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Después de elaborado forcejeo entre telones, George W. Bush acaba de anunciar que en pocas semanas enviará a Irak un contingente de 21.000 soldados norteamericanos adicionales. Su línea de razonamiento sostiene que aflojar en Irak en estos momentos provocaría el colapso del gobierno local y que, en cambio, el incremento (surge) de tropas estadounidenses “en este momento crucial”, para ayudar a los iraquíes a “romper el actual ciclo de violencia” pudiera apresurar “el día en que nuestras tropas puedan regresar al hogar”.

Se trata de unas cinco nuevas brigadas de cuatro mil hombres cada una, que elevarán el actual contingente de 135.000 soldados a 153.000. El grueso de las nuevas fuerzas será asignado a Bagdad, donde será nombrado un nuevo comandante supremo, aunque dos batallones de marines irán a la provincia de Anbar. (El 80% de la violencia entre sectas ocurre en un radio de 45 kilómetros alrededor de Bagdad).

Bush solicita 5 mil seiscientos millones de dólares frescos para pagar las tropas y mil doscientos millones más para reconstrucción y creación de empleos entre la población de Irak. A este país se le exige 10 mil millones de dólares a los mismos fines, aunque no se permitirá la “interferencia” iraquí en las operaciones militares.

Como era de esperarse, el plan no cuenta con el consenso político que sería recomendable, ya no digamos entre los demócratas—el senador Edward Keneddy ha introducido un proyecto de ley que bloquearía el financiamiento—sino entre los mismos republicanos y no pocos jefes militares. Norman Coleman, senador republicano por Minnesota que busca ser reelegido en 2008, declaró: “Me rehuso a poner más vidas americanas en riesgo en Bagadad sin seguridad de que los iraquíes mismos estén dispuestos a terminar la violencia de iraquíes contra iraquíes. Por esto es que me opongo a la proposición de un aumento de tropas en Bagdad, donde la violencia sólo puede ser definida como sectaria”.

Lo que más temen los críticos del nuevo plan de Bush es que el aumento de la presencia norteamericana en Irak reavivará el desagrado de la población en general, por un lado, y que, por el otro, el gobierno de ese país se haga todavía más “adicto” a la ayuda de los Estados Unidos.

Pero, como por estos lares, el presidente Bush no atiende a las críticas, ni de los demócratas, ni de sus copartidarios ni del público en general. The beat goes on.

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