestas no predicen, tan sólo fotografían el estado de la opinión en un instante, y cualquier imbécil provisto de una conexión a Internet puede copiar el logotipo de la afamada firma—que no hace encuestas—para impresionar la fe de los crédulos. El correo específico es tan primitivamente burdo, que asegura que la encuesta «predice» que el gobierno desconocerá el triunfo del zuliano y desatará un «caos con civiles armados». Ya quisiera Gallup, o por aquí Datos o Datanálisis, hacerse con una metodología tan poderosa que permite extrapolar posibles intenciones o acciones del gobierno a partir de preguntas contestadas por mortales comunes. En cambio, la comunicación que juraba que Rosales ya había rebasado a Chávez con creces hizo algo más simple: trucó un archivo gráfico proveniente del diario marabino Panorama, para invertir las fotografías de Chávez y Rosales y adjudicar a éste la intención de voto medida a favor del primero. Olvidó, no obstante, invertir asimismo los colores, de manera que el gráfico de torta señalaba la proporción favorable a Rosales en rojo intenso. Otros escriben y lanzan «juramentos» por Internet, creyéndose intrépidos próceres, y proponen que la abstención del pasado 4 de diciembre próximo fue mucho mayor que la admitida oficialmente para hablar enérgicamente «en nombre» del 83% de los venezolanos). Naturalmente, es previsible que el comando de Rosales, por boca de José Vicente Carrasquero, pronostique que las curvas confrontadas «se cruzarán» en el mes de noviembre. Es «lo que hay que decir».

La mayoría de estas comunicaciones es ilusa y conmovedora; hasta aleccionadora, si se piensa en el efecto galvanizador que tales patrañas causan, con tanta necesidad, en las filas del candidato de oposición. Pero otras, las hechas a conciencia, son irresponsables. Una cosa es suavizarle al paciente de cáncer su espantosa condición; otra, muy distinta, convencerle de que se encuentra en condiciones atléticas. Un médico serio debe encontrar la mejor manera de decir la verdad, y ésta es que Rosales no va a ganarle a Chávez, no va a descontar más de veinte puntos en poco más de un mes, y no podrá mantener reunidos a los ciudadanos después de la derrota bajo su mediocre conducción. Si se habla, con alguna esperanza, de los roces y divisiones en el seno del chavismo, debe saberse que asimismo hay fricciones y fuerza centrífuga en el ejército de la oposición.

Hay todavía, y se harán más insistentes y alarmantes a medida que se acerque la votación, otras comunicaciones que garantizan el triunfo de Rosales pero también que habrá fraude, «como ya lo hubo en agosto de 2004». (Cuando también todas las encuestas dignas del nombre anticiparon el triunfo del gobierno). Aseguran que hay más que inquietud en las fuerzas armadas, que viene un golpe, que hay que apertrecharse con sardinas y velas. Preparan, como en la oportunidad del referendo revocatorio, la racionalización «salvadora». Ganamos, pero nos hicieron trampa.

Lo cierto es que Manuel Rosales ya ha perdido.

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Dos veces ya en esta misma semana, en dos editoriales del diario Tal Cual, Teodoro Petkoff, el Director Nacional de Estrategia de la campaña opositora, ha saludado como gran mérito, como inteligente y eficaz diseño, que Rosales haya eludido la confrontación ideológica con Chávez y se atenga a una oferta meramente pragmática, porque «la gente» no estaría interesada en debates de aquel corte y sólo quiere saber qué comerá y cómo preservará su vida. Es el más grave error de bulto—después de la escogencia del candidato mismo—de todo el planteamiento estratégico. ¿Cómo puede ignorarse el hecho de que Hugo Chávez es un ideologizador, un catequista de veinticuatro horas diarias? Petkoff mismo había creído importante, cuando todavía se pensaba posible candidato, afrontar el problema ideológico, al escribir, publicar y promover su libro Las dos izquierdas. Ahora parece haber sentido que tal cosa era estrategia equivocada, y la que dirige propone terapias puntuales, critica y acusa, pero no refuta. Ahora, en su criterio, aceptado por Rosales, hay que asaltar las baterías rusas con una carga de caballería ligera.

Seguramente ha determinado esa escogencia la impresión de que Rosales no podría competir con Chávez en el territorio de lo ideológico, por más inorgánico, primitivo, simplista y menestrónico que sea el batiburrillo del discurso chavista, y por más que ahora Rosales busque que el candidato rojo, el camarada Chávez, debata con él. De producirse ese debate, aconsejable por lo demás, probablemente Rosales eludiría el plano ideológico, puesto que ha anunciado que acosaría a Chávez con cuestionamientos a sus logros y sus políticas, pero no a sus ideas.

Ha habido y hay, en el liderazgo opositor que ha conducido el combate a este gobierno, una suerte de vergüenza cuando Chávez enuncia pomposamente algún equivocado principio sociológico o alguna torcida interpretación histórica, una mala conciencia que hace como que si la cosa no fuera con ella, un silencio que otorga. Unos pocos líderes de algunas ONGs lo han intentado en el caso de la educación, y aun así en términos timoratos. Pero en general no se ha escuchado voces, sino aisladas y episódicas, sin mucho espacio, que acometan al toro de frente para hacer lo que debe hacerse: derrotar a Chávez conceptualmente. Entretanto, pues, se elude enfrentar ideológicamente a un candidato que mantiene a la ONU en vilo o tomar en cuenta que Juan Barreto mostró el futuro socialista que su jefe predica absolutamente todos los días.

Si Rosales no puede, como Salas Römer no pudo, entonces hay que buscar a quienes puedan, hay que encontrarlos con urgencia. Por enésima vez recontaremos acá la recomendación de Alfredo Keller, hecha a la vez sosegada y alarmadamente en la tarde del 24 de junio de 1998: «Yo recomendaría aupar una contrafigura de Chávez, aunque esa contrafigura no vaya a ser candidato».

Debe darse espacio suficiente a una voz, o a varias, que sean capaces de arremeter contra la ideología chavista superándola; es decir, sin identificarse con lo que Chávez denuncia y combate, que es lo que más le ha valido votos.

Y es que ni siquiera la oferta programática, las promesas específicas que sustituyeron la imposible promesa de «acabar con la pobreza», logran despertar un entusiasmo considerable. «Mi negra» no es antídoto contra las misiones, compensación ventajosa de la enorme transferencia de recursos hacia la gente más pobre que este gobierno ha producido. El propio Petkoff ya ha degradado la tarjeta que sustituyó a su «cesta-ticket petrolero»—el mismo musiú con diferente cachimba—a segunda prioridad, mencionándola como por obligación. El miércoles editorializó con la siguiente enumeración: «Ya Rosales ha presentado algunas ideas programáticas importantes (creación de empleo, ‘Mi Negra’, la lucha contra la inseguridad)…»

Si quienes consideramos importantísima la cesantía de Hugo Chávez a partir de enero próximo no somos capaces de apuntalar estratégicamente una campaña opositora gris, y derrotar ideológicamente a Chávez, entraremos desvalidos a su nuevo período, mucho más débiles para amenazar con «imparables» golpes de Estado y otras necedades afines. Claro, para hacerlo es preciso abandonar un extendido desprecio a la inteligencia del pueblo venezolano, que postula el dogma de fe de su desinterés por las ideas y su sola preocupación por lo material.

Nada de lo antedicho pretende negar todo mérito en el esfuerzo de Rosales; como se dijo, el asunto es conmovedor. Miles de personas trabajan ahora noche y día para potenciar su candidatura con dedicación digna de mejor causa. (Dicen que con cobres zulianos; los empresarios caraqueños ya habrían sacado cuentas). Pero el mariscal francés Pierre Bosquet, destacado actor en la guerra de Crimea, herido él mismo, se pronunció sobre la suicida Carga de la Brigada Ligera en estos términos: «C’est magnifique, mais ce n’est pas la guerre». LEA

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