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Edgar Morin encarna un nuevo Renacimiento, en el sentido doble de que esta época está introduciendo al pensamiento humano un nuevo conocimiento, una nueva episteme, y de que Morin es un pensador de múltiples intereses que rehúsa ser limitado a una sola disciplina. De hecho, su obra se caracteriza, en gran medida, por la transdisciplinaridad. La categoría clave en el pensamiento y la obra de Morin es, justamente, la complejidad.
La Ficha Semanal #152 de doctorpolítico, y la que la seguirá la semana que viene, reproducen, fragmentado en dos partes, un largo artículo de Morin publicado en Le Monde en 1993, bajo el título El pensamiento socialista en ruinas: ¿Qué podemos esperar? En él el científico francés—clasificado incómoda e inexactamente como sociólogo—entierra las posibilidades actuales y futuras del marxismo, al mostrar cómo cada una de las premisas de este sistema ideológico ha sido desmentida por la historia y el conocimiento nuevo.
Este aporte es particularmente valioso porque Morin fue socialista primero y comunista luego, y su crítica no es producto de un «aburguesamiento», sino de una ética de apego al rigor intelectual. Escrito hace catorce años, debiera ser lectura obligada para nuestro gobierno actual, empeñado en un obsoleto “socialismo” al que espera alargar la vigencia rotulándolo como “del siglo XXI”, propuesto como sustituto de un pasado al que niega todo mérito y todo logro. En la parte que será publicada la próxima semana, Morin denuncia esta tontería: “…el nuevo pensamiento planetario… debe romper con… el revolucionarismo abstracto: ‘hagamos tabla rasa del pasado’… No hay que oponer más un futuro radiante a un pasado de servidumbre y de supersticiones. Todas las culturas tienen sus virtudes, sus experiencias, su sabiduría, al mismo tiempo que sus carencias y sus ignorancias. Sólo hallando recursos en su pasado, un grupo humano encuentra energía para afrontar su presente y prepararse para el futuro. La búsqueda de un porvenir mejor debe ser complementaria y no más antagónica de los recursos que se encuentran en el pasado. Apelar a los recursos del pasado cultural es para cada uno una necesidad identitaria profunda, pero esta identidad ya no es incompatible con la identidad propiamente humana en la cual debemos igualmente buscar recursos. La patria terrestre no es abstracta, porque de ella ha surgido la humanidad”.
Una advertencia sobre una frase que, escrita con rapidez escueta, pudiera generar una inexacta comprensión de lo que verdaderamente quiere decir. Pone Morin en el texto que sigue abajo: “Hoy día sabemos que las ciencias aportan las certezas locales pero que las teorías son científicas en la medida en que son refutables, es decir, no ciertas”. Acá alude Morin al “criterio de demarcación” adelantado por Karl Popper—La lógica de la investigación científica, 1934—útil para distinguir un discurso científico de los que no lo son. Lo que Popper propone es que no puede considerarse científica una teoría si no viene formulada de manera tal que algún o algunos experimentos pudieran echarla por tierra en el caso de que sus resultados fueran contrarios a lo predicho por la teoría. Por ejemplo, la Teoría General de la Relatividad predice que la luz proveniente de las estrellas será desviada por la masa de nuestro Sol en una cantidad específica. Las mediciones hechas a partir de 1919 confirmaron el fenómeno y midieron la magnitud predicha; si no hubiera sido así la teoría de Einstein habría sido refutada, y el que esto fuese posible es lo que la hace científica. No debe entenderse la oración de Morin como que si quisiera decir que las teorías son científicas cuando son falsas. Lo son cuando, en principio, pueden ser “falseadas” o refutadas por un experimento.
LEA
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Las ruinas del socialismo
El sentido de la palabra socialismo se degradó completamente con el triunfo del socialismo totalitario, y se desacreditó por completo después de su caída. El sentido de la palabra socialismo se marchitó completamente en la social-democracia, la cual llegó sin aliento dondequiera que ha gobernado. Puede uno preguntarse si el uso de la palabra es todavía recomendable. No obstante, lo que permanece y permanecerá son las aspiraciones expresadas con ese término: aspiraciones a la vez libertarias y “fraternitarias”, aspiraciones a la plenitud humana y a una sociedad mejor.
Hinchado por la savia de estas aspiraciones, en el curso de los siglos diecinueve y veinte el socialismo trajo consigo una inmensa esperanza. Es esta esperanza, muerta hoy, lo que no puede resucitar idénticamente igual. ¿Es posible generar una nueva esperanza? Hay que volver sobre tres preguntas que planteaba Kant hace ya dos siglos: “¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me está permitido esperar?” Los socialistas del siglo diecinueve comprendieron bien la solidaridad entre estas tres preguntas. No respondieron a la tercera sino después de haber interrogado a los saberes de su tiempo, no solamente sobre la economía y la sociedad, sino también sobre el hombre y el mundo, y la empresa de investigación más completa y sintética fue la operada por Karl Marx con la ayuda de Friedrich Engels. Sobre estas bases cognitivas, Marx elaboró un pensamiento que dio sentido, certeza, y esperanza a los mensajes socialistas y comunistas.
El problema hoy en día ya no consiste en saber si la “doctrina” marxista está muerta o no, sino en reconocer que los fundamentos cognitivos del pensamiento socialista son inadecuados para comprender el mundo, el hombre y la sociedad. Para Marx, la ciencia aportaba la certeza. Hoy día sabemos que las ciencias aportan las certezas locales pero que las teorías son científicas en la medida en que son refutables, es decir, no ciertas. Y, en cuanto a las preguntas fundamentales, el conocimiento científico desemboca en incertidumbres insondables. Para Marx la certeza científica eliminaba la interrogación filosófica. Hoy día, vemos que todos los avances de la ciencia reviven las preguntas filosóficas fundamentales. Marx creía que la materia era la realidad primera del universo. Hoy día la materia aparece como uno de los aspectos de una realidad física polimorfa, que se manifiesta como energía, materia, organización.
Para Marx, el mundo era determinista y él creyó haber desentrañado leyes del devenir. Hoy día sabemos que los mundos físico, biológico, humano, evolucionan, cada uno a su manera, según dialécticas de orden, desorden, organización, comportando aleas y bifurcaciones, todas amenazadas de destrucción en algún momento. Las ideas de autonomía y de libertad eran inconcebibles en ésta concepción determinista. Hoy día, podemos concebir de manera científica la auto-organización y la auto-producción, y podemos comprender que el individuo, al igual que la sociedad humana, son máquinas no triviales, capaces de actos inesperados y creativos.
Letanías y pragmatismo
La concepción marxiana del hombre era unidimensional y pobre: ni el imaginario ni el mito formaban parte de la realidad humana profunda: el ser humano era un Homo faber, sin interioridad, sin complejidades, un productor prometeico destinado a derrocar a los dioses y dominar el universo. Mientras que, como lo habían visto Montaigne, Pascal, Shakespeare, el homo es sapiens demens, ser complejo, múltiple, portador de un cosmos de sueños y de fantasmas.
La concepción marxiana de la sociedad privilegiaba las fuerzas de producción materiales; la clave del saber acerca de la sociedad era la apropiación de las fuerzas productivas; las ideas y las ideologías, entre ellas la idea de Nación, no eran sino superestructuras simples e ilusorias; el Estado no era más que un instrumento en manos de la clase dominante; la realidad social residía en el poder de las clases y la lucha de clases; la palabra capitalismo bastaba para rendir cuenta de nuestras sociedades de hecho multidimensionales. Ahora bien, hoy día, ¿cómo no ver que hay un problema específico en el poder del Estado, una realidad socio-mitológica formidable en la nación, una realidad propia en las ideas? ¿Cómo no ver los caracteres complejos y multidimensionales de la realidad antropo-social?
Marx creía en la racionalidad profunda de la historia; creía en el progreso científicamente asegurado, estaba seguro de la misión histórica del proletariado para crear una sociedad sin clases y un mundo fraternal. Hoy día, sabemos que la historia no progresa de manera frontal sino por desviaciones que se fortalecen hasta convertirse en tendencias. Sabemos que el progreso no está asegurado y que todo progreso alcanzado es frágil. Sabemos que la creencia en la misión histórica del proletariado no es científica sino mesiánica: es la transposición a nuestras vidas terrestres de la salvación judeo-cristiana prometida en el cielo después de la muerte. Esta ilusión sin duda ha sido la más trágica y la más devastadora de todas.
Muchas ideas de Marx son y seguirán siendo fecundas. Pero los fundamentos de sus ideas se han desintegrado. Los fundamentos, por lo tanto, de la esperanza socialista están desintegrados. En su lugar, no quedan más que algunas letanías y un pragmatismo del día a día. A una teoría articulada y coherente le ha seguido una ensalada rusa de ideas recibidas sobre la modernidad, la economía, la sociedad, la gestión. Los dirigentes se rodean de expertos, egresados de instituciones de élite, tecnócratas, econócratas. Se confían al saber parcelado de expertos que les luce garantizado (científicamente, universitariamente). Se han vuelto ciegos ante los formidables desafíos de la civilización, a todos los grandes problemas. La consulta permanente de los sondeos tomó el lugar de la brújula.
El gran proyecto desapareció
La conversión del socialismo en gestión eficiente no pudo ser más que una reducción al gestionarismo: éste, dedicándose al día a día, socavó también los fundamentos de la esperanza, tanto más por cuanto la gestión no puede resolver los problemas más apremiantes.
La modernización insuficiente
El debate arcaísmo/modernismo está falseado por el doble sentido de cada uno de éstos términos. Si arcaísmo significa repetición titánica de fórmulas vacías acerca de la superioridad del socialismo, las virtudes de la unión de la izquierda y el llamado a las “fuerzas progresistas”, entonces hay que acabar con este arcaísmo. Si significa buscar los recursos en las aspiraciones a un mundo mejor, entonces es necesario examinar si y cómo puede responderse a éstas aspiraciones. Si modernismo significa adaptarse al presente, entonces es radicalmente insuficiente porque se trata de adaptarse al presente para tratar de adaptarlo a nuestras necesidades. Si significa afrontar los desafíos del tiempo presente, entonces es necesario ser absolutamente moderno. De todas maneras, no se trata solamente de adaptarse al presente. Se trata, al mismo tiempo, de prepararse para el porvenir. En fin, señalemos que lo moderno, en el sentido que significa creencia en el progreso garantizado y en la infalibilidad de la técnica ya está superado.
Es cierto sin embargo que es necesario abandonar toda Ley de la historia, toda creencia providencial en el Progreso, y extirpar la funesta fe en la salvación terrestre. Es necesario saber que si bien obedece a diversos determinismos (que por otra parte entrechocan con frecuencia y provocan el caos), la historia es aleatoria y conoce bifurcaciones inesperadas. Es necesario saber que la acción de gobernar es una acción de timonear, en la cual el arte de dirigir es un arte de dirigirse en condiciones inciertas que pueden volverse dramáticas. El principio primero de la ecología de la acción nos dice que todo acto escapa a las intenciones del actor por entrar en el juego de las interretroacciones del medio, y puede desencadenar lo opuesto al efecto deseado.
Necesitamos un pensamiento apto para aprehender la multidimensionalidad de las realidades, para reconocer el juego de las interacciones y las retroacciones, para enfrentar las complejidades más que para ceder ante los maniqueísmos ideológicos y ante las mutilaciones tecnocráticas (que no reconocen que las realidades arbitrariamente compartimentalizadas son ciegas a todo lo que no es cuantificable, e ignoran las complejidades humanas).
Es necesario abandonar la falsa racionalidad. Las necesidades humanas no son solamente económicas y técnicas, sino también afectivas y mitológicas.
Del hombre prometeico al hombre promisorio
La perspectiva original del socialismo era antropológica (se refería al hombre y su destino), mundial (internacionalista), y civilizatoria (fraternizar al cuerpo social, suprimir la barbarie y la explotación del hombre por el hombre). Podemos y debemos apoyarnos en este proyecto, modificando sus términos.
El hombre de Marx debía encontrar su salvación “desalienándose”, es decir liberándose de todo aquello que era extranjero a él mismo, y dominando la naturaleza. La idea de un hombre “desalienado” es irracional: autonomía y dependencia son inseparables porque dependemos de todo cuanto nos nutre y desarrolla; somos poseídos por lo que poseemos: la vida, el sexo, la cultura. Las ideas de liberación absoluta, de conquista de la naturaleza, de salvación en la tierra, son reveladoras de un delirio abstracto.
Además, la experiencia histórica de nuestro siglo mostró que no basta con derrocar a una clase dominante ni operar la apropiación colectiva de los medios de producción para arrancar al ser humano de la dominación y la explotación. Las estructuras de la dominación y de la explotación tienen raíces a la vez profundas y complejas, y es sólo atacando las diversas facetas del problema como podríamos esperar que hubiera algún progreso.
¿Es posible vislumbrar, en esta perspectiva, una política que tenga como propósito proseguir y desarrollar el proceso de la hominización en el sentido del mejoramiento de las relaciones entre los humanos y del mejoramiento de las sociedades humanas?
Sabemos hoy día que las posibilidades cerebrales del ser humano están todavía en buena medida sin explotar. Estamos aún en la prehistoria del espíritu humano. Como las posibilidades sociales guardan relación con las posibilidades cerebrales, nadie puede asegurar que nuestras sociedades hayan agotado sus posibilidades de mejoramiento y de transformación y que hayamos llegados al fin de la Historia… Hay que añadir que los desarrollos técnicos han encogido la Tierra, permitiendo que todos los puntos del globo estén en comunicación inmediata, proporcionen los medios de alimentar a todo el planeta y aseguren a todos sus habitantes un mínimo de bienestar.
Pero las posibilidades cerebrales del ser humano son fantásticas, no solamente para lo mejor, sino también para lo peor; si el Homo sapiens demens tenía desde sus orígenes el cerebro de Mozart, de Beethoven, Pascal, Pushkin, también tenía el de Stalin y el de Hitler… Si tenemos la posibilidad de desarrollar el planeta, también tenemos la posibilidad de destruirlo.
Edgar Morin
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