LEA, por favor
Tal como se anunciara en la ficha anterior, esta Ficha Semanal #160 de doctorpolítico recoge otro texto de George Soros, líder del Instituto para la Sociedad Abierta. En esta ocasión, se reproduce un fragmento traducido del extenso trabajo que The Atlantic Monthly publicara en el número 2 de su volumen 279, en febrero de 1997, bajo el título The Capitalist Threat. (La amenaza capitalista).
Para Soros el concepto de sociedad abierta, que aprendió de Karl Popper cuando estudiaba en la London School of Economics, es una noción crucial en materia de fundamentar sólidamente la libertad. En la introducción del trabajo mencionado, Soros explica su sentido: “El término ‘sociedad abierta’ fue acuñado por Henri Bergson, en su libro Las Dos Fuentes de la Moralidad y la Religión (1932), y recibió mayor difusión a manos del filósofo austriaco Karl Popper, en su libro La Sociedad Abierta y sus Enemigos (1945). Popper mostró que las ideologías totalitarias como el comunismo y el nazismo tienen un elemento común: pretenden estar en posesión de la verdad última. Puesto que la verdad última está más allá del alcance de la humanidad, estas ideologías deben recurrir a la opresión con el fin de imponer su visión a la sociedad. Popper enfrentó a estas ideologías totalitarias otra visión de la sociedad, que reconoce que nadie tiene un monopolio de la verdad; personas diferentes tienen diferentes puntos de vista e intereses diferentes, y hay una necesidad de instituciones que les permitan vivir juntas en paz. Estas instituciones protegen los derechos de los ciudadanos y aseguran la libertad de elegir y la libertad de opinar. Popper llamó a esta forma de organización social la ‘sociedad abierta’. Las ideologías totalitarias eran sus enemigas”.
En el trabajo del que se reproduce aquí apenas un fragmento—otro conformará la próxima entrega de esta ficha—Soros considera que la amenaza totalitaria, desacreditada a partir del fracaso soviético, ha sido sucedida por una proveniente del propio sistema capitalista, con la ideologización militante de la doctrina del laissez-faire. Así advierte en la introducción: “En su filosofía de la historia Hegel pudo discernir un perturbador patrón histórico—el colapso y la caída de las civilizaciones a causa de una mórbida intensificación de sus propios primeros principios. Aun cuando he construido una fortuna en los mercados financieros, ahora temo que una intensificación sin trabas del capitalismo del laissez-faire y la diseminación de los valores del mercado a todas las áreas de la vida, están poniendo en peligro nuestra sociedad abierta y democrática. El principal enemigo de la sociedad abierta, creo, ya no es la amenaza comunista sino la capitalista”.
Es verdaderamente interesante que un capitalista consumado como George Soros sostenga lúcida y vehementemente esta inusual postura, que incluye una apelación a la preeminencia del bien común y la solidaridad.
LEA
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Amenaza capitalista
Popper mostró que el fascismo y el comunismo tenían mucho en común, aun cuando uno fuese la extrema derecha y el otro la extrema izquierda, porque ambos descansaban en el poder del Estado para reprimir la libertad del individuo. Quiero extender este argumento. Sostengo que una sociedad abierta puede también ser amenazada desde la dirección opuesta—desde un individualismo excesivo. Una excesiva competencia y una escasa cooperación pueden causar desigualdades e inestabilidad intolerables.
Hoy hay una creencia dominante en nuestra sociedad: la magia del mercado. La doctrina del capitalismo del laissez-faire sostiene que el bien común es mejor servido por la búsqueda sin inhibiciones del propio interés. A menos que esto sea atemperado por el reconocimiento de un interés común que debe asumir precedencia sobre los intereses individuales, nuestro sistema actual—que a pesar de sus imperfecciones califica como sociedad abierta—probablemente colapsará.
Quiero enfatizar, sin embargo, que no estoy colocando el capitalismo del laissez-faire en la misma categoría del nazismo o el comunismo. Las ideologías totalitarias buscan deliberadamente la destrucción de la sociedad abierta; las políticas del laissez-faire pueden ponerla en peligro, pero sólo sin proponérselo. Friedrich Hayek, uno de los apóstoles del laissez-faire, fue también un apasionado proponente de la sociedad abierta. Sin embargo, dado que el comunismo e incluso el socialismo han sido ampliamente desacreditados, considero que la amenaza del lado del laissez-faire es hoy más potente que la amenaza de las ideologías totalitarias. Estamos disfrutando una economía de mercado verdaderamente global en la que los bienes, los servicios, el capital y también la gente se desplazan bastante libremente, pero dejamos de reconocer la necesidad de soportar los valores e instituciones de una sociedad abierta.
La situación actual es comparable a la del cambio del siglo pasado. Era una era dorada del capitalismo, caracterizado por el principio del laissez-faire; lo mismo que ahora. De alguna forma el período anterior era más estable. Había una potencia imperial, Inglaterra, que estaba preparada para despachar buques de guerra a lugares lejanos, porque como principal beneficiaria del sistema tenía interés en mantenerlo. Hoy en día los Estados Unidos no quieren ser el policía del mundo. El período anterior tenía el estándar oro; hoy en día las monedas principales flotan y chocan las unas contra las otras como placas continentales. Sin embargo, el régimen de libre mercado que prevalecía hace cien años fue destruido por la Primera Guerra Mundial. Ideologías totalitarias salieron a la palestra, y para fines de la Segunda Guerra Mundial prácticamente no había movimiento de capital entre los países. Es tanto más probable que el régimen actual colapse, a menos que aprendamos de la experiencia.
Aun cuando las doctrinas del laissez-faire no contradicen los principios de la sociedad abierta como lo hacían el marxismo-leninismo o las ideas nazi de la pureza racial, todas estas doctrinas tienen un aspecto en común: todas tratan de justificar su pretensión de verdad última en una apelación a la ciencia. En el caso de las doctrinas totalitarias esa pretensión puede ser desechada fácilmente. Uno de los logros de Popper fue mostrar que una teoría como el marxismo no califica como ciencia. En el caso del laissez-faire la reivindicación es más difícil de disputar, porque está basada en la teoría económica, y la economía es la más reputada de las ciencias sociales. Uno no puede simplemente equiparar la economía de mercado con la economía marxista. Sin embargo, la ideología del laissez-faire, sostengo, es una perversión de supuestas verdades científicas tanto como lo es el marxismo-leninismo.
El fundamento científico principal de la ideología del laissez-faire es la teoría de que los mercados libres y competitivos llevan al equilibrio de la oferta y la demanda y de tal modo aseguran la mejor asignación de los recursos. Tal cosa se acepta como verdad eterna, y en un sentido lo es. La teoría económica es un sistema axiomático: mientras se mantengan sus supuestos básicos sus conclusiones se producen. Pero cuando examinamos las premisas detenidamente, encontramos que no describen el mundo real. En su formulación original, la teoría de la competencia perfecta—del equilibrio natural de oferta y demanda—suponía un conocimiento perfecto, productos homogéneos y fácilmente divisibles y un número lo suficientemente grande de participantes en el mercado, de modo que no fuese posible a un participante único influir el precio del mercado. La suposición de conocimiento perfecto demostró ser insostenible, y entonces fue sustituida por un ardid ingenioso. Se tuvo a la oferta y la demanda como independientemente dadas. Esta condición fue presentada como requerimiento metodológico, antes que como axioma. Se adujo que la teoría económica estudia la relación entre la oferta y la demanda, y que por tanto debía considerarse a ambas como dadas.
Como he expuesto en otro lado, la condición de que la oferta y la demanda están independientemente dadas no pude ser reconciliada con la realidad, al menos en lo que concierne a los mercados financieros—y los mercados financieros juegan un papel crucial en la asignación de recursos. Los compradores y vendedores de los mercados financieros procuran descontar un futuro que depende de sus propias decisiones. La forma de las curvas de oferta y demanda no puede tomarse como dadas porque ambas incluyen expectativas sobre los eventos que son moldeadas por esas mismas expectativas. Hay una retroalimentación de doble vía entre el pensamiento de los participantes en el mercado y la situación en la que piensan—hay “reflexividad”. Esto explica tanto la comprensión imperfecta de los participantes (cuyo reconocimiento es la base del concepto de sociedad abierta) como la indeterminación del proceso en el que participan.
Si las curvas de oferta y demanda no están independientemente dadas, ¿cómo se determina los precios del mercado? Si miramos el comportamiento de los mercados financieros, conseguimos que en lugar de tender a un equilibrio los precios siguen fluctuando en relación con las expectativas de compradores y vendedores. Hay períodos prolongados en los que los precios se alejan de cualquier equilibrio teórico. Aun cuando tarde o temprano muestren una tendencia a regresar, el equilibrio no es el mismo que hubiera sido de no haber mediado ese interregno. Sin embargo, el concepto de equilibrio perdura. Es fácil ver por qué: sin él, la teoría económica no podría decir cómo se determina los precios.
En ausencia de equilibrio, la hipótesis de que los mercados libres conduce a la óptima asignación de recursos pierde su justificación. La teoría, supuestamente científica, que se usa para validarla resulta ser una estructura axiomática cuyas conclusiones están contenidas en sus premisas y no están necesariamente soportadas por la evidencia empírica. El parecido con el marxismo, que también pretendía el status científico para sus proposiciones, es demasiado cercano para ser cómodo.
No es mi intención implicar que la teoría económica ha distorsionado deliberadamente la realidad por propósitos políticos. Pero al tratar de imitar los logros (y ganar para sí misma el prestigio) de las ciencias naturales, la teoría económica intentó lo imposible. Las teorías de la ciencia social se relacionan con su objeto de un modo reflexivo. Es decir, pueden influir eventos de una manera que no pueden las ciencias naturales. El famoso principio de incertidumbre de Heisenberg implica que el acto de observación puede interferir con el comportamiento de partículas cuánticas; pero es la observación lo que crea el efecto, no el principio de incertidumbre mismo. En la esfera social, las teorías tienen la capacidad de alterar su objeto de estudio. La teoría económica ha excluido deliberadamente la reflexividad de sus consideraciones. Al hacerlo, ha distorsionado su objeto de estudio y se ha abierto a la explotación a manos de la ideología del laissez-faire.
Lo que permite convertir la teoría económica en una ideología hostil a la sociedad abierta es su premisa del conocimiento perfecto—al comienzo postulado abiertamente y luego de modo disfrazado como ardid metodológico. Puede presentarse un caso poderoso a favor del mecanismo del mercado, pero no es que los mercados sean perfectos; es que en un mundo dominado por una comprensión imperfecta, los mercados proveen un mecanismo eficiente de retroalimentación para evaluar los resultados de las propias decisiones y corregir errores.
Cualquiera sea su forma, la pretensión de conocimiento perfecto contradice el concepto de sociedad abierta, que reconoce que la comprensión de nuestra situación es inherentemente imperfecta.
George Soros
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