Las peregrinas e ineptas acusaciones de Willian Lara contra Globovisión, que deducen absurdamente pretendidos mensajes subliminales magnicidas, llaman profundamente a la preocupación. (La vistosa teoría de la eficacia de la «propaganda subliminal» está hoy grandemente desacreditada entre los entendidos en comunicación social). El ministro Lara, quien debiera auspiciar una ley que, como otrora, lleve su apellido, sabe perfectamente que está diciendo tonterías totalmente haladas por los pelos. (Su puntilloso verbo preferiría la elegante fórmula de «traídas por los cabellos»). No se necesita ser semiólogo para entender las señales: el gobierno está dispuesto a montar nuevas arbitrariedades sobre la más delgada de las falacias o la más inverosímil de las patrañas.
Esto es muy mal signo. Cuando el ministro Lara «informa» que ha consultado especialistas en semiótica—incluyendo «dos independientes», con lo que de paso confiesa impensadamente que los restantes no lo son—y expone su estrafalario teorema, nos indica que le importa un rábano si le creemos o no, si la comunidad internacional le cree o no. A fin de cuentas, ya el Presidente de la República ha aplicado varias veces el remedio: la retirada y el aislamiento. Retirado de su propio golpe de Estado el 4 de febrero de 1992, retirado de su cargo diez años más tarde un 11 de abril, retirado de la Comunidad Andina de Naciones, retirado del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, se retirará, como ha anticipado, de la Organización de Estados Americanos y, si lo considera necesario, del Mercosur. Su modelo es Castro, que ha preferido el autismo para Cuba.
Pero también es grandemente preocupante la sintomatología—o más propiamente, la semiología (médica)—de Hugo Chávez, manifestada en su atropellado y, poco característicamente, breve discurso de anteayer.
Las imágenes que empleó fueron casi todas proyecciones. (El segundo estadio de los mecanismos freudianos de defensa es la proyección en terceros de nuestras propias culpas). Así acusó a los directivos de RCTV de «manipular sentimientos», al poner «fascistamente» a llorar empleados desolados por la muerte de su sitio de trabajo. Hay que tener tupé. Si alguien manipula constantemente sentimientos, con populista y demagógica y ramplona sensiblería, ése es Hugo Chávez.
Pero también empleó el más primitivo mecanismo de defensa: el de la negación. El de la infantil negativa a ver la realidad. Es inocultable el casi unánime chaparrón de repudios internacionales a su arbitraria, rencorosa y personal decisión de cerrar la señal de RCTV, pero el presidente Chávez ha optado, una vez más, por el desprecio y la burla a periodistas y actores, a estudiantes, a naciones y órganos internacionales, a quien exprese su repudio ante el abuso que ha dirigido.
Incluso entre quienes apoyan sus más generales políticas hay quienes rechacen el cierre de RCTV. Mercedes Arancibia, portavoz de Reporteros Sin Fronteras en España, habitual admiradora de Chávez, ha dicho: «A lo mejor uno puede estar de acuerdo en líneas generales con Chávez, lo que no puede es consentirle este tipo de actuaciones». En entrevista que concediera a la Deutsche Welle, Arancibia comentó: «Vale que se cree autosuficiente, vale que está convencido de que la aceptación que recibe por su política social le autoriza a hacer cualquier cosa… Vale todo eso, pero el eco internacional que ha tenido esta última medida, probablemente, espero, le hará reflexionar. Por la resonancia que ha tenido el caso RCTV, se puede decir que Hugo Chávez ha dado un patinazo internacional».
Hasta ahora, nada le ha puesto a dar su brazo a torcer. Contesta con amenazas, admite el falaz conteo del espadachín Barreto—que los estudiantes que protestan son muy pocos comparados con la población estudiantil, sin mencionar, por supuesto, que los que han salido a defender la expropiación y la extinción de RCTV son escasísimos—, se burla desconsideradamente de los empleados que él mismo dejó cesantes.
Está más peligroso que nunca, pues se comporta como fiera herida y acorralada. Como más de un autócrata, se conforta con el espejo falso que le ponen enfrente sus más obsecuentes colaboradores. Por eso ha aceptado como veraz la alucinación de su ministro Lara. Por eso le cree a Barreto y a Carreño.
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