LEA, por favor
Es, por supuesto, muy satisfactorio que algún texto escrito por uno suscite el interés de sus lectores. Así aconteció la semana pasada con “El político virtuoso”, el artículo principal de la Carta Semanal #259 de doctorpolítico, dedicado a postular cuatro virtudes principales del buen político. Hubo quien preguntara—o me retara—directamente para saber si yo podía reportar alguna conducta mía que respondiera a la noción de responsabilidad política, dado que ésta se presentaba en el artículo mencionado como la principal de aquellas virtudes. El texto reproducido en esta Ficha Semanal #167, tomado del libro Krisis (1986), pudiera tal vez ilustrar el punto y contestar la pregunta.
El suscrito pudo imprimir en junio de 1986, gracias a la ayuda financiera de Gerd Stern, poeta, gurú de medios y gran amigo—hace tres semanas vino de Estados Unidos para regalarme una estupenda visita—dos mil ejemplares de ese libro, que había completado el Martes de Carnaval de ese mismo año y había comenzado a escribir dos meses antes. Se trataba de unas “memorias prematuras”, que habían resuelto un problema estructural de escritura. (Si escribía un “manual” de política quedarían por fuera problemas concretos de la sociedad venezolana a los que quería referirme; si escribía una suerte de “plan de la Nación” no tendrían en él cabida temas de carácter teórico o general que también quería exponer. La solución consistió en narrar lo que había venido haciendo durante los últimos tres años—1983-1985—de mi vida, a partir de mi decisión de abandonar un empleo para dedicarme a la actividad política).
El fragmento transcrito a continuación corresponde a los meses de mayo y junio de 1985, poco después de que hubiera presentado—febrero—a la consideración de un amplio grupo de venezolanos el proyecto de un nuevo tipo de organización política: la Sociedad Política de Venezuela, referida en el texto como “spV”. La revista Válvula mencionada al comienzo era el primer número de una publicación de las empresas de Andrés Sosa Pietri, el que contenía un texto de Arturo Úslar Pietri y uno mío, relativos ambos a la idea de una unión de los pueblos hispanoamericanos.
Fue Sosa Pietri quien llamara a mi casa, una vez publicado el libro y repartidos algunos ejemplares, para opinar que en él había indiscreciones que a su juicio no debiera contener; esto es, objetaba su contenido por considerarlo de mala educación. En esa oportunidad llamé su atención a una salida permitida en el Manual de Urbanidad y Buenas Costumbres de Manuel Antonio Carreño, quien en general consideraba del todo incivil y grosero que los visitantes de una casa penetraran en ella montados a caballo. El lugar de los equinos era el patio exterior, donde debían ser amarrados. Pero Carreño estimaba permisible que los médicos, en caso de emergencia, llegaran con sus corceles hasta el comedor. Dije entonces a Sosa Pietri que nos encontrábamos en emergencia política, y que yo era médico político o pretendía serlo.
Esta ficha relata mi renuencia a aceptar una honrosa posición por causa de incompatibilidad con mis percepciones, y también la desaceleración voluntaria de un proyecto político que consideraba digno, por tomar en cuenta condiciones críticas del ambiente nacional de la época—período de Jaime Lusinchi—que requerían atemperar la crítica. Creo que son ejemplos de responsabilidad política. En el texto se menciona también el concepto de una “capa de crisis”, y para el momento ignoraba la noción que luego escuché de un médico, que atendía a un pariente de mi esposa aquejado de hemorragias abdominales. Este doctor se refirió a la condición de “hemorragia por capas”, y la definió como la certeza de que sobrevendrían nuevos sangramientos junto con la incertidumbre acerca de cuál sería su localización. Estábamos, pues, claramente en crisis política para 1985, pero la inmensa mayoría de la dirigencia nacional no quiso entenderla o actuar suficientemente para conjurarla. Siete años después, alguien intentaba un golpe de Estado, y seis años más tarde asumiría la Presidencia de la República.
LEA
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Actos responsables
A fines de mayo volví al Colegio El Ángel, por invitación de Elías Santana, para hablar a sus alumnos sobre el tema hispánico. Antes había repartido ejemplares de Válvula a los muchachos. La experiencia fue increíblemente refrescante. La tesis no tenía ninguna dificultad con los jóvenes, quienes la ven con mucho menos problema que muchos adultos.
El día 30 de ese mes almorcé con Marino Pérez Durán. Marino es un carismático profesor universitario, de origen cubano, que asesora a Krygier, Morales & Asociados. Alberto Krygier había querido que conversara con él, pues le había hecho llegar una copia del texto de febrero y Pérez Durán tenía algunos comentarios. Marino me llevó a comer unos apetitosos sandwiches cubanos que hacen en un local de la Ciudad Comercial Tamanaco. De tanto hablar no hice más que mordisquear el mío. Los comentarios de Pérez Durán eran de corte escéptico. Marino es otro de los que piensan que “hay AD y COPEI para rato”. Pero una afirmación de Marino Pérez Durán quedaría en mi mente mucho tiempo, sin que pudiera tenerle una respuesta clara hasta meses después. Su inocente pero crucial aserción fue la siguiente: “No me gusta el nombre de ‘sociedad política’ para la asociación que propones. La sociedad política es el Estado entero”.
Comenzó el mes de junio. Mes estándar de inquietud económica. Tendría que darme prisa para constituir el grupo que le había planteado originalmente a Eduardo Quintero, para el que ya había obtenido siete respuestas positivas de siete sondeos que había hecho. De lo contrario muy pronto no tendríamos con qué comer en la casa. Una interrupción del proceso fue la inesperada intervención quirúrgica de Luís Armando, mi hijo varón más pequeño. Además de descuadrarme la agenda esto introdujo una nueva minibancarrota. En el estado de mi economía un neumático dañado bastaba para desequilibrar absolutamente el precario presupuesto. Tuve que pedir ayuda. Eduardo Quintero y Carlos Zuloaga salieron adelante nuevamente, aunque mis llamadas de urgencia no hicieron nada para impresionar favorablemente a Eduardo, quien desde hacía tanto tiempo venía esperando que yo “concretara”.
El 12 de junio me invitó a almorzar Gustavo Tarre Briceño. Algo había sabido, por Eduardo Fernández, de la idea de la nueva asociación política que yo estaba promoviendo. Le expliqué un poco del asunto durante el almuerzo y le entregué una copia del texto de febrero, la que prometió leer durante su inmediato viaje a Brasil. Gustavo insistió en esa oportunidad en que mi renuncia a COPEI no sería aceptada y me invitó a participar activamente en la preparación del “congreso ideológico” de su partido. En cuanto a lo de la renuncia le dije que yo no podía regresar a COPEI y que, en todo caso, yo no había descartado aún que Eduardo Fernández fuese un candidato apoyable a la Presidencia de la República en 1988. Si llegaba a convencerme de esto, le expliqué a Gustavo, mi ayuda a Eduardo sería prácticamente imposible dentro del partido, en el que mi fuerte oposición a Caldera le resultaría altamente incómoda a Eduardo Fernández. Por lo que respecta al congreso ideológico tuve que declinar, pues Gustavo me había dicho que les hacía falta un nivel intermedio, sociológico, entre un nivel principista y filosófico que estaba confiado a Enrique Pérez Olivares y Arístides Calvani, y un nivel de políticas específicas del que se ocupaban diferentes comisiones. Gustavo creía, y me aseguró que también Eduardo, que yo era el indicado para establecer un “puente” entre esos dos niveles.
En esas condiciones, expliqué, lo que se me pedía era involucrarme en algo en lo que yo no creía, puesto que pensaba que la política ya no podía seguir “deduciéndose” a partir de un piso principista y abstracto de principios ideológicos generales. Le dije que estaba dispuesto, no obstante, a expresar mi opinión respecto del esquema general del congreso a Guillermo Yepes Boscán, coordinador del evento.
Por esos días publicó Eduardo Fernández un artículo que llamó “La conspiración satánica”, haciendo uso de la frase de Caldera de hacía unos meses. En este artículo, publicado en el diario El Nacional, Eduardo hacía una especie de retrato hablado de los “conspiradores”, advirtiendo contra quienes osaran cuestionar a los partidos, puesto que criticar a los partidos equivaldría automáticamente a denigrar de la democracia como sistema. No hacía más, pues, que repetir la falacia de la identificación de partidos concretos con democracia. A este artículo riposté en uno que envié a El Nacional bajo el título de “La conspiración angélica”. No fue publicado por mi expresa petición. Esas semanas de junio fueron unas semanas de extrema agitación nacional. Vino una nueva ronda de malas noticias del lado petrolero y fueron ésas las semanas de intensos rumores contra el Banco Unión y el Banco Latino. Pronto vendría la Asamblea Anual de FEDECÁMARAS y el ambiente se encontraba caldeado a raíz de fuertes discrepancias alrededor del órgano principal del “pacto social”, la Comisión Nacional de Costos, Precios y Salarios. La psiquis nacional se sumergió en lo que llamé una “nueva capa de crisis”. Sentí por esos días una profunda preocupación por el país. El gobierno respondió más o menos adecuadamente y pudo represar el pánico que ya amenazaba con producir graves “corridas” contra los bancos señalados por los rumores, los que fueron deliberadamente propalados. Los médicos de la Clínica Ávila, por ejemplo, en cuya sede opera una agencia del Banco Unión, fueron llamados telefónicamente por personas que permanecieron anónimas. En dichas llamadas se les informaba con todo detalle del monto de sus respectivas cuentas corrientes y se les “aconsejaba” retirar los fondos antes de la debacle que sobrevendría. Ante esta campaña el gobierno reaccionó con rápidas y eficaces declaraciones de Carmelo Lauría, quien se dejó ver junto con los principales directivos del Banco Unión. Una extraña declaración de Octavio Lepage estuvo a punto de derrumbarlo todo. Desde la primera plana de El Nacional Lepage comentaba que ¡había mucha gente ingenua que se dejaba capturar por la propaganda de los bancos en vez de fijarse en su verdadera solidez! La increíble paciencia del venezolano, tal vez más que los buenos oficios del gobierno, impidió que el pánico de esos días adquiriera las dimensiones de un colapso.
La nueva capa de crisis, sin embargo, tornó peligrosa la coyuntura. Apartando la eficacia de las campañas de descrédito contra el sistema bancario, la sensibilidad ante la situación se evidenció en un aumento claro de la reacción alérgica de los actores políticos tradicionales ante las crecientes críticas. Se reeditó, como vimos, el tema de la “conspiración satánica”, se produjeron reuniones de gobierno y oposición, y notorios aplausos y apoyos del máximo liderazgo oposicionista al discurso del Presidente de la República en la asamblea de FEDECÁMARAS, el que en su parte final hizo directa alusión al “descrédito” del sistema que significaría la continua crítica a los partidos. Hasta una que otra destitución violenta, tanto en medios públicos como privados, signó los días como unos de especial sensibilidad de los actores políticos tradicionales.
La crisis, en su nueva capa, agravó el estado de sobrecarga decisional al que está sometido nuestro sistema político. En la oportunidad de mi aparición en el programa de Carlos y Sofía Rangel recordé una anécdota de Héctor Hernández Carabaño. Cuando aún no había cumplido siquiera un año como Ministro de Educación de Rafael Caldera, en 1969, Héctor convocó a un grupo de amigos relacionados con actividades fundacionales para plantear una angustiosa situación. Su ministerio, nos explicó, era el único que, con un Congreso en manos de la oposición, había obtenido un aumento presupuestario respecto del año anterior. Había logrado ciento treinta millones de bolívares adicionales, por la época una cantidad muy considerable. Ahora bien, a las pocas semanas un conflicto laboral de los maestros había cobrado ochenta de esos ciento treinta millones. Cuarenta millones más se necesitaban para reparaciones de emergencia en aulas que amenazaban con caerse. Le quedaban diez millones de bolívares para innovar en materia de educación. Lo más grave, sin embargo, no era la escasez de fondos. Hernández Carabaño confesó no tener tiempo para una calmada reflexión sobre el futuro de la educación en Venezuela. Todo el día se la pasaba, según sus propias palabras, “apagando incendios”. Por esto nos había convocado, para que nos dedicáramos a la tarea de pensar el futuro de la educación venezolana. Dije a los televidentes de Carlos y Sofía que era ahora el gobierno en general, y todo el estrato dirigencial del país el que se encontraba sobrecargado, ante la simultaneidad y gravedad de los problemas. En tales circunstancias sentí que era en buena medida irresponsable una reiteración de la crítica y que lo requerido era un apaciguamiento y hasta un apoyo al gobierno. Así lo expresé a varios influyentes actores, pues llegué a sentir, tal vez exageradamente alarmado, que la situación de sobrecarga del sistema pudiera desembocar en apagón. Llamé a la secretaria de Alberto Quirós Corradi y le pedí que no se publicase “La conspiración angélica”, enviando en su lugar uno sobre el concepto de “democracia científica”. Envié una copia a Eduardo Fernández, sin embargo, para que supiera lo que yo pensaba de su infortunada “conspiración satánica”. En la carta que la acompañaba reiteré mi renuencia a participar en el “congreso ideológico”, repitiendo lo que le había dicho ya a Gustavo Tarre Briceño.
Por ese tiempo me pareció ajustada la siguiente imagen para la analogía con la crítica situación: la ciudadanía podría reaccionar a los planteamientos de la “spV” como los espectadores de una película que desde el comienzo muestra el desarrollo de un incendio. Un incendio, por cierto, más grande que los que Hernández Carabaño confrontó en su época. En los minutos más recientes del espectáculo, una nueva conflagración surge y pasa a primer plano. El espectador ve cómo unos protagonistas (los actores políticos tradicionales), mal que bien se afanan en controlar el nuevo episodio de fuego (por más que su técnica bomberil haya sido responsable de algunos de los puntos que arden). Entretanto, en la acera de enfrente, unos “extras” de la película (estos impertinentes y noveles actores políticos de la “spV”), estaríamos comentando críticamente sobre la organización del cuerpo de bomberos, sobre la conveniencia de regresar al color rojo de los carros-bomba según muy recientes estudios y alguna que otra exquisitez de ese tipo, cuando lo que deberíamos estar haciendo es tomar algún cubo de agua y ayudar en el control del incendio. En reversión de la analogía, más que criticar debiéramos estar proponiendo soluciones.
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