Cartas

En agosto de 2000, una importante transnacional petrolera que operaba en el país—ya no lo hace—pidió al suscrito una presentación to understand Chávez. Ése fue el título que escogió para nombrar la específica solicitud. Lo que fue mi primera afirmación, ya una vez en la sesión de trabajo que sostuvimos, es que estábamos en presencia de un fenómeno que ameritaba un enfoque de antropología política; esto es, que lo que había llegado al poder en Venezuela era toda una cultura, no meramente otro partido u otro presidente. Que ahora estábamos en presencia de un conjunto de valores, creencias, criterios y percepciones enteramente distinto del convencional.

Una segunda presentación—cinco fueron en sucesión requeridas—echó mano de una tipología adelantada por Yehezkel Dror en 1971, en su libro Crazy States: A Counterconventional Strategic Problem. (En entrevista que le hiciera veinte años después Daniella Ashkenazy para The Jerusalem Post, la periodista resumía el asunto del libro: “…Dror construyó un modelo teórico de Estados fanáticos y grupos marginales que se alimentan de ideologías agresivas de alta intensidad”). Los rasgos de un “Estado loco” (enumerados en la Carta Semanal #62 de doctorpolítico, del 14 de noviembre de 2003), según el experto, son los siguientes: 1. tiene objetivos muy agresivos en contra de otros; 2. mantiene un profundo e intenso compromiso con esos objetivos (dispuesto a pagar un alto precio por su logro y correr grandes riesgos); 3. está imbuido de un sentido de superioridad frente a la moralidad convencional y las reglas habitualmente aceptadas de la conducta internacional (dispuesto a la inmoralidad e ilegalidad en términos convencionales en nombre de “valores superiores»); 4. exhibe un comportamiento lógicamente consistente dentro de tales paradigmas; 5. lleva a cabo acciones externas que impactan la realidad (incluyendo el uso de símbolos y amenazas).

No debe, en consecuencia, llamar a la sorpresa la profusa andanada de anuncios que ha hecho el Presidente en reestreno en los últimos días. Ni su proverbial procacidad, ni su tono épico, ni su ambición, ni su agresividad. Es un caso clínico de entidad patológica ya descrita hace tres docenas de años y, por otra parte, todo estaba ya, de una manera o de otra, clara y reiteradamente anunciado. No es ahora cuando Chávez habla de revolución—DRAE: 2. Cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación… 4. Cambio rápido y profundo en cualquier cosa—pues viene caracterizando así su propósito desde su campaña de 1998 (desde su fallido golpe de 1992, si a ver vamos), y su gobierno desde que asumió por primera vez la jefatura del Estado venezolano en 1999. No es la primera vez que habla de socialismo—tiene años haciéndolo—y no calló el concepto durante su campaña electoral del año pasado, de modo que quienes votaron por él—y también quienes no lo hicieron—debían saber que por ahí vendrían los tiros. No es tampoco nuevo su corolario ideológico: que el capitalismo es malo, que ser rico es malo, que lo privado es malo.

De modo que sabíamos todos que ése era su pensamiento. Jamás lo ha ocultado, como sí lo hiciera en su momento su mentor, Fidel Castro. La diferencia está en la amplitud y la celeridad de su movimiento al inicio mismo de su segundo período constitucional (respecto de la Constitución de 1999).

Debe tenerse siempre en mente la formación militar de Chávez. Tiene lógica que se mueva a conquistar más territorio cuando ha adquirido poder fresco, cuando su fortaleza está refrescada. Acaba de ganar por abrumadora ventaja las elecciones del 3 de diciembre, y todo el Estado es suyo. Es el momento de avanzar con firmeza, mientras sus fuerzas están no sólo intactas, sino recrecidas.

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Así que la Blitzkrieg es ancha y diversa. Chávez quiere otro Código de Comercio, quiere otra Constitución, quiere además del Ejecutivo también Poder Legislativo. No tiene suficiente con PDVSA (que hinchará nacionalizando asociaciones de la Faja del Orinoco); ahora necesita bajo su control y mando la telefonía y toda la electricidad servida; EDELCA y CADAFE no le bastan. La frecuencia del Canal 2, por supuesto, irá a quienes se alineen con sus propósitos bajo Izarra y Chacón. Los municipios son también algo que debe ser suplantado: creará “ciudades federales” que no tengan alcaldes sino una federación de juntas comunales. (¿Cómo se decidirá la colocación de una alcantarilla?) El Banco Central de Venezuela no debe ser autónomo, y a juzgar por sus constantes identificaciones con Jesús de Nazaret y la repetición de sus críticas a muy conspicuos personajes de la iglesia católica venezolana, pudiera estar pensando—su megalomanía da para eso—en hacer, al estilo de Enrique VIII, una iglesia “bolivariana” de la que él sea papa.

Naturalmente, atrás han quedado los discursos sobre el “desarrollo pentapolar”, y no dijo nada acerca de los “núcleos de desarrollo endógeno” que poblarían el país, y el “eje Orinoco-Apure” está olvidado. Ahora juega con juguetes nuevos, como los aviones de guerra Sukhoi que dispendian combustible sobre Caracas para unirse al autobombo.

Es una agenda de voracidad pantagruélica, y si ya había diagnosticado el 3 de diciembre—le tomó ocho años percatarse—que la corrupción y el burocratismo minan su gobierno, ahora ampliará los terrenos de caza de corruptos y corruptores con más empresas y más ministerios—veintisiete, son ya—donde la insolente discrecionalidad del funcionario chavista tendrá más oportunidad de burocracia. No ha comenzado siquiera a atacar la corrupción cuando le arroja más alimento. (Preguntado sea de paso, ¿se deberá la defenestración de José Vicente Rangel a ponerlo como chivo expiatorio del burocratismo y la corrupción? A fin de cuentas, el Vicepresidente Ejecutivo sería el principal responsable de ambas cosas. ¿O será, simplemente, que Rangel aconsejaba más mesura y más magnanimidad luego del triunfo electoral decembrino y tal cosa chocaba contra los designios de atropellar con la revolución?)

Pero hacer las cuentas por separado no termina de captar la intención general: Chávez cree ser capaz de construir, en lo que le quede de vida, una sociedad enteramente nueva. Ése es el tamaño de su desmesura.

Así explica: «Aquí llegó la hora del fin de los privilegios, del fin de las desigualdades ¡Llegó la hora!  Y nada ni nadie nos hará detener el carro de la revolución ¡Cuéstenos lo que nos cueste! ¡Nadie detendrá el carro de la revolución socialista en Venezuela! Cueste lo que cueste». Y añadió: «Es imposible la igualdad en el capitalismo, sólo es posible en el socialismo. Por eso es que, sin exageración, vengo afirmando que el pensamiento de Bolívar es un claro pensamiento socialista». (No importa si esto es una grosera falsificación de la verdad histórica).

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Volviendo a la antropología, es ya sabida observación etnológica que los ítems culturales recién llegados a una sociedad se integran a ella con enlaces distintos de los que la encajaban en la sociedad que los inventa o los aporta. El significado de un arcabuz no es el mismo para el conquistador español que para el aborigen que aprende a accionarlo. Éste lo incorpora a su mapa cultural para asimilarlo, y esa carta de significados es otra.

Las reacciones a los anuncios de Chávez no son los mismos en diferentes culturas políticas. Aun antes del discurso de ayer ya las anticipaciones—los trailers de la película—habían causado graves y numerosos sobresaltos en el orden financiero, bursátil y cambiario.

Si ahora, en cambio, se toma cada medida por separado—por ejemplo, las nacionalizaciones anunciadas—uno pudiera recordar que la CANTV fue empresa del Estado desde la década de los años cincuenta hasta el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, sin que la sociedad venezolana se neurotizara por eso. Y tampoco es que las empresas públicas de suministro eléctrico sean una novedad en el país. O, pensando en otras latitudes, en su tiempo François Mitterrand nacionalizó toda la banca francesa—aunque luego se percató de su error y debió devolverla a la esfera privada—y en la cuna de la democracia y el capitalismo, la venerable Inglaterra, hasta hace nada la televisión era actividad enteramente reservada al Estado.

Pero el problema con una telefonía estatizada en la Venezuela de hoy es que la CANTV pronto sería roja rojita, y un peligroso instrumento de control social en manos de un gobierno que jamás ha sido escrupuloso respecto del derecho a la disensión. La lista de Tascón sería, ante la constante vigilancia de las conversaciones telefónicas (y correos electrónicos), un burdo y primitivo expediente. (Aunque es bueno refrescar que la CANTV estatal, durante la presidencia de Luis Herrera Campíns, se dio el lujo de espiar las comunicaciones de Miraflores).

Esto, por supuesto, sin entrar en la consideración de la esperada ineficiencia y el mal servicio que, puede jurarse, regresarían al espacio telefónico nacional con una industria telefónica en poder de Chávez. Y tampoco considerando que el reestrenado presidente no ha mostrado cuál es la relación lógica o fenoménica existente entre una telefonía pública y “la mayor suma de felicidad posible”.

Pero, repito, no todas las culturas políticas entienden las cosas de tal modo, ni ven en ellas motivo de alarma sino de alborozo. Por ejemplo, en http://upsidedownworld.org/, sitio en Internet que se proclama como espacio de equilibrio, Jason Wallach escribía anteayer quejándose del injusto trato que la nacionalización de la CANTV habría recibido de la prensa norteamericana. Citando a Wikipedia, saludaba que la decisión de Chávez impidiera que el magnate mexicano Carlos Slim—dueño entre muchas otras telefónicas de TELMEX—adquiriera el control de CANTV, pues “[a]unque TELMEX es ahora una compañía privada sigue siendo todavía un monopolio. Prácticamente no hay en México otras compañías telefónicas que ofrezcan otra opción a los consumidores. TELMEX ofrece un pobre servicio al cliente que está disponible sólo de lunes a viernes, lo que deja a los usuarios desvalidos durante el fin de semana. TELMEX es asimismo la segunda compañía en cuanto a quejas interpuestas ante PROFECO, la agencia mexicana de protección al consumidor”.

Habiendo hecho un examen de noticias relacionadas con el anuncio de Chávez, Wallach señala que a Natalie Obiko Pearson se le escapó una “gema” que pudiera ser una de las verdaderas razones para la nacionalización de CANTV. Obiko escribió para Associated Press: “La CANTV privatizada también ha provisto un beneficio clave a los venezolanos: uno de los pocos modos de eludir el control de cambios. Los inversionistas han podido comprar sus acciones en bolívares y venderlas en dólares en la Bolsa de Valores de Nueva York. Una adquisición forzada de CANTV cerraría esta opción de preservar riqueza en una economía cuya inflación se ha venido dando en 17 por ciento”. Wallach aplaude que esta puerta se cierre, pues añade lo siguiente: “¿Cree realmente Ms. Obiko que cualquier cantidad de venezolanos, de los que un 49% vive mes a mes en la pobreza, gasta su ingreso disponible en inversiones en el mercado de acciones? ¿No sería correcto cerrar lo que es esencialmente una trama de lavado de dinero para inversionistas venezolanos que quieren eludir los riesgos económicos que sus compatriotas más pobres no pueden evitar?”

Etcétera. No todo el mundo se queja.

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La pregunta realmente importante es, evidentemente, ¿qué hacer ante la aplanadora que Chávez ha puesto en movimiento?

Hay algo que no es lo que debe hacerse, y es el mero señalamiento de una inconformidad. Manuel Rosales, por ejemplo, el pretendido “líder de la oposición”, diciendo que Chávez gobierna como un déspota. ¿Es eso algo nuevo, o que vaya a impedir la puesta en práctica de las decisiones anunciadas?

Hay que dar un debate público y serio, a fondo, sobre la ideología que está detrás de todo. Ese debate fue eludido intencionalmente por el derrotado candidato durante toda la campaña electoral, y ya es tiempo vencido de entablarlo. Si bien puede esperarse que la ambiciosa agenda chavista—mucho camisón p’a Petra—traerá importantes problemas al gobierno, si puede creerse que los insultos al Secretario General de la OEA le han enrarecido el ambiente internacional a Chávez—en reciente sesión del Consejo Permanente del organismo los gobiernos socialistas de Chile (que inició la cadena), Brasil y Uruguay se unieron a varios otros para condenar la grosería de Chávez y defender a Insulza—si bien hay algo de inteligencia en dejar que el autoritario presidente se cocine en su propia salsa, no puede continuarse evadiendo el debate ideológico.

Una vez más: a Chávez se le acusa pero no se le refuta. Ocho años de desmanes incontenidos, en los que la oposición se ha limitado a engrosar un prontuario, a nutrir un catálogo de acusaciones, han puesto de manifiesto la ineficacia de tal “estrategia”.

Es justamente un avance estratégico lo que Chávez ha emprendido, y como tal debe ser tratado en el terreno estratégico, que no es otro que la comunicación de verdades al enjambre ciudadano. El rasgarse las vestiduras, los planes de autoexilio, las tonterías del golpe o el magnicidio, no son en absoluto soluciones. Hay que discutir ante el país si es que es deseable, o siquiera posible, una sociedad de la igualdad, aunque para lograr esa sociedad de igualitarias hormigas haya que sacrificar la libertad en el altar de un ego telúrico.

Claro que puede uno admitir, mientras se construye una opción sólida, que la astucia de Chávez se revela al haber escogido un psiquiatra como nuevo Vicepresidente. No es malo que alguien tan desquiciado tenga a mano ayuda profesional, pues ya es inocultable la patología del Presidente, impedido de magnanimidad, aquejado de desmesura y de soberbia galopantes. Es lamentable que Jorge Rodríguez parezca seguir los pasos de su predecesor, recientemente despedido sin pena ni gloria. El martes el índice bursátil de Caracas sufrió una pérdida de más de dieciocho puntos, y hubo de suspenderse la negociación de los títulos de CANTV. Pero el flamante vicepresidente Rodríguez declaró ayer: «No se ha desplomado absolutamente nada; la Bolsa está más fuerte que nunca, la economía está más fuerte que nunca». Esto es, como solía decir José Vicente Rangel en época del paro, el país está excesivamente normal.

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