Nadie ignora que el periódico londinense Financial Times no es, precisamente, de inclinación izquierdista. Por esto tiene particular peso uno de sus trabajos «en profundidad», suscrito por Carola Hoyos bajo el título Las nuevas Siete Hermanas: gigantes de petróleo y gas empequeñecen a sus rivales occidentales.
Como recuerda la propia autora, el cognomento de «las Siete Hermanas» fue inventado por Enrico Mattei, el líder del Ente Nazionale Idrocarburi (ENI) que falleciera en un accidente de aviación que se afirma fue provocado para sacarlo del juego. La expresión designaba un cartel de petroleras privadas norteamericanas y europeas—Standard Oil de Nueva Jersey (luego Exxon, hoy ExxonMobil), Standard Oil de Nueva York (Mobil, hoy fusionada con Exxon), Standard Oil de California (Chevron, que se uniría con Texaco), Texaco (dicho), Royal Dutch Shell, Anglo-Persian Oil Company (APOC, luego British Petroleum, hoy BP después de haber absorbido Amoco, la antigua Standard Oil de Indiana) y Gulf (más tarde desmembrada entre Chevron, BP y Cumberland Farms). Estas compañías controlaron por décadas el negocio petrolero mundial en la etapa que siguió al desmembramiento de la holding original de John D. Rockefeller, la Standard Oil, que a comienzos del siglo XX manejaba más del 80% de la producción petrolera mundial.
Hoyos reporta que ese dominio es claramente del pasado. Las nueve Siete Hermanas son ahora Aramco (Arabia Saudita), Gazprom (Rusia), CNPC (China), NIOC (Irán), PDVSA (Venezuela), Petrobras (Brasil) y Petronas (Malasia). Son empresas estatales que dominan casi la tercera parte de la producción mundial de petróleo y gas, y controlan más de la tercera parte de las reservas del planeta. Las viejas hermanas están reducidas ahora a 10 por ciento de la producción y el 3 por ciento de las reservas.
Entre otras cosas, el trabajo de Hoyos registra una nueva ola de agresividad de parte de estas compañías estatales. No es, pues, únicamente PDVSA la que arrebatará el control mayoritario de la inversión en las empresas que operan en la faja del Orinoco. Gazprom, por ejemplo, no ha ocultado su pretensión de despojar a BP del control del campo gasífero de Kovyta, uno de los principales activos de la compañía inglesa en Rusia.
Dice el nutrido artículo: «La renuencia de los gobiernos a la reinversión de los recientes ingresos extraordinarios de sus compañías petroleras nacionales en la propia industria, yace en la base de muchas de las preocupaciones acerca de los futuros suministros. En vez de reinvertir, esos gobiernos emplean los fondos para iniciativas sociales o los desperdician». Y toma nota específica de Venezuela, al señalar: «El presidente Hugo Chávez, de Venezuela, gasta dos tercios del presupuesto de PDVSA en sus programas sociales populistas, y envió en esa dirección casi 7 mil millones de dólares para 2005, comparados con los 77 millones de dólares gastados en 1997 por el gobierno anterior, según un estudio de la Universidad Rice».
El futuro pertenece a estas compañías. Según la Agencia Internacional de Energía, el 90 por ciento de los nuevos suministros provendrá, por los próximos cuarenta años, de países en desarrollo. La chequera de Chávez parece interminable.
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