La conquista de España a manos de Roma comenzó con el desembarco de Escipión en 218 antes de Cristo. La cosa no fue fácil para quienes poco después establecerían un imperio. Los lusitanos y los celtíberos dieron la pelea. Su líder, Viriato, tuvo que ser asesinado en 139, y en 133 los romanos tuvieron que emplear un ejército de 60.000 hombres para sitiar a Numancia, una ciudad que sólo tenía 4.000 habitantes. Es decir, debieron atacar a cada numantino—hombre, mujer o niño—con quince legionarios. La superioridad numérica, un comando también superior y los vastos recursos de Roma, por supuesto, terminaron por imponer su dominio en toda la Península Ibérica. En la última fase de la prolongada campaña contra nuestros antecesores, el asalto a los Montes Cantábricos, el propio emperador Augusto condujo un total de 70.000 hombres, y debió dejar por un buen tiempo tropas de ocupación que controlasen a los díscolos iberos. Todavía para la primera mitad del primer siglo de la Era Cristiana una legión ocupaba territorio español, la que luego fue sustituida por otra que se asentó, permanentemente, en León.
En comparación con este desempeño de las antiguas tropas imperiales, el ejército estadounidense de ocupación en Irak no lo está haciendo tan mal. El general David Petraeus, comandante supremo de las fuerzas norteamericanas estacionadas en territorio iraquí, acaba de presentar un informe al Senado de los EEUU, del que pudiera deducirse que todavía quedan al menos cinco años de ocupación. No está mal: los romanos tuvieron que emplear casi tres siglos para sojuzgar a los hispanos y, si bien Petraeus comanda 90.000 soldados más que los empleados por Roma en su punto máximo, hay que tomar en cuenta que la Hispania precristiana tenía muchos menos habitantes que el Irak de nuestros días.
Petraeus, sin embargo, lanzó un caramelito a los senadores. Citando algún progreso desde el “empujón” (surge) de 30.000 tropas adicionales que fueron enviadas este año, indicó que un contingente del mismo tamaño pudiera comenzar a ser retirado a partir de diciembre, para culminar su regreso a casa en el verano de 2008. A partir de allí, dijo, no le es fácil hacer predicciones, pues la posibilidad del retiro de las tropas de ocupación dependería “de las circunstancias”.
La senadora Clinton, junto con otros senadores demócratas, expresó su inconformidad. Refiriéndose a los objetivos de todo el asunto, la precandidata presidencial observó: “Obtenemos muy poco consuelo del hecho de que la mente maestra del asesinato masivo [los ataques del 11 de septiembre de 2001] ande suelta, sin que haya sido atrapada o muerta. O de que los Talibán y al Quaeda estén resurgiendo en Afganistán. O de que su red ciertamente sea—si no una organización compacta—una confederación libre que tiene graves consecuencias para nosotros”.
El general Petraeus, obviamente, es un operador capaz, que no merece el injusto ataque de un aviso de prensa que lo presenta como el general Betray us. (El general Traiciónanos). Pero no parece ser muy esperanzador que el retiro del que habla deje las cosas exactamente en el mismo sitio que antes del refuerzo bélico de 2007: una ocupación de 130.000 hombres, la que, para empezar, nunca debió ocurrir.
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