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Comenzando esta semana, The New York Times publicó dos preocupadas piezas sobre las más recientes baladronadas del gobierno de George W. Bush, que ahora, supremamente aburrido con Irak, ha puesto su mira sobre Irán. La primera de las piezas es nada menos que un editorial, el que hace eco de un temor creciente en los Estados Unidos: “¿Logrará el presidente Bush dejar su cargo sin comenzar una guerra contra Irán? El Sr. Bush alimenta impacientemente estas ansiedades. Este mes ha amenazado con una ‘Tercera Guerra Mundial’ en caso de que Irán logre averiguar cómo se hace un arma nuclear”.

La segunda de las piezas es un artículo del afamado columnista Paul Krugman—Fearing Fear Itself—que comienza con el recuerdo de famosas palabras: “En la mas funesta hora de los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt urgió a la nación para que no sucumbiera al ‘terror sin nombre, irracional e injustificado’. Pero eso era entonces. Hoy en día, muchos de los hombres que esperan ser el próximo presidente—incluyendo a todos los candidatos con chance significativo de recibir la nominación republicana—han hecho del terror irracional e injustificado la pieza central de sus campañas”. Krugman señala como ejemplo notable el caso de Rudy Giulani, cuyo asesor en política exterior, Norman Podhoretz, sostiene que los Estados Unidos deben comenzar el bombardeo de Irán “tan pronto como sea logísticamente posible”.

Por supuesto, la retórica del gobierno de Bush pretende basar sobre la defensa de la libertad las presiones que ahora ejerce sobre Irán en preparación de una nueva guerra, para que este país abandone el programa nuclear al que reivindica derecho, y que hace mucho tiempo completaran los mismos Estados Unidos, Rusia, el Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Corea del Norte y probablemente Israel.

Ningún estado nacional en el planeta debiera tener armas nucleares; ni siquiera los Estados Unidos, el pionero y potentado del campo. Está en el interés de todo ciudadano del mundo que el arsenal íntegro de artefactos nucleares sea puesto bajo el estricto control de la Organización de las Naciones Unidas. Pudiera resultar aconsejable que se los administrase por el organismo mundial para prevenir escenarios de ciencia-ficción, como la necesidad de demoler un aerolito amenazante de la Tierra—retratada en la película Armagedón, que protagoniza el duro Bruce Willis—o repeler visitas indebidamente agresivas de marcianos o gente extragaláctica.

Pero lo que es peligrosísimo es que el mayor de los polvorines nucleares del mundo esté en manos del alucinado Bush, cuya última gracia es la de haber ofrecido inmunidad a operadores de Blackwater, compañía privada que presta servicios de seguridad al personal diplomático estadounidense en Irak, los que mataron a 17 civiles iraquíes el pasado 16 de septiembre.

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