Fichero

LEA, por favor

Esta Ficha Semanal #133 de doctorpolítico consiste en la traducción de un conciso editorial del Houston Chronicle, fechado el 23 de los corrientes. En él se expresa una crítica del periódico norteamericano acerca de un nuevo programa del gobierno federal de su país, destinado especialmente a examinar solicitudes de visas provenientes de personal cubano de la salud.

La pieza es interesante porque es a un tiempo clara y penetrante, poniendo el énfasis en las consecuencias prácticas de una política federal. Es evidente que una de las áreas en las que la administración Bush ha embarrado las cosas es la política de inmigración. La idea, por ejemplo, de construir un descomunal “Muro de Berlín” a lo largo de su frontera con México, ha levantado muy explicables ronchas en su vecino del sur y críticas en su propio interior. Es sintomático también que el Houston Chronicle se edita en Texas, el terruño de la familia Bush y territorio de paso para mucha de la inmigración ilegal de origen mexicano.

El tema de la inmigración ilegal es ciertamente delicado, especialmente en los Estados Unidos pero, como se sabe, de gran poder irritante también en Europa. Vistos como la tierra prometida de todos los habitantes del planeta, los EEUU son el destino favorito de muchos emigrantes, que huyen de espantosas condiciones de miseria y sumisión en sus propios países de origen. La década de los 80 representó para los Estados Unidos un marcado incremento de esta clase de inmigración, proveniente de México y Cuba principalmente. Tan sólo en 1980 aquel país permitió la entrada de 800.000 personas, lo que es no únicamente el mayor número de inmigrantes aceptado por cualquier país en ese año, sino que representó el doble de los inmigrantes acogidos por el resto del mundo. No se puede decir que los EEUU no son hospitalarios.

Pero esas cifras produjeron un cambio importante en el estado de la opinión pública sobre el tema. A mediados de la década mencionada algunos estudios indicaban que 91% de los estadounidenses deseaban “un enérgico esfuerzo” para detener la inmigración ilegal. En 1984 se publicó un volumen que contenía las conferencias de un simposio sobre la política de inmigración de los Estados Unidos. (Duke University Press). La introducción estuvo a cargo de William French Smith, ex Procurador General de los Estados Unidos. En ella propone tres criterios a tomar en cuenta para un remozamiento de las leyes de inmigración norteamericanas: “Primero, deben existir límites a la inmigración. Ninguna nación, por próspera y humanitaria que sea, puede dar acomodo, por sí sola, a todos los habitantes del mundo que buscan una vida mejor. Segundo, esos límites deben ser establecidos con justicia e imparcialidad, sin tomar en consideración países o razas. Tercero, dichos límites deben ser aplicados firmemente mientras se presta atención a la equidad de los procedimientos y a los valores de la privacidad y la libertad individuales”. Todavía no ha concluido en el debate político estadounidense el asentamiento de un terreno tan movedizo.

El editorial del Houston Chronicle es importante para nosotros, por último, porque hace alusión expresa al caso de los médicos cubanos que trabajan en Venezuela.

LEA

Barrio afuera

Es un síntoma de la claustrofobia en Cuba—tanto política como económica—que miles de sus trabajadores de la salud saltaran frente a la oportunidad de trabajar en los barrios más atemorizadores de Venezuela.

Estos profesionales tenían pocas opciones. Durante décadas, el presidente Fidel Castro ha despachado médicos a los países más pobres como una forma de diplomacia. Si no fuera suficiente la presión para ir, la necesidad de ganar más de $15 mensuales en Cuba lo sería.

En Venezuela, sin embargo, la “diplomacia del doctor” parece más comercio que otra cosa. En trueque por unos 93.000 barriles diarios de petróleo, Castro envió más de 15.000 doctores, terapeutas y entrenadores físicos a los barrios venezolanos.

Para Castro, eso es una manera de mantener las luces encendidas. Para Chávez, es una forma tremendamente popular de proveer cuidados de salud a toda hora para una población que hasta hace poco no recibía ningunos. Sin duda, el comercio de doctores sirve muy bien las necesidades políticas de ambos líderes.

Pero también ha sido un beneficio histórico para los pobres de Venezuela. Como con muchos de los programas sociales de Chávez, tiene dos profundos efectos. Hace la vida más vivible para los ciudadanos más descuidados de Venezuela, que son justamente la mayoría. Y les confiere un sentido de dignidad y valor que pocos líderes anteriores a Chávez creyeron adecuado conceder.

Es por esto que la forma perversa de los Estados Unidos en la “diplomacia del doctor” es tan destructiva de los intereses de los EEUU. En agosto, en un intento de impedir a Chávez, el Departamento de Seguridad Interior lanzó el programa de Acogida del Profesional Médico Cubano, que se supone acelerará el procesamiento de las peticiones de asilo de los doctores.

Según una reseña de John Otis en el Chronicle, alrededor de 360 doctores, dentistas y terapeutas físicos han hecho solicitudes. Aproximadamente 160 de los doctores han sido aceptados, mientras que otros solicitantes—que debieron abandonar Venezuela ilegalmente para inscribirse—todavía aguardan por sus visas.

Si son rechazados, tendrán 30 días para abandonar Colombia, donde la mayoría se refugió para solicitar las visas. Como no pueden regresar a Cuba, en esencia los solicitantes rechazados serán apátridas.

Es fácil ver por qué tantos corren el riesgo. Los doctores que formaron parte de la brigada cubana para Venezuela manifiestan orgullo de representar una diferencia en las vidas de los pobres venezolanos. Pero detestan ser usados como peones, trabajar hasta el cansancio siete días a la semana y vivir en vecindarios tan peligrosos que los doctores venezolanos rehúsan poner un pie en ellos. Los doctores cubanos han sido atacados, incluso muertos, en esas zonas.

Por sobre todo, una vez que están lejos de Cuba comienzan a imaginar las posibilidades de ser libres de un todo. Casi pueden saborear lo que es vivir en un país donde no son seguidos por operativos del gobierno y pueden hacer sus propias decisiones profesionales y personales.

Este deseo no es exclusivo de los profesionales médicos de Cuba. Todos los cubanos merecen cumplirlo. Lo que es particular respecto de los solicitantes de asilo es el muy visible bien que están haciendo a los necesitados y el aprecio que su servicio inspira por toda la región.

Tanto para Chávez como para Castro, la diplomacia del doctor es una propaganda inmensamente elogiosa. A la inversa, nuestros intentos de atraer esos doctores refuerza el estereotipo desalmado y materialista del norteamericano del que Chávez y Castro tanto se precian. La estrategia de los EEUU parece todavía más egoísta porque no todos los esperanzados doctores realizarán alguna vez su sueño. Los otros, habiendo abandonado Venezuela, quedarán varados en Colombia como inmigrantes ilegales.

Los doctores cubanos, como todos los cubanos, debieran tener el derecho de ir donde quieran. No debieran tener que trabajar en granjas como jornaleros para pagar las deudas de Castro. Sin embargo, los Estados Unidos no debieran urgirlos activamente a la defección.

Es mala diplomacia. No puede garantizar el asilo del doctor, pero garantiza que los observadores a lo largo de las Américas concluyan que nuestra idea de diplomacia implica la privación de los pobres.

The Houston Chronicle

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