Parece no bastar que Al Gore, ex Vicepresidente de los Estados Unidos, ande como Quijote cabalgante por el mundo, lanza en ristre contra el aterrador espectro del calentamiento planetario. El gobierno de su país, legitimado a pesar de una votación ciudadana minoritaria por dudoso recuento de votos en Florida, no hace caso del Apocalipsis climático que recita con insistencia elocuente. Ahora Washington ha rehusado atender explícitos llamados del Secretario General de las Naciones Unidas para que los Estados Unidos se comprometan a reducir sus emisiones de calor, su contribución a la entropía mundial.
En la conferencia sobre el cambio climático que se celebra en Nairobi, Paula Dobriansky, Sub Secretaria de Estado para la Democracia y Asuntos Globales, ha rechazado los alarmados reclamos de Kofi Annan, argumentando que los Estados Unidos más bien han sido pioneros benéficos en el tema.
Como se sabe, los Estados Unidos son el principal emisor de gases de invernadero, producidos por la combustión de combustibles fósiles en plantas de energía, fábricas y automóviles, bastante por delante de los gigantes de China, Rusia e India. A pesar de esto, los Estados Unidos se han negado sistemáticamente a convalidar el Protocolo de Kyoto, que exige a los países más desarrollados un esfuerzo especial y decidido en la reducción de las peligrosas emisiones.
Aduciendo que tal cosa dañaría la economía estadounidense, y que la misma exigencia debiera hacerse sobre los países menos desarrollados, el vapuleado gobierno de George W. Bush se ha mostrado singularmente sordo ante las peticiones de su cooperación con necesidades de la humanidad entera. Australia, con idénticos argumentos, se ha negado también al compromiso de Kyoto, que treinta y cinco países han acogido, aceptando metas específicas de reducción para 2012.
Europa ha sido más proclive a la cooperación en el ataque a tan grave y urgente problema. El ministro alemán del ambiente, Sigmar Gabriel, expuso la ridiculez de un fondo de 3 millones de dólares para ayudar a las naciones más pobres a adaptarse a las realidades del cambio climático, que pueden representar más inundaciones, sequías, elevación del nivel de los mares y acusada desertificación. En vehemente discurso se preguntaba si era necesario reunir a 6.000 delegados en una conferencia que ella sola había costado cuatro millones, para decidir la estructura de partida tan exigua.
El presidente Bush necesita urgentemente prótesis auditivas y un sermón de aceptable predicador protestante, que le recuerde la virtud de la compasión.
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