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Unas son de cal y otras son de arena. Tan sólo la semana pasada hacíamos breve inventario de los más recientes traspiés de Chávez en la escena internacional, que culminaba con la derrota de la candidatura venezolana al Consejo de Seguridad en la ONU. Acaba, sin embargo, de recibir dos buenas noticias compensatorias de su depresión: el triunfo de Daniel Ortega en la campaña presidencial de Nicaragua y la derrota de los republicanos en las elecciones norteamericanas del 7 de noviembre.

Ortega, no obstante, luego de recibir el reconocimiento y felicitación de su principal contendor, peroró un discurso más alineado con la moderación de Lula que con las estridencias chavistas. Con la mayor tranquilidad dijo tener el máximo interés de atraer a su país toda clase de inversiones y contar con la participación de grupos económicos de todo tipo. Nada de socialismo del siglo XXI.

Chávez celebrará más, entonces, el regaño de los electores estadounidenses a las políticas de George W. Bush, a quien tiene por su archienemigo personal, a pesar de que éste en general le ignore. El presidente norteamericano consintió hace muy poco en aludirlo, en respuesta a insidiosa pregunta de un periodista: admitiendo que olía a azufre en la Casa Blanca, dijo que en Miraflores olía a Rosales.

No pocos creen en Venezuela que esto es así. La enorme multitud de la marcha opositora del pasado sábado hace pensarlo, y seguramente el episodio del video que registra las sectarias afirmaciones de Rafael Ramírez produjo la indignación suficiente para movilizar indecisos hacia la manifestación, así como la idea de que el abuso le haya costado a Chávez una disminución de intenciones de voto a su favor.

Puede ser. Las encuestas que antes referimos, y que miden una ventaja para Chávez de unos veinte puntos, fueron todas levantadas con antelación al grosero discurso en PDVSA. De todos modos, todas eran posteriores al mucho más procaz y agresivo escándalo que no hace mucho protagonizara Juan Barreto, sin costo aparente para Chávez. Claro está, hay una diferencia crucial: Chávez no estaba en Venezuela cuando Barreto decretara, inválidamente, la expropiación de campos de golf en clubes exclusivos, y el gobierno nacional se cuidó de publicar entonces, durante esa ausencia, un comunicado por el que se distanciaba del inútil alcalde. Esta vez, en cambio, el propio Chávez cohonestó el desaguisado de Ramírez y hasta le felicitó ardorosamente.

Luis Alberto Machado suele decir que las elecciones no las gana quien tuvo más aciertos, sino que las pierde el que cometió más errores. Así que el propio suscrito se ha permitido albergar una débil esperanza, confiando a un amigo: «Ojalá que la autocrática arrogancia del abusivo discurso de Rafael Ramírez, y el descarado espaldarazo de Chávez al mismo, robe a éste una buena cantidad de votos y la transfiera a Rosales, pues ciertamente es preferible la mediocridad cotidiana del zuliano a la peligrosísima y cancerosa brillantez de Chávez».

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