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Ángel Bernardo Viso, une autre fois. Esta vez la Ficha Semanal #127 de doctorpolítico copia enteramente la carta #20 (Madrid, 24 de mayo de 1990) de sus Memorias marginales.
Como Viso ha escogido la forma epistolar para disparar una ráfaga de veintitrés magníficos ensayos, constantemente alude a las cartas anteriores. (Dice, no poco borgianamente, en la Advertencia: «…la forma elegida para este libro no es un ardid literario, ni un disfraz, sino el cauce espontáneo de vivencias e ideas sólo empezadas a recuperar por la conciencia al final de una madrileña tarde de abril, en el curso de una larga confesión interior dirigida a un amigo, perdido de vista desde la juventud, y cuya respuesta no me alcanzará»).
En la carta vigésima, refiere a menciones previas de Mircea Eliade (Tratado de historia de las religiones y El mito del eterno retorno), Juan Nuño (Los mitos filosóficos) y, sin nombrarlos, a Manuel García Pelayo (Los mitos políticos) y Germán Carrera Damas (El culto a Bolívar y Validación del pasado): «…Carrera Damas también ha demostrado que el culto a los héroes no sólo ha sido aceptado por el establishment, incluida la jerarquía católica —que por la pluma de Monseñor Navarro se esforzó en probar la ejemplaridad del cristianismo bolivariano—, sino por los grupos de izquierda, y en especial por el Partido Comunista…» (Carta décimo novena, 20 de mayo de 1990 desde Madrid).
Conviene notar, pues, que la escritura de Viso precede por dos años a la emergencia pública de Hugo Chávez el 4 de febrero de 1992. Como pasa con los analistas profundos, lo que escribe tiene valor profético; basta leerlo para comprobar su luminosa vigencia. Por ejemplo, apunta en la carta décimo novena: «…jóvenes y revolucionarios se han llamado algunos movimientos políticos por ser ésos los caracteres distintivos del grupo promotor de la Independencia, cuyas hazañas siguen vigentes gracias a su reactualización periódica. …toda la educación venezolana está basada explícita o implícitamente en esa idea; es más, la nacionalidad misma, en su sentido concreto y excluyente, depende de una idea parecida; por eso Arturo Uslar Pietri ha podido decir que en Hispanoamérica el estado (a mi juicio, un puro fruto revolucionario) ha precedido a la nación…»
Nihil sub sole novum. (Eclesiastés, I, 10). No hay nada de novedad en el plan chavista, que no hace sino repetir extravíos arcaicos, primitivos, bárbaros. Se trata —el programa de Chávez— de recaídas atávicas que ya nuestro pueblo ha sufrido. Esta vez es tan absurda la cosa que a su término probablemente nos hayamos curado de eso para siempre.
También usa Viso al final de la carta reproducida acá, la noción mitológica germana designada como ragnarök, la titánica lucha entre los dioses del Valhalla al final de los tiempos. Jorge Luis Borges escribió una de sus piezas más cortas justamente bajo ese título, que comienza diciendo: «En los sueños (escribe Coleridge) las imágenes figuran las impresiones que pensamos que causan; no sentimos horror porque nos oprime una esfinge, soñamos una esfinge para explicar el horror que sentimos. Si esto es así ¿cómo podría una mera crónica de sus formas transmitir el estupor, la exaltación, las alarmas, la amenaza y el júbilo que tejieron el sueño de esa noche?» Borges describe un sueño en el que los dioses regresan, incongruente como los sueños son, y concluye con esta última cláusula: «Sacamos los pesados revólveres (de pronto hubo revólveres en el sueño) y alegremente dimos muerte a los Dioses». Puede estar llegando la hora de dar muerte a Bolívar.
LEA
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Política arcaica
Resulta una experiencia temible sumergirse en los mitos antes expuestos, con el fin de explicar nuestra manera de entender el tiempo histórico: «Time the destroyer is time the preserver», escribió también T. S. Eliot… En Disgregación e integración, Laureano Vallenilla Lanz se había adelantado de manera brillante a las ideas apuntadas en las páginas anteriores, al decir: «Para los hombres que durante un siglo se sucedieron en la dirección intelectual y política de Venezuela, jamás el pasado tuvo significación alguna… Del caos de la Colonia nació la efímera y candorosa República de 1811; del caos de la guerra magna surgió la Gran Colombia; del largo y tenebroso caos de la dominación oligarca surgió el partido liberal; y cuando la dinastía de los Monagas volvió la República a la nada, la obra creadora se dividió entre los convencionales de 1858 y los guerrilleros federales, hasta que del seno de otro caos formado por la dictadura y por la guerra de cinco años apareció la República democrático-federativa del 64… Obsérvese además que cada generación, cada partido, cada revolución, no abrigó nunca otro propósito sino el de destruir para crear».
La repetición en el tiempo del mito juvenil y revolucionario, y su carácter cíclico, adquirido después de su nacimiento, me hace pensar que el modo de aprehender la realidad histórica por parte de la sociedad venezolana, inducida por el grupo gobernante, en gran medida se ha vuelto arcaico; ese carácter cíclico es propio de las sociedades primitivas, como demuestra la etnografía, y de las sociedades tradicionales analizadas por Eliade en sus obras antes citadas. En una de ellas, El mito del eterno retorno, ese autor nos señala que el hombre primitivo no tiene capacidad para comprender a cabalidad los sucesos aislados, ni los conflictos personales, sino en la medida de su correspondencia con un arquetipo. Por eso el héroe es dotado por la imaginación popular, después de su muerte, con todos los rasgos correspondientes a su categoría, mientras caen en el olvido los elementos distintivos propios de un ser humano: la memoria colectiva no los retiene.
Hay algo más grave; Eliade explica en sus dos obras referidas, y en su extensa Historia de las ideas y de las creencias religiosas, que en las sociedades primitivas y tradicionales los mitos de origen tienen como misión fundar la realidad; sólo pasa a ser real lo que corresponde al arquetipo, dios o héroe fundador: «Debemos hacer lo que los dioses hicieron al comienzo» (Çatapatha Brâhmana, VII, 2, 1, 4). «Así lo han hecho los dioses; así hacen los hombres». (Taîttirîya Brâhmana, I, 5, 9, 4). «Ese adagio indio resume toda la teoría subyacente a los rituales de todos los países». De modo que la mitificación de los héroes de la Independencia no es inocente: ella fija un modelo de conducta alejado en el tiempo y que requiere ser actualizado tal como tuvo lugar inicialmente… Dedicarse a la mitopoeia es mucho más riesgoso que convertirse en aprendiz de brujo.
El hecho antes señalado es de gran importancia para mi análisis; demuestra que el culto venezolano a los héroes —el más marcado de toda Hispanoamérica—, tiene igualmente un claro carácter arcaico y no es en absoluto positivo para enfrentar los retos de nuestra época. Adicionalmente, como te expresé en otra parte de este escrito, ese culto induce a creer que cada país latinoamericano es una nación distinta y completa, creencia justamente criticada por Julián Marías en Hispanoamérica, y por Octavio Paz en De la Independencia a la Revolución. Ese arcaísmo no sólo ha inducido sino que implica un retroceso en la relación con la sociedad colonial, cuya clase dirigente tenía una concepción de la historia semejante a la de los pueblos cristianos de su tiempo… Finalmente, dicho arcaísmo se compagina a cabalidad con nuestro pretendido carácter de pueblo joven; dos siglos de existencia es un lapso muy breve en la vida de un pueblo, y según algunos ésa es la duración de nuestra historia; ella justifica todos los errores políticos, los pasados desmanes populares y las frecuentes rectificaciones de rumbo; ella refuerza igualmente todos los caracteres arcaicos, pues parece natural mantener todavía los rasgos de niños balbuceantes.
Juan Nuño también nos dice, en su antes citado libro, refiriéndose al judaísmo, al cristianismo y al hegelianismo, que «Una visión simplificadora de la historia se ha complacido en oponer la concepción lineal y abierta a otra circular y cerrada», siendo así que «ninguna de las grandes visiones de la historia escapa, de una forma u otra, a algún tipo de circularidad…» «por lo que… preferible sería elegir entre concepciones cíclicas de tiempo indeterminado y concepciones cíclicas de tiempo limitado. Y en ambas se presenta el mito de la recuperación de algo pasado, o en tanto tal pasado o en tanto proyectada utopía o incumplida promesa».
Sin estar capacitado para entrar al fondo de este arduo tema de filosofía de la historia, creo deber observar que, al menos para los cristianos, la escatología deja un gran margen de libertad antes del fin de los tiempos —acontecimiento imprevisible e independiente de la voluntad humana—; en uso de esa libertad, el hombre construye dramáticamente su vida y contribuye al desarrollo del mundo; es más, de acuerdo con Teilhard, en El medio divino, la acción humana tiene un valor absoluto en sí mismo y su objeto es lograr, mientras llega la parusía, una progresiva espiritualización de la materia, completando la obra divina; de esa manera, al acabarse el tiempo del hombre, no habría una abolición de la obra humana, ni una recuperación de algo exclusivamente elaborado por Dios; la historia sería lineal y progresiva: nos presentaríamos al gran juicio con nuestros modestísimos trabajos, pero acompañados con la Gioconda, la Pasión según San Mateo y hasta la mismísima Puerta del Infierno…
Me podrás decir que esas ideas del poco común jesuita —asombroso descendiente directo de Voltaire—, esconden simplemente sus creencias, a pesar de los silogismos que plagan su citado libro. Sin embargo, si es cierto que aun el pensar filosófico está orientado por soterrados mitos, si nuestra poderosa irracionalidad aflora a cada paso, aunque tratemos de evitarlo, si incluso las ideas concebidas por la mente no pueden evadir los arquetipos descubiertos por Jung, más vale tomar en cuenta esos hechos, en lugar de eludirlos y, aunque sea a tientas, tratar de desechar las creencias empobrecedoras y aferrarse sólo a aquéllas susceptibles de servir de base a una vida y a una cultura dignas de ser asumidas en su plenitud.
En todo caso, aun dentro de las limitaciones señaladas por Nuño, es indudable que una concepción —más bien ilusión—, histórica de un ciclo tan arbitrario y limitado como el prevaleciente entre nosotros, y la devolución por el período heroico de los «tiempos aurorales» (de esa crepuscular aurora de 1810), no se limitan a ser arcaizantes: están en el fundamento mismo de nuestros fracasos. No obstante, el triunfo de aquella concepción no puede ser nunca definitivo ni completo en una sociedad como la nuestra, cuya credulidad es sólo parcial en relación con lo que se le enseña, más todavía si se pretende hacerlo con académica pedantería o utilizando las pompas del poder.
La coexistencia inevitable entre esas dos contradictorias maneras de pensar el tiempo histórico, crea un desajuste adicional en nuestro medio, mayor al atribuido en estas páginas a las diferencias étnicas y sociales; no se trata de algo situado en la superficie, sino en el fondo del alma, y que ayuda a explicar los tropiezos de nuestra sociedad mejor que el estudio de todos los errores económicos juntos; es más, cuando se adopta una correcta política liberal para reformar la economía —caso actual de Venezuela—, su vacilante y deformada aplicación no se debe a razones económicas, sino a un recurrente populismo y a deficiencias humanas y conceptuales que continuarán presentándose mientras no logremos exorcizar nuestros demonios.
Un íntimo amigo de ambos nos solía repetir desde la universidad ¿recuerdas? que los venezolanos tenemos mentalidad apocalíptica, pues a cada inconveniente grave juzgamos que ha llegado el fin del mundo; no podía responderle entonces, porque no lo sabía, que en una sociedad donde se crea la expectativa de renacimientos periódicos es lógica la creencia en destrucciones inminentes, auspiciadas en tiempo electoral por los candidatos de todos los partidos, pretendiendo que ellos son la última oportunidad de recuperar el país antes de su inevitable naufragio; no se trata, lógicamente, del germánico ragnarök —catastrófico combate final entre los dioses— sino de un fin de mundo a nuestra medida; más que nada, de una nueva e importante mengua en relación con nuestra posición anterior… Esa mentalidad, donde el arcaísmo desemboca en predicción de atenuadas catástrofes, no puede permitir el desarrollo buscado por la política liberal antes citada, ni con el apoyo de todos los Fondos Monetarios del mundo; tampoco permite una plena realización personal: somos miembros de la tribu, de acuerdo con la vieja definición aristotélica, so pena de ser animales o dioses.
Ángel Bernardo Viso
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