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El general vuelto a retirar Alberto Müller Rojas ha sido siempre un militar venezolano anómalo, que en tiempos de su carrera normal se comportaba como enfant terrible, provisto de un gusto más enciclopédico que el de la mayoría de sus colegas. El general leía entonces a Samuel Huntington, y procuraba estar al día en las disciplinas de la geopolítica. Ya ascendido a general integró la primera Secretaría Permanente del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa (SECONASEDE), y tenía por punto de honor usar el uniforme con el cuello de la camisa desabotonado, en pueril señal de rebeldía e informalidad.

Hacia la crisis final del segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez—ya había sido gobernador de Amazonas bajo Jaime Lusinchi—se opuso tempranamente a la idea de que Pérez pudiera renunciar, como modo de evitar lo que ocurrió poco después: la intentona del 4 de febrero de 1992. A raíz de este evento Arturo Úslar Pietri se sumó, por fin, a la petición de renuncia, y Müller Rojas, empeñado en colarse dentro del grupo de “Los Notables” (Úslar, Velásquez, Liscano, Mayz Vallenilla, Maza Zavala y otros) creyó oportuno entonces adular a Úslar en su sabiduría de apoyar lo que rechazaba escasos meses antes. El don de la oportunidad es virtud muy apreciada por Müller Rojas. Poco después decía a quien quisiera oírlo que este país se arreglaba con unos “dos o tres mil entierros de primera clase”, y recomendaba para obtenerlos la colocación de una bomba en el entierro de Gonzalo Barrios, quien por aquel entonces aún pertenecía al mundo de los vivos.

Ese desalmado general, ya retirado, fungió como jefe de la campaña electoral de Hugo Chávez Frías en 1998, a pesar de que muy pocos entre “los notables” creían que una presidencia del golpista teniente coronel pudiera ser beneficiosa al país. Ya no estaban con Úslar o Velásquez las posibilidades del poder al que aspiraba.

Recientemente, en otra de sus caprichosas ocurrencias, Chávez reincorporó a Müller Rojas a su condición de oficial activo, y lo nombró jefe del Estado Mayor “presidencial”. Pero Müller Rojas cruzó la raya, al inscribirse como militante del Partido Socialista Único de Venezuela. Ahora tiene los riñones de aducir que la fuerza armada está politizada, como si su fugaz y doble condición de militar activo y militante de un partido no fuera una politización.

Chávez encontró necesario retirar a Müller Rojas, una vez más, del servicio activo, al tiempo que quiso contradecir la opinión del accidentado general respecto de la politización militar. (Más riñones todavía, en quien ha instruido que nuestros soldados juren el lema de “Patria, socialismo o muerte” o pidan la baja).

Por las mismas fechas sustituyó a Raúl Isaías Baduel en el cargo de Ministro de Defensa, como si estuviera sacrificando un efectivo de cada uno de dos grupos enfrentados. Müller Rojas no ha parado de resollar por la herida, marcando diferencias con su antiguo y duplicado jefe. Ahora sugiere que hay altos oficiales “capitalistas” en la fuerza armada, a quienes tilda de “alacranes”, y que lo rechazarían porque él sería un militar honesto. Pero también ha sugerido que Chávez debió tomar la decisión de defenestrarlo como todo un estadista, porque si no pudiera ocurrir que lo tumbaran. ¿Está todo “excesivamente normal” dentro del estamento militar venezolano?

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