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El otro día decía el Presidente de la República, ante cámaras de televisión y la infaltable audiencia presencial de aplaudidores de franela roja, lo siguiente: “Y les digo a los médicos que se acaban de graduar, y que quieren hacer práctica privada… para mí no son médicos; son mercenarios”. Un alborozado y reptil aplauso de escenografía saludó las monstruosas palabras. No es difícil—ésta es una revolución fácil, como la demagogia—reunir audiencias de esa clase. De modo, pues, que la aquiescencia de unos espectadores sobornados, por más entusiasta que sea, no confiere en ningún caso mérito de verdad o de justicia a ninguna de las barbaridades que Hugo Chávez suele proferir.

El primer código deontológico de la humanidad, la primera especificación de deberes profesionales de las que se tenga noticia, es el Juramento de Hipócrates, que durante unos dos mil cuatrocientos años ha guiado éticamente la profesión de los médicos. Al término de su imperecedero juramento, dice el Padre de la Medicina: “Séame dado, si continúo guardando este Juramento inviolado, disfrutar la vida y la práctica de mi arte, respetado por todos los hombres en todo tiempo. Pero si lo traspaso y violo, sea lo contrario mi destino”. La práctica de ese arte era ejercida por Hipócrates como profesional independiente; era una práctica privada, y nadie tiene ni ha tenido jamás autoridad moral para tildarle de mercenario. Galeno dijo de él que había sido el médico ideal “que con pureza y santidad vivió su vida y practicó su arte”.

La institución del mercenario no es de origen médico, sino militar, que es la profesión original y única de Hugo Chávez. Por esto la primera acepción del DRAE para la palabra es: “mercenario, ria. (Del lat. mercenarÄ­us). 1. adj. Dicho de una tropa: Que por estipendio sirve en la guerra a un poder extranjero”. Claro que se ha ampliado el sentido del término, y así el diccionario ofrece esta segunda acepción:  “2. adj. Que percibe un salario por su trabajo o una paga por sus servicios. U. t. c. s”. Quien hoy día ejerce la Presidencia de la República podría en propiedad ser tenido por mercenario, puesto que devenga un salario por su cargo.

Pero Hugo Chávez no pronunciaba la palabra en tono neutro sino que la empleó despectivamente, para condenar horizontalmente a todo médico que quisiera ejercer libremente su profesión. En su anatema de fanático, el mero hecho de ejercer libremente un oficio es para Chávez un feo pecado social. Su “socialismo del siglo XXI” le permite determinar a priori las clases de hombres que serían despreciables, como los profesionales libres e independientes, en especial los médicos.

Éste es el personaje que, habiendo acumulado la mayor cantidad de poder en toda la historia política de Venezuela, quiere más todavía, y busca esta ñapa a través de su proyecto de reforma constitucional. No le sacian aún los que tiene e incluso antes de tener los que ahora reclama los excede, erigiéndose en ayatollah que condena, como McCarthy o Savonarola, desde su pretendida e imposible superioridad moral.

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