Uno de estos días, la semana pasada, se encontraba Teodoro Petkoff en el programa insignia de la televisión política opositora: “Aló ciudadano”, conducido por el periodista marabino Leopoldo Castillo, otrora de Venevisión. La primera parte de la entrevista se concentró en el tema de la multa impuesta al vespertino Tal Cual, dirigido por Petkoff, y al abogado-humorista Laureano Márquez, quien en el día de ayer recibió el apoyo de la moribunda—diría Chávez—RCTV, en remitido de solidaridad publicado en prensa nacional.
El tema escogido, que ha ocupado varias ediciones del periódico, no era sino el abreboca. Una vez dicho lo que tenía que decirse al respecto—incluida la noticia de que Tal Cual recibió en contribuciones del público recursos superiores a la multa exigida—comenzó una muy fuerte y coherente crítica de Petkoff al gobierno de Hugo Chávez. Los argumentos empleados por el avezado político tenían mucho peso, y fueron avanzados con una claridad pedagógica que el más lerdo de los ciudadanos sería capaz de entender. Cualquier observador del programa, y el suscrito era uno en ese momento, ha debido sentir la verdad y la contundencia del análisis de Petkoff. De hecho, a este observador le pareció que el editor de Tal Cual descollaba, una vez más, como la figura más redonda e inteligente de la oposición venezolana. Tenía la sensación, por ejemplo, de que Manuel Rosales no sería capaz de ese discurso. Si alguien, dentro del actual aparato opositor, tenía algún chance de convertirse en verdadera contrafigura de Hugo Chávez, ése era, pensaba, Teodoro Petkoff.
El gobierno ha debido sentir lo mismo porque, cuando faltaban aún unos veinte minutos de programa, forzó una cadena de radio y televisión que cubrió los próximos catorce de esos minutos, destrozando así el eficaz discurso de Petkoff, a quien de ese modo le arrebataba micrófono y cámara. No le convenía que éste continuara en el uso de la palabra.
Al regreso de la forzada interrupción, Petkoff, visiblemente molesto, denunció la cadena como un abuso más de un gobierno que tiene muy suficientes espacios y tiempos para la comunicación de su propaganda. Tal vez habría sido mejor una sonrisa y un sencillo comentario—”Parece que al gobierno no le interesa que yo hable”—precisamente porque el abuso era evidente, y la oportunidad demasiado específica como para que el corte fuera una simple coincidencia. Es más, el suscrito apostaría que la cadena estuvo programada de antemano. El gobierno de Chávez tiene ojos y oídos por todas partes, y seguramente sabía con suficiente antelación de la comparecencia de Petkoff ante Castillo. El segmento de propaganda gubernamental estaba cronometrado, y fue introducido en el momento justo para concederle todavía al entrevistado unos cinco minutos para su cierre, ya perdido el ritmo, el momentum de su prédica.
No es la primera vez, tampoco; ya otra aparición anterior de Petkoff en “Aló ciudadano” fue interrumpida de manera similar. Y esto pone de manifiesto, de nuevo, cómo es que el gobierno de Hugo Chávez emplea el poder; de qué manera es sofisticado a la hora de crearle impedimentos al adversario.
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Una alternativa eficaz al avasallante proyecto de Hugo Chávez debe dilucidar varias cuestiones. Una sola entre ellas es la de encontrar una contrafigura apropiada. Como se dice en la política estadounidense, you can’t fight somebody with nobody.
Esta publicación no ha ocultado su opinión acerca de la insuficiencia de Manuel Rosales a este respecto. Las dimensiones del liderazgo de Hugo Chávez sobrepujan en mucho el conjunto de cualidades del líder zuliano. Son los mismos medios de comunicación de los Estados Unidos los que presentan el próximo viaje de George Bush, a varios países latinoamericanos, como un intento por contrarrestar la influencia de Chávez en la región. No hay un solo artículo sobre el proyectado periplo que no mencione a Hugo Chávez, y si el Presidente de los Estados Unidos debe, en esta última y agónica etapa de su equivocado gobierno, enrumbarse hacia un continente al que ha descuidado por completo durante siete años, porque estaría en los intereses de su país entorpecer la agenda del gobierno de Venezuela, tan sólo eso ya le da a Chávez un cartel de matador que el novillero Rosales no puede reivindicar. Algún arrastrado adulador de cuyo nombre se prescindirá ha sugerido que al país le conviene estudiar ¡el pensamiento (?) de Hugo Chávez! Pues bien, si tamaño dislate tendría que intentar la síntesis imposible de lo profusamente contradictorio que es “el pensamiento de Chávez”, en el caso del pensamiento de Rosales el intento confrontaría la escasez.
Rosales es, sencillamente, un operador político clásico, capaz, sin duda, dentro de un concepto clásico de la política, pero no calza los zapatos de estadista. No puede dar mucho más que lo que ofreció Enrique Mendoza durante su vigencia, cuando fue primero un diligente alcalde del extinto Distrito Sucre, luego un abnegado y valiente gobernador del estado Miranda y, más tarde, un eficaz organizador de las acciones de calle de la también extinta Coordinadora Democrática; un buen táctico, jamás un estratega de las dimensiones requeridas, como se demostró fehacientemente durante la campaña que culminó en el fallido referendo revocatorio de 2004.
Más de un analista opositor bien intencionado admite, en análisis a puertas cerradas, que tal cosa es así. Su razonamiento va como sigue: Manuel Rosales es el hombre del momento, es lo que tenemos, es lo que hay. Probablemente no será el líder del futuro, pero puede cumplir el papel de líder transicional.
La iglesia católica sabe de candidatos de transición. Así se pensó, por ejemplo, que el cardenal Angelo Giuseppe Roncalli, por su avanzada edad, sería un pontífice de breve papado, que daría tiempo al colegio cardenalicio para elevar otro papa de mayor profundidad temporal. (Un favorito, el arzobispo Montini, no era aún cardenal. Luego sería el papa Paulo VI). La sorpresa fue mayúscula con Juan XXIII, quien disparó las ejemplares encíclicas Mater et Magistra y Pacem in Terris y convocó al segundo Concilio Ecuménico Vaticano. El Papa Bueno revolucionó la iglesia durante su breve pontificado. Claro, para hacer una cosa así hay que tener con qué.
Es por esto que si fuera correcta la tesis de que lo que necesita la polis venezolana es un líder transicional que pueda contrapesar a Chávez, tal papel le viene mejor a Teodoro Petkoff que a Manuel Rosales.
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Ambos dirigentes tienen ocupaciones que restan tiempo a la función necesaria. Rosales gobierna en el estado Zulia, donde debe responder a los ciudadanos que lo eligieron y, en general, a todos los zulianos. Petkoff es quien dirige a Tal Cual, al frente del cual debe responder a quienes sostienen al periódico.
Es evidente que Tal Cual es sostenido financieramente de modo artificial. El vespertino no ha llevado inserta jamás una publicidad suficiente para sufragar sus costos. Un fideicomiso, y aportes posteriores, permiten que el costoso papel de periódico, la impresión y la compacta nómina de la redacción y la administración sean cubiertos. Y esto es así porque Tal Cual es, desde sus inicios, un proyecto político, no un proyecto periodístico. Ni sus lectores lo compran buscando en él periodismo; nadie adquiere Tal Cual para mantenerse informado del acontecer mundial o nacional.
Claro que, no teniendo partido luego de que dejara al MAS que había fundado—Petkoff y Pompeyo Márquez advirtieron a tiempo a sus antiguos copartidarios, con claridad meridiana, del enorme error que sería apoyar electoralmente a Chávez en 1998—una tribuna periodística era un modo inteligente de prolongar una vigencia en la conciencia pública.
Tal cosa la logró tempranamente Petkoff con la dirección de otro vespertino: El Mundo, de la Cadena Capriles. En poco tiempo dinamizó al diario que antes atraía lectores sólo por los amarillistas y muy dudosos titulares de primera página, y le dio peso y profundidad.
Pero como ahora con las cadenas que interrumpen sus ocasionales apariciones en televisión—sin contar su propio programa—también en aquella ocasión el gobierno intervino para silenciarlo. Aplicando presión tributaria sobre la sucesión de Miguel Ángel Capriles, el gobierno de Chávez logró que Petkoff fuera sacrificado cuando estaba por concluir el año de 1999, el primero de Chávez en el poder. Petkoff no cumplió ni un año al timón de El Mundo.
Antes de tal incidente el público lector podía creer que Petkoff seguía una vocación periodística. Pero la rueda de prensa que convocó a su salida no dejó dudas de que se dedicaría a combatir el régimen. A la emergencia de Tal Cual en 2000, poco antes de las elecciones en las que Chávez derrotaría a Arias Cárdenas, estaba claro que se trataba de un vehículo político, no de un periódico.
A estas alturas Petkoff no necesita a Tal Cual para mantener presencia política. Si de lo que se trata es de colocar un mensaje suyo de lunes a jueves en un periódico de magra circulación—Tal Cual no se publica en fines de semana, y los viernes la página editorial es llenada por el multado Laureano Márquez—no se necesita ocupar el tiempo del único líder visible que es capaz de enfrentar a Chávez con peso, cultura y coherencia. Otros pueden continuar la tarea “periodística” en la misma línea opositora, liberando así a la persona política que es Petkoff, quien puede escribir un editorial diario en quince minutos, para la labor más crucial de liderar la oposición.
Ya no estamos en campaña electoral. Ya no se trata de que Datos mida baja aceptación electoral de Petkoff, relativamente, ante Rosales. Ahora se trata—en verdad siempre se trató—de contar con un líder de peso y, por más que sea lamentable, éste no es Manuel Rosales. Que éste se encuentre dirigiendo la gestación de Un Nuevo Tiempo a medio tiempo es ciertamente encomiable. Se necesita, no puede dudarse, una maquinaria, y Omar Barboza, otro operador político al estilo de Rosales o Mendoza, ha sido encargado del empeño. (Con los curiosos refuerzos de Leopoldo López y Gerardo Blyde. Un breve contacto con el Arúspice de Los Palos Grandes permitió comprobar que andaba de vena casquillera. En algún sueño profético entrevió que Leopoldo López protagonizaría la primera división de Un Nuevo Tiempo, cuando se enterase de que no sería el candidato presidencial de la organización en 2012. Entonces intentaría convencernos de que comanda Un Nuevo Tiempo Popular).
Petkoff, que ya no pretenderá más la Presidencia de la República, puede conducir la organización necesaria, y la opinión nacional para el tránsito a un Estado distinto al que ahora invade, en descarada desmesura, absolutamente toda la vida nacional. (Y no poca de la internacional). Precisamente porque Petkoff no conserva pretensiones de candidato presidencial, está mandado a hacer para el liderazgo imparcial del esfuerzo.
Y aunque puede observarse que Petkoff nació en El Batey, estado Zulia, su figura es más propiamente nacional, al haberse hecho, desde hace mucho tiempo, caraqueño. La solución no está ahora en la hegemonía zuliana, como por mucho tiempo el país creyó que la supremacía andina resolvería sus problemas. Hugo Chávez no es Ignacio Andrade.
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