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La Electricidad del Poder Popular para Caracas ha puesto en práctica un agresivo sistema de cobranzas a sus usuarios, y éste es el único cambio que se haya notado en la empresa recientemente estatizada. El suscrito habla acá como consumidor, que además de recibir las facturas del servicio por correo, permitió a la empresa—cuando era privada—remitir mensajes a su teléfono celular que informaran del monto adeudado, quince días y cinco días antes de su vencimiento.

Pero hace dos meses se añadió un nuevo procedimiento: ahora llama telefónicamente un empleado o empleada de la empresa rouge, petite rouge, con un buen número de preguntas a la mano, cuyas respuestas ya conoce, para advertir que la factura vencerá dentro de cuatro días. Dos veces ya he tenido que informar al molesto interlocutor que recibo tanto la factura impresa como los mensajes a mi teléfono móvil, y que ni necesito ni he autorizado a la empresa a que penetre la privacidad de mi hogar con fastidiosas llamadas de cobro anticipado. La última vez he pedido que se tome nota de mi deseo de que no sigan molestando. El mes próximo sabré del caso que habrán hecho de mi requerimiento de paz.

Ayer por la mañana, sin embargo, justamente de regreso de una oficina de Elepopopcar para pagar la factura veinticuatro horas antes de su vencimiento, encontré en mi casa una hoja impresa con una reiteración de la advertencia. Al 30 de julio aparecía en ella una deuda por vencer el 2 de agosto—sólo registraba el monto del servicio eléctrico, sin reportar lo correspondiente a aseo urbano, que también cobran—e intimaba su pago. Al número de cuenta-contrato, por cierto, le faltaba una cifra, aunque el resto de los datos parecía estar correcto. (Titular del contrato, dirección de domicilio, monto adeudado).

Empecé a preguntarme, entonces, cómo se habría inflado el costo operativo de la empresa a pocas semanas de haber pasado a manos de la gestión chavista, y cuántos nuevos empleados habrían recrecido la nómina de sueldos y salarios. Seguramente, además, el mensajero que trajo la última intimación, a quien no pude ver para informarle que ya no debía nada, ha debido venir con su inevitable atuendo de franela roja, por lo que presumo que un gasto considerable en franelas contribuye ahora a una reducción de la rentabilidad corporativa.

Un reexamen del papel impreso me ofreció la clave de esta más reciente presión: bajo el logotipo de la empresa y su razón social pude leer su novísimo lema: “Iluminando el camino al socialismo”. Esto es, la verdadera razón de haber contratado a alguien y haberlo vestido de rojo—en algún número significativo—es de orden propagandístico. Como el escuálido gobierno no tiene, pobrecito, suficientes canales de comunicación para vocear sus imposiciones ideológicas, debe incurrir en el costo de imprimir desde un computador el millón y tantos volantes que distribuye, mediante entrega personalizada, con el estúpido lema.

Cuando la empresa era privada no fastidiaba tanto, y tampoco nos penetraba con mensajes favorables al capitalismo salvaje.

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