Fichero

LEA, por favor

Henry David Thoreau, nacido en 1817 en Concord, Massachusetts, es un modelo de individualismo y pasión por la libertad, al punto que llegó a vivir como ermitaño, o antecesor de los hippies, en la laguna Walden por dos años, con tal de no ser molestado por regulaciones o gobierno alguno y para desprenderse de las cosas que los hombres “realmente no necesitan”. De esta experiencia dejó un relato, Walden, que se ha convertido en uno de los clásicos de la literatura norteamericana.

Graduado en Harvard, fue grandemente influido por Ralph Waldo Emerson, el ensayista estadounidense que defendía “la infinitud del hombre privado”. Al comienzo, Thoreau hizo oficio de maestro, pero pronto lo abandonó para embarcarse con su hermano John por los ríos Concord y Merrimack. Como con su aislamiento posterior, acerca de esta aventura escribió una de sus obras principales. Luego vivió, trabajando como todero, en la casa de la familia Emerson entre 1841 y 1843. Poco después construyó la cabaña que habitaría en Walden. Después de esta etapa, trabajó como profesor y como cartógrafo, y escribió ensayos  para publicaciones periódicas. Thoreau tuvo también una activa participación contra la esclavitud y la segregación racial en su país. Murió de tuberculosis en 1862, poco antes de cumplir cuarenta y cinco años.

En criterio de Thoreau, la lealtad a la propia conciencia es superior a la lealtad hacia el Estado, y este principio fue la guía de su ensayo más conocido: Desobediencia civil. El propio Gandhi, lector de esta pieza, reconoce la influencia que sobre él tuvieron las nociones de resistencia pacífica expuestas por Thoreau.

La Ficha Semanal #139 de doctorpolítico reproduce los párrafos iniciales de Desobediencia civil, escrita en el estilo ampuloso, retóricamente recargado, propio de la época. Como podrá verse, la opinión que Thoreau tenía de los gobiernos en general era bastante cínica e incrédula. Así trasluce en la descripción que hace de su conveniencia, la que no puede ser, en el mejor de los casos, otra cosa que un mal necesario.

Thoreau argumentó con pasión a favor de la tesis de la desobediencia a la ley cuando la conciencia indica que es injusta. Pero no sería suficiente desaprobar la ley en el fuero íntimo. Una ley injusta debe ser opuesta vigorosamente, incluso a riesgo de prisión. Thoreau creía que una minoría con dedicación, así fuese de una persona sola, era capaz de ejercer gran influencia política. Décadas más tarde esta idea resonaría en la obra del gran dramaturgo noruego Henrik Ibsen, quien la expuso eficazmente en Un enemigo del pueblo. En una introducción a este drama ibseniano—de los editores de la Enciclopedia Británica—se lee: “El hombre solo de pie, con la justicia de su lado, es una figura dramática familiar y poderosa, aunque también ocurre en la vida real. A menudo sufre la derrota personal, aun la muerte. Pero su acción heroica no muere con él. Ella perdura, y hace la vida más justa y vivible para el resto de nosotros. El idealismo, en lugar de ser tonto e impráctico, puede ser en último término el único camino práctico”.

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Desobediencia civil

Acepto gustosamente el lema “El mejor gobierno es el que tiene que menos gobierna”, y me gustaría verlo hacerse efectivo más rápida y sistemáticamente. Si se lo aplica, resulta al fin en algo en lo que también creo: “El mejor gobierno es el que no gobierna en absoluto”; y cuando los hombres estén preparados para ello, ése será el tipo de gobierno que tendrán. En el mejor de los casos, el gobierno no es sino algo conveniente, pero en su mayoría los gobiernos son inconvenientes y todos lo son algunas veces. Las objeciones que han surgido contra la existencia de un ejército permanente, que son muchas y de peso, y merecen prevalecer, también pueden en última instancia esgrimirse en contra del gobierno permanente. El ejército permanente es sólo el brazo del gobierno establecido. El gobierno en sí, que es únicamente  el modo escogido por el pueblo para ejecutar su voluntad, está igualmente sujeto al abuso y la corrupción antes de que el pueblo pueda actuar a través suyo. Somos testigos de la actual guerra con Méjico, obra de unos pocos individuos comparativamente, que utilizan como herramienta al gobierno actual; en principio, el pueblo no habría aprobado esta medida.

¿Qué es el gobierno de los Estados Unidos sino una tradición, reciente por cierto, que procura transmitirse intacta hacia la posteridad, aunque a cada instante pierde algo de su integridad? No tiene ni la vitalidad ni la fuerza de un solo hombre: porque un hombre solo puede doblegarlo a su antojo. Es una especie de fusil de madera para el mismo pueblo, pero no es por ello menos necesario para ese pueblo, que igualmente requiere de algún aparato complicado que satisfaga su propia idea de gobierno. Los gobiernos demuestran, entonces, cuán exitoso es imponérsele a los hombres y aún, hacerse ellos mismos sus propias imposiciones para su beneficio. Es excelente, tenemos que aceptarlo. Sin embargo, este gobierno nunca por sí mismo promovió una empresa, o sólo cuando se apartó diligentemente de su camino. No mantiene al país libre. No coloniza al Oeste. No educa. El carácter inherente al pueblo americano es el responsable de todo lo que se ha logrado, y hubiera hecho mucho más si el gobierno no se hubiera a veces entrometido. Porque el gobierno es una conveniencia por la cual los hombres intentan dejarse en paz los unos a los otros; y como ha sido dicho, es más conveniente cuando los gobernados son dejados en paz. Si el intercambio y el comercio no estuvieran hechos de caucho, jamás lograrían salvar los obstáculos que los legisladores les atraviesan en forma sistemática; y si uno fuera a juzgar a esos señores sólo por el efecto de sus acciones, y no en parte por sus intenciones, merecerían ser castigados y ser tenidos así como los malhechores que obstruyen los rieles del ferrocarril.

Pero, para hablar en forma práctica y como ciudadano,  a diferencia de aquellos que se llaman hombres que no son del gobierno, yo pido, no como eso sino como ciudadano, y de inmediato, un mejor gobierno. Permítasele a cada individuo dar a conocer el tipo de gobierno que ganaría su respeto y tal cosa ya sería un paso ganado para obtener ese respeto.

Después de todo, la razón práctica por la que, cuando el poder está en manos del pueblo, se permite a una mayoría regir, y por un período largo de tiempo, no es porque esa mayoría esté tal vez en lo correcto, ni porque le parezca justo a la minoría, sino porque físicamente son los más fuertes. Pero un gobierno en el que la mayoría rige en todos los casos no se puede basar en la justicia, aún en cuanto ésta es entendida por los hombres. ¿No puede haber un gobierno en el que las mayorías no decidan de manera virtual lo correcto y lo incorrecto – sino a conciencia?  ¿En el que las mayorías decidan sólo los problemas para los cuales la regla de la conveniencia sea aplicable? ¿Debe el ciudadano en algún momento, o en el menor grado, que entregarle su conciencia al legislador? ¿Para qué tiene entonces todo hombre la conciencia? Pienso que primero debemos ser hombres, y después súbditos. No es deseable cultivar respeto por la ley más que por lo que sea correcta. La única obligación que tengo derecho de asumir es la de hacer siempre lo que crea correcto. Se dice muchas veces, y es cierto, que una corporación no tiene conciencia; pero una corporación de personas conscientes es una corporación con conciencia. La ley nunca hizo a los hombres un ápice más justos, y por medio del respeto por ella, incluso los bien dispuestos se convierten a diario en agentes de injusticia. Un resultado común y natural de un indebido respeto por la ley es que uno puede ver una fila de soldados, coronel, capitán, cabo, soldados rasos, polvoreros, y los demás, marchando en formación admirable sobre colinas y cañadas hacia la guerra, en contra de su voluntad, ¡ay!, contra su sentido común y sus conciencias, lo que hace la marcha en verdad más empinada y produce un pálpito en el corazón. No les cabe duda de que es indigno eso en lo que están involucrados; todos tienen inclinación hacia la paz. Ahora bien, ¿qué son ellos? ¿Son en absoluto hombres? ¿O pequeños fuertes y polvorines móviles al servicio de algún hombre inescrupuloso en el poder? Visiten un patio de la Armada y observen un marino, un hombre como el gobierno americano puede hacer, o uno en el que puede convertirlo con sus malas artes—una mera sombra y reminiscencia de humanidad, un hombre puesto de lado y en pie, y, podría uno decir, enterrado ya bajo las armas con acompañamiento fúnebre… aunque puede ser que “Ni un tambor se escuchó, ni una nota fúnebre, cuando apresuramos el cuerpo a la muralla; ni un soldado disparó en despedida, sobre la tumba en que nuestro héroe enterramos”.

La masa de hombres sirve, pues, al Estado, no principalmente como hombres sino como máquinas, con sus cuerpos. Son el ejército en pie, y la milicia, los carceleros, los alguaciles, posse comitatus, etc. En la mayoría de los casos no hay ejercicio libre bien sea del juicio o el  sentido moral; ellos mismos se ponen en el plano de la madera, la tierra y las piedras; y quizás puede fabricarse hombres de maderapara que sirvan bien el propósito. Éstos no merecen más respeto que los hombres de paja o un montón de tierra. Valen lo mismo que los caballos y los perros. Y, sin embargo, aun en esta condición, son comúnmente estimados como buenos ciudadanos. Otros—como la mayoría de los legisladores, los políticos, abogados, ministros y funcionarios—sirven al Estado principalmente con la cabeza, y como rara vez hacen alguna distinción moral, pudieran con la misma facilidad servir al Diablo, sin intención, como a Dios. Muy pocos, como héroes, patriotas, mártires, reformadores en el gran sentido, y hombres, sirven al Estado también con sus conciencias, y por la mayor parte, necesariamente, le oponen resistencia; por esto son comúnmente tratados como enemigos. Un hombre sabio será sólo útil como hombre, y no aceptará ser “arcilla” o “tapar un hueco para mantener lejos al viento”, sino que dejará ese oficio a sus cenizas, puesto que: “Soy nacido demasiado alto para ser poseído, para ser segundo al control, o útil sirviendo hombres e instrumento de cualquier Estado soberano por el mundo”.

Henry David Thoreau

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