Fichero

LEA, por favor

Con esta Ficha Semanal #161 de doctorpolítico se completa la serie de tres entregas construidas con textos del financista y filántropo George Soros. Ella consiste de la traducción de la sección final de su trabajo “La amenaza capitalista”, publicado en The Atlantic Monthly en febrero de 1997. (Vol. 279, #2, págs. 45-58). Soros nos lleva paso a paso, en trayectoria silogística elemental, por el discurso con el que establece las bondades y ventajas de una sociedad abierta. Se trata de una verdadera cartilla o catecismo, sencillo e inevitable.

Lo planteado por Soros está en el mero centro de la preocupación venezolana de estos días, cuando quiere imponerse a nuestra sociedad una verdad última determinada por el actual Presidente de la República. Su lema definitorio—”Patria, Socialismo o Muerte”—es anticipado por Soros, cuando escribe: “En verdad, uno pudiera argüir que la sociedad abierta es la mejor forma de organización social para obtener lo mejor de la vida, mientras que la sociedad cerrada es la forma más adecuada a la aceptación de la muerte”.

La tesis de la sociedad abierta es el antídoto que puede salvarnos del maligno destino al que quiere sometérsenos, pues no sólo se opone a antiguas confianzas ideológicas, sino que revienta la pretensión de encerrarnos. A pesar de que, por propia definición, no trae consigo una solución prêt-à-porter para cada problema social, ahora es, para nosotros, una bandera en sí misma, un concepto aun más rico que el mismo de democracia. Soros lo dice con claridad: “La sociedad abierta sólo provee un marco dentro del cual puntos de vista diferentes acerca de los problemas sociales y políticos pueden ser reconciliados; no ofrece una posición firme respecto de metas sociales. Si lo hiciera no sería una sociedad abierta. Sólo dentro de una sociedad cerrada provee el concepto de sociedad abierta base suficiente para la acción política…”

Ahora que se nos amenaza con meternos en un corral de cerrada dominación por un solo hombre pretencioso y violentamente equivocadísimo, es bueno entender que abstenernos de participar en el próximo referendo constitucional es el más estúpido de los suicidios. Andrés Oppenheimer recomienda el 30 de agosto (Recetas para frenar a Chávez): “La oposición Venezolana no debería repetir el error que cometió cuando boicoteó las elecciones legislativas del 2005 cuando, citando la falta de libertades para hacer campaña, se retiró del proceso, pensando que su ausencia deslegitimaría la elección. Chávez simplemente ignoró el boicot, realizó la elección de todos modos, e instaló una Asamblea Nacional totalmente progubernamental”.

El razonamiento de Soros, expuesto en su trabajo de 1997, se centra en la admisión de nuestra propia falibilidad. En febrero de 1985 anticipaba el suscrito: “[El] nuevo actor político, pues, requiere una valentía diferente a la que el actor político tradicional ha estimado necesaria. El actor político tradicional parte del principio de que debe exhibirse como un ser inerrante, como alguien que nunca se ha equivocado, pues sostiene que eso es exigencia de un pueblo que sólo valoraría la prepotencia. El nuevo actor político, en cambio, tiene la valentía y la honestidad intelectual de fundar sus cimientos sobre la realidad de la falibilidad humana. Por eso no teme a la crítica sino que la busca y la consagra”.

LEA

Cartilla de apertura

Es más fácil identificar los enemigos de la sociedad abierta que dotar al concepto de significado positivo. Sin embargo, sin tal significado positivo la sociedad abierta estará propensa a ser presa de sus enemigos. Tiene que haber un interés común que sostenga reunida a una comunidad, pero la sociedad abierta no es una comunidad en el sentido tradicional del término. Es una idea abstracta, un concepto universal. Admitamos que hay algo como una comunidad global; hay intereses comunes al nivel global, tales como la preservación del ambiente y la prevención de la guerra. Pero estos intereses son relativamente débiles, comparados con los intereses especiales. No tienen muchos partidarios en un mundo compuesto por estados soberanos. Más aún, la sociedad abierta como concepto universal trasciende toda frontera. Las sociedades derivan su cohesión de valores compartidos. Estos valores están arraigados en la cultura, la religión, y la tradición. Cuando una sociedad no tiene fronteras, ¿dónde encontrar los valores compartidos? Creo que hay sólo una fuente: el concepto mismo de sociedad abierta.

Para cumplir esta función, se necesita redefinir el concepto de sociedad abierta. En lugar de que haya una dicotomía cerrada-abierta, entiendo la sociedad abierta en un terreno intermedio, donde se salvaguarde los derechos del individuo al tiempo que existan algunos valores compartidos que mantengan unida a la sociedad. Este terreno intermedio es amenazado por todos los flancos. En un extremo, las doctrinas comunistas y nacionalistas conducirían a la dominación estatal. Al otro extremo, el capitalismo del laissez-faire llevaría a una gran inestabilidad y tarde o temprano al colapso. Hay otras variantes. Lee Kuan Yew, de Singapur, propone un llamado modelo asiático que combina una economía de mercado con un estado represivo. En muchas partes del mundo, el control del estado está tan estrechamente asociado con la creación de riqueza privada que uno pudiera hablar de un capitalismo ladrón o del “estado gángster” como nueva amenaza a la sociedad abierta.

Entiendo la sociedad abierta como una sociedad abierta a su mejora. Debemos comenzar por el reconocimiento de nuestra propia falibilidad, la que se extiende no sólo a nuestras construcciones mentales sino también a nuestras instituciones. Lo que es imperfecto puede mejorarse mediante un proceso de ensayo y error. La sociedad abierta no sólo permite este proceso sino que lo estimula, al insistir sobre la libertad de expresión y el amparo de la disensión. La sociedad abierta ofrece un panorama de progreso ilimitado. A este respecto es afín al método científico. Pero la ciencia tiene a su disposición criterios objetivos: los hechos por los que el proceso puede ser juzgado. Desafortunadamente, en asuntos humanos los hechos no proveen criterios confiables de verdad, a pesar de lo cual necesitamos algunos estándares de acuerdo general por los que el proceso pueda ser juzgado. Todas las culturas y religiones ofrecen esos estándares; la sociedad abierta no puede pasarse sin ellos. La innovación de una sociedad abierta es que, mientras la mayoría de las culturas y religiones entienden sus propios valores como absolutos, una sociedad abierta, consciente de muchas culturas y religiones, entiende sus propios valores compartidos como asunto de debate y elección. Para hacer el debate posible, al menos debe haber consenso general sobre un punto: que la sociedad abierta es una forma deseable de organización social. La gente debe ser libre de pensar y de actuar, sujeta sólo a límites que impongan los intereses comunes. La ubicación de esos límites debe determinarse, también, por ensayo y error.

La Declaración de Independencia puede ser tomada como una aproximación bastante buena a los principios de una sociedad abierta, pero en lugar de pretender que esos principios son evidentes por sí mismos debiéramos decir que son consistentes con nuestra falibilidad. ¿Puede servir el reconocimiento de nuestro conocimiento imperfecto como base para establecer la sociedad abierta como forma deseable de organización social? Creo que sí puede, aunque hay dificultades formidables en el camino. Debemos promover la fe en nuestra propia falibilidad al status que normalmente conferimos a la fe en una verdad última. Pero, si la verdad última no es alcanzable, ¿cómo podemos aceptar nuestra falibilidad como última verdad?

Ésta es una paradoja aparente que puede ser resuelta. La primera proposición, que nuestro entendimiento es imperfecto, es consistente con una segunda proposición: que debemos aceptar la primera proposición como artículo de fe. La necesidad de un artículo de fe surge precisamente porque nuestro entendimiento es imperfecto. Si disfrutáramos de entendimiento perfecto, no habría necesidad de creencias. Pero aceptar esta línea de razonamiento requiere un profundo cambio en el papel que asignamos a nuestras creencias.

Históricamente, las creencias han servido para justificar reglas específicas de conducta. La falibilidad debiera promover una actitud diferente. Las creencias debieran servir para dar forma a nuestras vidas, no para hacernos atener a un conjunto dado de reglas. Si reconocemos que nuestras creencias son expresión de nuestra escogencia, no de la verdad última, será más probable que toleremos otras creencias y revisemos las propias a la luz de nuestra experiencia. Pero no es así como la mayoría de la gente trata sus creencias. Ella tiende a identificar sus creencias con la verdad última. De hecho, esa identificación sirve a menudo para definir su propia identidad. Si la experiencia de vivir en una sociedad abierta le fuerza a ceder su pretensión de una verdad última, sufre una sensación de pérdida.

La idea de que de algún modo encarnamos una verdad última está profundamente incrustada en nuestro pensamiento. Puede que estemos dotados con facultades críticas, pero estamos inseparablemente atados a nosotros mismos. Puede que hayamos descubierto la verdad y la moralidad, pero por encima de todo debemos representarnos a nosotros mismos y a nuestros intereses. Por consiguiente, si existen cosas tales como la verdad y la justicia—y hemos llegado a creer en ello—entonces queremos poseerlas. Exigimos la verdad de la religión y, recientemente, de la ciencia. Una creencia en nuestra falibilidad es un pobre sustituto. Es un concepto altamente sofisticado, con el que es mucho más difícil de trabajar que con creencias más primitivas, como las de mi país (o mi compañía o mi familia) por sobre todo, tenga o no tenga razón.

Si la idea de nuestra falibilidad es tan difícil de digerir, ¿qué la hace tan atractiva? Debe encontrarse el más fuerte argumento a su favor en los resultados que produce. Las sociedades abiertas tienden a ser más prósperas, más innovadoras, más estimulantes que las cerradas. Pero hay un peligro en proponer el éxito como la única base para sostener una creencia porque, si mi teoría de la reflexividad es válida, tener éxito no es lo mismo que tener razón. En las ciencias naturales las teorías deben ser correctas (en el sentido de que las predicciones y explicaciones que producen corresponden a los hechos) para que funcionen (en el sentido de producir predicciones y explicaciones útiles). Pero en la esfera social lo que es eficaz no necesariamente es idéntico a lo que es correcto, a causa de la conexión reflexiva entre pensamiento y realidad. Como insinué antes, el culto del éxito puede convertirse en una fuente de inestabilidad en una sociedad abierta, ya que puede minar nuestro sentido del bien y del mal. Es esto lo que está ocurriendo hoy en nuestra sociedad. Nuestro sentido del bien y del mal es puesto en peligro por nuestra preocupación con el éxito, medido en dinero. Todo vale, mientras uno pueda salirse con la suya.

Si el éxito fuese el único criterio, la sociedad abierta sería derrotada por las ideologías totalitarias—como de hecho lo fue en muchas ocasiones. Es mucho más fácil argumentar a favor de mi propio interés que recorrer todo el enrevesado razonamiento abstracto que lleva de la falibilidad al concepto de la sociedad abierta.

Debemos asentar con mayor firmeza el concepto de la sociedad abierta. Debe haber un compromiso con la sociedad abierta porque es la forma correcta de organización social. Es un compromiso al que es difícil arribar.

Creo en la sociedad abierta porque nos permite desarrollar nuestro potencial mejor que un sistema que pretenda estar en posesión de la verdad última. La aceptación del carácter inalcanzable de la verdad ofrece un mejor prospecto de libertad y prosperidad que su negación. Reconozco, empero, que hay aquí un problema: estoy suficientemente comprometido con la búsqueda de la verdad como para creer que el caso de la sociedad abierta es convincente, pero no estoy seguro de que otros compartan mi punto de vista. Dada la conexión reflexiva entre pensamiento y realidad, la verdad no es indispensable para el éxito. Puede ser posible lograr objetivos específicos torciendo o negando la verdad, y la gente puede estar más interesada en lograr sus objetivos específicos más que en lograr la verdad. Sólo al más alto nivel de abstracción, cuando consideramos el significado de la vida, asume la verdad una importancia suprema. Aun entonces, el engaño pudiera ser preferible a la verdad, pues la vida implica la muerte y la muerte es difícil de aceptar. En verdad, uno pudiera argüir que la sociedad abierta es la mejor forma de organización social para obtener lo mejor de la vida, mientras que la sociedad cerrada es la forma más adecuada a la aceptación de la muerte. En último análisis, la creencia en la sociedad abierta es asunto de elección, no de necesidad lógica.

No es eso todo. Aun si el concepto de la sociedad abierta fuere aceptado universalmente, tal cosa no sería suficiente para asegurar que prevalecerían la libertad y la prosperidad. La sociedad abierta sólo provee un marco dentro del cual puntos de vista diferentes acerca de los problemas sociales y políticos pueden ser reconciliados; no ofrece una posición firme respecto de metas sociales. Si lo hiciera no sería una sociedad abierta. Sólo dentro de una sociedad cerrada provee el concepto de sociedad abierta base suficiente para la acción política: en una sociedad abierta no es suficiente ser un demócrata; uno debe ser un demócrata liberal, o un social demócrata o un demócrata cristiano o algún otro tipo de demócrata. Una creencia compartida en la sociedad abierta es una condición necesaria pero no suficiente para la libertad y la prosperidad y todas las cosas buenas que la sociedad abierta está supuesta a traer.

Es fácil ver que el concepto de la sociedad abierta es una fuente de dificultades aparentemente inagotable. Tal cosa es de esperar. Después de todo, la sociedad abierta está basada en el reconocimiento de nuestra falibilidad. De hecho, es razonable que nuestro ideal de sociedad abierta sea inalcanzable. Tener los planos de ella sería autocontradictorio. Eso no significa que no debamos luchar por lograrla. También en ciencia la verdad última es inalcanzable. No obstante, basta ver el progreso que hemos logrado al emprenderla. Del mismo modo, es posible aproximarnos a la sociedad abierta en mayor o menor grado.

La derivación de una agenda política y social a partir de un argumento filosófico, epistemológico, parece ser una empresa sin esperanzas. Sin embargo, es posible. Tenemos precedente histórico. La Ilustración fue una celebración del poder de la razón, y suministró la inspiración para la Declaración de Independencia y el Estatuto de Derechos. La creencia en la razón fue llevada a excesos con la Revolución Francesa, de efectos colaterales desagradables; no obstante, fue el comienzo de la modernidad. Hemos tenido ahora 200 años de experiencia con la Edad de la Razón, y como gente razonable debiéramos reconocer que la razón tiene sus limitaciones. El tiempo está maduro para desarrollar un marco conceptual basado en nuestra falibilidad. Donde la razón ha fallado, la falibilidad todavía pudiera triunfar.

George Soros

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