Fichero

LEA, por favor

Todavía hay quienes añoran las prescripciones del Consenso de Washington. Así lo vimos hace no muchos días, cuando el 11 de este mismo mes se comentaba en la Carta Semanal #211 de doctorpolítico el artículo The Lost Continent, de Moisés Naím. Muy cercano al espíritu de esta postura es la de quienes propugnan el anclaje de la moneda venezolana en el dólar norteamericano. Creen que al término del canceroso gobierno chavista lo que hay que hacer es dirigir la economía nacional por cauces parecidos a los del Chile de Pinochet o la Argentina de Menem.

Entre quienes recetan todavía—a sotto voce, se entiende—que el bolívar sea un apéndice automático del dólar, no es difícil hallar personas que fueron antes de confesión socialista y ahora son libremercadistas a ultranza. No debe sorprender un bandazo de ese tipo; ya Eric Hoffer había llamado la atención al hecho de que el verdadero fanático puede pasar repentinamente de una causa a otra, incluso a una opuesta. (The True Believer, 1951). Cuando el Dr. Julio Sosa Rodríguez acababa de dejar el Ministerio de Hacienda de la segunda administración de Rafael Caldera, ocurría en una de sus oficinas una conversación sobre el tema, y el suscrito señaló que anclar el bolívar en el dólar era alienar nuestra soberanía monetaria en la Reserva Federal. Entonces contestó un economista, de quien sólo diré que pocos años antes apoyaba al Movimiento Al Socialismo, que él prefería que Alan Greenspan le manejara sus reales, antes que lo hiciera Antonio Casas González.

La Ficha Semanal #120 de doctorpolítico contiene un artículo publicado por esa misma época en referéndum (mayo de 1996), que refiere un intercambio entre el economista norteamericano Steve Hanke y el suscrito. Hanke era el campeón del anclaje más estricto posible: una «caja de conversión».

Hanke vino ese año invitado por CEDICE. (Rocío Guijarro es su Directora Ejecutiva, y obtuvo fugaz y principal fama al firmar, «en representación» de las organizaciones no gubernamentales, el decreto constitucional del gobierno de P. Carmona Estanga). Tal cosa no significa, por supuesto, que CEDICE haya asumido oficialmente alguna vez la defensa del anclaje del bolívar en el dólar.

Las cifras de la época permiten medir lo que se ha afectado la tasa de cambio desde entonces.

LEA

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Hanke de guerra

Nuevamente ha venido por esta Tierra de Gracia (Colón, 1498) el insuperable Steve Hanke, profesor de Johns Hopkins University, campeón del anclaje y dueño absoluto de la verdad económica y titular exclusivo de la panacea milagrosa de la caja de conversión.

Invitado por CEDICE, estuvo, entre otros sitios, en la sede de la Fundación Pensamiento y Acción, para explicar, por enésima vez, cómo es que, si eliminamos el Banco Central de Venezuela y lo sustituimos por un mecanismo automático—podría ser un simple computador—al día siguiente la inflación desaparecería como por encanto y todos seríamos felices.

Fuimos invitados a su presentación en los predios de la fundación mencionada, donde ante una cuarentena de personas expuso en forma por demás pugnaz, irrespetuosa y dogmática su ya famosa prescripción.

En una de las formulaciones más remachadas por Hanke los políticos, en forma genérica, fueron vapuleados a diestra y siniestra. Hanke les caracterizaba como «animales políticos», a partir del politikòn zoôn aristotélico, sólo que con particular énfasis en el término «animal», y repitió tres veces que los políticos usualmente se encontraban en una condición de «animación suspendida» (suspended animation), o estado comatoso que les impediría entender las realidades. El único político que logró salvarse de evaluación tan despreciativa resultó ser el Sr. Carlos Menem, a quien Hanke intentó vender como el líder más moderno e inteligente de los tiempos actuales. Tanto insistió Hanke en estas escasas nociones que el propio anfitrión, de disposición habitualmente plácida, el Dr. Eduardo Fernández, se atrevió a sugerirle que al lado del concepto de «animal político» debía ser incluido el de «animal económico». Adicionalmente Fernández le hizo notar que la moneda venezolana había disfrutado de varias décadas de extraordinaria estabilidad aun cuando operaba en nuestro país la «sospechosa» institución de un banco central.

De resto, y con particular saña, Steve Hanke dedicó el resto de la exposición a denostar de Venezuela. En una de sus frases de mayor efecto llegó a decir que «este país ha sido destruido en los últimos veinte años», y se complació en presentar indicadores según los cuales Venezuela es poco menos que la escoria del planeta. Entre otros datos que aportó se refirió al «índice de libertad económica» elaborado en un estudio dirigido por Milton Friedman.

Deliberadamente dejamos que fueran otros circunstantes—se encontraban allí, entre otros, Emilio Figueredo Planchart, Pedro Pablo Aguilar, Luis Enrique Oberto, Leopoldo López Gil y su esposa, Antonieta Mendoza, Carlos Bernárdez (coanfitrión), Alfredo Keller—quienes iniciaran la interacción con el conferencista al término de su exposición inicial. Luego pedimos la palabra para sugerir algunas precisiones y ampliar la consideración del punto clave—la supuesta excelencia de una caja de conversión—con el empleo de un enfoque diferente al del Sr. Hanke.

Ya en enero de 1995 nos habíamos referido en estas páginas a la proposición de Hanke: «El concepto es simple: bájese la santamaría al Banco Central. Pásese su función de cámara de compensación a los bancos comerciales; transfiérase su misión de asesor financiero del gobierno al Ministerio de Hacienda; confiérase su facultad de determinar la paridad cambiaria a un aparato ciegamente automático llamado caja de conversión». (referéndum, Vol. I, Nº 11). Una definición más o menos clara se encuentra en un trabajo de Hanke en colaboración con Kurt Schuler (igualmente profesor de Johns Hopkins), y que lleva como título «¿Banco Central o Caja de Conversión?» Allí explican estos autores que una caja de conversión es «un organismo emisor de billetes y monedas, convertibles a una moneda extranjera de ‘reserva’ a una tasa fija y contra demanda. No acepta depósitos. Guarda las reservas en títulos rentables de primera línea emitidos en la moneda extranjera. Estas reservas equivalen al 100% (o un poco más) de los billetes y monedas en circulación, según quede establecido por ley… La caja de conversión no tiene poder discrecional sobre la política monetaria; sólo las fuerzas del mercado determinan la oferta monetaria… Una caja de conversión no tiene poder discrecional. Su política económica es completamente automática y sólo consiste en cambiar billetes y monedas por moneda extranjera a una tasa fija».

Al iniciar nuestra intervención reconocimos que el Sr. Hanke se apoyaba en algunos hechos reales, lo que daba fuerza a sus planteamientos. Por cierto, acotamos, un hecho hasta entonces desconocido—según sabemos—es que el Sr. Hanke no es el desinteresado profesor universitario que viene del norte a salvar a Venezuela. En cándida admisión, Hanke declaró ser directivo de un fondo mutual norteamericano que poseía extensas inversiones en papeles de América Latina, incluyendo un 5% del total de sus activos ¡en bonos Brady de la deuda venezolana!

También apuntamos que una moda reciente se había manifestado con la emergencia de coléricos economistas que, desdiciendo de la serenidad clínica que debiera caracterizar a quien opina profesionalmente sobre una sociedad y sus problemas, se habían dado a la práctica de pontificar en tono subido y airado, o en el mejor estilo de un vendedor de menjurjes del viejo oeste norteamericano. Sugerimos que a ese estado histérico tan particular pudiera designársele con el remoquete de «agitación suspendida». (Suspended agitation).

Luego de este preámbulo, advertimos que introduciríamos el punto central de nuestra argumentación por la vía de parábolas. Es así como recordamos la similitud del caso venezolano con aquellos campesinos que de repente eran llevados a los cursos de un mes de duración que patrocinaba el Instituto Venezolano de Acción Comunitaria, (1963), y que se enfermaban con la ingestión de tres comidas diarias, porque esta dieta era para ellos un salto enorme en la alimentación a la que estaban acostumbrados. Recordamos aquellos suicidios «anómicos» registrados por Émile Durkheim en Europa de fines de siglo, cuando una persona se quitaba la vida al experimentar un súbito desnivel entre sus metas y sus recursos, así fuera cuando el desequilibrio se produjese por la repentina y fortuita adquisición de una fortuna.

Planteamos, pues, al Sr. Hanke las preguntas que hacíamos ya hace diez años: «¿Qué sociedad bien equilibrada no hubiera exhibido patrones de conducta similares a los venezolanos luego de la tremenda indigestión de moneda extraña que tuvo lugar durante la década de 1973 a 1983? ¿Qué conducta podía esperarse en una sociedad que, como la nuestra, ha retenido largamente la satisfacción de necesidades y se ve súbitamente anegada de recursos y posibilidades?» (Dictamen, junio de 1986).

Sugerimos que si el ingreso del gobierno Federal de los Estados Unidos se hubiese visto súbitamente multiplicado varias veces, la economía de ese país hubiera enfrentado importantes problemas. De hecho, destacamos que los niveles del déficit fiscal norteamericano son objeto de fuertes críticas allá mismo, así como los volúmenes de deuda pública y privada. (Referimos una anécdota de Alfredo Laffé, quien había sido Presidente del Banco Central de Venezuela. Laffé contó a un grupo de banqueros a comienzos de 1983 que él venía de Londres, donde se había reunido con colegas ingleses y les había preguntado si estaban muy preocupados por la deuda de los países del «tercer mundo», puesto que el año anterior había explotado el problema de las deudas de México y Polonia y ya se mencionaba a las de Brasil, Argentina y Venezuela. La respuesta de los banqueros ingleses a esta pregunta de Laffé se habría dado, más o menos, en los siguientes términos: «Bueno, sí. Es un asunto delicado que debe ser visto con atención. Pero la deuda que verdaderamente no nos deja dormir ¡es la de los Estados Unidos de Norteamérica!»)

El desequilibrio del repentino recrecimiento de los ingresos del Estado venezolano como consecuencia de los aumentos de precio del petróleo entre fines de 1973 y comienzos de 1982, es sin duda una causa de grave desajuste, el que todavía estamos pagando. En el análisis de Steve Hanke, tan importante factor brillaba por su ausencia. (Precisamos, por cierto, que ese período de constantes incrementos en los precios petroleros no había sido causado por Venezuela, sino detonado por un embargo político en el que no tuvimos parte, y durante el cual habíamos mantenido ininterrumpido, lealmente, el flujo de nuestro petróleo hacia los mercados del norte).

Finalmente, intentamos desnudar la consecuencia política profunda del establecimiento de una caja de conversión tal y como la ha venido proponiendo Hanke. (Dicho sea de paso, el Sr. Hanke intentaba vendernos su idea con continuas referencias a lo exitosas que habrían sido las cajas de conversión de Albania, Hong Kong y Argentina, sin darse cuenta de que con eso mismo estaba diciendo que la abrumadora mayoría de las economías del planeta ha adoptado la institución de los bancos centrales, y no la de caja de conversión que tanto pregona. En el caso de Argentina, por otra parte, el mecanismo adoptado no corresponde exactamente al preconizado por el profesor de Johns Hopkins. Si bien hay un «anclaje» de la moneda argentina sobre el dólar, con una tasa fija determinada por ley, y por ende inmodificable sin un acto expreso del Congreso argentino, el Banco Central de Argentina continúa existiendo, con el resto de sus funciones incólumes).

En esencia, nuestro planteamiento final siguió la línea de argumentación que empleamos en esta publicación en enero de 1995 en la edición ya citada: «Pero es que además esto significaría la total inmovilización de las reservas internacionales de Venezuela, amén de eliminar la ‘discrecionalidad’ de las autoridades monetarias venezolanas para sujetarse a la discrecionalidad de la Reserva Federal de los Estados Unidos, para la que ni Hanke ni Schuler—¡oh sorpresa!—se atreven a proponer su sustitución por una caja de conversión. Por otra parte, en opinión del industrial venezolano que más nos merece respeto—Hans Neumann—todo esto parece ser una manipulación cosmética que no toca para nada el sector real de los bienes y servicios producidos en el país.

Seguramente es un objetivo laudable la estabilidad del signo monetario, por más que, paradójicamente, algunos partidarios de esquemas tales como este tratamiento hankeriano de las cajas de conversión, critiquen fuertemente la intención gubernamental de mantener una tasa fija del bolívar de 1995 en 170 por dólar. Es posible, incluso, que la idea de un mecanismo automático de conversión a una tasa fija sea una idea buena en el fondo. Pero nos luce que el acoplamiento total de una economía como la venezolana, relativamente muy pequeña, a una economía tan grande como la norteamericana es un asunto realmente peligroso. Estos casamientos totales, como lo revela el reciente caso del ménage à trois del TLC norteamericano, parecen determinar graves problemas para el más débil de los cónyuges. Necesitaríamos, por tanto, una escala diferente. ¿Qué dirían Hanke & Schuler a la idea de una caja de conversión a escala de América del Sur?»

Con esta alusión al tema integracionista aprovechamos la mención que Hanke había hecho de Milton Friedman para citar a este Premio Nobel de Economía. En la segunda mitad de 1993 las monedas europeas, con la casi única excepción del marco alemán, se encontraban bastante debilitadas. Los gobiernos de Europa rogaban al Bundesbank que consintiera en disminuir sus tasas de interés. Nichts. El banco central alemán se negó rotundamente, lo que provocó intensas corridas contra la libra, la peseta, la lira… Por poco descarrilan los esfuerzos de unificación monetaria de Europa: la meta de una única moneda europea hacia 1999. Y es en estas circunstancias cuando Milton Friedman, no Fidel Castro ni un Mao Tse Tung redivivo, sino el líder de la escuela monetarista de Chicago, concede una entrevista en la que dice: «Si los europeos quieren de veras avanzar en el camino de la integración, deberían comprender que la unidad política debe preceder a la monetaria. El continuar persiguiendo algo que se acerca a una moneda común, mientras cada país mantiene su autonomía política, es una receta segura para el fracaso». (L’Espresso, 26 de septiembre de 1993).

Concluida tan larga exposición, el Prof. Hanke intentó primero una línea de ataque personalizada. Nos preguntó si teníamos en nuestra cartera algunos dólares. Respuesta negativa. Acto seguido preguntó si algún familiar nuestro tenía alguna posición en dólares. Respuesta igualmente negativa, con algún abundamiento. Le explicamos al Sr. Hanke que hacía poco que habíamos concluido un trabajo de análisis para una transnacional con sucursal venezolana y que ésta había ofrecido pagarnos en dólares. Al explicar que preferíamos el pago en bolívares, nuestra moneda nacional, la compañía en cuestión intentó calcular cuánto debía pagarnos a razón de «dólar Brady», que para la época nos habría reportado alrededor de 445 bolívares por cada dólar de referencia en sus cómputos. Comunicamos a nuestro cliente que no aceptaríamos tal cosa, y que la tasa vigente oficial de cambio era la de Bs. 290 por dólar norteamericano, y que así debieran calcular nuestra factura de servicios, «perdiendo» así nosotros 155 bolívares por cada dólar estimado originalmente. Con esto quisimos hacerle entender al Sr. Hanke que no existía ninguna relación lógica, y tampoco interesada, entre los dólares que pudiese haber en nuestro bolsillo o los de algún familiar y nuestra opinión en torno al tema.

Impedido de defenderse con un ataque personal, el Sr. Hanke logró encontrar entonces la respuesta definitiva. Procurando no mirarnos a la cara, el inefable, el inigualable y docto Prof. Hanke cerró el debate calificando nuestra intervención como «un barato disparo populista» (A cheap populistic shot). Eso fue todo lo que dijo. Acto seguido, nos dio la espalda—gracias—y se dispuso a «contestar» otras preguntas.

El acto concluyó con rapidez. Ninguno entre los invitados se acercó al Prof. Hanke. El anfitrión se despidió de él cortésmente y lo abandonó en el salón en manos de algunos periodistas, vino hasta nosotros a felicitarnos y a comentar lo inconveniente de las filípicas hankerianas contra los políticos.

Tal vez a raíz de esta experiencia los patrocinantes de los periplos venezolanos de Steve Hanke hayan querido recomendarle una mayor moderación en sus denuestos. Y quizás algunos entre los venezolanos presentes hayan comenzado a sentir que es necesario detener la avalancha de evaluaciones exageradamente negativas de lo nuestro, que ya han pasado de ser práctica nacional a deporte internacional.

Porque es que Steve Hanke ha hablado en este país de un modo que debiera merecerle una declaración de persona non grata. Él no ha venido acá a ayudar a una gente que evidentemente desprecia, sino a jugar el papel de mercader de una dominación que no necesitamos. Ha intentado hacerlo belicosamente. Por eso tuvimos con él un encuentro con un hanke de guerra, aunque, claro está, en su caso se trata de un hanke de hojalata.

LEA

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