Cartas

Alan Greenspan, el ex Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos, ha bajado de la montaña del silencio casi veinte meses después de dejar el cargo que detentó por un poco menos de dos décadas, y ha hablado a través de unas peculiares memorias—The Age of Turbulence: Adventures in a New World—que salieron a la venta el lunes de esta semana. El libro, por el que Greenspan recibió de Penguin Press ocho millones y medio de dólares de adelanto, ya se ha colocado al tope de la lista de libros en mayor demanda, desplazando dos títulos de la saga de Harry Potter al segundo y tercer lugar. Tan señalado y precoz éxito debe anotarse a una inteligente campaña de introducción, que arrancó un día antes de una esperada sesión de la Junta de la Reserva Federal y ha filtrado al público algunas aseveraciones de Greenspan que ya son piedra de escándalo.

La primera de las afirmaciones que causó roncha fue la siguiente: “Estoy entristecido porque sea políticamente inconveniente reconocer lo que todo el mundo sabe—que la guerra en Irak es en gran medida por el petróleo”.

Esto no lo dice algún interesado político demócrata, ni el “imprudente” cineasta Michael Moore. Lo dice quien se describe a sí mismo como “un republicano libertario de toda la vida”, que llegó al cargo cúspide del sistema financiero norteamericano por nombramiento de Ronald Reagan para establecer un récord de longevidad en la posición. No puede ser un liberal (en el sentido norteamericano del término) quien mantuviera por veinte años una asociación con Ayn Rand, la campeona del “egoísmo racional”. Su franca declaración sobre el conflicto en Irak, por consiguiente, tiene un peso enorme, y seguramente traerá consecuencias adversas para la administración presidida por George W. Bush.

Intentando contener los daños que la afirmación de Greenspan ha comenzado a causar, John Cornyn, senador republicano, produjo la siguiente infeliz evaluación: “No creo que setenta y siete senadores de los Estados Unidos, sobre una amplia base bipartidista, hubieran autorizado el empleo de la fuerza militar… si hubiera sido sólo por el petróleo”. Pero esto no es lo que ha afirmado Greenspan, quien en ninguna forma ha implicado que no hubiera otros factores; tan sólo ha dicho que en gran medida la motivación de la guerra de Irak es el petróleo.

Por su parte, Robert Gates, el Secretario de Defensa, expresó su opinión sobre el aserto de Greenspan: “Pienso que [la guerra] es realmente por la estabilidad en el Golfo. Es acerca de regímenes forajidos que tratan de desarrollar armas de destrucción masiva”. Comoquiera que jamás se encontraron armas de esta clase en el Irak de Hussein, el secretario Gates pudiera estar más bien refiriéndose al caso iraní y a su programa de desarrollo nuclear. Por estas fechas se ha dado a conocer que los norteamericanos ya tienen un plan para acabar, en sólo tres días, con la capacidad militar de Irán mediante el bombardeo de 1.200 blancos en ese país, y se presume—en opinión de analistas alemanes—que esa acción pudiera comenzar dentro de los próximos ocho meses. Con este tipo de conductas y preparativos, y la certificación ofrecida por Greenspan, ¿es realmente criticable en Hugo Chávez que procure armarse y emita advertencias sobre un Vietnam en América del Sur? A lo mejor no es tan paranoico, tomando en cuenta “que la guerra en Irak es en gran medida por el petróleo”. Ya el padre del actual Presidente de los Estados Unidos invadió a Panamá, en acción que en su momento fue rechazada por la ONU y por la OEA, sin que tales reprobaciones sirvieran para mucho.

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La segunda de las ampollas levantadas por el libro de Greenspan es su condena de los congresistas republicanos. A éstos les echa en cara haber “trocado principio por poder. Terminaron sin ninguno de los dos”. (Si la traducción al castellano del libro de Greenspan se hiciera en Venezuela, se pondría que perdieron el chivo y el mecate). Yendo aun más allá, les dice que “merecieron perder” en las elecciones del año pasado. Fueron estos legisladores quienes generaron, a su criterio, un gasto fiscal “fuera de control”. Greenspan asegura que aconsejó a Bush el veto de algunas de las leyes que exacerbaron ese gasto, y estima que la omisión presidencial al respecto “fue un error importante”.

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Un reconocimiento a la crucial importancia de China es otra de las opiniones que se leen en estas memorias indiscretas: “Si China continúa empujando en la dirección de un capitalismo de mercado libre, seguramente impulsará al mundo hasta nuevos niveles de prosperidad. Dependerá en mucho de este resultado cómo se verá el mundo en 2030”. Es decir, en veinte años.

Al hacer esta evaluación Greenspan no deja de referirse al ángulo político. Así pone, por ejemplo, que la libertad política “puede que no sea necesaria para que los mercados funcionen en el corto plazo, pero es una importante válvula de seguridad para el malestar público por la injusticia y la desigualdad”, y señala que sin ella “la gente agraviada que carece de la opción de sacar de sus cargos a funcionarios mediante el voto tiende a la rebelión”.

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Pero el efecto más inmediato de las hirvientes declaraciones de Greenspan tiene que ver con su desnudo pronóstico acerca de una pérdida de la primacía monetaria de los Estados Unidos. En entrevista concedida a la revista alemana Stern, el polémico Greenspan dijo que era “absolutamente concebible que el euro reemplace al dólar como moneda de reserva”. Naturalmente, Greenspan—que parte hacia Hong Kong en viaje promocional de su libro—hablaba a los europeos, a cuyos oídos resulta agradable escuchar del famoso personaje que el Banco Central Europeo “se ha convertido en una fuerza económica global que debe ser tomada seriamente”.

Estas opiniones de Greenspan fueron difundidas horas antes de que la Reserva Federal optara por reducir en medio punto porcentual—se esperaba una reducción de un cuarto de punto—su tasa principal de interés. Varios analistas consideran esta medida un error importante, que aviva la candela cuya ignición se atribuye al propio Greenspan, quien mantuvo bajas las tasas con el fin de reanimar la economía estadounidense, permitiendo así el crecimiento de la “burbuja hipotecaria” y su ulterior ruptura. (Greenspan se defiende de esta crítica al afirmar: “Era nuestro trabajo descongelar el sistema bancario norteamericano si queríamos que la economía funcionara. Esto requería que mantuviéramos las tasas modestamente bajas”). El analista financiero Richard Bove lo pone así: “En un sistema financiero donde hay amplia liquidez y un deseo de tasas superiores que compensen el riesgo, la solución no es crear más liquidez y bajar las tasas que están disponibles para compensar ese riesgo”, al destacar que la medida del Fed puede desatar una corrida contra el dólar cuando el problema no es de liquidez sino de confianza. Este fenómeno, de producirse, crearía graves consecuencias para el mercado de trabajo en los Estados Unidos.

Mike Whitney es tajante: “Debe dejarse que fracasen las personas y los negocios que no puedan pagar sus deudas. Un debilitamiento del dólar sólo aumenta nuestro riesgo colectivo acicateando la inflación y aumentando la propensión a una fuga de capitales de los mercados norteamericanos. Si eso ocurre estamos fregados”. (We’re toast). Sobre el mismo punto cita un artículo del International Herald Tribune (“La retirada del dólar aumenta temores de colapso”): “Los ministros de finanzas y los bancos centrales han temido desde hace tiempo que, en algún punto, el resto del mundo pierda su disposición a financiar la proclividad de los Estados Unidos a consumir mucho más de lo que produce, y que entonces se produjera una caída libre del valor del dólar”.

Bueno, cada vez hay más ejecuciones de hipotecas en los Estados Unidos. El mes pasado hubo más del doble de las sucedidas en agosto de 2006, y se aumentó un 36% respecto de las ocurridas en julio de este año. En agosto de 2006 se contabilizó un total de 113 mil ejecuciones; en agosto de este año la cifra fue de casi 244 mil, cuando en julio había llegado a 179.599. En algunos estados la cosa es más grave. Cuando la proporción nacional es de una ejecución por cada 510 hipotecas, esta relación es de una por cada 243 en Florida, una por cada 224 en California y una por cada 165 en Nevada. California está ejecutando un volumen de hipotecas que es más de 400% del volumen al que llegó en agosto del año pasado. El asunto amenaza con convertirse en una tragedia social que puede llevar a legislaciones de protección que contradirían, sacrílegamente, los principios del libre mercado.

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Pero Greenspan también se ocupó—ya no sólo de Europa o de China—de Hugo Chávez. En un capítulo dedicado a América Latina condena al populismo: “El populismo económico hace grandes promesas sin considerar cómo financiarlas… La mejor evidencia de que el populismo es primariamente una respuesta emocional, y no una basada en ideas, es que el populismo no parece retroceder en vista de repetidos fracasos”.

Pero ésas son afirmaciones generales. Específicamente sobre Chávez dice: “Hugo Chávez, que se hizo Presidente de Venezuela en 1999, está siguiendo el ejemplo de Mugabe. Está saqueando y politizando la antaño orgullosa industria petrolera de Venezuela, la segunda más grande del mundo hace medio siglo… ha reemplazado la mayoría de los técnicos no políticos de la compañía petrolera del Estado con amigotes de su régimen”. (Aquí Greenspan ignora que los “técnicos no políticos” estuvieron políticamente muy activos entre 2002 y 2003).

Además expone: “Sus políticas [las de Chávez] hubieran quebrado a casi cualquier otra nación. Pero desde que llegó a ser presidente la demanda mundial de petróleo ha engendrado casi una cuadruplicación de los precios del petróleo crudo que, por ahora al menos, lo ha librado”. También expone su esperanza de que “la fortuna pudiera no sonreírle por siempre”.

Un poco más preocupantes son las cosas que dice en las muchas entrevistas que está concediendo para promover las ventas de su libro. En una de ellas—para The Wall Street Journal—aboga claramente por una acción de los Estados Unidos para sacar a Chávez del poder: “Mi apreciación de Saddam en estos veinte años… era que estaba moviéndose muy críticamente hacia el control del Estrecho de Ormuz y, como consecuencia de eso, hacia el control del mercado petrolero. Su propósito sería muy parecido a las acciones de Chávez, y pienso que eso sería muy peligroso para nosotros. Así, sacarlo me parecía una prioridad muy importante”.

A pesar de estas cosas, Chávez parece seguirle la corriente a Greenspan, al menos en lo atinente a la capiti diminutio del dólar estadounidense. En el “Aló Presidente” del pasado domingo, Chávez instruyó a PDVSA para que convirtiera sus cuentas de inversión actualmente en dólares en posiciones en euros y monedas asiáticas para reducir el riesgo representado por la divisa de los Estados Unidos, a la que llamó una “burbuja”. Ya el año pasado la compañía había convertido algo de sus dólares de reserva en euros, pero también hicieron lo mismo Kuwait, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos. Sólo que ahora, estando la cosa como está, el movimiento venezolano es tomado en cuenta por los análisis financieros. Ron Harui y David McIntyre, escribiendo hace tres días para Bloomberg (Dollar trades near record low against euro before Fed meeting), comentan: “El dólar pudiera extender sus pérdidas luego de que el presidente venezolano Hugo Chávez instruyera a Petróleos de Venezuela S.A., la compañía petrolera estatal, para que convierta sus inversiones de dólares a euros y divisas asiáticas para reducir riesgo”. Es de suponer la felicidad que debe traerle a Chávez verse como protagonista de un grave castigo financiero al “imperio”.

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Greenspan, pues, que criticó a los legisladores republicanos por haber “trocado principio por poder”, tiene él mismo principios muy particulares. Si alguien amenaza con el control del mercado petrolero, debe ser depuesto. (Getting him out). El principio de Greenspan parece ser el poder de los Estados Unidos. En un par de profecías autocumplidas conjugadas, el desastre que es George W. Bush justifica la suspicacia y la agresividad de Chávez contra el gobierno norteamericano. Recíprocamente, el desastre que es Chávez alimenta la preocupación del desastroso presidente norteño.

Pero la economía venezolana está, por los momentos, saliendo bien librada de la agitación planetaria de los mercados de valores. La economía más desarrollada del mundo, en cambio, ha entrado en una lenta trayectoria de autodestrucción.

LEA

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